Foto: Beowulf Sheehan

La identidad secreta de Charles Simic

Hay en la obra de Simic definiciones que perturban menos por su extrañeza que por su cotidianeidad; paradojas que no son bombas de humo sino pruebas nucleares.
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“No me gusta la poesía que olvida que comemos, cogemos y cagamos”, confiesa Charles Simic (1938-2023) a Christopher Nelson, e inmediatamente añade: “así como también [nos] hincamos para rezar”.

En sus poemas Simic jamás olvida que comer, coger, cagar y rezar son rituales tan elaborados e iniciáticos como burdos y risibles. La fe necesita de sus creyentes y no a la inversa; pide un cuerpo, una fisiología estricta, donde encarnar.

No hay iglesias sin caca de palomas.

*

En la segunda parte de “Cómo salmodiar”, Simic define así al poema:

Es un trozo de carne
que el ladrón lleva
para distraer a un perro guardián.*

La obra del estadounidense abunda en definiciones de esta índole, menos perturbadoras por su extrañeza que por su cotidianeidad. La poesía no es un soborno sino “un trozo de carne”; no es la armonía entre la naturaleza exterior y la cultura íntima, sino “la serenata del gato bajo la ventana de la habitación donde se escribe la versión oficial de la realidad”; no es el espacio donde confluyen las voces y los tonos más disímbolos de la lengua, sino “un teatro en el que uno es el auditorio, el escenario, el atrezo, los actores, el autor, el público y el crítico. ¡Todo a la vez!”

Para Simic, esta o aquella definición posee el valor de lo tentativo y lo contingente. No podría ser distinto; vivimos entre sombras y nubes, entre vivos y muertos. La fisicalidad de las definiciones produce un antídoto contra lo sublime y un talismán contra la muerte, hechos de palabras concretas y no de conceptos vaporosos –los mismos y vaporosos conceptos de mis interpretaciones.

*

El mundo siempre ha estado en guerra, especialmente con la imaginación. No hay vida que no provenga de, o no se dirija hacia, esa forma de la imaginación llamada anhelo, deseo o expectativa. Anhelamos, deseamos o esperamos lo que no tenemos.

Una guerra se gana o se pierde sin razón. Al sangriento absurdo de la Segunda Guerra Mundial debemos que la familia de Simic abandonara Serbia y, tras una escala en Francia, emigrase a Estados Unidos luego de sufrir hambre, frío y demás vejaciones.

Paul Celan, poeta predominantemente en alemán, señaló que escribía en la lengua de los asesinos de sus padres. Simic decidió hacerlo en la lengua de su país de acogida, nunca en francés o serbio. Se trata de un inglés peculiarísimo donde el imperio yanqui se reduce al castillo kafkiano. Celan hace del alemán una fractura expuesta. Simic, por su parte, hace del inglés una radiografía; sus lectores la vemos en calidad de accidentados.

*

Las paradojas de Simic no son bombas de humo sino pruebas nucleares. Las primeras resultan provocaciones; las segundas, el fin del mundo tal y como lo conocemos. Pero se trata de un final feliz: el de un mundo lleno de fantasmagorías, hecho polvo.

Paradójicamente, comme il faut, los poemas de Simic nos devuelven sanos y salvos a nuestro apocalipsis.

*

MI IDENTIDAD SECRETA ES

El cuarto está vacío
y la ventana, abierta.

En este poema Simic, ladrón prometeico, da un golpe genial: sus dos únicos versos ofrecen pistas –atmosféricas antes que nominales– sobre una “identidad secreta”, pero sin revelar cuál es. Como si la poesía custodiase las incógnitas celosamente. Como si, más que cabos sueltos, las incógnitas fuesen el corazón mismo del poema, que late sin poderlo ver.

*

En El monstruo ama su laberinto, cuaderno de apuntes publicado en 2008, Simic define al objeto en múltiples ocasiones. Destaco dos. La primera: “Cada objeto un espejo”; la segunda: “Un objeto es una enciclopedia de arquetipos”. Lejos de oponerse entre sí, se complementan a tal punto ambas definiciones –como antes las de poesía–, que permitirían una tercera: Con la vanidad del arquetipo, el objeto se refleja más en una enciclopedia pero luce mejor ante el espejo.

