“Colombia tiene escritoras” fue el hashtag y el lema de la campaña que, en 2017, 36 escritoras colombianas llevaron adelante para alzar su voz frente a la decisión del Ministerio de Cultura de no incluir mujeres en la delegación de escritores que representaría al país en las actividades del año Colombia-Francia. La campaña funcionó, pues un año después, la Alcaldía Mayor de Bogotá y el Instituto Distrital de las Artes crearon el Premio Elisa Mújica, para obras de escritoras colombianas. Cinco años después, el mismo ministerio desarrolló el proyecto Biblioteca de Escritoras Colombianas, coordinado por la escritora Pilar Quintana, una colección de obras de las escritoras más representativas del país, que ha rescatado muchas que estaban fuera de circulación editorial o que se habían circunscrito a nichos de lectura muy pequeños, como las de Hazel Robinson, Amalialú Posso Figueroa, Silvia Galvis, Berichá (Esperanza Aguablanca), Helena Araújo, Flor Romero de Nohra, Maruja Vieira, Emilia Ayarza, Teresa Martínez de Varela, Emilia Pardo Umaña, Amira de la Rosa y Sofía Ospina de Navarro. Este año, además, en Bogotá, abrió sus puertas la librería Woolf, dedicada a los libros escritos por mujeres. El equipo organizador de la Fiesta del Libro y la Cultura de Medellín decidió dedicar el evento a las mujeres escritoras. La Feria del Libro Insular de San Andrés Islas (FILSAi) fue reemplazada por el Encuentro Internacional de Escritoras y la Cancillería colombiana eligió a Laura Restrepo, Pilar Quintana, Carolina Sanín y Gloria Susana Esquivel –cuatro de las escritoras más destacadas en el panorama literario y editorial colombiano de las últimas dos décadas– para representar a Colombia en diversos eventos de promoción del país en el exterior.
Cada vez se publican más libros de mujeres y cada vez son más visibles en librerías y en eventos culturales, gracias también al fortalecimiento de los movimientos feministas en América Latina en la última década. Sin embargo, hay hechos que siguen invitando a no bajar la guardia. En Colombia, según datos de la Bibliografía Colombiana (Biblioteca Nacional), entre 2003 y 2015, de las novelas publicadas en el país, solo entre 10 y 15% fueron de autoría de mujeres. Asimismo, Pilar Quintana afirmó en 2021 que, en Colombia, por cada 90 libros de hombres, se publican 10 de mujeres. De acuerdo con el primer informe de caracterización de las editoriales independientes colombianas (Observatorio Editorial Colombiano, Instituto Caro y Cuervo), en 2019 estas editoriales publicaron solo 35% de mujeres. Según los datos sobre internacionalización de la literatura colombiana, recogidos por Martín Gómez en 2022, de 650 registros de libros de autores y autoras que han publicado fuera del país, 35% son de mujeres. Por su parte, los datos derivados del programa Reading Colombia (Ministerio de Cultura-Biblioteca Nacional) evidencian que, de los estímulos de traducción entregados, 36% han sido para libros de autoría de mujeres.
Aunque aún no se logra una total equidad entre los libros publicados por mujeres y por hombres, sí ha habido un aumento significativo en la última década, al que puede haber contribuido –entre otros factores– la creación de editoriales independientes en Colombia fundadas o dirigidas por mujeres: Babel, Tragaluz Editores, Luna Libros, Sílaba Editores, Atarraya Editores, Himpar Editores, entre otras casi treinta. Además de ello, se debe resaltar la labor realizada por la también editorial independiente Laguna Libros, fundada y dirigida por Felipe González, que ha sido fundamental en Colombia para visibilizar a las mujeres escritoras, especialmente a las narradoras, y responsable del gran fenómeno editorial que ha sido Memoria por correspondencia, la publicación de las cartas escritas por la artista Emma Reyes a Germán Arciniegas, en las que relata su infancia. A la fecha, se cuenta con, al menos, dos editoriales dedicadas a la publicación de mujeres escritoras, especialmente poetas: Sincronía Casa Editorial y Cardumen, así como un gran número de colectivas de artistas gráficas y escritoras que centran su trabajo editorial en la publicación de fanzines para difundir sus trabajos y los de otras mujeres.
Si bien se ha demostrado que la presencia de mujeres en los equipos editoriales no garantiza que se publiquen obras de escritoras de manera equitativa frente a los hombres, a largo plazo, este cambio en las directivas de las editoriales sí podría significar el logro de un mayor equilibrio. Lejos se está ya de lo que sucedió hasta la segunda mitad del siglo XX, cuando las mujeres debían acudir mayoritariamente a las publicaciones periódicas para difundir sus obras literarias, a falta de editoriales –las pocas existentes dirigidas y fundadas por hombres– y del prejuicio de los escritores acerca de que lo que escribían las mujeres no tenía mucho valor literario.
