Entrevista con Miguel Ángel Hernández: “Es más difícil hacer una novela fácil que una novela difícil”

En Anoxia (Anagrama, 2023), la novela más reciente del escritor murciano, siguen apareciendo todos sus temas y su particular mundo de preocupaciones, pero da la sensación de estar escrita por otro autor.
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El tema de Anoxia ya estaba en las primeras publicaciones de Miguel Ángel Hernández, escritor y profesor de historia del arte en la Universidad de Murcia; estaba en Infraleve. Lo que queda en el espejo cuando dejas de mirarte (Editora Regional de Murcia, 2004), estaba también en Cuaderno […] Duelo (Nausicaa, 2011). Y, por supuesto, en sus otras tres novelas publicadas ya en la editorial Anagrama: Intento de escapada (2013), El instante de peligro (2015) y El dolor de los demás (2018).

El autor, de visita en Barcelona para presentar Anoxia, explica que aquí también el tema central del libro es la idea de “cómo el arte registra el duelo. La memoria del duelo: cómo el arte, las palabras y las imágenes registran la memoria y sirven para hacerse cargo de lo que ha pasado y seguir caminando. La potencia de la representación para hacerse cargo de lo perdido”. Y es que es este, al fin, el tema de toda su narrativa. La particularidad ahora, y que marca una distancia importante sobre su obra previa, es que se trata de una novela de ficción-ficción. “He intentado contar la historia de la manera más lineal posible, sin capas experimentales; he querido que la experimentación esté en la manera de expresarla, pero que se lea como una novela, y que la pueda leer un lector normal”, cuenta Miguel Ángel Hernández. En este caso, los personajes no tienen nada del autor. En las otras novelas, a pesar de ser también ficción, “siempre tenían muchas cosas mías. Estaban bien, pero con esta novela me he dado cuenta de que sé hacer novelas”, afirma. En este sentido, cree el autor que “Anoxia es la culminación de mis tres novelas anteriores, que desembocan en una novela de verdad”. Y añade: “a lo mejor ya no vuelvo a hacer una novela más en la vida, porque ya la he hecho: es esta”.  

Miguel Ángel Hernández está muy orgulloso de este libro, porque le ha costado “levantarlo muchísimo y porque pienso que hasta que no he escrito esta novela no me he creído que puedo escribir una novela”. Se trata del libro con el que más dudas ha tenido, “el que más me ha costado, y cuando lo terminé no estaba convencido, pero ahora sí. Es una novela aparentemente más sencilla de hacer. Pero es que, a veces, lo más sencillo es lo más difícil. De hecho, es más difícil hacer una novela fácil que una novela difícil”.

El escritor fue convocando la novela en las páginas de su diario “Tiempo por venir”, que publicaba en el diario La verdad allá por el 2019. Pero no terminaría el primer borrador hasta el verano de 2020, y tras él, ha habido diez reescrituras más. Anoxia es la crónica de un triunfo, en el sentido de que un escritor tira de raza para sacar adelante un proyecto que parece no querer boquear, pero es también la historia –metafórica– del triunfo de su protagonista, Dolores, “que no puede respirar al principio y, al final, acaba respirando”. Así, la novela está concebida como un “ejercicio de respiración. Alguien que empieza a tomar aire, al principio no puede y, al final, acaba respirando”. En un tercer nivel, Anoxia se refiere al declive medioambiental del ecosistema del Mar Menor (en Murcia, donde está situada la trama del libro) y al hecho de que la falta de oxígeno en el agua, el exceso de nutrientes y la acción humana han provocado que la biodiversidad de este ecosistema se haya trastocado. El resultado: los peces se quedan sin aire, y mueren.

La fotografía postmortem

La novela comienza con una llamada que recibe la protagonista, Dolores, que tiene un estudio de fotografía. Un hombre misterioso le hace un encargo: fotografiar a un difunto. A partir de aquí, la relación con este hombre, Clemente, un anciano fotógrafo (ya casi retirado) y especializado en mantener viva la tradición de fotografiar a los muertos, se irá afianzando y ambos conformarán un peculiar tándem de fotógrafos. Ambos viven en un pueblo (sin identificar) del Mar Menor, aunque Clemente ha pasado la mayor parte de su vida en Francia (allí emigró, a un pueblo cerca de Marsella, en la veintena, y allí vive también ahora un hijo con el que parece no tener ninguna relación). En el trasfondo del relato se halla una meditación sobre el duelo: aquella que tiene que ver con el marido de Dolores, que falleció diez años atrás en un accidente de moto (y del que Dolores todavía no se ha recuperado) y la de la mujer de Clemente, también fallecida (aunque más recientemente) y sobre la que pesa una inquietante intriga, que tiene que ver con el enigma de un daguerrotipo y lo que otorga a Anoxia un cierto toque de thriller. 

