Por qué haría yo. La novela en fragmentos de Mary Robison

Los escritores estadounidenses se tienen que enfrentar a la sobreabundancia. Hay de todo en cantidades ingentes y todo es muy grande. Los árboles, las autopistas, las ciudades, incluso el vacío.
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Los escritores estadounidenses se tienen que enfrentar a la sobreabundancia. Hay de todo en cantidades ingentes y todo es muy grande. Los árboles, las autopistas, las ciudades, incluso el vacío. Por eso el de la acumulación es el recurso norteamericano por antonomasia y por eso encontramos en sus novelas y en sus poemas tanta enumeración: se deja que la realidad se organice según sus leyes y por sí misma diga lo que le parezca, si es que puede. Un ser humano tiene otra escala.

Por qué haría yo, novela de Mary Robison recién publicada en España por Malas Tierras en muy cadenciosa traducción de Ce Santiago, es típicamente americana en su asunción de que la avalancha de cosas no hay quien la entienda. Para empezar por su estructura. Está resuelta en 536 fragmentos, más o menos breves (entre un par de líneas y varias páginas), en los que se cuentan en primera persona algunas aventuras de una mujer llamada Money. La propia Money dice que no tiene mucho interés en insistir por qué se llama Dinero, y ese tono de “ya sé que suena raro pero no me voy a detener a explicarlo” sigue en todo el libro, donde va dando cuenta de escenas y conversaciones que se mueven entre lo mustio y lo grotesco. Ya el título mismo, Por qué haría yo, presenta muy bien al personaje y sus vicisitudes, pues es lo que decimos, con los ojos en blanco, cuando hemos caído en un embrollo de situación.

Money se ha divorciado tres veces y se gana la vida como analista de guiones. Por esa razón tiene que viajar a Los Ángeles de vez en cuando. Allí tiene por jefa a Belinda —chillona, despectiva, entregada al trabajo—, a la que no soporta. Otros personajes que conocemos desde el punto de vista de Money son su amigo Hollis, bastante ensimismado, pero un amigo al fin y al cabo; su vecina doña Sorda; Mev, su hija, ingenua y rebelde, que está en tratamiento de metadona; su hijo Paulie, al que no puede ver porque es testigo protegido del juicio inminente al psicópata que lo secuestró; un anodino novio que se llama Dix. Como compañía para afrontar la vida resulta un grupo un poco disfuncional. Se presentan de la misma manera que las escenas, a fogonazos que ciegan durante unos segundos. Cuando recuperamos la visión, ya estamos en otra escena. En cierto modo nuestra percepción de la vida se parece más a esos destellos que al transcurrir fluvial de una novela más convencional. En esta estructura hay algo muy poético.

La novela se publicó en los Estados Unidos en 2001, diez años después de la anterior novela de la autora, que explicó en una entrevista a la revista BOMB cómo consiguió dar forma al nuevo libro, en una época en que las cosas no le iban bien. Hay que recordar que Robison era una escritora reconocida. Fue alumna de John Barth en la Universidad Johns Hopkins, era colaboradora habitual de The New Yorker, su novela Oh! fue adaptada al cine. Pero “estaba teniendo problemas. Una especie de cinta de vídeo asquerosa se reproducía en bucle en mi cabeza. Así que, para salir adelante, empecé a tomar notas. Cuando salía llevaba un cuaderno. Anotaba […] cualquier cosa que me pareciese graciosa o perturbadora. […] Pasaron meses antes de que volviese a leer aquellos garabatos, pero me di cuenta de que tenían una voz constante, y que contenían personajes y temas. […] Pensé: esto es lo único que estás escribiendo ahora. Deberías intentar hacerlo interesante para los demás. Eso suponía revisarlo todo, darle un enfoque más de ficción a la narrativa y luego, y esto es casi literal, ensamblarlo. Pero no llegué a retocarlo mucho, y si se leen las páginas al revés, funcionan igual”.

No he probado a leer la novela al revés pero es posible que funcione igual. Qué más da, parece que viene a decir Robison. En realidad sí que hay un avance en la historia, hay un cierto desarrollo dramático, aunque los acontecimientos nunca parezcan explotar del todo ni acabar de resolverse. En este mecanismo, y a pesar de que las técnicas experimentales siempre parecen tener el riesgo de ser frías, el libro es muy fiel a ciertos aspectos de la vida.

Los fragmentos están numerados, pero a veces la numeración se interrumpe y a cambio aparece una frase (Nadie lo pasa bien, Zapatos teñidos para que conjunten con el bolso, Varias abolladuras nuevas en el guardabarros…). Quizá haya un patrón o un juego oculto, pero yo no he conseguido detectarlo.

Después de una serie de decisiones dudosas, la vida de Money parece no haberse embrollado, sino haberse quedado deshuesada, sin consistencia, y por eso produce situaciones ininterpretables, autorreferenciales, que no se sabe qué reacción esperan de ella. En su delirio, Money resulta muy simpática; su relato resulta la única consciencia presente, pero se sabe dentro del extraño juego. Su actitud, a veces a la defensiva, tiene algo de filósofa clásica. Parece que está a punto de reventar, y entonces se pone a conducir durante horas. ¿Por qué se ha convertido la vida en esta sucesión incomprensible de cosas raras de las que no se puede sacar un sentido? Se nos muestran las escenas sueltas como si fuesen el montón de ladrillos con los que va a construirse el edificio de la novela, pero en realidad no hace falta la argamasa de las transiciones. Y por eso la estructura en fragmentos tiene tanto sentido, pues está de acuerdo con la percepción de la vida como una desconcertante sucesión de peripecias e impresiones inconexas.

Por qué haría yo

Mary Robison

Traducción de Ce Santiago

Malas Tierras, 2021

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Es escritora. Su libro más reciente es 'Lloro porque no tengo sentimientos' (La Navaja Suiza, 2024).


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