La visión cósmica de Pearl Jam

Dark matter es un disco de madurez y resurrección, en el que Pearl Jam responde al fatalismo de la entropía con energía transformadora, en busca de nuevos territorios.
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Teorizar implica ver más allá de lo evidente, como indica la raíz del vocablo. Sin esta capacidad, no podríamos haber descubierto, entre otras cosas, la materia oscura. Invisible a los sentidos, pero perceptible por sus efectos, entre ellos la acción gravitatoria, esta polémica noción poco a poco se fue corroborando, gracias a hallazgos posteriores a su formulación, como los agujeros negros y la rotación de las galaxias. Hoy es un concepto científico de circulación corriente aun cuando su comprensión resulte vaga.

Ver más allá de lo evidente evitará enfocar los árboles al punto de que se pierda la boscosa perspectiva. La recepción de Dark matter de Pearl Jam, motivada acaso por la dinámica contemporánea que privilegia la inmediatez antes que la mesura, se ha concentrado en sopesar este doceavo álbum con base en una especie de pearljamtómetro para determinar el valor que le corresponde dentro de la docena. Así, las primeras piezas que desde febrero se divulgaron paulatinamente fueron acogidas con gran aprobación, como “Dark matter” y “Running”, o con cierto escepticismo, “Wreckage”. En las reseñas que el viernes 19 de abril –fecha de lanzamiento del disco– brotaron en pocas horas, la crítica pareció circunscrita a rumiar la cualidad de la mermelada sin apreciar si ha cambiado de sabor o consistencia. O, dejándonos de metáforas, de razonar si el álbum entraña una propuesta y si hay cohesión pese a su aparente inconsistencia.

Regresemos al campo donde pacen las metáforas. ¿La materia oscura indica algo en Dark matter? A juzgar por el tono y el ánimo que configuran las letras de las once canciones, sí hay una trayectoria, un corrimiento de la temática hacia un color del espectro, lo cual permite inferir el humor predominante. Por supuesto, no versa sobre la materia oscura, no, al menos, en el sentido cosmológico. El maduro Vedder se delata aficionado a las alusiones científicas. Además de al concepto acuñado por Henri Poincaré, encontramos referencias a la fisión nuclear (“React, respond”) y a la cadena del ADN (“Wreckage”). Sin embargo, en este universo musical la materia oscura se encuentra relacionada, más que con esa porción desconocida, con el agotamiento, la desaparición y la destrucción. Escúchense –o léanse– las letras de “Scared of fear” –el sol declinante–, “Wreckage” –el naufragio como metáfora de la pérdida amorosa–, “Upper hand” –la desaparición– o “Setting sun“ –la recapitulación– para apreciar esa cualidad melancólica.

La temática revela una obra creada desde un observatorio: antes que un astrónomo, un espectador que desde un sitio elevado vislumbra el horizonte. Las composiciones aluden a la muerte de seres cercanos, el divorcio, las disputas y emociones encontradas, la madurez de los años, la asunción de la paternidad y también el balance del legado musical, al tiempo que privilegian figuras crepusculares e insinúan historias de desastre y finales. Sus paisajes bien podrían ser los tópicos por antonomasia de la pintura romántica: naufragios, caminatas en la playa, barcos que se alejan, restos en la arena, cenizas, restos carbonizados, visiones de ocasos, barruntos de tormenta. De ahí que considere que la urdimbre no reside en la temática sino en la visión lírica. Diría, que más que la materia oscura, el concepto físico que domina e impone el tono es la no menos célebre segunda ley de la termodinámica, la entropía, es decir cómo todo estado de armonía se rompe, como todo sistema se agota y tiende a la dispersión, el desorden y eventualmente a la extinción.

Eligiendo esta perspectiva, se vislumbra la trama lírica y se advierte la unidad, incluso desde la propia metáfora del sol poniente que se encuentra en el primero y el último tema. Ya el que denomina al disco, “Dark matter”, sugiere esa lectura al hablar, más que de los efectos o consecuencias de las porciones invisibles –materia o energía–, de la desaparición: “Despoja nuestros ojos de la luz, toma mi sangre de mi corazón/ estamos en toda esta materia oscura/ toma los suspiros de mi pecho, llévate los pensamientos de mi mente / Estamos perdiendo el tiempo, materia oscura” (“Steal the lights from our eyes, take my blood from my heart/ We’re in all of this dark matter/ Take the breaths from my chest, take the thoughts from my mind/ We’re losin’ time, dark matter”). La concepción tiene que ver más con una sensación de colapso que con una materia invisible o una ausencia lumínica.

Habría, sin embargo, una lectura cifrada, una interpretación en clave que sólo la banda podría aclarar: dado el diálogo que se advierte entre el primero y el último tema, ¿hay una intención que aluda al surgimiento y el colapso cósmico? La apertura cinematográfica y etérea a la que sigue una suerte de golpe –un tiro de billar ejecutado por Sean Penn, se ha dicho– que trastorna la armonía de la primera canción, “Scared of fear”, me sugiere esa lectura. ¿No acaso se ha recurrido al billar para explicar la gran explosión?

Aceptar el predominio melancólico propicia comprender el cambio en Pearl Jam. Puede que a Vedder y camaradas les preocupe la decadencia, que la muerte de amigos y colegas los haya enfrentado a la mortalidad y las rupturas amorosas al desencanto, además de que seguramente sus propios cuerpos acusan ya el declive y la morbilidad, pero esa sensación no se traduce, creativamente, en agotamiento. Si la noción de entropía propicia fatalismo, saber que la energía se transforma permite vislumbrar cierta esperanza. Y así Dark matter, más que pesimismo, reboza reflexión. Ante los efectos del desorden, el grupo responde, como indica “React, respond”, con el movimiento.

