Foto: B540/ Guillem Lopez/UPPA via ZUMA Press

Las mujeres de Edna O’Brien

Fiel a una disciplinada imaginación, Edna O‘Brien (1930-2024) creó personajes femeninos diversos, no limitados por imposiciones.
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Alabada y odiada, después de una carrera polémica y exitosa, Edna O’Brien murió el pasado 27 de julio a los 93 años en Londres, ciudad en la que pasó su vida adulta. Su obra había vencido la censura (en su momento fue honrada con una quema de libros en Dublín) y ganado la estima de los lectores y la crítica. La lista de honores, reconocimientos y premios que recibió es amplia. Su obra es testimonio y retrato moral de una época represiva y virulentamente misógina, pero todas las mujeres que cuestionan la opresión comparten algo esencial: su voluntad de continuar, de actuar y de crear una obra que desafíe al tiempo.

En el origen de su notoriedad hay un escándalo, un affaire O’Brien que ilumina la estrechez misógina de Irlanda en los años sesenta. Era una persecución con precedentes famosos, Joyce el más conocido, y otros para quienes el futuro ha exigido expatriarse. Las chicas de campo (primera parte de una trilogía homónima) se volvió una leyenda desde que fuera publicada en 1960. Novela fiel a la experiencia que narra, esta aproximación de franqueza condenó a O’Brien a ser rechazada como autora de literatura pecaminosa. O’Brien ahondaba ahí en las historias de Cait y Baba, cuyos arcos de vida no se separan demasiado de la experiencia de la autora. Era el Dublín que le tocó vivir a la nacida en 1930, la Irlanda todavía sojuzgada por la iglesia católica y por un gobierno incapaz de separar la responsabilidad social de la Iglesia de lo que compete al Estado.

La controversia y la condena de aquel debut la acompañaron durante una distinguida y prolífica obra que abarca diversos géneros con ejemplos memorables como Virginia (1980), una obra teatral que recrea la experiencia vital de Virginia Woolf, o su interés por escribir las biografías de Joyce y de Lord Byron. A O’Brien la atrajeron también las catacumbas clausuradas en James & Nora (1981), sobre la relación entre Joyce y Barnacle. No sería exagerado afirmar que la prominencia de Barnacle se debe en parte al interés de O’Brien, que la rescata de un papel segundón, la esposa que preferiría que su Jimmy mejor se dedicara a cantar, tan linda su voz de barítono.

Con más de treinta libros y la coherencia ética respecto de su relación con el entorno, con el propio país o con la escena original, O’Brien fue y será una voz auténticamente femenina y liberadora. A ella le interesó examinar la opresión, las redes sentimentales, la venganza, el Mediterráneo, lo que ha sucedido con el tiempo, la experiencia de las mujeres en Agosto es un mes diabólico (1965). Nada le es ajeno en tanto que forma parte de una obra asociada al personaje principal, que es O’Brien. Fue legendaria mucho antes de ser famosa porque su voz era apreciada por muchas de sus lectoras contemporáneas, que reconocían la validez de su discurso y el ánimo político cuestionador de la época: la claridad con la que su obra reta los límites de su excepcionalidad moral y literaria.

La portada del libro de relatos A fanatic heart (1985) muestra a Edna O’Brien, un rostro escasamente maquillado y armónico y la mirada serena y limpia. Un rostro valiente y despejado, la mirada inteligente. Es la imagen de una joven mujer que no teme, ella misma una musa. Chicas felizmente casadas (1964, tercera parte de la trilogía de Las chicas de campo) comienza con un párrafo donde, gin fizzes de por medio, las protagonistas se temen acomodadas e insatisfechas. Del bliss, de la bendición nupcial solo permanece el aburrimiento de conseguir metas equivocadas. 

O’Brien era fiel a una disciplinada imaginación que captaba las fibras más tenues de la experiencia humana, que podrían interpretarse como una forma de enfrentar el dolor y escribir sobre lo que lastima, lo más puro, lo que se mueve. No fue una rebelde subversiva, sino una escritora empeñada en calar lo que tira los hilos, aquello que en medio de la experiencia común distingue a sus heroínas y con ellas a una mirada desde la otra orilla, la mirada de una mujer inteligente que analiza su entorno.

Pero Edna O’Brien no fue solo la escritora que hacía su trabajo todos los días, sino una figura del mundo social y artístico de Londres, quien también disfrutaba divertirse, la compañía y beber vino blanco seco. Sus fiestas eran centros de reunión de artistas e intelectuales como Marlon Brando, Richard Burton, Jackie Onassis y J. D. Salinger en los swinging sixties, una época que se asocia con la liberación. Acaso sin proponerse serlo, O’Brien fue un modelo a seguir. Su nombre se volvió notorio pero emblemático, un hilo que no cesa de tejerse con su muerte porque sigue hilándose en la imaginación de los lectores.

La muerte de Edna O’Brien no sorprende, pero entristece a sus admiradoras y admiradores. La escritora gozó ser libre y ser leal a la libertad, aunque hacerlo fuera doloroso. “Escribir –señaló– es un hecho solitario y difícil. Al escribir el autor desearía contar con algún apoyo, no ese ataque extremo.”

No solo su obra, sino la entereza de sus elecciones, hacen de las circunstancias personales de la escritora un terreno fértil para quien retome su vida y proponga su interpretación. John Banville la recuerda como “arrobadora: una de las personas más cálidas, e ingeniosas, la compañía más agradable y graciosa que he tenido la suerte de conocer.” La gran sacerdotisa de la literatura irlandesa fue también una colega admirada. Los méritos literarios del oficio, su trabajo sobre las palabras que seleccionaba con tino de poeta, su gusto por la escritura y no solo la realidad documental que retrató explican que O’Brien haya sido descrita por Philip Roth como orfebre del lenguaje.

Es imposible comprimir la obra de Edna O’Brien. Sus mujeres son diversas como quizá lo han sido los avatares y las intermitencias del corazón de su autora. Son voces que no se limitan a su condición impuesta. O’Brien fue liberadora por un estilo en el que la realidad no vela la libertad de la imaginación. Su literatura se adentra en el tiempo. ~

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