Hay cuentos que están escritos para ser escuchados

Cachipún, de Alejandra Costamagna, es el botón de muestra de que “la vivacidad de la lengua sobrevive en el ‘artificio’ del lenguaje escrito”.
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Hay cuentos que están escritos para ser escuchados. Los de Alejandra Costamagna, por ejemplo. Porque no están escritos en español sino en chileno, y el chileno no es para nada un español como el que mal hablamos en México, es otro. Es un español al que ellos llaman, como en España, castellano y del que se han apropiado hasta transformarlo.

Ya decía Flannery O’Connor que “no hay nada peor que un escritor que no usa los dones de su región.” Alejandra Costamagna honra esa relación con la oralidad, por la que la fenomenal cuentista del sur de Estados Unidos regañaba a sus estudiantes:

“El lenguaje caracteriza a la sociedad y cuando se ignora el lenguaje es tanto como ignorar todo el ambiente social que puede conformar a un personaje pleno de significado. No se puede decir nada significativo acerca del misterio de la personalidad a menos que se ubique esa personalidad en un verosímil y significante contexto social. Y la mejor manera de lograrlo es con el lenguaje particular del personaje.”

“El habla es una forma de ver el mundo”, me dice ella, Alejandra Costamagna, a propósito de su nuevo libro, Imposible salir de la Tierra (Almadía 2016), escrito en chileno y publicado por una editorial mexicana. Sus cuentos, además de melodías, son retos morales, nos muestran formas de ser y de estar en el mundo, de relacionarse con los demás, donde como en los cuentos de Felisberto Hernández o Guadalupe Nettel, lo extraño es normalizado. Esa oralidad de un sur de América no solo tiene un ritmo, un repiqueteo al que no estamos acostumbrados, también nos revela rincones invisibles de una sociedad donde lo perverso es de lo más natural.

Cachipún es un ejemplo brutal. Digo brutal porque es el botón de muestra de que “la vivacidad de la lengua sobrevive en el ‘artificio’ del lenguaje escrito”. Y porque la historia de Cachipún es heavy, como se dice allá en su espanglish. Es un cuento feroz. Es un cuento musical. Y me parece que nada más leer el cuento no es suficiente. Leerlo nomás sería como cuando uno recorre con la mirada los renglones de una página en un idioma que conoce, que entiende pero que no domina, y se avanza por los párrafos a sabiendas de que algo entre las palabras se le está escapando, y no está obteniendo la experiencia completa. Hay una tensión entre la palabra y el silencio, en las entonaciones que afecta la historia.

Así que por favor, querido lector, consígase un chileno que le lea esta muy buena colección de cuentos.

 

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