Foto: Fronteiras do Pensamento / CC BY-SA (https://creativecommons.org/licenses/by-sa/2.0)

Entrevista a Mia Couto: “Debemos dejar de ver al autor africano como un guía para leer al continente.”

Una conversación con el autor mozambiqueño.
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Biólogo, periodista, revolucionario, profesor, activista y, sobre todo, escritor. El mozambiqueño Mia Couto, como África, no es uno solo sino muchos, que empiezan y terminan con la pluma y los libros. Embajador de su país, de sus múltiples identidades y de la lírica lengua lusa, Couto (Beira, 1955) es considerado el escritor más relevante de su generación. Uno de los autores subsaharianos más traducidos, tiene en su haber una treintena de trabajos que van de la poesía a la novela, pasando por el ensayo y la crónica. Loado por sus nobeles coterráneos, Doris Lessing y J.M. Coetzee, ha sido finalista del premio Man Booker International y acreedor al premimo Camões, el más importante de la literatura en portugués. A finales del año pasado conversamos con el autor sobre su vida, obra y cosmovisión, en la Fundación que lleva el nombre de su padre en la ciudad de Maputo.

I. Mia

“Nadie es una persona si no es la humanidad entera”.
Refrán de Nkokolani
Trilogía de Mozambique, Las arenas del emperador (Alfaguara, 2018)

 

¿Cuáles son las raíces literarias de Mia Couto? ¿por qué estos autores? ¿cuál es su experiencia al leerlos?
Mis grandes referentes literarios provienen de la poesía en lengua portuguesa, género que realmente me moldeó durante la adolescencia. Del Brasil, por ejemplo, João de Melo Neto, Drummond de Andrade, Manuel Bandeira, Guimarães Rosa, son todos para mí importantes referencias. Aunque tengo de igual manera referentes que vienen de Portugal como Sophia de Mello Breyner, indispensable al hablar de poesía. Mi padre, poeta, tuvo en la poesía francesa y española un referente permanente que de cierta forma me marcó también a mí a través de García Lorca, Rafael Alberti o Miguel Hernández. Yo siempre fui tímido y me sentía condenado a la marginalidad porque la dimensión que yo buscaba en la vida era una dimensión que no se traducía en el lenguaje que yo escuchaba a mi alrededor; fue solo en las conversaciones con mi padre y a través de la poesía que gané cierta sintonía con el mundo, haciéndolo un mundo más íntimo, un mundo que exigía un lenguaje y una sabiduría que solo la poesía podía expresar. La poesía me autorizó a existir. 

Su bagaje y su presente son sin duda tan literarios como periodísticos, ¿cuál es la relación idónea entre una y otra forma de narrar? ¿cuál es el balance, en dónde empieza el escritor y en dónde termina el periodista?
Durante mis inicios como periodista tuve la fortuna de tener un editor que también era poeta y quien me permitió escribir con la objetividad del periodismo y con el lirismo de la poesía; en un ejercicio que me ayudó mucho a lo largo de mi carrera. En aquella escuela me di cuenta de la importancia del lector y del papel que juega; ahí le empecé a sentir más próximo, como si estuviese del otro lado del papel. Luego, con la escritura literaria y su lector mucho más ausente, que pasa a existir de forma casi abstracta, rescaté del periodismo la forma de concebir al lector y así fue como para mí al escribir textos o poesía, el lector está ahí, a mi lado, casi como si me estuviese escuchando.

Usted es mozambiqueño, pero también portugués, aquí vinieron sus padres desde Portugal. Habiendo luchado por la independencia de su país e incluso en su guerra civil ¿cómo reconcilia esas dos identidades y pertenencias en el Mozambique de hoy? ¿Qué relación tiene con la lengua portuguesa, la de sus antepasados, pero también la de los colonizadores? ¿Le representa algún conflicto?
Creo que es una bendición tener identidades mezcladas, en el fondo amo esa parte mía que me viene de Portugal, de Europa, de la religión católica y al mismo tiempo acepto y me enorgullezco de toda esa otra parte mía que es africana. Las personas debemos comprender que tener múltiples identidades no es un problema sino una riqueza, las identidades no se excluyen, sino que se combinan; no hay nadie que tenga una identidad pura, todos somos resultado de alguna mezcla.

