A los economistas se les dice que el verdadero estado de la economía se mide en los bolsillos de la gente. De poco sirven las cifras macro en un mundo que mayormente vive a nivel micro. De ese modo, con apreciaciones micro, haré algunos comentarios sobre el estado de la lectura, que no parece caminar con el optimismo del mundo editorial.
Los editores aseguran que las ventas de libros han ido en ascenso durante los últimos diez años. ¿Pero qué están vendiendo?, pues cuando viajo en el metro de cualquier ciudad, ya es difícil hallar a un lector, y no voy a fantasear con que en sus celulares llevan algún clásico. Cuando estoy en busca de departamento, las fotografías de interiores no muestran la existencia de bibliotecas o libreros. Mientras tanto, se sabe que las empresas de películas y series han multiplicado sus suscriptores. Las transmisiones deportivas también han ido acrecentando su audiencia.
En estos días se celebra la Feria del Libro de Madrid. Distinto a lo que se hace en México, acá la actividad principal es llevar ejércitos de escritores a las casetas de editoriales, librerías y asociaciones para que firmen sus libros. ¿Acaso el libro se convirtió en un fetiche con dedicatoria que no se va a leer?
Este año, la feria de Madrid ofrece 7,126 sesiones de firmas. Tanto ahí como en el día de San Jorge en Barcelona se puede ver a escritores papando moscas y otros con largas filas. Hay para todos los gustos: desde literatos hasta estrellas de la televisión, desde humanistas hasta inframentes de redes sociales. Las filas más largas son las de los famosos a quienes les escribieron su libro.
Los que escriben muchas dedicatorias, dicen: “Firmé tantos cientos de libros”. En cambio, los que se la pasan huérfanos: “Estuve una hora firmando libros”. Hay también autores que se saben vender. “¡Hola!”, llaman a quien se haya acercado al campo magnético, “¿quieres llevarte este libro firmado por la autora, que soy yo? Es un thriller apasionante sobre…”
Se venden más libros que nunca, ¿y por qué, entonces, no se percibe en el bolsillo un nivel de lectura, conocimiento y debate como se daba, por ejemplo, en los años sesenta? ¿Por qué la gente habla de cine y futbol y no de libros? ¿Por qué busca la individualidad con banalidades? “Yo, cuando como huevos estrellados, primero como la clara, luego la yema”. “No”, dice el otro, “yo pincho la yema y revuelvo todo.” “Yo ni una cosa ni otra”, comenta el tercero, “me lo voy comiendo en orden y a la yema le llega su turno, aunque a veces la yema no está en el centro sino que queda en un extremo, y en tal caso la dejo para el final o también puedo comenzar con ella”. “Me gusta que estén un poco crudos.” “Yo, bien cocidos.” “Yo volteados.” Así hay infinitas conversaciones para matar el tiempo con palabras. El síndrome de Hipolit Hipolitích.
También las conversaciones están llenas de frases hechas para aconsejar y arreglar vidas ajenas. Esto no es de extrañar. Entre los cincuenta libros más vendidos de Amazon.es, encuentro veintiocho de autoayuda. El género está mal nombrado, pues solo alguien que no puede ayudarse a sí mismo acude a un libro titulado Cómo hacer que te pasen cosas buenas o Recupera tu mente, reconquista tu vida o 50 cápsulas de amor propio.
Como cada temporada de desaliento, de nuevo aparece entre los más vendidos Piense y hágase rico, un libro que solo hizo rico a Napoleon Hill. En esta lista, también hay novelas de pueril entretenimiento, pero nada que pudiésemos encajar en las bellas artes.
Quizás, aunque sea nuestro parecer, no cualquier tiempo pasado fue mejor. Revisando la lista de bestsellers del New York Times Review of Books de hace cincuenta años, encuentro algo obvio: bestsellers, entre los que destaca Jaws, un año antes de la película. Y en la lista general aparece el conocido Alive, que en español se ganó unos signos de admiración: ¡Viven! Esta lista de más vendidos incluye un par de libros para cumplir con la eterna fantasía de hacerse rico. El consejo de uno de ellos: “Compra oro, plata, francos suizos y una pistola”. No sé si la pistola sea para el caso de que todo salga mal.
La lista de hace setenta años tiene como primer lugar El poder del pensamiento positivo, de Norman Vincent Peale, un clásico en ese género motivador que se gasta quinientas páginas donde hacen falta apenas diez. “Es terrible darse cuenta de que existe un gran número de personas pusilánimes afectadas y aquejadas por el mal conocido como complejo de inferioridad”, dice el autor en la primera página. “Pero tú no tienes que sufrir este problema.” Suponemos que el libro no funcionó en Argentina.
Hoy se venden más libros que nunca. Eso es bueno para las empresas editoriales, pero quizá no para la lectura. No sé si vender más equivale a leer más, a leer mejor. Para los escritores, las cifras son apabullantes: cada día aparecen en España 250 novedades, y todos queremos un espacio en las librerías, una reseña en algún suplemento y, por supuesto, algunos lectores. Los que pasamos la infancia con cuatro canales de televisión vemos con nostalgia a aquellos editores que hacían la criba para que no la hiciéramos nosotros. Mejor pocas novedades de amplios tirajes, que muchas de pocos ejemplares. Sin embargo, la multiplicación funciona porque ahora, más que nunca, se espera que el propio autor venda su libro.
Por eso caen en picada las ventas de un autor cuando muere. De un día para otro, de una feria para otra, ya no da entrevistas ni sale en la tele, ya no presenta sus libros ni alterca en redes y, sobre todo, ya no firma sus libros con bonitas dedicatorias que hablan del afecto que siente por quien ni siquiera conoce. ~
(Monterrey, 1961) es escritor. Fue ganador del Premio Xavier Villaurrutia de Escritores para Escritores 2017 por su novela Olegaroy.