He venido en primera porque en segunda no había

La preparación de una clase para estudiantes de español incluye un paseo por el Rastro, un amago de regateo y postales para especular sobre sus protagonistas.
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He estado buscando postales para un curso que me han pedido que dé para estudiantes de español. Quería que las postales fuesen de vistas de España. Compré algunas en una librería del Rastro, mi padre me dio una publicación facsimilar de postales antiguas de Madrid, en el Prado compré una de un San José de Ribera y por fin fui al mercadillo de los domingos en la Plaza Mayor, donde se venden sobre todo sellos y monedas, pero también cosas como chapas de la Unión Soviética o relojes antiguos. Allí encontré, en el primer puesto en el que me paré, un lote de unas ochenta postales que era justo lo que buscaba: ¡me venía al pelo! No suelo regatear porque me da vergüenza, pero en esta ocasión di la vuelta a todo el perímetro de los soportales planeando hacerlo en cuanto volviese al grado 360. Quizá me parecía que el regateo añadía un poco de conveniente aventura a la búsqueda de las postales viejas, y además había leído pocos días antes algo sobre el “alegre arte” de ponerse de acuerdo al discutir los precios, como si fuese regatear, recalibrar las posiciones respectivas. En fin, el vendedor me siguió resignado y no muy alegre en el regateo y llegamos sin mucha ceremonia a un término medio. Ahora se me ocurre que no fue un verdadero regateo, sino la puesta en escena de una prueba que yo me había puesto a mí misma. De hecho, me había parado en un puesto más o menos en los 270 grados donde había comprado unas pocas postales sueltas para tener cambio cuando llegase al puesto original y que el vendedor no se diese cuenta de que yo tenía dinero suficiente para pagar el precio de salida. Por eso creo que lo que hice no es exactamente regatear.

Ya de acuerdo en el precio, el hombre me dijo que de todos modos él no se dedicaba a las postales, algo que no entendí del todo pero que creo que fue como cuando la zorra dice de las uvas que no están maduras. “Habrá al menos ahí trescientos euros en postales”, anunció, aunque era él quien les había puesto el precio mucho más bajo que yo acabé pagando prácticamente íntegro, y me pidió que al menos no me llevase los sobrecillos de plástico que las protegían, porque no estaba dispuesto a gastar otra vez en eso. De modo que esperé un rato a que sacasen las postales de los sobres. Como me sentía un poco rastrera por haber regateado, me ofrecí también a ir sacando postales de los sobres para agilizar la operación, pero no me dejaron, porque los sobres eran de varios tipos diferentes y solo les convenía conservar los de una clase, y yo no sabía qué clase era esa.

Por fin me fui tan contenta con mi botín de postales, deseando sentarme a verlas una por una. Tenía razón el hombre: muchas tienen el precio individual y el conjunto suma mucho más de lo que yo le di, aunque el precio de muchas cosas depende de cuánta gente esté dispuesta a comprarlas, o bien de las ganas que tenga uno de librarse de ellas. Algunas son tan bonitas que ahora me da pena deshacerme de ellas para dárselas a los estudiantes. Pero a la vez son tan bonitas que está bien darles un uso y que se muevan y sigan su camino. Tres que son de Santillana del Mar, donde he pasado tanto tiempo, las conservaré. Por ejemplo esta en blanco y negro de la calle del Cantón, que es la que lleva a la Colegiata, aunque en esta foto no se ve, con tres niños y tres adultos sobre el empedrado, que está igual. Antes de que vuelvan a dispersarse, miremos algunas de las postales del lote. Por el haz encapsulan el tiempo y por el envés dejan constancia de su fugacidad. 

En una que representa a Don Quijote y Sancho, con la leyenda “Él pensó bien y verdaderamente que era llegada su última hora…” acompañada de su traducción al inglés, alguien ha escrito lo siguiente: “Madrid 23-3-60. Querida Carmencita: He llegado perfectamente. He venido en primera porque en segunda no había. Hasta ahora que son las 6½ he estado con Mateos. Le he invitado a comer y esta tarde hemos estado en una exposición de arte abstracto alemán. En el café Gijón me ha presentado a varios artistas amigos suyos. Me ha acogido con muchísimo cariño y siempre me ha presentado como un querido amigo. Me ha regalado el original a acuarela y tinta china de un trabajo que ha editado en grabados. Estoy en Correos y me dirijo a casa de D. José. Mateos me ha dejado a las 6 y ¼ porque tenía que ver a alguien. Mañana por la mañana visitaré yo solo los museos y por la tarde a las 5 me espera en casa. Hasta ahora no tengo queja. Me he quedado en una pensión cerca de la Puerta del Sol. Mañana te escribiré otra vez. Saludos para los dos y muchos besos y abrazos para ti”. La firma no la entiendo. 

¡Pero esta postal es excepcional! No es habitual que haya tanta información en ellas. Busco quién puede ser el tal Mateos, tan encantador por cierto, y me pregunto si será Francisco Mateos, muchas de cuyas obras conserva el Reina Sofía. Podría ser él perfectamente, porque las fechas coinciden y no tardo en encontrar que su pandilla era asidua del Gijón. La que no sé quién sería es Carmencita. Tampoco consigo encontrar rápidamente la exposición de arte abstracto alemán, aunque no puede ser tan difícil una vez se supere la broza de las primeras páginas del buscador, pero de camino me he descargado una Guía del Archivo de Artistas Abstractos Españoles de la Fundación Juan March de dos mil quinientas páginas que tiene una pinta bastante interesante. ¿Y por qué la postal sería de Don Quijote? ¿La compraría de camino a la oficina de Correos?

Bueno, una sola postal me ha comido todo el espacio. La mayoría de las otras no están escritas, y entre las que sí no siempre entiendo la letra. Cuando aparece la dirección, sería bonito depositar en el buzón las cartas, de modo que las recibiesen (quizá horrorizados) los actuales habitantes. Esto me recuerda que siempre pienso que debería guardarse el registro de los habitantes sucesivos de cada vivienda. Volviendo a mis postales, tendré que dedicarles más tiempo antes de deshacerme de ellas, así que ahora, para despedirme, busco alguna graciosa y doy con una vista de la lonja de Valencia, con tenderetes a lo largo de toda la calle, y pequeñas figuras humanas y algún carro, y a la vuelta lleva un sello de Alfonso XIII y dice “Salutations sincères”, y la firma alguien con nombre extranjero, pues empieza por W, y está dirigida a la Academia Julian de París, a un tal G. ¿Girbal? Efectivamente, veo que entre 1889 y 1972 vivió un ilustrador llamado Gaston Girbal. Esta postal también la conservaré, pues algo, no sé aún qué, espero del hecho de tenerla.

Quizá sencillamente la certeza de que el pasado ha existido.

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Es escritora. Su libro más reciente es 'Lloro porque no tengo sentimientos' (La Navaja Suiza, 2024).


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