La visibilidad actual de las escritoras colombianas tiene directos antecedentes en la década de 1990, cuando la presencia de las mujeres en la academia, en la vida pública y cultural es más manifiesta y se publica el libro Literatura y diferencia: escritoras colombianas del siglo XX (UniAndes-UdeAntioquia, 1995), un portentoso estudio académico compilado por María Mercedes Jaramillo, Betty Osorio y Ángela Inés Robledo, que presentaba un amplio panorama de la producción literaria de las mujeres en Colombia. Igualmente, son antecedentes la publicación de Ellas cuentan (Seix Barral, 1998), una antología de relatos de escritoras colombianas, realizada por Luz Mary Giraldo; Rompiendo el silencio: relatos de nuevas escritoras colombianas (Planeta, 2002) y Ardores y furores: relatos eróticos de escritoras colombianas (Planeta, 2003).
Es precisamente gracias a esta irrupción de mujeres en la academia que la obra de otras que había sido relegada en décadas anteriores puede ser reconocida. Es el caso de Albalucía Ángel, quien aunque había empezado a publicar sus novelas y cuentos desde 1970 no había tenido mayor circulación en Colombia, entre otras razones, por prejuicios de las autoridades literarias –mayoritariamente masculinas– del país. Hoy por hoy, Ángel es una de las escritoras con mayor consagración en Colombia y su obra empieza a ser publicada por editoriales ya no solo universitarias, sino también por otras de mayor circulación, como Alfaguara.
Al hacer un recorrido rápido por la historia de la narrativa escrita por mujeres en Colombia resulta evidente que hoy los nombres se multiplican y es más difícil seleccionar. Si hasta principios del siglo XX se destacan algunos pocos nombres como los de Sor Francisca Josefa del Castillo, Soledad Acosta de Samper, Josefa Acevedo de Gómez y Ana María Martínez de Nisser –por referir solamente algunos de los más conocidos de la época colonial y el siglo XIX–, desde la tercera década del siglo XX los nombres aumentan y la prensa se convierte en la tribuna de algunas mujeres que logran no solo publicar sus textos en ellos (poemas, cuentos, crónicas), sino dirigir publicaciones periódicas orientadas a la mujer, abiertamente feministas o literarias, como fue el caso –entre otras muchas– de Blanca Isaza con la revista Manizales. La segunda mitad del siglo XX representa un momento en el que las mujeres buscan abiertamente un lugar reconocible en la vida literaria nacional y hacer de la escritura una profesión; en este momento, aparece la obra de autoras como Fanny Buitrago (El hostigante verano de los dioses) y más adelante Marvel Moreno (En diciembre llegaban las brisas) y Helena Iriarte (¿Recuerdas, Juana?), quienes en la actualidad se cuentan dentro de lo que puede denominarse como un canon de la literatura colombiana, por sus aportes a la innovación de las formas narrativas.
Lo más reciente de la narrativa colombiana escrita por mujeres señala –afortunadamente– la inmensa diversidad del territorio, de su gente, de sus historias. Sobresalen las narraciones escritas como una recreación y reelaboración de lo íntimo, de lo cotidiano, de lo personal y subjetivo, y que ofrecen visiones del devenir mujer que se apartan radicalmente del relato tradicional, como es el caso de las obras de Margarita García Robayo (Hasta que pase un huracán), Cristina Bendek (Los cristales de la sal), Laura Acero (La paramera), Velia Vidal (Aguas de estuario) y Mariela Zuluaga (La catalana). Lina María Parra (Malas posturas) crea cuentos con una gran pericia narrativa, en los que, en esa cotidianidad, se introduce lo extraño. Gilma Montoya (Tinieblas adentro) ha preferido las estructuras narrativas sólidas y la creación de personajes a quienes lleva a situaciones límite. Alejandra Jaramillo (Las lectoras del Quijote) ha revisitado la época colonial para poner en cuestión la generización y la racialización. Las narraciones de Juliana Muñoz Toro nos recuerdan que la literatura infantil y juvenil ha sido desde muy temprano un terreno fértil para la creación literaria de las mujeres y que, actualmente, ese género demanda la eliminación de clasificaciones etarias, pues cada vez más personas adultas prefieren estos libros a la hora de visitar las librerías.
Los nombres y las obras van en aumento; queda pues la invitación a buscarlas, a leerlas. ~
es escritora, investigadora y docente.