¿En qué está trabajando actualmente?
Estoy trabajando en una novela situada en Beira, mi ciudad natal, durante los años de la guerra independentista en los que la ciudad, que era completamente blanca, despertó de repente a los horrores de la guerra. Mi intención es reflejar la ficticia realidad en la que se vivía en aquella época mientras el mundo en derredor cambiaba a un ritmo tan acelerado.

Trilogía de Mozambique, su más reciente libro editado en castellano, es su obra más ambiciosa. Una épica de portento narrativo que engloba sus ideas, su estilo, su cosmovisión y la historia de Mozambique, y de Portugal, en el paso del siglo XIX al XX. ¿Podría decirse que se trata de la obra más madura y personal de su carrera literaria?
Es un libro que me tomó mucho tiempo y esfuerzo, de investigación, en viajes, lecturas y consultas. ¿Es acaso el libro en el que mi alma está más presente? La verdad no lo sé, ese quizá no llegue nunca. 

II. África

“Hasta que los leones no se inventen sus propias historias, los cazadores serán siempre los héroes de las narraciones de caza.”
Proverbio africano
La confesión de la leona (Edicions del Periscopi, 2016)

De cierta forma, África lo es todo para Mia Couto. Su lugar de nacimiento y su lugar de residencia. La protagonista de su obra literaria y su referente continuo. Sin embargo, para muchos de nosotros del otro lado del Atlántico, África es la eterna desconocida. ¿Cómo define África a Mia Couto y cómo define Couto a África?
Creo que la definiría como mi casa, un lugar en el que me reconozco como persona; es la casa en la que nací y en la que continúo naciendo. Aunque me refiero a esta África que es Mozambique, mi lugar, y que es completamente diferente de otras naciones africanas, puesto que África es un concepto muy vasto, mucho más grande. Lo que probablemente sea común a todas es cierta capacidad de escuchar y de vivir historias; de construirse a través de éstas; y de tener una relación con lo divino, una relación muy abierta y tolerante. Una relación que permite que los dioses, siempre en plural, sean muy próximos y familiares. Los dioses aquí pertenecen a la familia, no a la institución. Lo que quiere decir que aquí, en África, no se reza, aquí se conversa con los dioses. Es como si el cielo estuviese tan cercano que se pudiese casi tocar.

En este contexto, ¿se puede hablar de África como un todo o, por el contrario, de muchas Áfricas?
Cuando se percibe a África como una cosa única, homogénea, no solo se ofende la diversidad del continente; sino que se profesa una ofensa contra nuestra propia idea de especie humana. Porque en realidad, el ser humano nació en este contexto africano y por ello África tiene tal diversidad genética, cultural y lingüística. Considerar a África como una sola cosa sería una reducción, una negación, de la que para mí es la más importante condición humana: su diversidad.

Si hay un continente que conoce en primera persona dos de los azotes más terribles de nuestro tiempo, la xenofobia y el nacionalismo, es África. ¿Cómo combatir estas dos amenazas del siglo XXI desde la literatura y desde África?
Yo creo que una de las maneras más eficaces es combatir el miedo. Hemos sido presas de un discurso muy nihilista, casi apocalíptico, en el que pareciera que el mundo se va a acabar. Este discurso, acompañado del discurso ambientalista o de los discursos políticos de izquierda o derecha, ha ayudado a fundamentar el temor y la ansiedad sobre el fin del mundo. Y dicha ansiedad explica en gran medida la angustia de construir identidades que llevan a escoger al “salvador” del momento. Considero que es importante elaborar un discurso más sereno y pensar que probablemente esta gran crisis global se siente como crisis de fin del mundo porque sus efectos están golpeando a lo que por siglos ha sido considerado como el centro del mundo: Europa. El viejo continente piensa que como Europa se está desmoronando, la humanidad entera también se está desmoronando, pero no es así. África ya ha vivido en varias ocasiones el fin del mundo. Durante el período de la esclavitud, por ejemplo, cuando millones y millones de personas fueron arrancadas del continente contra su voluntad, África vivió la sensación de fin del mundo. 

