Foto: Agencia El Universal / Valente Rosas

La poesía de Coral Bracho: una porción de universo

La obra de Coral Bracho, Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances 2023, es ejemplo de un riguroso proyecto de indagación estética y una invitación a transitar por los temas más fundamentales de la experiencia humana.
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Cuando una buena poeta es galardonada, es la poesía la que gana. Gana un espacio merecido y menos frecuente de lo que haría falta en el universo mediático de nuestro presente, gana un empuje de difusión y celebración para gozo de todas las personas y, si somos alcanzados por ese empuje y lo correspondemos con nuestro interés y atención, gana en su promoción y consumo un enriquecimiento de la lengua (y, por ende, de nuestra cosmovisión) que solo termina por cumplirse una vez más en la experiencia de sus lectores. Este es el caso de la escritora, poeta y traductora mexicana Coral Bracho, quien esta semana fue anunciada desde Guadalajara por la filóloga y catedrática Vittoria Borsó, en representación del jurado, como ganadora del Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances 2023 “por su continua indagación en la politicidad de la poesía y el peso de la palabra escrita”.

La obra de Coral Bracho no solo constituye el ejemplo de un riguroso proyecto de indagación estética con reconocida solidez y vocación absoluta. También, y sobre todo, se nos presenta como una invitación a transitar por los temas más complejos y fundamentales de la experiencia humana a través de los diez libros (reunidos en un solo volumen por Ediciones Era en 2019) que la autora ha producido a lo largo de más de cuatro décadas: la sensibilidad observante, el ejercicio de la memoria ante la disolución del ser en el tiempo, la palabra como instrumento contra lo inefable, la muerte como marco de toda experiencia vital, la vida como fuerza de la naturaleza. Como visto a través de una colección de lentes de variada graduación y sorprendentes alcances, en la poesía de Coral Bracho se nos presenta el mundo en múltiples dimensiones y rizomas: acercamientos a la arquitectura secreta del cuerpo y sus pulsiones, una mirada detenida en los gestos de la flora y la fauna, visiones inmersivas del comportamiento de sus elementos y, finalmente, la concepción del ser como un reflejo de su propio universo.

De lo geológico y lo vegetal a lo animal y humano, pasando por el ámbito enrarecido de un cuarto de hotel fuera del tiempo, experiencias contrastantes y reveladoras en una villa desértica del sur de Estados Unidos o confrontadas y desoladoras vivencias en los umbrales de la enfermedad, estos poemas se detienen también –a veces con agria ironía–  para poner el dedo en el renglón al hablar de otras caras de nuestra existencia: el descontento, la indignación y la amargura motivadas por la violencia, la frivolidad del poder y la injusticia. Es ejemplo de esto el poema “El instante en el que todo cambia”, del libro Se ríe el emperador, de 2010:

El instante en que el perro adiestrado
ataca
a la frágil, azorada mujer
con el niño en brazos
es el instante en el que todo cambia.
Desde los ojos
inyectados del perro
el mundo mira.

Resulta interesante observar cómo se concreta y qué efectos consigue el tratamiento de esa disconformidad en medio de una obra en apariencia tan serena. En este sentido, queda de manifiesto que la voz poética de nuestra autora consigue también sus resonancias a través de la contención, la rotundidad y los silencios, entregando un corpus virtuoso con una naturalidad que es a un tiempo lección de maestría y ejercicio genuino de la palabra poética.