*

¿Qué pasaría si el planeta dejara de girar? Unos dicen que saldríamos expelidos; otros, que nos dividiríamos entre los que tienen sombra y los que no. La poesía de Simic considera ambas posibilidades a la vez. Y, no contenta con ello, las exhibe como realidades incontrovertibles.

Si nos fijamos bien, jamás dudamos de que la Tierra pudiese parar su marcha en seco. Ese es el tipo de lectores que Simic buscaba. Lectores que den por hecho toda posibilidad, remota o inminente, antes de formular sus propias conjeturas.

*

El poema como un relámpago que se ve y un trueno que se oye exactamente al mismo tiempo. O un rayo que cae tan cerca de nosotros que podría calcinarnos, pero entre que lo hace y no, ilumina y aterra por igual.

*

En “Cosas de poetas”, el serbio Vasko Popa habla de la empresa “loca y costosa”, aunque de “encanto irresistible”, que es escribir poesía. El texto cierra con una afirmación que su paisano Simic hubiese firmado, aunque sin los paréntesis:

(Hablemos claro: si fuera posible pasar el sol de una palma de la mano a la otra, ni a ti ni a nadie se le ocurriría hacerlo.)

Lo imposible, pues, se intenta hasta lo imposible. El poeta convierte ese ripioso aforismo –una más de mis interpretaciones– en un mito que suena demasiado bien para ser verdad.

*

Comemos, cogemos, cagamos y rezamos en cuclillas. Los poemas de Simic no tienen pudor en exhibir su metabolismo, su lujuria, sus desperdicios e incómodas devociones:

DISCURSO AL PIE DE LA SEPULTURA

Nuestro difunto amigo detestaba los cielos azules,
a los predicadores que citan de la Biblia,
a los políticos que besuquean bebés,
a las mujeres que son toda dulzura.

Le caían muy bien los borrachos de iglesia,
los nudistas que juegan volibol,
los perros callejeros que se hacen de amigos,
los pájaros que cantan al buen clima mientras cagan.

*

Para Simic el insomnio es un hotel, y la metafísica, una escuela. Incluso la forma de un poema sigue al circo en cuanto al orden de aparición de sus elementos. Por grandes o abstractos que resulten, los temas son lugares y actos. Uno recorre los primeros y asiste a los segundos como en los sueños: adjudicándole una familiaridad a lo desconocido.

*

Aunque Harold Bloom lo incluya en “la escuela de Wallace Stevens”, Simic se emparenta más con la poesía centroeuropea del siglo XX que con un autor o canon anglosajón. El ya citado Popa, Zbigniew Herbert, Vladimir Holan y Wisława Szymborska son tan pares de Simic como Anne Carson, Louise Glück y Mark Strand. Stevens abomina del realismo, y Simic, de la realidad. Para Stevens, el poeta es “el sacerdote de lo invisible”; para Simic, su travieso monaguillo.

En un poema en prosa titulado “Objetos”, Herbert propone que la inmovilidad de estos tiene “razones didácticas” de ser: “para no dejar de recordarnos nuestra inconstancia”. Una lección de vida que otorga lo aparentemente inerte. Una moraleja de la fantasía. En la escuela abierta y nocturna de Charles Simic, se aprende a hablar en cosas antes que en lenguas. El inglés –o el serbio, el polaco y el checo para tal caso– como una de tantas maneras de romper el hielo antes de entrar en materia.~


* Esta y las siguientes versiones de poemas de Simic son mías. El resto de las citas, provenientes de sus libros de ensayo, fueron traducidas por Jordi Doce (El monstruo ama su laberinto. Cuadernos; Vaso Roto, 2015) y Rafael Vargas (El flautista en el pozo. Ensayos escogidos 1972-2003; Cal y Arena, 2011). Asimismo, las líneas de Vasko Popa fueron extraídas de El cansancio ajeno. Poesía completa (Vaso Roto, 2012), traducida por Dubravka Sužnjević, mientras que las de Zbigniew Herbert, de su Poesía completa (Lumen, 2012), traducida por Xaverio Ballester.

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(Ciudad de México, 1979) es poeta, ensayista y traductor. Uno de sus volúmenes más recientes es Historia de mi hígado y otros ensayos (FCE, 2017).


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