La tradición oral en África rebosa de fábulas y alegorías, algo que usted ha sabido reflejar de manera sublime en toda su obra, ¿es dicha añeja tradición fuente esencial de la literatura africana?
Las primeras historias que nos cuentan de niños, independientemente de si seamos europeos o africanos, son historias en las que no existen las fronteras entre lo humano y lo animal, que hablan de duendes y hadas. Por ello creo que se trata de algo universal, más que africano, aunque sea el africano hoy quien mejor las entienda al carecer de fronteras mentales entre la realidad y la magia.

África vivió el colonialismo del siglo XIX y también el del siglo XX. Ahora parece estar sometida por el del siglo XXI, el comercial liderado por China. ¿Cuál será, desde su punto de vista, el futuro del continente? ¿Habrá en algún momento de librarse?
Me resisto a pensar que el colonialismo tenga causas externas, es impreciso decir que el autor del “mal” cambió y ahora es China, en lugar de Europa. Lo que tendríamos que cuestionar es el tipo de relación que tiene África con otros países. Esa relación es aún colonial; es decir, África continúa siendo, como en los siglos XVIII, XIX o XX, exportador de materias primas e importador de productos terminados y continúa teniendo una relación de dependencia con el resto del mundo. Y esta es una situación que los mismos africanos tendríamos que ser capaces de cuestionar para eventualmente cambiar, pues los falsos discursos nacionalistas de muchos líderes políticos del continente, que se han beneficiado de esta situación, solo buscan perpetuarla.

Usted es un consabido partidario de las numerosas luchas del continente africano, muchas de entre ellas perdidas. ¿Cuál diría que es la batalla más importante para África hoy en día que aún no se ha librado, pero debe necesariamente batirse?
El reconocimiento de sí misma, la manera en que se ve a sí misma con una mirada introspectiva; puesto que muchos de los criterios de visibilidad de África fueron lamentablemente importados. En Mozambique, por ejemplo, carecemos de un criterio para pensarnos a nosotros mismos de manera crítica. ¿Quiénes somos? ¿cuál es la identidad mozambiqueña? 

III. Mozambique

“Sólo tenía un medicamento para curarse: era contar su historia.”
Tierra sonámbula (Alfaguara, 2019)

En su novela La confesión de la leona se percibe una denuncia, oportuna y coyuntural, de la situación de la mujer en Mozambique, que tiene eco también en muchas otras partes del orbe. En la época del Me Too y del debate sobre ideologías de género, ¿cómo congeniar la visión que justifica los usos y costumbres de un lugar con la que exige la equidad de derechos y oportunidades?
Mi posición es de mucho compromiso con esta lucha, aunque siento que es una lucha que debe darse de manera conjunta con otras luchas. Vivo en un país en el que la violencia contra la mujer es una cosa con niveles de crueldad enormes; pocos lugares peores que Mozambique en este sentido. Aquí la mujer es agredida y violada sistemáticamente, aquí es permisible que un hombre viole a una niña de seis o siete años como parte de un proceso de sanación, pues existe la creencia de que ciertas enfermedades sólo se curan teniendo relaciones sexuales con una virgen. Es una lucha que ha pasado desapercibida en el mundo porque estamos en un lugar tan alejado del resto. Es una lucha que comenzó hace mucho tiempo y que para ganar tracción debe juntarse con todas las demás luchas, contra el racismo, la xenofobia, la pobreza; porque las luchas fragmentadas, que son muchas, separadas por identidades, se convierten en una lucha que vuelve mucho más frágil el movimiento para cambiar al mundo de forma radical.

Su juventud está asociada con militancias políticas y compromisos ideológicos, son conocidas sus relaciones con el Frente de Liberación de Mozambique (Frelimo), por ejemplo. Hoy el mundo parece transitar hacia un nuevo paradigma en el que predominan nuevos autoritarismos y populismos que, paradójicamente, llegaron por medios democráticos al poder. Mozambique y África, en general, son relativamente jóvenes en lo que a democracia se refiere, y aún así viven quizá con mayor intensidad que otras partes esta transición global. ¿Cuál es su lectura del momento por el que atraviesa el planeta en este sentido? ¿qué podemos esperar de este nuevo paradigma en gestación?
Estoy tan perdido como todos sobre la forma que tendrá este nuevo paradigma. En mi adolescencia, durante mi formación como persona, esa carga europea que existe dentro de mí me enseñó a tener miedo a lo desconocido, miedo a no saber. Pero mi lado africano me enseñó a convivir serenamente con esa ignorancia. Por ello no tengo y no comparto esa angustia. Hoy he aprendido incluso a disfrutar del no saber porque ello me lleva de una manera completamente aquiescente a emprender una búsqueda de las respuestas. Como sociedad parecemos tener horror al vacío, a la falta de respuestas, y eso nos lleva a distraer nuestra atención de lo que es realmente importante y a gestionar el mundo de forma equivocada.