Mientras escribía, Miguel Ángel Hernández se dio cuenta de que en sus novelas siempre había muchas mujeres, pero siempre desde el punto de vista de un hombre. Así, su desafío fue tratar de entender el duelo de un personaje femenino, “ese que se supone que es tan radicalmente diferente al de uno, al situarte en la mente de alguien que no eres tú”. De ahí que optara por un tono más bien frío, con una cierta distancia, para que la gravedad y truculencia de la historia pudieran seguirse sin melodramas, y se decidiese por utilizar la tercera persona, dejando atrás su idea inicial de servirse de una suerte de alter ego que funcionaría como un narrador testigo que contara la historia de Dolores. Con ello, el centro de la novela se halla en la mirada de ella, que se despierta de nuevo precisamente gracias a la pasión por la fotografía, gracias a su relación con Clemente. Por otro lado, también se le despierta el cuerpo, aletargado durante todos los años del duelo, y gracias a otro hombre: Alfonso, un burócrata sin escrúpulos y responsable del Archivo Fotográfico de la Región de Murcia.

Este es también uno de los temas fundamentales de la narrativa de Miguel Ángel Hernandez: “el cuerpo, lo material”. Y que tiene que ver con la fotografía, que es táctil, “una fotografía que se toca, que se apresa, que se mete en un álbum, que se acuna, que hay que llevarla como se lleva un cuerpo”. Al fin, lo que descubre Dolores (y gracias a lo que comenzará a aprender a respirar) es el deseo: el deseo del arte, y el deseo del cuerpo otro. Lo que, en última instancia, le permite sentirse parte del mundo, alguien que está corporalmente en el mundo. Entretanto, la novela nos conduce por una tensión constante entre la fotografía que salva y el cuerpo que condena. “Es esa idea de estar lejos, de la distancia que se teme, y la cercanía que es necesaria”, dice el escritor murciano; una fricción de distancias que, al final, se resolverá a favor de ambas: a favor del cuerpo y a favor de la imagen. Dolores aprende a respirar. No sabe qué será de su vida, no sabe hacia dónde se dirigirán sus pasos. Pero lo que aprende es a respirar, a estar en el mundo, y también a mirar el mundo con una visión fotográfica, y apasionada.

La cámara lúcida

Decíamos antes que Anoxia estaba concebida como una novela sin más experimentos formales que los propios de una narración lineal. Sin embargo, si se desgaja el poso ensayístico de la narración, “el libro es una teoría de la memoria”, dice Miguel Ángel Hernández. Y ahí está muy presente Walter Benjamin, su idea del presente en el pasado, pero están también las ideas de Sontag. De cualquier forma, y como confirma el propio autor, debajo de todo está Roland Barthes y La cámara lúcida.

Hablando de fotografías, y al preguntarle por qué no incorporarlas en el libro, ya que precisamente la imagen es el pilar de la historia, el autor responde que estuvo tentado de incluir las imágenes a las que se hace referencia en la novela, o acaso un daguerrotipo del Mar Menor (para documentarse el propio Hernández participó en un curso de daguerrotipo), pero se dio cuenta de que “tiene mucho más potencial no verlas. Es un libro lleno de imágenes, pero creo que es mejor que queden fuera de campo, porque eso le da más agencia al lector, más potencia para imaginar”, comenta. 

Además de los temas mencionados, hay dos más (también alojados en el núcleo de las preocupaciones narrativas del autor) que se incluyen en esta novela: la cuestión de los padres sin hijos, y el orgullo de lo local, la idea de ser de pueblo. A Hernández le preocupa mucho “la responsabilidad de los hijos con los padres y de los padres con los hijos. Esa idea de qué han de hacer los hijos con los padres y, al revés, qué hacemos los padres con los hijos, si los queremos para nosotros o los dejamos que hagan su vida”. En Anoxia esto se ejemplifica con el hijo del anciano Clemente, por un lado, que no quiere ir a cuidar a su padre (ni, de hecho, quiere saber nada de él) cuando cae enfermo y, de otro lado, al hijo de Dolores, que estudia en la Universidad de Murcia y apenas vuelve al pueblo a ver a su madre, que no concibe que este no comparta con ella su sufrimiento, su dolor, su soledad. Sobre lo local, nos dice Miguel Ángel Hernández: “Es un tema muy mío, también, el pueblo. Y hay algo de ese orgullo de pueblo, de orgullo de lo cercano, de volver a mirar lo cercano, que está en Anoxia. Dolores, de hecho, se da cuenta de que le interesa la potencia social de la fotografía para documentar lo cercano.” 

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José de Montfort es escritor y crítico literario.


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