“Todo en esta novela que el lector tiene en las manos es ficción: la narradora, la historia, las situaciones y los personajes. Tampoco el lugar donde suceden los hechos, Ámsterdam, es demasiado real”, advierte Dubravka Ugresić en la nota que abre El Ministerio del Dolor, novela editada en Anagrama en 2006 y que recupera ahora Impedimenta. La traducción es de Luisa Fernanda Garrido y Tihomir Pištelek. Ugresić nació en Kutina, cerca de Zagreb, antigua Yugoslavia, hoy Croacia, en 1949 y murió en Ámsterdam en 2023, donde había llegado tras pasar por Berlín y Estados Unidos.
El Ministerio del Dolor es una novela sobre el exilio: la narradora y protagonista llega a Ámsterdam, a veces se acuerda de su exnovio, con el que comenzó el exilio, y encuentra consuelo en sus alumnos de literatura eslavas, que son como ella, exiliados, apátridas. “No obstante, de una cosa estaba segura: fuera donde fuese, mis estudiantes eran la dirección en la que me movía. Ellos eran mi centro interior, mi plaza mayor, mi calle principal, mi arteria; y lo eran literalmente”, escribe. Hay que deshacer el atajo cognitivo con respecto al título: “Un club porno sadomasoquista en La Haya lleva el nombre de El Ministerio del Dolor. Por eso mis estudiantes, cuando hablaban de su trabajo de sastres pornográficos, decían que trabajaban en el ‘Ministerio’”.
La novela de Ugresić habla de la guerra, del nacionalismo, detesta las dos cosas, y cuenta sobre todo las consecuencias que tiene en las vidas privadas y pequeñas, es decir, cómo se hace una vida de nuevo: “El pasado es nuestra ‘instalación’, una obra de aficionado con pretensiones artísticas. Un retoque aquí y otro allá. El retoque es nuestra técnica artística favorita. Cada uno es el conservador de su propio museo. Así nos reconciliamos con el pasado”. El suicidio aparece también (sucede cuando uno se reconcilia con su pasado, podríamos pensar). La narradora acude a una de las sesiones en el tribunal penal de La Haya con uno de sus alumnos, y lo que ven los decepciona: “Estaba desilusionada y creo que Igor también. Esperábamos a un criminal y delante teníamos a un hombre cuyo rostro podríamos olvidar en una fracción de segundo. Salvo por un detalle. Sus mandíbulas estaban apretadas y sus labios caían hacia abajo. Era una réplica de la cara de Milošević, pero igualmente podía haberlo sido de Tuđman, con las mismas mandíbulas apretadas y el fino corte torcido en lugar de labios, unos padres de la patria que en lugar de labios tenían la letra U al revés. Sus caras eran planas, como las de las ilustraciones infantiles. La boca en forma de U al revés: un hombre malo.”
Hay un momento que Michael Haneke disfrutaría llevando al cine y añadiendo todo el regodeo que en la novela no hay. Pero antes de llegar a ese momento, antes de acudir al juicio, se introducen otras voces en la novela que cuentan su propia historia a través de diferentes estratagemas: incluye los ejercicios de presentación que les pide a los alumnos, por un lado; por otro, en su viaje a Zagreb, visita a su madre y a los padres de su exnovio, que le entregan el cuaderno del padre, algo así como unas memorias, que ella expurga. Está también el relato de la madre de la narradora, o la experiencia del exilio que tiene Ines, casada con un holandés, con dos niños y una casa perfecta. También la de Goran, el exnovio.
Las novelas de Ugresić siempre tienen humor: eso puede hacer pensar que hay ambigüedad, pero en realidad la carcajada solo hace que lo que ella quiere decir suene un poco más rotundo.