La mejor expresión de esta conciencia se aprecia en la música. En los ritmos y los estilos del disco predominan las canciones que se considerarían baladas, de acuerdo a los parámetros del quinteto de Seattle, algunas introducciones incluso coqueteann con el pop (“Won’t tell”). Piezas que podríamos asociar con un registro grunge y característico de Pearl Jam son solamente tres: “Scared of fear”, cuya ubicación inicial ha inducido a que se considere que hay un retorno a los primeros trabajos, “React, respond” y “Dark matter”; mientras que otras están compuestas en un tiempo más lento, propicio a una mayor riqueza lírica –los versos incluso tienden al versículo–: “Wreckage”, “Won’t tell”, “Upper hand” y “Something special”. Una canción tiene un ritmo punk que remite a los inicios del grupo, “Running”, y tres expresan el proceso de transformación actual. De esta suerte de suite que incluye “Waiting for Stevie”, “Got to give” y “Setting sun” destaco las dos últimas. Aquí ese elemento de recapitulación, de sopesar el pasado, de examinar el presente y buscar nuevas perspectivas se decanta en un nuevo sonido, como si de la investigación y el análisis la síntesis fuera dirigirse hacia otro territorio.

Sería injusto y limitado, sin embargo, decir que únicamente en esta secuencia se encuentra el Pearl Jam de hoy. Además de someterlos a un proceso de limpieza sonora, el productor Andrew Watt, fiel a su interpretación de la ingeniería musical, les ha permitido explayarse, es decir, que toquen como si estuvieran en concierto sin editarlos ni constreñirlos a la depuración perfeccionista. Y eso, como todo goloso de la mermelada sabe, implica improvisar: no en vano el nombre de la banda guiña a los jams, palomazos, a los que Neil Young y Crazy Horse solía entregarse. El influjo de este ascendente del grupo es visible en “Wreckage”.

Si Dark matter entraña una recapitulación no lo es porque Pearl Jam desande sus pasos y recule. Regresar significa aquí recuperar la chispa primordial. Mérito del estilo de producción de Watt, el disco aprehende la energía y la frescura de la improvisación que distingue a los conciertos del grupo. El escucha inveterado seguramente se sentirá atraído por las guitarras de McReady y Gossard en “Scared of fear” o “React, respond” –que, pese a su ímpetu y estruendo, concluye con un solo de guitarra más complejo que el de la primera–, pero asimismo apreciará “Dark matter” y “Waiting for Stevie”, donde las guitarras se amoldan en una masa sonora en vez de privilegiar el exhibicionismo solista. Matt Cameron y Jeff Ament, por su parte, se incorporan con igual brío y despliegue técnico. El resultado es que suenan no como instrumentistas aislados sino como un organismo armónico. Por ello es que, aun cuando haya piezas mejores y otras menores, Dark matter indica una dirección que retoma elementos del pasado pero los combina con la sabiduría del presente.

La mejor manera de presentar estas cualidades sería describir la formulación. Mientras las canciones se presentan a la manera habitual, en la que las dos primeras estrofas son sucedidas por un estribillo y posteriormente por un puente musical, con lo que el oyente, tras la primera mitad, piensa que ya ha aprendido la melodía y muchas veces la letra, de pronto, en el último tercio se alteran. Las estrofas se extienden, los mismos versos parecen dilatarse, Vedder fuerza su voz, la potencia evocando explosiones juveniles y los músicos comienzan a tocar in crescendo y a desarrollar solos o microsolos, que se distinguen únicamente por breves segundos porque lo importante es la integración, no la filigrana. Ejemplar de esta práctica es “Got to give”, que a partir del coro se transforma para concluir en un abierto homenaje al Roger Daltrey de Quadrophenia. “Setting sun” se convierte en el último cuarto en otra pieza, más angustiosa, histriónica, ruidosa contrastando con su acompasado y meditabundo comienzo. Todo ello, antes de regresar, con los últimos acordes pulsados en la guitarra acústica, a sus aires melancólicos que expresan también el final de un periodo, el reflujo del final del día. Otro gran ejemplo de estas variaciones es “Upper hand”. De apertura atmosférica y cinemática, no tanto en la práctica de Pink Floyd –como se ha repetido– sino más bien con una raigambre trip hop evocativa de la escuela de Bristol, la melodía acentúa su inscripción dentro de la variante americana, con el sonido slide en la guitarra y los teclados de taberna a orillas de la carretera. La integración de los instrumentos y el fraseo recuerdan a un himno emblemático: “Jeremy”. La impronta de The Who se advierte no únicamente en la voz y en la emulación de Vedder a Daltrey en “Waiting for Stevie”, sino también en “Got to give”, cuya apoteósica conclusión evoca el Sturm und Drang de Townshend y Moon. De igual modo “Something special”, una de las canciones memorables y de las mejores en años del grupo, remite a otra influencia: al territorio de The Beatles, aunque sea a través de la refracción más que de la luz directa. Los primeros acordes evocan a la lectura de Blur en “Beetlebum”, mientras que el solo del puente y el del final, con su slide, sugieren a The Beatles postmortem, cuando tras la muerte de Lennon los ex miembros hurgaron en las cintas para publicar nuevas canciones. Aquí el modelo es el George Harrison de esas sesiones de mitad de los noventa, pero como si el arreglo lo hubiera hecho Paul McCartney.

Obra de madurez y a la vez de resurrección, Dark matter propone un arco, una mirada hacia el paisaje que queda detrás y el horizonte sin ninguna complacencia. No solo demuestra que Pearl Jam continúa activo, sino que asimismo emprende distintos caminos, novedosos menos por insólitos que por la forma en que se exploran. ~

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