Entrevista con Yan Lianke: “La esperanza de la literatura está en contar la realidad no permitida”

La obra literaria de Lianke retrata con brochazos de realismo mágico la excepcionalidad contemporánea china. Candidato recurrente al Premio Nobel, apenas es reconocido en su propio país.
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Yan Lianke toma asiento en la cafetería de un centro comercial de Pekín sin que nadie a su alrededor repare en su presencia. El joven de pueblo que en los setenta abandonó los campos de la provincia de Henan para alistarse en el Ejército Popular de Liberación es hoy uno de los escritores chinos más reconocidos en el extranjero, candidato recurrente al Premio Nobel y al Princesa de Asturias. No así en su país de origen. Su obra literaria, que retrata con brochazos de realismo mágico la excepcionalidad que caracteriza a la China contemporánea, es aquí presa de la censura gubernamental y en parte inaccesible. La penúltima de sus novelas, La muerte del sol (Automática Editorial, 2020) acaba de salir publicada en España. Camuflado entre el gentío, Yan Lianke rompe a hablar.

¿Qué lleva a un escritor al Ejército o a un soldado a la literatura?

Me hice soldado solamente por una razón: para no morir de hambre.

Pese a ello, fue militar durante 25 años y llegó a ostentar el rango de coronel. ¿Qué tienen en común las armas y las letras?

Cuando estaba en el Ejército mi principal ambición era ascender en el escalafón. Como formaba parte de la división de propaganda, mi cometido consistía en preparar informes para mis superiores. Pero antes de ser soldado ya me encantaba la literatura y escribía mucho. Por el día escribía informes, por la noche novelas. Para mí escribir siempre ha sido una manera de escapar.

¿Cuándo se convirtió en una pasión?

Hasta los veinte años nunca había visto una novela extranjera y creía que todos los libros del mundo eran revolucionarios como los chinos. Pero cuando me nombraron bibliotecario de mi unidad descubrí una adaptación de Lo que el viento se llevó. Me llamó la atención porque en la portada salía una fotografía de la protagonista, me pareció guapísima. En tres noches consecutivas leí los tres tomos con la ayuda de una linterna. Pensé que era un libro fantástico, porque nunca antes había encontrado una historia de amor. A partir de entonces dediqué todo mi tiempo libre a leer novelas extranjeras.

Su Crónica de una explosión (Automática Editorial, 2018) guarda muchos paralelismos con Cien años de soledad, obra cumbre del realismo mágico. Usted adapta este movimiento por medio de una nueva corriente a la que se refiere como realismo espiritual. ¿De dónde surge?

Cualquier género es una prolongación del realismo, pero este ya no tiene más caminos tras más de cien años de desarrollo. Además, la vida que percibimos no es la vida en sí, la verdadera vida. La verdadera vida no tiene fronteras ni límites y hay una dimensión quizá escondida a nuestros ojos o que no nos atrevemos a reconocer que existe.

Esa cara oculta, la cual usted pretende capturar en su retrato de la China contemporánea, ¿es el sufrimiento de generaciones pasadas?

Mi gran motor a la hora de escribir es mostrar el dolor de la historia y de la gente. Yo también formo parte de las generaciones pasadas.

Un símbolo recurrente en su obra es presentar la agricultura, en particular el maíz, como receptor del sacrificio humano. Un sacrificio, por otra parte, poco rentable. En Los cuatro libros (Galaxia Gutenberg, 2016), por ejemplo, el protagonista alimenta los brotes con su sangre. ¿Sirve también para ilustrar el esfuerzo y compromiso que requiere un trabajo literario como el suyo en un país como este?

Nunca he calculado si es rentable o no. Esos maíces representan el espíritu de supervivencia, y eso en sí mismo es un tesoro que ya merece la pena. Con mi literatura sucede lo mismo.

Su obra goza de amplio reconocimiento internacional, quizá no tanto a nivel doméstico. En gran medida porque se trata de un trabajo incómodo para el gobierno. ¿Por qué no hacer literatura cómoda? ¿Cuál es su compromiso?

La realidad es la primera razón. Esta, de nuevo, no tiene límite ni fondo. Por eso cuando escribo no pienso si lo que estoy haciendo es demasiado sensible para las autoridades, solo aspiro a reflejar lo que he visto. En segundo lugar, ya son muchos los que escriben sobre la realidad que está permitida. La esperanza de la literatura reside en aquellos que aspiran a contar la realidad que no está permitida o que no ha sido vista por la mayoría. La tercera razón es que escribo para mí mismo, no para los lectores. Por supuesto que quiero que mis libros sean publicados y que gusten, pero no tengo otra motivación que mi mundo interior. Si los lectores en China solamente tienen en cuenta el reconocimiento nunca podrán leer cosas de calidad. Y yo no quiero ser prisionero del reconocimiento. Es posible que mis libros no tengan ningún lector hoy, pero albergo la esperanza de que los tengan mañana. Mi problema es cómo mantener un valor artístico para ellos.

¿Cómo le hace sentir el hecho de que sus compatriotas no puedan acceder a la mayor parte de su trabajo?

Ya estoy acostumbrado. Si no puedo publicar un libro, lo imprimo por mi cuenta y lo regalo a doscientos o trescientos amigos. Es una lástima, sí, pero no porque sea una lástima voy a cambiar mi propósito a la hora de escribir.

