Entrevista a Mariano Peyrou: “A la gente le importan más los nombres de las cosas que las cosas”

En la novela Los nombres de las cosas, Mariano Peyrou reflexiona con ironía sobre el lenguaje y las relaciones personales, el amor, el arte y la política.
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Para Mariano Peyrou (al igual que para cada ser humano que se haya parado a reflexionar), la lengua tiene mucha importancia. Aunque es consciente de que no delimita la realidad, desde luego sí que ejerce mucha fuerza sobre ella. Y, como si quisiera dejar estos principios por escrito, ha trazado una genial y poco convencional novela: Los nombres de las cosas (Sexto Piso). Aquí, el autor expone a tres personajes muy peculiares a charlar sobre 36 temas que transitan desde el colegio hasta la muerte, pasando por las relaciones personales o el futuro. En estos encuentros, filosóficos y delirantes a partes iguales, las distintas maneras de expresarse de sus protagonistas acaban creando unos huecos entre los que aparece el gran tema del libro: la vida. O más bien se escapa.

La obra se llama Los nombres de las cosas, pero podría titularse Libro, Deíctico o Esto no es una Sandía.

Sí, lo que pasa es que esos títulos que dices son deliberadamente provocadores o son originales. Sin embargo, mi título es pretendidamente poco original; muy neutro, de perfil bajo. Yo quería que fuera así.

Mi pregunta no iba por ahí, sino que estaba haciendo el juego como si fuera los personajes del libro.

¡Anda! No lo había pillado. (risas)

¿Realmente existen los nombres de las cosas?

Los nombres claro que existen, lo que no existen son las cosas. (Risas) Es una clara broma basada en una visión del mundo que alguna gente defiende en ámbitos muy serios y que aparece criticada en el libro. Cuando se critica a los que dicen que la realidad es un constructo discursivo. Este tipo de radicalizaciones que argumentan que la realidad no la podemos conocer, porque no existe. Cosa que es muy válida en ciertos puntos, pero en otros resulta delirante.

Claro que existen los nombres de las cosas. Pero como dicen ahí, se mueven, son problemáticos. Aparece una y otra vez cómo la ambigüedad de los nombres genera efectos muy claros. Como cuando se dice: “La eutanasia no está permitida, pero sí la sedación terminal”. ¿Qué diferencia hay? El nombre.

El baile entre la palabra y la cosa.

El nombre no está muy ajustado a la cosa. Siempre hay cierta separación. Esto produce movimiento y es por donde se cuela la vida. Me resulta un tema muy complejo para hablar así, dar ejemplos y resultar convincente.

Esto que acabas de decir es uno de los núcleos de la novela: el juego de las palabras con las palabras, lo difícil que es definir, concretar.

Sí. Pero yo no sé si el libro va del juego de las palabras con las palabras, o cómo esos juegos que hacen las palabras con las cosas o las palabras entre sí, nos afectan y modifican nuestra manera de ver el mundo en determinadas circunstancias.

Me gusta cómo haces este juego dentro del libro porque unas veces lo haces desde un punto de vista muy serio, muy catedrático, y otras desde un punto muy loco. Esto me parece que lo equilibra, crea una escala de grises.

Ese vaivén, ese baile del que hablábamos antes, ocurre también en lo que estás diciendo. Y es una cosa muy intencionada y muy clara. Como el vaivén entre lo serio y lo de broma. O entre lo trágico y lo cómico. Me gusta ese baile, ese cambio abrupto.

Todo esto, te sirve de pretexto para hablar de la realidad. Y para ello, utilizas a tres personajes que tienen una manera totalmente diferente de relacionarse con la lengua, por lo que muestras tres puntos de vista totalmente diferentes.

Sí. El personaje del narrador representa al ciudadano corriente. Tiene sus pequeñas extravagancias pero es conformista, con ambiciones muy humildes… Los otros son dos artistas con una postura ante el mundo crítica, pero desde dos lugares distintos.

¿Necesitabas que estos dos personajes fueran artistas?

Pues la verdad es que no lo había pensado antes. En mi otra novela, el protagonista es un compositor. Quizá me sale solo. Estos son un escritor y un cineasta. Un tema del que me interesa hablar es el proceso de creación, las inseguridades del artista, la frustración… y también una crítica a la sociedad en la que vivimos por el espacio que dejan para los artistas y el arte, que es bastante lamentable. El pan y circo sigue vigente.

Es por ello que los artistas que presentas en el libro son totales: en ellos arte y vida se confunden.

Sí. Puede ser. Una cosa que me interesaba de este libro, o al menos cuando lo escribí, es que mi orientación hacia estos personajes era que no fueran especialmente buenos. No se dice en el libro, pero no son artistas brillantes. Astracanes es la palabra que utilizan ellos. Creo que esto tiene que ver con el planteamiento de este libro, con la ambigüedad que lo sobrevuela. Los personajes son inteligentes, pero a la vez son demasiado absurdos; hay un elemento dadaísta muy fuerte en los dos. Pero realmente no sé muy bien sobre esto, creo que es una cosa de la que tienes que decir tú más que yo.

En el libro hay un total de 36 temas en minicapítulos en los que entran de todo: la muerte, el futuro, el colegio del niño… ¿Por qué estos 36 temas?

El tema es la vida, ni más ni menos. Y en serio lo de ni más ni menos. No es pretencioso, no es una investigación en concreto, pero trata de la vida. Aparecen la relación con los padres, con las parejas, con los hijos, con los amigos, con la enfermedad y la muerte, con el trabajo… Eso es el tema, no el nombre de las cosas.

