“No es habitual que un partido pase del 20% al 44% sin realizar ninguna hazaña particularmente heroica, por el simple procedimiento de gobernar razonablemente bien durante una temporada y poner a un presidente que va todos los días a la oficina, no grita ni insulta ni amenaza ni miente y se hace llamar Juanma”, escribe Ignacio Varela sobre las elecciones andaluzas en El Confidencial.
Las elecciones andaluzas suponen una superación del momento populista en el que hemos estado atrapados desde el surgimiento de Podemos y Vox. Podemos es un partido prácticamente inexistente a nivel nacional (en Andalucía la suma de la izquierda alternativa solo ha sacado 7 escaños). Solo sobreviven, y precariamente, algunas de sus marcas alternativas, que nunca formaron parte realmente de Podemos, gracias a algunos liderazgos concretos (Ada Colau en Barcelona, Mónica Oltra, que está en las últimas por su imputación). En esencia, lo único que tiene futuro de Podemos hoy en día es Yolanda Díaz, que nunca formó parte del partido pero recoge un poco su espíritu.
Vox, que tenía muchas promesas en Andalucía y se veía incluso alcanzando al PP, se ha estancado. Y el PP ha obtenido una mayoría absoluta histórica, sin precedentes, en Andalucía, que durante décadas ha sido el flotador del PSOE: si las cosas iban mal para los socialistas a nivel nacional, siempre les quedaba Andalucía, donde su victoria era un fenómeno natural.
Es cierto que parte de la victoria de Juanma Moreno en Andalucía se debe a una oposición muy pobre: la candidata de Vox resultaba artificial, el del PSOE era alguien colocado por Ferraz (la estrategia que ya hizo con Gabilondo en Madrid), y la izquierda alternativa estaba (sorpresa) fragmentada y envuelta en conflictos internos. Pero con solo eso no se explica que el PP obtuviera 28 escaños más que el PSOE en su principal feudo. La estrategia de la alerta antifascista del PSOE ya no funciona, y su dependencia de los nacionalismos periféricos le hace mucho daño.
Si sobrevive el momento populista hoy es solo gracias al PSOE, que necesita alimentar a Vox para galvanizar a sus votantes y contentar a los nacionalistas para no perder apoyos parlamentarios. Es un populismo institucionalizado: la combinación clásica sanchista de corporativismo y abuso de las instituciones junto a la guerra cultural. Es una estrategia de tierra quemada, poco sostenible en el tiempo y que además nunca se ha enfrentado a un PP tan poderoso.