La degradación de las instituciones es un fenómeno común en las democracias contemporáneas. España no escapa a esta tendencia: del poder judicial a las televisiones públicas, de los organismos teóricamente dedicados a la transparencia al Centro de Investigaciones Sociológicas. Algunos elementos son inevitables: los partidos siempre tratan de colonizar las instituciones, los contrapesos se aprecian más cuando no estás en el poder, la pulcritud se ve más necesaria cuando estás en la oposición que en el gobierno. Pero hemos pasado de apostar por instituciones que fueran más fuertes e independientes a aceptar que se conviertan en un instrumento partidista. Esta visión sectaria reduce el terreno común y empeora la convivencia y la democracia.