Se me agolpan en la cabeza unos cuantos viajes que he hecho estos meses; pienso en lo que hacía o motivaba esos viajes, en los paseos que daba sola, e inmediatamente me viene a la cabeza que si yo estaba sola era porque alguien estaba con mis hijos. Ese alguien era el padre. Aunque no siempre: nos fuimos a Madrid a celebrar el cumpleaños de nuestra amiga A y los niños se quedaron en Garrapinillos, con mi sobrina pequeña y los perros, cuando aún eran tres, cuando la perra de aguas aún vivía. Del cumpleaños de A me acuerdo de bailar cumbia en un bar estrecho y de dormirme de pie en una discoteca de techno. En el salón de mi amiga A –ella y mi novio se habían quedado por ahí– le comenté con admiración a una de sus amigas lo altas que tenía las tetas. ¡Como que son operadas!, me dijo. Me contó que ella quería una 90 pero el cirujano decía que él por menos de 95 no operaba.
Después de ese viaje, hubo otro, que hice sola aunque vi a amigos: fui a Málaga en tren, en el hotel había un jacuzzi y me bañé pero poco porque me parece que estar solo en un jacuzzi es una cosa un poco deprimente, por muy azul que se vea el cielo desde ahí. Me gustó más el paseo por el cementerio de lpios ingleses que di poco después, las tumbas llenas de conchas y el poema de María Victoria Atencia dedicado a Violette Pautard, que murió a los dos meses de nacer. Copio la última estrofa: “Quieta tu vida toda al tacto de la muerte, /que a las semillas puede y cercena los brotes, / te quedaste en capullo sin abrir, y ya nunca / sabrás el estallido floral de primavera.”
En el viaje de vuelta, que tenía algo triste, que no descarto que fuera resaca, coincidí con otra amiga, ella continuaba hasta Barcelona, yo me quedaba en Zaragoza. Compartimos un bocata de bacon en la cafetería, y ella tenía más resaca que yo, y como pagué yo y soy mayor, me sentí de pronto generosa y responsable. Luego creo que dormimos cada una en nuestros asientos en vagones diferentes. He tenido algunos viajecillos más, cada uno preceptivamente penalizado por mis hijos a mi vuelta: a mamá solo le importan las presentaciones de libros, dijo mi hija pequeña. Es un poco lo que escribe Camba en la advertencia en Aventuras de una peseta –libro que me compré por la voluntad en un mercadillo en la entrada del Parque Grande José Antonio Labordeta–: “[…] en este mundo, y supongo que en todos, es escritor no ve más cosa que una: artículos. Para la mayoría de las gentes, el desierto es el desierto y el bosque es el bosque. Para el escritor, en cambio, el desierto es una crónica, y el bosque es una crónica”. También hicimos un viaje familiar a la costa de Almería y me bañé en todas las playas por fría que estuviera el agua. Creo que las palabras más bonitas del español son “espeto de sardinas”. Recogí un montón de piedras porque me parecían buenísimas y no paraba de repetirlo: ¡Estas piedras son buenísimas, chicos!, animaba a mis hijos, que me daban la razón aunque no sabían para qué eran buenísimas las piedras. Me quedé algunas de jaboneras y el resto se las di a mi madre, que unas semanas después hizo un viaje con su hermana y una amiga en autocaravana hacia esas mismas playas. Sí que son buenas las piedras, me dio la razón mi madre. No sé para qué las usa.
Mi novio y padre de mis hijos también ha tenido viajes, y me he quedado sola con los niños: el mejor plan, si puedo ser sincera: regalices, patatas y Aventuras en la gran ciudad. Es verdad que el primer fin de semana vino mi madre un ratillo para que yo me pudiera escapar a la filmoteca a ver Fishtank, de Richard Billingham. En ese ratillo, creo que se durmió plácidamente fingiendo interés en no sé qué película que habían elegido mis hijos. El segundo, nos lo pasamos en la calle: clases de ballet, una presentación de un libro, parque, cine, museo de ciencias naturales… todo esto acompañados de un monopatín que un padre de ballet encontró en la basura y decidió recoger y regalárselo a mis hijos. No me acordé mucho de él cargándolo por la ciudad, será que me cae bien.
Mi futuro inmediato incluye una fiesta de pijamas con nueve niñas; ocho niñas y un niño, mi hijo mediano. Mi pasado reciente incluye tres hornadas de galletas de avena y dos bizcochos de yogur, uno con chocolate, otro no, para el concurso de postres de la fiesta de fin de curso del colegio, que no gané, pese al absoluto convencimiento de mis hijos de que mis galletas son las mejores del mundo. Pero me dieron un neceser que tal vez usemos para las gomas del pelo. Haré alitas de pollo y empanadillas de atún y guacamole, hay diferentes sensibilidades con respecto a la peli: mi hijo mediano insiste en que El pequeño fugitivo es un peliculón; me juego cinco regalices a que acabamos viendo Tú a Londres y yo a California, la de Lindsay Lohan. Un matrimonio se separa y, como han tenido gemelas idénticas, deciden repartirsélas salomónicamente. Ay, qué tiempos cuando en las ficciones se suspendía de verdad el juicio crítico. Como el chiste del perro Mistetas, donde lo que más gracia me hace es que aceptarámos Mistetas como nombre de mascota. A la salamanquesa que recogimos una tarde le pusimos Roque.