En el Venice Boulevard de Los รngeles, existe desde el aรฑo 1988 un museo en el que se exhiben, entre otras curiosidades, un murciรฉlago que emite una onda capaz de atravesar el plomo, el cuerpo de una hormiga de cuya cabeza sobresale un hongo solidificado, un hueso de ciruela tallado con una detallada escena en la que aparecen un noble flamenco y una crucifixiรณnโฆ Digno heredero de las famosas Wunderkammern del siglo XVI, el Museo de Tecnologรญa Jurรกsica de David Wilson nos lleva a los dรญas en que las eternas preguntas sobre la existencia humana se respondรญan fusionando ciencia y poesรญa. Asรญ, en sus colecciones, la maravilla se une a lo exacto, y lo ficticio parece real y lo real, ficticio. De la mano de Borges y Calvino, Lawrence Weschler nos guรญa por un laberinto de espejos que enfrenta lo verdadero a lo imaginario, por un museo que ama a los museos, en una obra que harรก que tambiรฉn nosotros los amemos aรบn mรกs.
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Parte 1
Inhalando la espora
En las profundidades de las selvas ecuatorianas de Camerรบn, en el รfrica central occidental, vive una hormiga que desarrolla su actividad en el suelo y es conocida como Megaloponera foetens o, mรกs comรบnmente, la hormiga hedionda. Esta gran hormiga โuna de las pocas capaces de emitir un grito audible para el oรญdo humanoโ sobrevive hurgando en busca de comida entre las hojas caรญdas y la maleza del tenaz suelo de la selva pluvial.
De vez en cuando, en sus tareas de bรบsqueda, una de estas hormigas se infecta inhalando la microscรณpica espora de un hongo del gรฉnero Tomentella, millones de las cuales llueven sobre el suelo del bosque procedentes de algรบn lugar del dosel arbรณreo, allรก en lo alto. Al ser inhalada, la espora se aloja dentro del diminuto cerebro de la hormiga e inmediatamente empieza a crecer, lo que provoca curiosos cambios de comportamiento en su hormiga anfitriona. El animal se muestra agitado y confuso, y, por primera vez en su vida, abandona el suelo y empieza una ardua ascensiรณn por los tallos de enredaderas o helechos.
Empujada por el hongo que no deja de crecer, la hormiga llega por fin a una altura aparentemente fijada de antemano, despuรฉs de lo cual, agotada, atraviesa la planta con sus mandรญbulas y, asรญ sujeta, aguarda la muerte. La visiรณn de las hormigas que han cumplido con este destino es bastante comรบn en algunos sectores de la selva pluvial.
El hongo, por su parte, sigue viviendo. Continรบa consumiendo el cerebro, desplazรกndose a travรฉs del resto del sistema nervioso y, finalmente, por todo el tejido blando que queda de la hormiga. Despuรฉs de unas dos semanas, una protuberancia en forma de pรบa crece en lo que habรญa sido la cabeza de la hormiga. Alcanzando una longitud de casi cuatro centรญmetros, la pรบa presenta una extremidad anaranjada brillante, cargadรญsima de esporas, que ahora empiezan a soltar su lluvia sobre el suelo del bosque para que otras inadvertidas hormigas las inhalen.
El gran neurofisiรณlogo norteamericano de mediados de siglo, Geoffrey Sonnabend, inhalรณ su espora, por decirlo asรญ, una noche de insomnio de 1936 mientras se hallaba convaleciendo de un colapso tanto fรญsico como nervioso (provocado, en parte, por el fracaso de su anterior investigaciรณn sobre la memoria en la carpa) en un pequeรฑo balneario cerca de las majestuosas cataratas de Iguazรบ, en la llamada regiรณn mesopotรกmica que se extiende a lo largo de la frontera entre Argentina, Brasil y Paraguay. A primeras horas de aquella noche, habรญa asistido a un recital de lieder ofrecido por la gran cantante rumano-norteamericana Madalena Delani. Delani, una de las mรกs destacadas solistas del circuito de conciertos internacionales de su รฉpoca, habรญa recibido frecuentes elogios de personas como Sidney Soledon, de The New York Times, quien en una ocasiรณn supuso que el extraordinario timbre lastimero de la cantante โsu textura, como lo definiรณ รฉl, que aparecรญa ยซimpregnada de un sentimiento de pรฉrdidaยปโ podrรญa haber derivado del hecho de que la mujer sufrรญa una variante del sรญndrome de Korsakov, con su caracterรญstica destrucciรณn de todo recuerdo a corto y medio plazo, con la excepciรณn, en su caso, del recuerdo de la propia mรบsica.
