Origen. Colección permanente, publicación más reciente de María Negroni (Rosario, 1951) surgió del discurso de apertura de la Feria Internacional de Literatura, “Seis fragmentos a favor de lo indócil”. Cuenta Negroni en la “Nota de la autora” que abre el libro, que pasado el evento, “El texto seguía resonando en mí como si me pidiera que lo ampliara, que cosiera en un libro, como un fruto maduro, aquello que mi prosa había vendido y mi poesía cultivado y odiado”. El libro está compartimentado en epígrafes de un página o página y media con títulos que a veces valen por sí mismos, “Vive y averigua quién eres”, “La literatura se hace con literatura”, hay dos ejercicios que se repiten: diálogos con un maestro, todos titulados “Querido maestro”, y entrevistas inventadas o soñadas. Entre los entrevistados: Paul Valéry, Macedonio Fernández, Hilda Doolittle (que prefiere que la llame HD) o Emily Dickinson.
Poesía (¿y tú me lo preguntas?). Parte de Colección permanente puede leerse como una investigación policíaca sobre qué es la poesía. “Como los niños, los poetas son arqueólogos, saben del vínculo entre curiosidad y memoria, nostalgia y resistencia, aventura y desacato”. Una de las tentativas de definición de Negroni, apuntalada por citas aquí y allá, es que la poesía tiene que ver con la intuición y con la expresión de algo que no puede expresarse de otro modo y que además, al enunciarse, puede desaparecer. De ahí la mención a la infancia, entiendo que se apela a una especie de inconsciencia, de desconocimiento de los trucos, también la indiferencia del después: los niños juegan en presente, no juegan esperando nada que no sea el juego, así deberían escribir los poetas. Cita a Octavio Paz, que dijo que “solo se es poeta cuando se está escribiendo un poema, nunca antes ni después”.
De cómo se hizo escritora. Pero Colección permanente puede leerse como la autobiografía literaria de María Negroni. Empieza con la poesía, sí, pero aparecen novelas y ensayos y habla de la génesis de muchos de sus libros. En su caso, el inicio de la escritura coincide con el inicio del tratamiento en el Centro de Salud Mental, es 1980, “cuando menguaba un poco la represión de la dictadura” y Negroni, dice, “empecé a desangrarme por dentro”. Negroni trabajaba entonces en el despacho jurídico de su padre y una amiga le recomendó acudir a talleres literarios. A su “querido maestro” le agradece en la primera pieza de la serie: “Usted me enseñó a perderme con maestría”. Para Negroni, la escritura pasa por ahí. Otra enseñanza del maestro: “Quiero decir que se escribe, no para decir que sentimos o pensamos sobre algo, sino para llegar a saber lo que queremos decir. (Solo los versos malos expresan los sentimientos del autor”.
Literatura y mercado. “De lo actual, en síntesis, mejor ausentarse. De los ‘libros de un día, sin silencio, sin pozo, sin auténtico autor’ (Marguerite Duras), que responden de inmediato a las demandas, a las modas que instauran y fomentan una suerte de subliteratura. ¡Qué pérdida de tiempo descomunal! La literatura, en cambio, está siempre en otro lugar: registra el bies, el borde, la cojera y la infancia antes de la palabra”. Negroni advierte sobre los márgenes y su fagocitación: “El mercado suele estar muy atento a los discursos del margen. Los coopta enseguida. Diluye su potencial subversivo, transformando la desavenencia en moda. Es una cuestión compleja y que no solo atañe a editoriales: también afecta a los claustros universitarios, los suplementos literarios, la industria cultural, las redes sociales”.
Literatura y mercado II. “Las mujeres, aunque rezagadas, no hemos quedado exentas de las así llamadas ‘operaciones’ literarias. De hecho, en los últimos años ha habido un creciente interés del mercado por la literatura escrita por nosotras, quizá para estar en sintonía con los movimientos sociales a favor del aborto, o contra la violencia de género”. Negroni fue estudiante en Columbia (aprendió mucho sobre la música del lenguaje traduciendo), cuando para hablar de la escritura de mujeres se hablaba de “escritura del cuerpo”, contra la que ella se rebelaba, no contra esa escritura sino contra el mandato de “escribir con el cuerpo” por el hecho de ser mujer.
Escribir, en fin. “El ensayo es la expresión de un temperamento”, escribe bajo el epígrafe “La impertinencia del ensayo”. Y creo que eso es lo que hace en este libro breve y proteico, del que uno sale con ganas de escribir y leer y dejarse llevar y pensar en lo que recupera de Jim Jarmusch Negroni: “Nada es original. Roba de donde sea que encuentres inspiración o alimente tu imaginación. […] Roba solamente aquellas cosas que le hablen a tu corazón”.