¿Por qué esos 36 capítulos? Hace poco se me ocurrió que el hecho de que el libro se llame Los nombres de las cosas y que este tema tenga una importancia secundaria tan grande, era necesario que el relato no fuera organizado según los criterios convencionales de la narración, sino que estuviera imantado por los nombres que les damos a esos temas. La muerte por ejemplo. O los nombres de dos o tres países. La relación que tenemos con las canciones. A partir de estos centros de gravedad, se organizan los capítulos en los que hay fragmentos de escenas ocurridas en distintos momentos de la vida. Me parece que esto es un reto a la hora de crear, que fue lo que me lanzó a escribirlo. Yo no tenía pensado escribir una novela anteriormente. Estos 36 temas no los elegí yo, sino que iban surgiendo.

Lo más interesante de escribir narrativa es que construyes un mundo durante un tiempo y todo lo que te va ocurriendo en la vida real, todo eso, se traduce al lenguaje de la novela. Esta lo va absorbiendo todo como un agujero negro, aunque siempre hay cosas que no caben, o que hay que modificar mucho. Se iban montando esos capítulos y me gusta que son asistemáticos, que no todos tienen la misma categoría. Es más dionisíaco que apolíneo, a favor de la dispersión más que del orden.

Me ha resultado interesante la metáfora que has hecho con la novela y los agujeros negros ya que yo creo que toda obra, en mayor o menor medida, es autoficción.

Sí. También esto aparece en el libro. No con el término autoficción pero uno dice “todo es ficción” y el otro “todo es realidad”. (Risas) En lo que están de acuerdo es que hay que eliminar el límite. Por un lado estoy de acuerdo con ellos, y por otro no. Todo es realidad, pero hay grados. En mi libro, más o menos todo puede caber. Pero en El señor de los anillos, hay un trabajo de imaginación que aquí no hay.

Sí, claro. En El señor de los anillos no vas a meter a Rajoy, como lo metes tú. Pero aún así hay realidad ahí dentro.

Estoy pensando que cuando se habla de la vida real, te permite que tu imaginación tenga unos efectos más fuertes sobre la vida real. Estamos hablando de algo que es verdad. Un personaje en mi libro dice: “Creo que la vida podría ser real”. Creo que esto es un tema muy importante dentro del libro. Son personas normales, pero su mirada está levemente distorsionada y sus actos son extravagantes. Con esto consigo que el lector vea su realidad, pero con un filtro de lo que podría ser. Cosa que con un libro más fantástico no pasa como para producir efectos en nuestra mirada.

Otro juego que haces dentro del libro es que cada tema, o muchos de los temas, los dejas abiertos y los vas cerrando en los sucesivos capítulos.

A mí esto me parece un imperativo. Hay una visión del mundo que nos da la novela convencional…, la novela barata, ya que convencional se le queda corto, en las que hay un personaje bien construido, todo está bien cronológicamente, todo tiene coherencia… todo esto me parece no ya ficción, sino un engaño gravísimo desde el punto de vista ético: nos están dando una visión del mundo y del ser humano totalmente falso. Y el problema es que las novelas que son así son el 90% por ciento de las que se publican. Y son las que la gente quiere consumir; obras consoladoras. Pero la vida, como se sabe desde hace mucho tiempo, es mucho más ambigua, el pensamiento no es lineal, uno no se centra en algo… tratamos de ordenarlas cuando hablamos, cuando escribimos… pero eso no es la realidad. Todo es mucho más discontinuo.

También hay otro elemento que tú has aludido varias veces que es el lúdico, el tomarse las cosas de otra manera, por jugar. Ese sentimiento infantil que no deberíamos perder nunca.

Voy a resumirlo: el hecho de romper las conversaciones o dejar escenas abiertas que luego cierro en 20 o 30 páginas me parece que hace que la lectura sea más interesante por sorprendente e imprevisible, pero también da una imagen más real sobre la vida humana.

Respecto a la narración lineal y “las novelas baratas”, ¿no debería ser el lector mayor de edad y darse cuenta de que la vida no es así?

Evidentemente, que un libro te ofrezca una visión del mundo no hace que esta cambie. Pero cuando todos los libros, o la inmensa mayoría, muestran unos valores éticos, son los que acaban imponiéndose. ¿Es una tontería criticar las obras de Disney? El problema es que han creado un discurso omnipresente sobre el amor.

¿Y tú qué defiendes?

Para empezar la pluralidad en los discursos. Que hubiera más puntos de vista. Existen todos los que hemos podido imaginar los seres humanos, pero muchos han sido silenciados por el poder. Parece que me pongo muy furibundo, pero lo digo con total tranquilidad. Interesa apostar por determinados valores. ¿Qué espacio tienen en la tele los filósofos? ¿Cuántos minutos al año salen? En teoría hay libertad total, pero en la práctica muchos están silenciados.

Volviendo al libro, y ya para terminar, llegamos a la conclusión de que la lengua es una de las piezas que construyen la realidad.

Estamos volviendo al principio de la conversación. No es género constructivo, pero es innegable que influye en algunos planos. Determinadas realidades lingüísticas son a la vez causa y efecto de determinadas percepciones del mundo.

La crisis y la recesión.

Este es un buen ejemplo. En el libro también aparece la escuchada frase sobre los homosexuales de “si quieren que se casen, pero que no lo llamen matrimonio”. Esto es genial porque vemos cómo a la gente le importa más los nombres de las cosas que las cosas. Es brutal.

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Carlos Madrid es periodista.


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