El recorrido de Coral Bracho por sus temas y motivaciones a lo largo de una obra que sigue en pleno desarrollo ya ofrece una lectura cíclica posible en cuanto al papel que juegan las palabras desde su primer libro hasta el último. Bracho parte de aproximaciones, a veces a un nivel casi microscópico, a los seres de nuestro mundo y los elementos de su ambiente biofísico, en poemas donde reluce una gran concentración en la sonoridad de los vocablos, el efecto de sus inflexiones rítmicas y la simultaneidad de imágenes (“—Entre la ceiba, entre el cardumen; llama/pulsante;/agua lince, agua sargo (El jaspe súbito). Lumbre/entre medusas.”, en “Agua de bordes lúbricos”, de El ser que va a morir, 1981), para derivar, ya en el extremo reciente de su producción artística, en un libro como Debe ser un malentendido (2018), donde el discurso aparece afectado por una “enfermedad de las palabras” y se presenta como en retazos de una realidad interior que la lengua va sacando del cajón de la memoria al final de una vida a causa del Alzheimer. En este acto, y tras esa esa aparente aleatoriedad discursiva, lo poético destella también impulsado por una conciencia que, al tiempo en que se va deteriorando, crea un relato alterno y se aferra a él. Desde la rara lucidez terminal, se hace presente una noción de sentido, definida hermosamente en un poema titulado “(Intuiciones)”, que finaliza diciendo: “Cuando el sentido es parte / de las cosas que hacemos, / cuando surge con ellas, o las enciende, / es su aliento; / es su fuerza.” Es aquí que la vida nos habla desde otro lugar, colocándose al centro otro elemento más con la misma importancia que el lenguaje, la observación y la memoria: la escucha. Pienso en uno de los poemas de este libro, titulado “(Habla ella)”:

¿Qué edad tengo?
A esa edad que me dices,
¿quién puede ser tan feliz como yo
que puedo hacer todo
lo que más me gusta: bailar,
cantar? Y de esta enfermedad
de las palabras, el amor de Álvaro, y tú
—con estas cosas que hacemos—,
me van a sacar.

Por otro lado, también es observable otra suerte de ciclo: la aproximación a los fenómenos y experiencias del cuerpo humano en un nivel biológico, más la potente impronta de un eros femenino presente sobre todo en los primeros libros, encuentra en las formas de vida y los espacios del mundo natural sus elementos de expresión; en delante, esa misma potencia continúa manifestándose desde lo germinal de la tierra y sus frutos, la vida silvestre y su misterio, ahora como campo de visiones; contemplación y tránsito.

Desde ambos terrenos de la vida exultante (la interior y la que nos rodea) también se llega a vislumbrar su fin. Y ahí, otro principio: el de la palabra poética que surge del pasmo, la inquietud, el deslumbramiento, el dolor, como otra fuerza de la naturaleza. A propósito, en un fragmento del poema IV de Ese espacio, ese jardín, publicado en 2003, leemos:

Canta suavemente la muerte
en el umbral del patio,
bajo el silencio de los limoneros.
Canta con ardor maternal
a quien la escucha.

Como escribió el poeta Jorge Ortega (Periódico de Poesía, junio de 2019), “Desde su primer libro hasta el más reciente, Coral Bracho se reveló como una de las voces más singulares e inconfundibles de la poesía mexicana, una condición que después se hizo extensiva al gran dominio iberoamericano” gracias a las múltiples antologías que incluyen su obra, como es el caso del influyente volumen Medusario, Muestra de Poesía Latinoamericana, preparado por Roberto Echavarren, Jacobo Sefamí y José Kozer.

La evolución, las circunvoluciones de su registro, al margen de las modas y tendencias estéticas del ámbito mexicano de la creación literaria y de la producción poética, hacen de su obra una muy personal y libre. Su articulación de las imágenes sensoriales, la reconstrucción del cariz poético que guarda lo anecdótico y la textura fónica de sus frases, da como resultado el despliegue de un íntimo reconocimiento del yo en el mundo y del mundo en el yo, como una conciencia inusitada y prístina, volátil y efusiva, de lo que constituye la naturaleza humana, en una lengua solo suya y al mismo tiempo traductora de nuestra perplejidad ante la vida terrena. En esta escritura, como reza un poema de Tierra de entraña ardiente (1992),Viento y corrientes / se confunden; eco y fulgor. Entre la vida / y la muerte / está el reflejo. Una en otra convergen, / se contienen”.

Más allá de estas claves o vislumbres, como toda gran poesía, la de Coral Bracho es un instrumento para volver a adentrarnos con avidez y novedad en el mundo de siempre, pero a través de una voz prodigiosa capaz de recordarnos que somos la porción de universo que se mira a sí misma. ~

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(Guadalajara, 1993) es poeta. Ha publicado poemas y colaboraciones como periodista cultural en medios nacionales y extranjeros. Ha sido becario en el área de poesía por la Fundación para las Letras Mexicanas y el programa Jóvenes Creadores del FONCA.


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