Foto: Mariana Sevilla de los Ríos / Cortesía editorial Anagrama

Entrevista con Álvaro Enrigue: “La historia no existe. Existen algunos archivos que interpretamos siempre a conveniencia”

En 'Tu sueño imperios han sido', el escritor mexicano imagina una posible conversación entre Hernán Cortés y Moctezuma.
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El escritor mexicano Álvaro Enrigue sorprende con una ficción fantástica en Tu sueño imperios han sido (Anagrama, 2022). En esta novela, Enrigue imagina el final de los mayas al tiempo que parece iniciarse uno de los tantos comienzos de la colonización hispana en América Latina. La narración del autor, ágil y en ocasiones macabra, se organiza alrededor de una posible conversación entre Hernán Cortés y Moctezuma. 

¿Cómo se construye Moctezuma, o este Moctezuma al menos, en pleno siglo xxi?

Mayormente con cariño. Pero a ver. Tenemos un solo testimonio directo de lo que sucedió entre abril de 1519 y noviembre de 1521: la carta que escribió Cortés después de que lo echaron de Tenochtitlan. Y es un documento definitivamente poco confiable, que puede ser leído en clave de comedia. En la primavera de 1519 desembarca en Veracruz y avisa en la corte de que fundó un municipio y que como autoridad municipal ha decidido cambiar la expedición de exploración a ocupación. Y no vuelve a escribir hasta el verano de 1520 –ya hasta hay un nuevo rey–, cuando ya lo expulsaron de la ciudad, sus soldados están mermadísimos, perdió el tesoro y no sabe si los Tlaxcaltecas, que lo apoyaron en la entrada triunfal de 1519, van a seguir de su lado. Es una carta como esos correos electrónicos que escribimos un año después, con la cola entre las patas, y comenzamos con: “Perdona que responda hasta ahora, pero es que tuve mucho trabajo.” En ese testimonio Moctezuma queda fatal, pero en todo lo demás que sabemos de él aparece como un gobernante enérgico y eficiente, un reformista, un militar ambicioso y brillante. En el momento en que llegaron los conquistadores era un hombre de cincuenta y pocos, a quien todo le había salido muy bien toda la vida y pasaba por una racha de mala suerte de campeonato. Si piensas que estaba deprimido –yo conozco bien a ese animal– ambas narrativas cuajan. En la novela está de malas, paralizado por la ansiedad, falto de batería y centro, tratando de recurrir a un último fondo de conocimiento político y militar –que no le ha dado resultados últimamente–. Y busca sabiduría donde la buscaría alguien en su sitio y su tiempo: los hongos mágicos –y otras sustancias igual de divertidas– que le permitan vislumbrar lo que sí pueden ver sus dioses. Si propones esa teoría, puedes hacer un drama cursi y esotérico o puedes hacer una comedia psicodélica. Me decanté por lo segundo porque una novela es como una relación sentimental larga: vas a pasar mucho tiempo en esa casa, en esa mesa, y esa cama, así que más te vale que sea divertida.

El uso del humor, ¿beneficia o extravía al lector de una ficción histórica?

Habría que tener una idea muy rara de la historia para pensar que es una novela histórica. Es literatura fantástica construida con materiales históricos. Los libros son de quienes los leen, así que cada quién los acomoda en el estante que quiere, pero yo la veo más cerca de El Aleph o La noche boca arriba que de, digamos, El águila y la serpiente. Dicho eso, de acuerdo con las instrucciones que nos dejó Cervantes, una novela es el opuesto exacto de la épica y su pompa: su función es reírse de todo lo que te haría regañable precisamente porque te da risa. Anotando aquí, en nombre de la honestidad intelectual, que Cervantes le tenía un respeto monumental a la figura de Cortés –en el Quijote lo compara con Julio César.– Pero cada quién se ríe de lo que se le da la gana.

En un momento de la novela, o del corazón del imperio, se nos dice lo siguiente: “… no les quedaba más que fingir que no tenían miedo”. A lo largo de la lectura se deja de percibir a los otros como a los otros y a los suyos como a los suyos; los “bandos”, por decirlo de algún modo, se desvanecen, las líneas flaquean.

Daniel Defoe decía en The political history of the devil –un libro de puritano loco–, que en la conquista de México habían peleado el Diablo contra Satanás. Lo decía en mal plan, pero el chiste es buenísimo. Me imagino que cuando Moctezuma y Cortés se sentaban a comerse una trucha al pipián o unos tacos de pato, no tenían idea de que sus diferencias iban a terminar produciendo el que tal vez sea el hecho más transformador de la historia, de que iban a salir en un infinito de cuadros y murales –mayormente horrendos–, de que se iban a escribir óperas, poemas, dramas, volúmenes y volúmenes de historia sobre ellos. Eran un marciano y un vivales, apoyados en dos tropas de niños –todos, menos ellos, eran muy pero muy jóvenes–. Y los personajes realmente principales del relato –Jazmín Caldera, Gerónimo de Aguilar y Malinalli, la princesa Atotoxtli, el alcalde de Tenochtitlan– son gente como nosotros: encuentran insoportables al marciano todopoderoso y el machín que siempre cree que puede salirse con la suya. 

Como dice en la novela, a veces una expedición puede convertirse en la historia de toda una patria. ¿Es posible reconstruir la Historia con mayúsculas desde la ficción? ¿O simplemente se nos concede contar las que son más chiquitas para representar el fresco final?

La historia no existe. Existen algunos archivos que interpretamos siempre a conveniencia. O en ánimo de ofender un poquito.

¿Cómo es trabajar la sensualidad o dotar de gusto estético a un grupo de extremeños que al atravesar el charco se pensaron conquistadores? 

Está esa línea en la Historia Verdadera de Bernal Díaz del Castillo en la que, acampando en lo que hoy es Amecameca, los soldados ven Tenochtitlan a la distancia, en el medio del lago, y la única referencia que tienen para entender lo que les está pasando son las novelas de caballería que llevaban en los sacos de campaña y se pasaban unos a otros. Y hay un tema técnico: el personaje principal del libro es la ciudad. La novela debería ser –o esa era mi idea– una máquina de sentir Tenochtitlan. Así que necesitaba al menos un par de conquistadores con un sistema de referencias renacentista completo para que se la filtraran al lector. No creo que haya habido ningún conquistador que, como Jazmín, hubiera hablado con Michelangelo Buonarroti; no creo que Gerónimo de Aguilar, el traductor que había sido esclavo en Akumal –seguro pasaste por ahí para ver la reserva de tortugas marinas cuando fuiste a Cancún– hubiera estado alguna vez en París y hablara griego. Pero cuando algo entra en una novela, a la única ama a la que sirve es esa novela, así que hay que deformar gentilmente a los personajes para que entreguen lo que tienen que dar sin dejar de ser creíbles.

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Andrea Toribio (Madrid, 1993) hace la tesis sobre 'Cuadernos de todo', de Carmen Martín Gaite, es editora y escritora. Ha publicado 'Geografía azul' (Ebediziones, 2014) y 'Crecimiento radial. Cuaderno de notas' (Eirene, 2018).


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