Tres meses después de haber cumplido cien años, Margit Frenk encontró la paz y el descanso tras varios años de pérdida de la vista y dificultades de la voz; su voz, cuyo timbre de soprano resalta en la única grabación que se conserva del llamado “Grupo Alatorre”, Canciones españolas del Renacimiento, editado por El Colegio de México.
Hija de otra inolvidable personaje de las letras mexicanas, Mariana Frenk-Westheim, traductora al alemán de Juan Rulfo y al español de autores como Hamsun o Pirandello, Margit llegó a México con sus padres en 1930, cuando se exiliaron de Alemania, en donde el tufo racista de los nazis comenzaba a flotar en el aire. A los cinco años de edad, en consecuencia, su primera educación fue mexicana, en los círculos de la inmigración socialdemócrata y comunista alemana, pero con la robusta tradición cultural centroeuropea. Cursó su licenciatura en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM; luego la maestría en la Universidad de California en Berkeley, en donde fue alumna, entre otros profesores, de José F. Montesinos —cuya enseñanza siempre resaltó– y del gran romanista y etimólogo Yakov Malkiel quien, según él mismo me contó, le quería proponer matrimonio pero –decía– “me la robó Antonio Alatorre”.
Volvió a México en 1949 para integrarse al naciente Centro de Estudios Filológicos de El Colegio de México como becaria junto con José Durand, Javier Sologuren, Ricardo Garibay, Antonio Alatorre y varios más. Colaboró con este último en varias traducciones, en especial de una de las obras clásicas de la romanística alemana, Literatura europea y Edad media latina, de Ernst Robert Curtius, así como la de Edward Sapir, El lenguaje, para el Fondo de Cultura Económica. En 1950, con Alatorre, se fue como becaria a París, donde asistieron a la Sorbona y a los cursos de Marcel Bataillon en el Collège de France. Al volver en 1952, bajo el magisterio de Raimundo Lida, formó parte del grupo de becarios con Tomás Segovia, Carlos Blanco y Alejandro Rossi. Ya desde entonces un interés central de Margit era el estudio de la lírica popular.
Presentó su doctorado con la tesis Las jarchas mozárabes y los comienzos de la lírica románica, de la cual se cumplen este año, coincidentemente, cincuenta años de su publicación en El Colegio de México. Este estudio, para mí, es ya una obra clásica; una obra que no fue primeriza –Margit ya era una madura y afamada investigadora– sino resultado de una profunda elaboración de su conocimiento. Las jarchas son pequeñas coplas en romance mozárabe, añadidas al final de poemas cultos, llamados muwashahas, en árabe clásico y escritas con alfabeto hebreo y alifato árabe, entre los siglos X y XI, por poetas musulmanes y judíos de Al-Andalús. Su publicación en 1948 por el filólogo Samuel Stern revolucionó todo lo que se pensaba acerca del comienzo de la lírica en lenguas romances. Además de estudiar cuidadosamente las jarchas, sus características, su lengua, sus temas, en este libro Frenk expone abundante y críticamente las discusiones acerca de si la lírica en lengua popular, en “lengua vulgar” –como se solía decir–, es producto de poetas surgidos del pueblo o del aprendizaje de esos poetas de prácticas cultas anteriores a ellos, a la vez que la deslinda del origen aristocrático de la poesía trovadoresca. Como es natural que suceda en las humanidades, seguramente la discusión continúa abierta, pero el libro de Margit ha sido una contribución decisiva a ella, que lo convierte en una obra que no ha perdido su actualidad.
El tema de la lírica popular así planteado habría de convertirse en el origen del Seminario de lírica popular del Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios, de donde surgió el Cancionero folklórico de México, una obra magna en cinco tomos, del cual se acaba de preparar una versión digital, con estructura de base de datos, en El Colegio de México. Continúan y coronan su dedicación a la lírica popular el Nuevo corpus de la antigua lírica popular hispánica, siglos XV a XVII y el Cancionero poético de Gaspar Fernández, este último, una recopilación de villancicos novohispanos conservado en la catedral de Oaxaca.
Reunió en Poesía popular hispánica: 44 estudios una buena parte de sus artículos publicados en revistas especializadas, sobre todo en la Nueva Revista de Filología Hispánica, con la que colaboraba intensamente.Su misma dedicación y su misma profundidad se manifiestan en su conocimiento del Siglo de Oro español —particularmente la obra de Cervantes–, por ejemplo en Entre la voz y el silencio y Del siglo de oro español. Estudios de lingüística es otra muestra de su capacidad de observación y análisis de la lengua.
Como profesora del Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios de El Colegio de México formó a varias generaciones de especialistas en literatura y en lingüística. Exigente en cuanto a la valoración de los datos y su presentación; puntillosa en cuanto al estilo de cada estudiante al escribir, corregía los textos de sus alumnos una y otra vez, hasta que alcanzaban cierta calidad. Su capacidad de organización y clasificación de los datos harían palidecer de envidia a muchos especialistas contemporáneos en bases de datos computacionales. Desde la década de 1960 era también profesora en la Facultad de Filosofía y Letras. En algún momento de finales de la década de 1970, tras su divorcio de Antonio Alatorre, optó por unirse al Centro de Estudios Literarios del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM, pero volvió a la Facultad y enseñó allí hasta su retiro.
Recibió el Premio Nacional de Ciencias y Artes en Lingüística y Literatura del año 2000, y en 2009 el XXIII Premio Internacional Menéndez Pelayo, de España. Recibió los doctorados honoris causa por la Sorbona de París y por la UNAM; fue correspondiente de la British Academy, y miembro numerario de la Academia Mexicana de la Lengua. Fue presidenta honoraria de la Asociación Internacional de Hispanistas. Investigadora emérita del Sistema Nacional de Investigadores, así como de El Colegio de México y la UNAM.
Sus alumnos, entre los cuales me cuento, siempre le quedamos agradecidos. ~