Usted vivió en carne propia una guerra. Aquella que siguió a la Revolución de los claveles, la deposición de Salazar y la independencia de Mozambique. Una guerra que se alargó casi veinte años. ¿Son las guerras desde su punto de vista inevitables o necesarias?
Yo creo que las guerras siempre inician antes del primer disparo y se prolongan mucho más allá del último tiro. Y en cada contexto el término guerra resulta relativo: por ejemplo, aquí en Mozambique, aunque se haya firmado la paz hace tiempo, todos estamos conscientes de que las circunstancias que en un inicio nos llevaron a la guerra siguen presentes, mientras que en Brasil mueren cientos de personas al día como resultado de la violencia sin que a ello se le llegue a llamar guerra.

Tierra sonámbula es un recuento crudo, quizá necesario, de uno de los periodos más difíciles de la guerra civil en su país. Una guerra que usted conoce muy bien. A tantos años de distancia, y más de una década de firmada la paz, ¿considera usted que dicha guerra trajo consigo el resultado esperado? ¿cuál si no es el legado de dicho conflicto para el Mozambique actual?
El legado principal de la guerra es la aceptación de la diferencia como una cosa cultural. La historia inicial del Mozambique independiente fue marxista y asumía como virtud la dictadura del proletariado; la nación mozambiqueña era una sola en la que todos pensábamos de una única manera. Eso influyó en el inicio de la guerra, que luego se alimentó de algunas tensiones internas nacidas de esta manera de ver a Mozambique como una entidad monolítica en la cual la capacidad de tolerar la diferencia era impensable. La guerra, de una manera muy dolorosa y cruel, nos enseñó que el diálogo y la aceptación de las diferencias eran las únicas vías para salir adelante. Esa para mí fue su mayor victoria.

Al ser uno de los autores mozambiqueños más traducidos y uno de los escritores africanos publicados en mayor número de lenguas extranjeras, ¿qué tan importante considera que es el rol de la traducción? ¿Qué tanto debe leerse literatura africana en otras lenguas para entender mejor al continente, y dejarlo de ver con ojos foráneos para comenzar a entenderlo con su propia mirada?
La traducción y el rol del traductor son esenciales para el engranaje de la industria editorial y para los autores mismos. Y aunque hay muchos factores involucrados, lo que veo con cierto optimismo es el hecho de que cada vez más autores africanos están trascendiendo las barreras del gueto folclórico y son entendidos en su sentido más universal. Aun así, falta mucho por avanzar, debemos dejar de ver al autor africano como un guía para leer al continente y empezar a verlo como escritor con un valor intrínseco, como literato.

IV. Mundo

“El mundo no es lo que existe, sino lo que ocurre.”
Dicho de Tizangara
El último vuelo del flamenco (Alfaguara, 2016)

A lo largo de su vida se le ha comparado con autores tan inconfundiblemente latinoamericanos como Gabriel García Márquez y a su obra se le ha descrito en términos similares a los usados al hablar del inconfundible realismo mágico de nuestro continente. ¿Acaso esa particular narrativa que mezcla tiempos y espacios, a vivos y a muertos, mitos y realidades, hermana a África con América Latina? 
Sí, aunque siempre que hablo del tema lo hago con cierto cuidado. Primero porque no me gusta mucho el término y segundo porque pensar que el realismo mágico es una narrativa particular de los latinoamericanos o de los africanos es errado, depende de la escuela de análisis literario que uno utilice. Quién dice que en Europa no hay plumas que tengan que ver más con la magia que con la realidad. Habría incluso que preguntarnos cuál es la diferencia entre magia y realidad, aunque no voy a entrar en debates ni voy a intentar deshacer ninguna categoría ni clasificación. Lo que creo es que como africanos tenemos una gran deuda con la denominada literatura de realismo mágico y con todos sus autores. Yo, en particular, tengo una gran deuda con Juan Rulfo, quien para mí fue de una manera mucho más profunda de lo que García Márquez, o cualquier otro autor, el que convidó y autorizó a reconocer estos géneros propios como una manera válida de contar nuestras historias. Porque ésa es nuestra manera de contar historias, no es que fuésemos a América Latina a buscar, sino que los latinoamericanos fueron los primeros en afirmar mundialmente que ésta es una manera de hacer literatura que no es ni exótica ni étnica, sino que es en sí literatura.