Aunque Geoffrey abandonรณ la sala de conciertos aquella noche sin llegar a conocer a Delani, la representaciรณn lo habรญa electrizado y, durante la larga noche sin dormir, concibiรณ, como en un รบnico soplo de inspiraciรณn, el modelo entero de intersecciรณn de plano y cono que iba a constituir la base de su nueva y radical teorรญa sobre la memoria, una teorรญa que Geoffrey desarrollarรญa la siguiente dรฉcada en su obra de tres volรบmenes Obliscence: Theories of forgetting and the problem of matter [Amnesia: teorรญas del olvido y el problema en cuestiรณn] (Northwestern University Press, Chicago, 1946). La memoria, para Sonnabend, era una ilusiรณn. Olvidar, no recordar, era el inevitable desenlace de toda experiencia. Desde esta perspectiva, como รฉl explicaba en la introducciรณn de su recia obra maestra: ยซNosotros, todos los norteamericanos, condenados a vivir en un presente eternamente fugaz, hemos creado la mรกs elaborada de las construcciones humanas, la memoria para amortiguar el dolor intolerable que nos produce el ser conscientes del irreversible paso del tiempo y de la imposibilidad de recuperar sus momentos y hechosยป (p. 16). Y proseguรญa ampliando esta doctrina a travรฉs de una explicaciรณn de un modelo cada vez mรกs intrincado en el que un llamado Cono de Olvido es bisecado por Planos de Experiencia, que estรกn continuamente seccionando el cono en รกngulos variables, aunque precisos. La teorรญa llegaba quizรก a su fase mรกs sugestiva cuando sacaba a colaciรณn fenรณmenos ocultos tan extraรฑos como las experiencias de premoniciรณn, los dรฉjร vu y los malos presagios. Pero una vez el plano de cualquier experiencia particular habรญa pasado a travรฉs del cono, la experiencia era irremediablemente olvidada… y todo lo demรกs era una ilusiรณn. Conclusiรณn que se revelรณ inquietante, pues en cuanto Sonnabend publicรณ su opus magnum, รฉl y su obra cayeron de inmediato en el olvido.
En cuanto a Delani, irรณnicamente, sin que Sonnabend llegara a enterarse de ello, pereciรณ en un extraรฑo accidente de automรณvil unos dรญas despuรฉs de su concierto en las cataratas de Iguazรบ.
Por su parte, Donald R. Griffith, eminente quiroptรณlogo (y autor de Listening in the Dark: Echolocation in Bats and Men [Oyendo en la oscuridad: ecolocalizaciรณn en murciรฉlagos y hombres]), parece haber inhalado algo sospechosamente similar a una espora en 1952, mientras leรญa los informes de campo de un oscuro etnรณgrafo norteamericano de finales del siglo XIX llamado Bernard Maston. Mientras realizaba su trabajo de campo, en 1872, entre los dozo del Altiplano Tripsicum de la regiรณn circuncaribeรฑa de la Sudamรฉrica septentrional, Maston informรณ de que habรญa oรญdo relatos sobre el deprong mori, o diablo perforador, que รฉl describiรณ como ยซun pequeรฑo demonio que los salvajes locales consideran capaz de penetrar objetos sรณlidosยป, tales como las paredes de sus chozas de paja y, en un caso, incluso el brazo de un niรฑo.
Casi ochenta aรฑos mรกs tarde, cuando revisaba algunas de las notas de Maston en el Archivo, Donald R. Griffith, por alguna razรณn, como despuรฉs รฉl comentรณ, ยซolfateรณ un murciรฉlagoยป. Junto con un grupo de ayudantes, emprendiรณ una ardua expediciรณn de ocho meses al altiplano Tripsicum, donde Griffith estaba cada vez mรกs convencido de que no se enfrentaba con un tipo comรบn de murciรฉlago, sino con uno muy especial: concretamente, el diminuto Myotis lucifugus, que, aunque ya habรญa sido documentado con anterioridad, nunca habรญa sido estudiado en detalle. La hipรณtesis a la que llegรณ Griffith era que, aunque la mayorรญa de los murciรฉlagos hacen uso de frecuencias dentro de la gama ultrasรณnica que los ayudan a la ecolocalizaciรณn, lo cual les permite volar en la oscuridad, el Myotis lucifugus habรญa desarrollado una especializada forma de ecolocalizaciรณn basada en longitudes de onda ultravioleta, que incluso en algunos casos se inclinaba hacia la cercana banda de rayos X del espectro electromagnรฉtico. Por aรฑadidura, estos especiales murciรฉlagos habรญan desarrollado unas complicadas protuberancias en forma de cuerno, que les permitรญa ajustar sus transmisiones de ecoondas dentro de un estrecho haz. Todo lo cual explicarรญa la amplia gama de curiosos efectos descrita por los informadores de Maston.
A Griffith y a su equipo solo les faltaba una prueba. Repetidas veces, los pequeรฑos diablos, cuando parecรญa que iban a ser capturados, huรญan a travรฉs de sus redes. De modo que Griffith inventรณ un ingenioso dispositivo de caza, consistente en cinco paredes de sรณlido plomo, cada una de veinte centรญmetros de espesor, de seis metros de altura y de sesenta metros de longitud…, todo ello en una disposiciรณn radial, como si se tratase de los radios de una gi- gantesca rueda esparcidos por todo el suelo del bosque. El equipo distribuyรณ sensores sรญsmicos a lo largo de las paredes en una intrincada forma de reja y se dedicรณ a esperar.