Cuando escribe un libro, ¿ya sabe dónde están las líneas rojas? ¿Cómo es su relación ellas? En el pasado confesó practicar cierto grado de autocensura.

Soy consciente, como tantos otros autores chinos, de que hay ciertas líneas rojas que son intocables: la Revolución Cultural, la Gran Hambruna… Tiananmen es la línea roja entre las líneas rojas. Ni siquiera puede mencionarse. Durante una época puse en práctica cierta autocensura con el propósito de que mis libros fueran publicados. Escribí tres o cuatro novelas siguiendo esta idea. El sueño de la aldea Ding (Automática Editorial, 2013), por ejemplo, es una de ellas, pero ni siquiera así pasó la censura oficial. Al final dejé de hacerlo: lo intenté durante mucho tiempo y no sirvió de nada. Desde entonces he tratado de liberarme, contar lo que quiero y regresar a la literatura.

¿Está experimentando el país una regresión en materia de libertades artísticas y sociales?

Sí. Cuando publiqué Servir al pueblo (Maeva Ediciones, 2008) en 2005, China era muchísimo más abierta y no tenía tantas zonas prohibidas. La gente escribía sobre historia, política, sexo… Desde entonces el retroceso en las libertades tiene mucho que ver con el líder del país.

Ante esta tendencia, es inevitable pensar que en realidad usted escribe para los lectores internaciones de hoy y, quizá, para los lectores chinos de mañana.

Si digo eso los lectores chinos me insultarán [ríe]. Es una de las cosas que no aguantan: un escritor chino que solo agrada al mundo exterior.

¿Por qué cree que sucede eso?

Porque cada día sentimos más el nacionalismo. Es muy fuerte, ocupa tanto espacio que no deja respirar. Para mí, no obstante, una buena literatura no debe tener fronteras ni nacionalidad. Cuando escribo no estoy pensando en a quién va a llegar, solo cumplo con la literatura que tengo en mi corazón. A quién puede llegar es algo que escapa a mi control, aunque estoy muy agradecido a los países que traducen mi obra.

¿Cuán diferente sería su trabajo si escribiera desde un país en el que la libertad artística se respetara?

Si me hubieras hecho esa pregunta años atrás hubiera respondido que mucho, pero ya no pienso así. Si hubiera podido vivir en un país libre antes de empezar a autocensurarme quizá hubiera habido cambios, pero ahora ya no. Ahora para mí publicar ya no es tan importante. Cuando un escritor puede abandonar la idea de ser publicado es cuando siente la libertad verdadera, siempre y cuando el gobierno no me mande a la cárcel.

Ha contado en alguna ocasión cómo cada año, cuando se acerca la fecha de entrega de los Premios Nobel, el gobierno manda una persona a su casa. Muchas veces un amigo suyo.

A veces sucede, sí. Un método de trabajo habitual del gobierno chino es recurrir a tus amigos para hacerte cambiar de opinión. Hubo muchos casos, por ejemplo, durante la época de la planificación familiar. Es un arte chino [ríe de nuevo].

Cada una de sus obras emplea diversos elementos literarios. ¿Qué terrenos está explorando ahora? ¿Hacia dónde avanza su creación?

Yo no hablo ninguna lengua extranjera, pero China es un país de traducción muy avanzada y gracias a eso he podido leer mucha literatura mundial. Vivimos en el siglo XXI, pero todavía estamos escribiendo como en el XIX y XX. Desde Kafka, Joyce y Proust la literatura no ha avanzado demasiado, lo que escribimos hoy es muy parecido a lo que se hacía entonces. Yo estoy intentando averiguar cuál es la literatura del siglo XXI. Esa es mi tarea y quizá no pueda cumplirla.

¿Tiene sitio la literatura en el siglo XXI?

Creo firmemente que la literatura no alcanzará nunca su punto de saturación. Tengo fe en el talento de los escritores contemporáneos. Muchísimos, en todo el mundo, están buscando esa literatura del siglo XXI que todavía no ha aparecido. Pero es lo mismo que le sucedió a Kafka: cuando él escribía no sabía que estaba contribuyendo a crear un tiempo nuevo.

Hablemos sobre su proceso de creación. Cuando empieza una novela, ¿diseña de antemano la trama y la estructura o se deja llevar?

Me fascinan las historias sin lógica. Por ejemplo, antes de escribir Los cuatro libros solamente me pregunté: ¿Qué pasaría si una persona le pide a todo el que se encuentra que le pegue un tiro? A partir de ahí me dejo llevar. Me encanta levantar algo que parece que no va a tener lógica, que no va a funcionar. Juego a construir en la imposibilidad.

¿Cómo es su método de trabajo?

Cuando estoy en mi casa me levanto todos los días a las siete, y a eso de las ocho empiezo a escribir durante dos o tres horas, dos mil caracteres más o menos. Por la tarde descanso. Mi momento más feliz del día llega a las diez y media de la noche, cuando veo un partido de la NBA. Los días que no hay lo echo de menos.

Deme una respuesta lo más breve posible. ¿Por qué leer?

La lectura es la vida de un escritor.

¿Por qué escribir?

Por desesperación.

Yan Lianke se despide con una sonrisa y se pierde entre la muchedumbre. Se encamina hacia una tienda en la parte baja del centro comercial. Tiene que comprar tinta.

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