Usted es biólogo, nativo de una de las regiones del planeta más emblemáticas por su biodiversidad, su obra misma está empapada de ésta. ¿Cómo enfrenta, en tanto biólogo y literato, la lacerante amenaza de la emergencia climática actual?
Creo que los ambientalistas deben evitar que este problema sea sólo visto como un problema ambiental que puede resolverse solamente a través de reivindicaciones ecologistas, pues también hay causas políticas y económicas detrás. Razones que deben de ser atacadas desde la raíz, pues las grandes degradaciones ecológicas que sufrimos en Mozambique tienen también que ver con miseria, con políticas públicas erradas, con responsabilidad de grandes empresas y también con responsabilidad de las prácticas de supervivencia de las comunidades locales. No es que esté en contra de los movimientos ecologistas, sino de la idea creada por su lucha que nos lleva a pensar, por ejemplo, que la Amazonia es un problema ambiental cuando en realidad se trata de un problema de uso de recursos y un problema de naturaleza política y económica. Es necesario aprovechar el momento para crear conciencia crítica sobre las razones de esta gran crisis que enfrentamos.  

Hoy más que nunca, muchos consideran a la libertad de expresión amenazada de muerte. Regímenes autoritarios, desde Rusia hasta Venezuela, la subyugan y ataques constantes por quienes antes la defendían, como los Estados Unidos en la era Trump, vulneran su integridad y la de quienes por ella luchan. En la era del “fake news” ¿está realmente la libertad de expresión amenazada, y en su caso cuál es el rol que debe jugar el periodismo para defenderla?
Creo que los avances tecnológicos que de forma democrática han puesto a disposición de todos nosotros medios de comunicación tan poderosos como lo son los teléfonos inteligentes no se han dado a la par de avances educativos, necesarios y urgentes, que puedan llevarnos a hacer una lectura crítica de aquella información y noticias que recibimos a través de nuestros móviles. Y esta formación en el pensamiento crítico es la única que podría contrarrestar el uso político de la mentira como lo vemos hoy en día. Uno de los problemas más importantes que enfrentamos es el fallo de las grandes narrativas, la del estado, la de la nación, la de la religión, la de la patria; por eso las personas necesitan enriquecer su vida de alguna forma a tal grado que aceptan todo, incluso la mentira. 

Al español y al portugués les hermanan como lenguas muchas cosas. Son hijas de la misma madre y también mundos distintos y en ocasiones inconexos. ¿Tendría que haber más vínculos entre esos dos mundos en la península ibérica, a ambos lados del Atlántico y entre Brasil y sus vecinos?
No es que Brasil no se reconozca como parte de América Latina, sino que vive como si fuese un continente aparte, en solitario. Hay mucha gente que lo justifica por su tamaño, pero yo creo que hay razones que van más allá. Brasil en este sentido, siendo el país más grande de habla lusa, tendría que dar el primer paso, no podría hacerlo un país más pequeño y de recursos limitados como Portugal. El problema es que Brasil ni siquiera lo intenta con países africanos de su misma lengua, vive presa del gobierno en turno que, en la actualidad, tristemente, distará de cualquier esfuerzo en la materia. Y eso es una verdadera pena.

La riqueza de su prosa, de sus versos y de su narrativa está salpicada de la inmensidad de la sabiduría y las cosmovisiones de la multiplicidad de culturas y pueblos mozambiqueños, ¿diría usted que África es su fuente primigenia de inspiración?
Sin duda, entendida en su multiplicidad de significados.

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(Ciudad de México, 1977) es diplomático, periodista y escritor; su libro más reciente es “África, radiografía de un continente” (Taurus, 2023).


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