Foto: Heinrich Klaffs, CC BY-SA 2.0, via Wikimedia Commons

La voz emancipadora de Tina Turner

A lo largo de su carrera, Tina Turner (1939-2023) superó el abandono familiar, el racismo, el maltrato y el machismo impulsada por una fuerza incansable: la de su propia voz.
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Una de las voces más emblemáticas y virtuosas del siglo XX se apagó hace unos días. Emergió del agreste sur estadounidense, en medio del racismo institucionalizado de la década de 1940. Sus padres se detestaban entre sí y detestaban más a sus hijos. Encontró en la música un nicho para escapar de su realidad y fue cultivando ese don con el cual eventualmente logró superar la adversidad. Se trata, desde luego, de Tina Turner, nacida Anna Mae Bullock, quien falleció el 24 de mayo.

Con su voz excepcional, ubicó en la cúspide del rhythm and blues y el rock and roll a un grupo de músicos destacados que, de no ser por ella, quizá habrían caído en el olvido. En los 20 años que pasó junto a los Kings of Rhythm, fundados por Ike Turner a finales de los años 40, ella desarrolló y maduró su estilo, para después proyectarse al estrellato.

Esa banda con la cual tocó en sus inicios habría sido olvidada de no ser por ella. En buena parte de los textos publicados tras su fallecimiento se denuncia –con razón– el abuso y la manipulación que sufrió de parte de Ike Turner, desde que iniciaron su relación profesional y en su posterior relación marital. La misma Tina Turner evocaba, en sus dos autobiografías y en un filme sobre su vida, cómo predominaban los insultos y los golpes.

En My love story, libro de 2018, la cantante narraba un episodio sucedido luego de una de las tantas veces que Ike la golpeó en la cabeza con una horma para zapatos: “Ike soltó la horma y me ordenó que me acostara en la cama. Lo último que yo quería era hacer el amor, si uno pudiera llamar así a eso. Cuando terminó, me quedé acostada, con la cabeza hinchada, pensando, ‘estás embarazada y no tienes a dónde ir. Ahora sí te has metido en un lío’. Tina Turner nació esa noche, y Little Ann desapareció para siempre”.

Frente a episodios como este, se habla de la forma en que su vida de pareja la proyectó profesionalmente. Esa visión se asoma, por ejemplo, en Tumult! The incredible life and music of Tina Turner (2020), una biografía escrita con evidente admiración por el periodista cultural Donald Brackett. Él argumenta que a Ike hay que reconocerle el mérito de haber descubierto a Tina, y que este descubrimiento y los años en que trabajaron juntos fueron instrumentales para “pulir ese diamante en bruto”.

Esta narrativa trasluce una suerte de machismo velado, quizás a veces inconsciente. Se denuncian los abusos como un sufrimiento que habría contribuido al eventual despegue solista de la artista. Hay que desmitificar argumentos como este. Tina habría sido una gran cantante sin Ike. Su talento y su don natural lo trascendían. Es cierto que, a fines de la década de 1950, Tina Turner esperó pacientemente para subir al escenario a cantar con los Kings of Rhythm, y que esa noche en San Louis Ike Turner la “descubrió”. Pero hay que mirar los hechos desde otro ángulo: quienes tuvieron la suerte de que la joven Anna Mae Bullock subiera a cantar con ellos fueron los Kings of Rhythm, y fue ella quien logró sacar lo mejor de ellos. Ike Turner era un buen músico, pero no estaría en el Salón de la Fama del Rock and Roll si no hubiera colaborado con Tina Turner.

Tras su muerte se han destacado algunos de sus más grandes éxitos, como “The best”, “Proud Mary”, “Private dancer” y “What’s love got to do with it”, que son más cercanos al pop y si acaso al rock pop. Pero escuchar su música de la década de 1970 ayuda a entender por qué se le coronó como la “reina del rock and roll”.

Es verdad que para entonces ya llevaba una década con el dúo Ike & Tina Turner junto a los Kings of Rhythm, tiempo suficiente para darse a conocer como una de las más grandes voces del rhythm and blues de su momento. Pero a partir de 1969, de la mano de las piezas que ella escribió, podemos entender su proceso de madurez. La voz fuera de serie ya la tenía, pero explorar en su pasado, sus raíces y su condición le dio las herramientas que la catapultarían a la fama mundial en 1984.

