Niños aparte, el nuevo libro de la poeta, escritora y gestora cultural Julieta Valero puede leerse como un libro de cuentos, pero también como una novela en la que sus distintos fragmentos conforman toda una historia. A modo de relatos cruzados, el segundo libro que publica Jonás Trueba como editor de Caballo de Troya narra las historias íntimas y colectivas de dos mujeres adultas que tratan de salir adelante en sus vidas, de la complicada tarea de sobrellevar los conflictos inevitables y a la vez atender a las responsabilidades que vamos adquiriendo.
La primera parte del libro, que le da título, cuenta parte de las vidas de cada una: las historias personales, familiares y generacionales tormentosas con las que cargan, el encuentro entre ellas y la vida que deciden tener en común tras su enamoramiento. Elena carga con la obligación moral que le han trasladado sus padres de ocuparse de su hermano, que sufre brotes psicóticos recurrentes. Belén carga con el dolor y el vacío que le ha dejado la separación de la que era su pareja; y, de otro modo, también con el que la dictadura de Ríos Montt en Guatemala causó en su entorno, y que ahora resurge con la visita de una amiga de la familia que declarará en el juicio contra el dictador. Ambas son madres separadas, así que, a todas las vicisitudes y responsabilidades de distinta índole, se suman las propias de la maternidad, el paradójico asunto de la “conciliación”, procurar mantener un trabajo, ocuparse de la crianza de los hijos y al tiempo tratar de tener una vida más o menos digna de ser vivida sin volverse majaretas, o por lo menos no demasiado. Belén se enamorará obsesivamente de Elena uno de los días en que ambas dejan a sus hijos en el mismo colegio, pero ese espacio vital que supone la crianza no solamente actuará como punto de encuentro del relato, sino también como elemento de ambigüedad, como motivo de alienación de estos personajes centrales, de pérdida del sentimiento de la propia identidad, y como lugar de descubrimiento acerca de ellas mismas, de otros amores, con sus ataduras e ideas de libertad.
La segunda parte, titulada “Otros aparte”, cuenta otros fragmentos de vida de otros personajes que completan un puzzle de historias cruzadas, otras madres y otros niños, también con sus alegrías y tristezas secretas. Como dice la protagonista-narradora del relato “Con toda su gracia”, otras mujeres con las contradicciones de vidas técnicamente afortunadas pero a menudo de mierda.
Niños aparte es un libro emocionante, atrevido y sorprendente, no porque se trate del salto a la narrativa de una poeta, sino por la manera en que lo hace, el modo en que narra esas historias. Julieta Valero escribe sin perder la voz poética lúcida y sugestiva de sus anteriores obras (recomiendo los poemarios Los heridos graves o Autoría), de manera visceral y al tiempo delicada, con sensibilidad, sin miedo a sonar cursi y sin serlo. Juega con la musicalidad de las palabras, las posibilidades de la metáfora, la elipsis y la mirada. Los primeros relatos profundizan en el corazón de las dos mujeres protagonistas, desde sus voces en primera persona y desde la de un espectador externo que observa y se adentra en sus intimidades, pero a lo largo de la historia también aparecen otras miradas: la de los niños y otros personajes que se cruzan en esas vidas.
Los tonos y registros varían en función del punto de vista, pero durante todo el libro se mantiene una voz narrativa que es intrínsecamente literaria y al tiempo de cierto carácter filosófico, lírica y reflexiva, que une poesía y prosa, y que sugiere imágenes de gran viveza emocional. Se trata de una voz que enlaza acción y pensamiento, que disgrega y detiene su narración para reflexionar acerca de lo que está narrando, para explorar los abismos de esas realidades, y, de ese modo, reflejar los lugares allí donde únicamente la ficción puede llegar, las profundidades del alma humana, los pensamientos y sentimientos de las personas, el lado en sombras de la vida, su oscuridad y complejidad. En algunos pasajes, esa escritura honda, sombría y también ligera, recuerda a los relatos de Natalia Ginzburg y Alice Munro.
Esa voz es la que nos permite reconocer esa verdad transformada en literatura de la que hablaba Lucia Berlin. Conmueve la sensación de reconocimiento en el mundo sentimental que sugiere Julieta Valero, reconocer una verdad en esas ideas, posibilidades e imágenes que crean esos sucesos imaginarios. Como le pasa a Elena en un pasaje memorable del libro, siento que la subjetividad de esos personajes ficticios, su modo de pensar y sentir, son un reflejo de la propia. Me veo y pienso a través de ellos, de su dolor, sus pérdidas, soledades, obsesiones, deseos, figuraciones e insatisfacciones; de las fatalidades, crisis y contrariedades que hay en sus vidas; de sus dudas acerca de sí mismos, de sus preguntas acerca de si la vida que llevan es la vida que quieren, también de su conformidad con esas vidas. Sus recuerdos me hacen recordar los propios, reflexionar acerca de la construcción de la identidad, el peso de la infancia, las heridas heredadas, el entorno, las condiciones propias y el azar en la misma, las posibilidades de libertad.
Sé que dentro de un tiempo olvidaré la sucesión de hechos y acontecimientos del libro, por eso hice lo mismo que hace Elena en una servilleta: copié en mi cuaderno de notas los fragmentos que por alguna razón quiero recordar. Vuelvo a un pasaje del relato “El cuerpo sabe”, narrado desde la voz de Elena, porque como le sucede a ese personaje siento que es como si leyera una ética propia. Reconozco esa verdad acerca del propio cuerpo, como ella misma dice, “que mi cuerpo es mi propia noche y hasta que eso suceda es el único lugar de la Vida, que siempre es una”. Ese pensamiento literario –“una forma de saber que se sabe lo que no se sabía que se sabía”, dice Javier Marías– escrito desde esa voz lírica y reflexiva que permanece en Niños aparte, que habla acerca del cuerpo como lugar de vida y muerte, expresa esa oscuridad que hay en sus personajes, la tristeza y la belleza que hay en el libro.