Annie Ernaux viaja en el tiempo

Se publica en francés un libro de Annie Ernaux donde escribe a propósito de una relación con un hombre treinta años más joven.
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Cuando Annie Ernaux estaba en la cincuentena tuvo una relación con un estudiante al que sacaba casi treinta años; lo cuenta en Le jeune homme, un librito mínimo (37 páginas), que ha aparecido en Gallimard. Es brevísimo, pero Ernaux ya ha alcanzado ese estatus que hace que si quisiera publicar sus listas de la compra podría hacerlo y hasta habría estudios sobre él. De Annie Ernaux, a los verdaderos psicópatas, nos interesa todo. 

Le jeune homme se abre con una cita: “Si no las escribo, las cosas no han llegado a término, solo las he vivido”. Lo amplía en una entrevista: “Hasta que no lo escribo, tengo la sensación de que las cosas no son verdaderamente reales y que van a desvanecerse”. La necesidad de acabar el texto que escribió entre 1998 y 2000, unas hojas dispersas, le vino ordenando sus escritos, poco antes del confinamiento, y buscando textos para Cahiers de L’Herne –donde le han dedicado un volumen que reúne inéditos, cartas y también textos ajenos y propios sobre su obra–. 

“Hace cinco años, pasé una noche torpe con un estudiante que llevaba un año escribiéndome y que había querido conocerme”, empieza. “A veces hago el amor para obligarme a escribir”, continúa. 

No sé qué buscaba Annie Ernaux al empezar a tomar notas sobre esa historia, que se prolongó y que no fue solo un lío: fue una relación, él rompió con la novia con la que vivía, y fueron pareja: iban de viaje, a restaurantes, a la playa, al cine, etc. Más allá del placer, lo que le ofrecía a Ernaux esa relación era una viaje en el tiempo. Al estar con alguien mucho más joven, Ernaux se veía transportada a cuando ella era una joven estudiante. Ella no duda al afirmar que de haberle conocido a sus veintitantos jamás se habría acercado a él: ese estudiante era todo lo que de ella huía a su edad, y sin embargo, cuando la jerga de él y otros tics de juventud le sirven a ella como una especie de bálsamo rejuvenecedor, que opera en dos direcciones, tolera y se siente atraída por lo que en su juventud detestaba. Por un lado, la diferencia de edad los convierte en una pareja inaceptable, “Me parecía ser de nuevo la chica escandalosa. Pero esta vez, sin la menor vergüenza, con un sentimiento de victoria”. Por otro lado, estar con un joven es no ver el envejecimiento propio: “Mi cuerpo no tenía edad. Necesitaba la mirada gravemente reprobatoria de los clientes de la mesa de al lado en un restaurante para que me diera cuenta. Una mirada que, lejos de producirme vergüenza, reforzaba mi determinación de no esconder mi relación con un hombre ‘que habría podido ser mi hijo’ cuando cualquier tipo de cincuenta años podía exhibir con la que evidentemente no era su hija sin suscitar ninguna reprobación. Pero yo sabía, al mirar a esa pareja madura, que si estaba con un joven de veinticinco años era para no tener delante de mí, continuamente, la cara llena de arrugas de un hombre de mi edad, la de mi propio envejecimiento. Delante de la de A., la mía era igualmente joven. Los hombres saben eso desde siempre, no veía en nombre de qué tenía que prohibirmelo”. 

Hay otro aspecto que explora Ernaux a través de esa relación en el libro: lo usa para conectar con su yo del pasado. De hecho, finiquita la relación cuando acaba el libro sobre su aborto, El acontecimiento: “Comencé el relato del aborto clandestino alrededor del que daba vueltas desde hacía tiempo. Cuanto más avanzaba en la escritura de ese acontecimiento que había tenido lugar antes incluso de que él naciera, más me sentía irremediablemente empujada a dejar a A”. 

No terminé de ver Quiero hablar de Duras, la película de Claire Simon, que reconstruye una entrevista a Yann Andréa, pareja de Marguerite Duras los últimos años; la diferencia de edad entre ellos era también considerable. Y había un plus: Andréa era homosexual. A él, Duras le dedicó Les yeux bleus cheveux noirs. Andréa y Duras mantuvieron correspondencia durante un año antes de verse cara a cara. 

Me acordé de un cuento temprano de Elizabeth Hardwick, recogido en Historias de Nueva York (en Navona, con traducción de Rebeca García Nieto), “Tardes en casa”, donde de otra manera, la escritora también hizo un viaje a su pasado. Hardwick pasa unos días en Kentucky con su familia, por primera vez en años. “Lo que me sorprende es que soy completamente libre y puedo hacer y decir lo que me plazca. Esta libertad me lleva a la desconcertante conclusión de que las ideas que he albergado sobre mi familia son obsesiones absurdas, distorsiones enrevesadas y caprichosas que son tan claramente contrarias a los hechos que bien podría haberlas sacado de alguna maldita novela rosa”. 

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