Durante dos meses, los monitores no registraron nada โseguramente los murciรฉlagos evitaban las grandes y enormemente extraรฑas paredes de plomoโ, y Griffith empezรณ a desesperar de que alguna vez llegara a confirmarse su hipรณtesis. Sin embargo, a primera hora de la maรฑana, concretamente a las cuatro y trece minutos, del 18 de agosto, los sensores registraron una seรฑal. La pared nรบmero tres habรญa recibido un impacto de magnitud 10 x 3 ergios, a unos tres metros y medio por encima del suelo del bosque y a 59 metros del centro de la rueda. Los miembros del equipo llevaron un aparato de rayos X al lugar indicado, y, efectivamente, a una profundidad de 18 centรญmetros, localizaron el primer Myotis lucifugus atrapado por el hombre, ยซeternamente congelado en una masa de plomo sรณlidoยป.
Megaloponera foetens, Myotis lucifugos, Geoffrey Sonnabend y Madalena Delani, los dozo y los deprong mori, Bernard Maston y Donald R. Griffith. Estas y otras incontables esporas llueven una y otra vez sobre un poco llamativo montaje comercial localizado en la principal vรญa comercial del centro Culver City y en medio de la interminable extensiรณn pseudourbana del oeste de Los รngeles: el Museo de Tecnologรญa Jurรกsica [MTJ], segรบn reza una descolorida pancarta azul que da a la calle.
Flanqueado a un lado por una tienda de alfombras y una abandonada (aparentemente desde hace mucho tiempo) agencia inmobiliaria y, al otro, por un laboratorio forense y un restaurante tailandรฉs (y en el primer lado, un poco mรกs allรก, por una sucursal de tipografรญa PIP y un comercio de dulces y especias indios, asรญ como un templo de Hare Krishna; mientras en el otro, mรกs allรก de la manzana, por un taller de plancha, un Manuelโs Auto Body Shop, un In-and-Out Burger, y un videoclub de la cadena Blockbuster), el museo exhibe una fachada de aspecto anรณnimo que uno podrรญa fรกcilmente pasar por alto. Lo que, por lo demรกs, ocurre casi siempre, pues la mayor parte de los dรญas estรก cerrado.
Pero si da la casualidad de que uno ha oรญdo hablar de รฉl como me ocurriรณ a mรญ hace un par de aรฑos en mis ocasionales visitas a Los รngeles (lleva en su actual localizaciรณn poco mรกs de siete aรฑos), y lo busca; o si no, si solo estรก uno casualmente en la parada del autobรบs situado enfrente de su portal en una de esas ocasiones en las que de verdad estรก abierto (jueves por la tarde, y sรกbados y domingos desde el mediodรญa hasta las seis de la tarde) โy las esperas del autobรบs en Los รngeles tienden a ser interminablesโ, bien, entonces, picada la curiosidad, uno podrรญa encontrarse yendo para allรก y apretando con indecisiรณn el timbre. Mientras aguarda una respuesta, uno podrรญa estudiar, por ejemplo, el pequeรฑo y curioso diorama encajado en la pared junto a la entrada (una diminuta urna blanca rodeada de nacaradas polillas flotantes) o cualquier otro diorama igualmente desconcertante situado al otro lado de la entrada (tres botellas de laboratorio arregladas en una curiosa disposiciรณn: รณxido de titanio, รณxido de hierro y alรบmina, segรบn sus etiquetas); o, mientras sigue esperando, la mirada podrรญa desviarse hacia otra ondulante pancarta situada encima de la entrada (esta mostraba la imagen de una extraรฑa y arcaica cabeza esculpida โen parte minoica, en parte de la Isla de Pascuaโ con, encima de ella, las letras A, E y N, cada una de ellas rematada por un largo signo diacrรญtico)…
Al final, es probable que la puerta se abra, y generalmente saldrรก el propio David Hildebrand Wilson, el fundador y director del museo, un hombre bajito y sin pretensiones, quizรก de unos cuarenta y cinco aรฑos, que estarรก allรญ sonriendo solรญcitamente (como si le hubiera estado esperando a uno todo el tiempo) y animรกndolo con un gesto amistoso a entrar. ~
Traducciรณn de Rosa Marรญa Bassols.
(Van Nuys, California, 1952) Colaborรณ durante mรกs de veinte aรฑos en la revista The New Yorker. Ha ganado dos veces el George Polk Award. Es autor de la serie de libros ยซPassions and Wondersยป, que incluye, entre otros tรญtulos, El Gabinete de las Maravillas de Mr.Wilson
(1995), finalista del Pulitzer y del National Book Critics Circle Award.