“Espero que te guste mucho el café”. Oksana Forostyna me recibe en una cafetería hipster de Podil, el barrio histórico de Kiev. Es fundadora de una pequeña editorial (“Somos mi portátil y yo”), después de trabajar varios años en Krytyka, una revista de cultura y política. Acaba de tener un primer gran éxito con la traducción al ucraniano de la biografía de Elon Musk, el fundador de Tesla. El libro está en las grandes librerías junto a otros bestsellers como la autobiografía de Hillary Clinton y la de Lee Kuan Yew, el exprimer ministro de Singapur y fundador del país. En 1999, el Wall Street Journal le preguntó a Kuan Yew cuál consideraba que era el mejor invento del siglo XX y respondió que el aire acondicionado: gracias a él, países de clima tropical como Singapur entraron en la modernidad.
En Kiev, el café parece un foco de progreso similar. “Hay quienes dicen que el consumo de café forma parte de una nueva cultura del trabajo y la productividad”, me dice Alya Shandra, periodista de la web Euromaidan Press, que traduce artículos sobre Ucrania al inglés. En los últimos años, la ciudad se ha llenado de coches-cafetería: viejos coches de la URSS con grandes cafeteras en el maletero. Están en los lugares turísticos y de trabajo, en cualquier plaza y esquina. Todo el mundo bebe café. Bajo el apartamento en el que me alojo, junto a un centro comercial en el centro financiero de Kiev, varios jóvenes beben café a las once de la noche frente a una estatua que pone “I love Kiev”.
El fenómeno del café también forma parte de una progresiva hipsterizacion de la ciudad, llena de murales pintados, locales de diseño, cafeterías de ladrillo visto, barbas y gafas de pasta. Los nuevos políticos y partidos surgidos tras la Revolución de la Dignidad, o Euromaidán, que en 2014 echó al corrupto Yanukóvich, hablan de conseguir el voto hipster. Una crónica en la revista The Ukrainian Week sobre dos nuevos partidos liberales surgidos tras el Euromaidán, calibra su popularidad en el número de seguidores que tienen en Facebook. Cuando le pregunto a Forostyna sobre la histórica apatía de los ucranianos hacia cualquier gobierno, me dice que las cosas están cambiando: “Ahora si lo haces mal la gente se te echa encima en Facebook”. Pero más allá de Facebook los reformistas tienen mucho trabajo. Como concluye la crónica de The Ukrainian Week, “la gente que está en Facebook vota mucho menos que las abuelitas pagadas por los sistemas electorales piramidales en las regiones”.
Es la gran preocupación de Andrii Solod’ko: la brecha digital. Quedo con él en un local que solo sirve café turco en vasos de barro. Las mesas son palés de madera y el camarero lleva un peto con tirantes. Solod’ko trabaja en un think tank y es experto en migraciones y demografía en un país sin un censo fiable. En 2014 estuvo en la guerra del este como traductor de la televisión francesa. Fue para experimentar cómo es realmente la guerra. Es algo común en los intelectuales, periodistas y politólogos que he conocido en Kiev: no tenían la obligación profesional de ir, pero sintieron una obligación moral.
Cuando le pregunto su opinión sobre los nuevos reformistas que buscan cambiar el país, me dice que necesitan salir de Facebook: “Vienen de los medios de comunicación, y no son tan buenos diputados como parecen en las redes sociales”. Confía más en los reformistas tecnócratas: no son políticos profesionales, sino profesionales políticos, tecnócratas que provienen del sector privado. En un país en el que el presidente es un oligarca y empresario del chocolate (Poroshenko no será muy querido, pero su empresa de chocolate es un orgullo nacional), y en el que nadie en el parlamento oculta sus intereses empresariales, que varios ministros tengan un pasado empresarial no parece extraño. La política ucraniana no se divide en ideologías. La batalla parece más entre los viejos políticos y su concepción personalista y populista de la política, y los nuevos reformistas tecnócratas, que hacen política como dirigen una empresa. Los hipsters, en medio, solo mueven a los activistas en Facebook.
Solod’ko no parece muy sorprendido por las revelaciones del caso Manafort, el ex jefe de campaña de Trump que asesoró a Yanukóvich y que fue destituido: Serhiy Leshchenko, el diputado que desveló los papeles de los pagos a Manafort, y uno de los nuevos reformistas en la Rada, no quiere decir de dónde los obtuvo, pero se sospecha que de un oligarca ruso. Andrii no se fía mucho de él. No parece fiarse de nadie, aunque cree que Poroshenko no lo está haciendo del todo mal.
“Los ucranianos hemos sido siempre un poco anarquistas”, me comenta Oksana Forostyna entre risas. Cree que Ucrania es tan multicultural, y tan consciente y orgullosa de ello actualmente, que es muy difícil que pueda triunfar una dictadura. El término posmoderno sale varias veces en la conversación: la revolución del Euromaidán fue una revolución de “banqueros, hipsters y amas de casa”. Todos beben café porque aún queda mucho trabajo por hacer.
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Ricardo Dudda (Madrid, 1992) es periodista y miembro de la redacción de Letras Libres. Es autor de 'Mi padre alemán' (Libros del Asteroide, 2023).