Foto: ProtoplasmaKid, CC BY-SA 4.0, via Wikimedia Commons

Sanar a México

El país enfrenta una encrucijada. Es esencial acudir a las urnas este 2 de junio.
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El miércoles 29 de mayo, a unas horas del cierre de campañas, José Alfredo Cabrera Barrientos, candidato a la presidencia municipal de Coyuca de Benítez, Guerrero, fue asesinado en medio de una multitud. Esta tragedia se suma a los 34 candidatos o aspirantes que han sido asesinados y a los 231 homicidios de ciudadanos relacionados a lo largo del actual proceso electoral según la firma consultora Integralia.

Sin embargo, existe la posibilidad de que el próximo lunes, al retomar sus conferencias matutinas, el presidente López Obrador alabe el buen comportamiento de los miembros del crimen organizado, como lo hizo al término del proceso electoral en 2021, a pesar de los 102 asesinatos de candidatos o aspirantes, en su mayoría opositores, que se registraron entonces.

Por supuesto, todo dependerá de cuál candidatura a la presidencia obtenga la mayoría de votos el domingo. De resultar favorecida Claudia Sheinbaum, el “pueblo bueno y sabio” habrá triunfado. A quienes votaron por la oposición, ese pueblo les habrá demostrado que no es buena idea ser “aspiracionista, hipócrita, parte de la oligarquía”.

En caso de que Xóchitl Gálvez resulte electa como la próxima presidenta de la República, sus votantes –y sobre todo la clase media, los intelectuales, los analistas, los periodistas– serán agraviados con epítetos denigrantes sin ningún miramiento desde el púlpito presidencial, que también sembrará la idea de un fraude operado por los “conservadores oligárquicos corruptos” en contra de su proyecto. Esto a pesar de que los fraudes electorales solo pueden ejecutarse desde el poder en contubernio con los órganos electorales que, por cierto, no han sido lo suficientemente contundentes para frenar la constante e indebida intervención presidencial en el proceso electoral, lo que lo vuelve ya el más inequitativo en lo que va del siglo.

Doy por sentado que ninguno de estos posibles escenarios resulta de particular asombro para nadie. A lo largo de casi seis años, los mexicanos y las mexicanas hemos estado sometidos a la violencia institucional permanente y reiterativa desde quien ejerce la titularidad del Ejecutivo Federal. Hemos escuchado acusaciones de corrupción sin ton ni son ni sustento en denuncias o sentencias desde el primer día de gobierno de López Obrador. Hemos visto exhibidos y echados al escarnio a ciudadanos por atreverse a señalar los malos resultados de la administración en diferentes ámbitos. Fuimos testigos del acoso presidencial a periodistas, miembros de organizaciones civiles, escritores, feministas, madres buscadoras, abogados, médicos, jueces, magistrados,  niños enfermos de cáncer y sus padres y madres, ministros y ministras entre muchos otros, por hacer su trabajo o ejercer sus derechos humanos y político-electorales. Hemos presenciado el sacrificio de la verdad en el altar de los “otros datos”, entre sonrisas socarronas e insultos proferidos con todo el aparato del Estado en contra de todo aquel que el presidente, personalísimamente, considere su “adversario”.

Hoy, México es un país en jirones. Aún no está roto, pero los hilos que lo sostienen corren el riesgo real de ser cortados por las tijeras de la continuidad que ofrece Sheinbaum, quien ha dado muestra a lo largo de su trayectoria del temor que infunde en sus interlocutores;  de su incapacidad para reconocer errores y asumir consecuencias; de su soberbia y talante autoritario, que desprecia toda confrontación y contrapeso como un obstáculo a su voluntad que debe desaparecer. México no está roto, pero sí está herido. No hay una sola dinámica social, política, jurídica y económica que no haya sido gravemente trastocada o deteriorada por el proyecto obradorista.

En el otro lado del espectro, el liderazgo de Xóchitl Gálvez ha empezado por reconciliar lo que parecía irreconciliable en el tejido político: los ciudadanos y los militantes de tres de los principales partidos han dejado de verse como enemigos o, en el mejor de los casos, como ajenos a la realidad de unos con respecto a otros (los liderazgos aún se consideran aparte). Frente a la ira y el dolor que han sido fomentados diariamente desde el poder, Gálvez ha traído esperanza, consuelo  y alegría a la gente. Ha abierto los espacios para el perdón nacional y para la conversación de los asuntos de urgente solución que nos atañen a todos, en el marco del respeto y la paz. La Marea rosa que surgió por la defensa cívica del Instituto Nacional Electoral, máxima expresión de participación política ciudadana, la ha revestido a ella del color que la arropa como una más de sus filas.

El país enfrenta una encrucijada: o busca la oportunidad de sanar o recibe el tiro de gracia. Este 2 de junio, no solo debemos acudir todos a ejercer nuestro derecho constitucional al voto, sino también reflexionar si estamos dispuestos a continuar sometidos por muchos años a las violencias que son el centro del proyecto obradorista, o si queremos vivir en México en paz y libertad. ~


La opinión contenida en este artículo es de exclusiva responsabilidad de quien la suscribe y no representa el pensamiento, ni la postura de Letras Libres. Este medio respeta y garantiza la libertad de expresión de sus colaboradores.

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es licenciada en derecho con especialidad en derecho fiscal por la UDLAP. Activista en favor de la cultura de la legalidad.


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