La balada “I am a motherless child” (1969) deja ver el impacto de la falta de amor durante su infancia, y muestra cómo ya era consciente de que ni ella ni sus hermanas eran muy queridas por sus padres. Así lo describió en My love story: “mi madre era una mujer que tuvo hijos, pero en realidad nunca los quiso tener, en especial a una bebé rebelde como yo”. En la pieza musical mencionada deja entrever cómo la religión era una forma de huir de ese contexto:

A veces estoy exhausta y abatida, Señor
A veces no sé a dónde ir
Mi madre y padre no quieren ser mis dueños
Así que intentaré hacer del cielo mi hogar
Hablo de una niña que sí ama a Jesús

Como parte de la liturgia, desde luego, estaba la música: los coros góspel fueron una válvula de escape para Tina Turner, que le permitió canalizar su talento innato, para después lanzarse al soul y el rhythm and blues. Mientras “I am a motherless child” escarbaba en su pasado, meses después lanzaría “Bold soul sister”, en la cual comenzaba a proyectar su futuro: “Es lo mío, voy a hacer lo que quiera. Oye, haz lo que quieras, cuando quieras, como quieras, haz lo tuyo soul sister”. Sobre una fuerte base de rock and roll con fuertes dosis de blues se asomaba su emancipación, la de las mujeres en general.

En esa misma línea musical –con mayor distorsión rockera en la guitarra– y lírica lanzaría en 1972 la pieza “Black coffee”, que además hablaba de la emancipación de los negros estadounidenses y la manera de lograrlo a través de la música, o “el Do-Re-Mi”:

En Estados Unidos, la tierra de la libertad
Puedes tener lo que quieras si te sabes el Do-Re-Mi
Empecé como esclava, me liberé, me pagaron
Ahora gano mucho dinero, no soy sirvienta de nadie
Me compré una casa, me gané un aumento

Ese estilo musical, que electrificaba y añadía distorsión al auténtico blues del Mississippi, fue desarrollado con cierta psicodelia en la pieza “Popcorn” (1972) –también escrita por Tina Turner–, de uno de los álbumes de culto más audaces de su dúo con Ike: Let me touch your mind (1972). La conjunción de esta experimentación sonora con las ideas de las piezas de 1969 y 1972 dieron pie a una de las obras cumbre del rock and roll: “Nutbush city limits” (1973). En la letra autobiográfica Tina Turner relata con cierta ironía su vida de niña en el diminuto pueblo de Nutbush, Tennessee, con trabajo infantil en la pizca de algodón incluido. Hasta cierto punto, esa pieza sobre su hogar mostraba un lado amable de la vida rural. Al año siguiente escribiría “Sweet Rhode Island red”, sobre una mujer que crecía en un pueblo de Luisiana. En ella se dejaban ver la misoginia y el acoso sexual en la vida cotidiana rural, mostrando en un personaje inventado los demonios reales del sur estadounidense.

Sus retratos y críticas a la sociedad adquirían mayor sagacidad, al igual que su llamado a la emancipación de la mujer. En cierta forma, todas esas ideas, ya más maduras, confluyeron en 1977. En pleno trámite de su divorcio de Ike (que ella inició en 1976) lanzaron el álbum Delilah’s power. En la pieza que daba nombre al álbum, Tina Turner llama a todas las mujeres a utilizar el “poder de Dalila”, aquel que le permitió a la figura bíblica acabar con la fuerza de Sansón. Era un llamado feminista y al mismo tiempo parte de su propia emancipación: después de la experiencia acumulada, estaba “cortándole el cabello” a Ike, para por fin librarse de su explotador.

Esa “fuerza” de Ike no provenía en realidad de nada parecido a una cabellera, es decir, nada que hubiera crecido de él. Su fuente era la voz privilegiada de Anne Mae Bullock. Sin embargo, como la cantante relató también en My love story, desde un inicio Ike registró como marca comercial el nombre “Tina Turner” para que, en caso de que Anne Mae lo dejara, él pudiera contratar a otra cantante bajo el mismo nombre. Ese habría sido su intento de agenciarse de la “cabellera” ajena. En 1978, año en que se firmó el divorcio, quedaba muy claro que, por más que Ike se quedara con el nombre artístico, nadie podría suplir a la cantante. Es más: difícilmente alguien se habría atrevido a intentarlo.

Con la madurez adquirida a lo largo de los años 70 y consciente de su estilo único y voz privilegiada, ella renunció a múltiples bienes materiales y a las regalías de las piezas grabadas en los 20 años anteriores, a cambio de que él soltara la marca comercial que ella había cimentado. Tina Turner había superado la adversidad desde la infancia, había madurado y entendido que el futuro estaba en la emancipación. Solo necesitaba de aquello que la había salvado desde el principio, que ella sola consolidó entre 1969 y 1977, y que la llevó a cosechar infinidad de premios en las décadas posteriores: la música. Y su voz. ~

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Sociólogo, etnomusicólogo, periodista y DJ.


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