Entre el 25 y el 27 de agosto de 2024 hubo un encuentro de feministas en Costa Rica, el país que ha acogido a las exiliadas nicaragüenses y al que podíamos llegar las cubanas y las venezolanas perseguidas políticas. No ha tenido repercusión pública porque el interés no se centró en la cobertura mediática sino en el intercambio entre activistas, enfocado en los autoritarismos de la región con especial énfasis en Cuba, Nicaragua y Venezuela.
La idea de coincidir en el país centroamericano surgió un año antes, en una reunión informal en Buenos Aires, al pie de un asado norteño, donde mejor se habla de política en Argentina. Gracias tanto a la perseverancia de María Teresa Blandón (socióloga, feminista y activista política nicaragüense) como al apoyo de la Oficina en Washington para Asuntos Latinoamericanos, finalmente se concretó y produjo un documento: “Las feministas latinoamericanas en defensa de la democracia”.
En el asado, un par de cubanas conversamos con Blandón sobre la ausencia del tema de las presas políticas cubanas en el Consejo Económico para América Latina (CEPAL), instancia en la que sí se habló de las presas políticas nicaragüenses. Hablamos, además, sobre la hegemonía del discurso de la Revolución cubana como una experiencia victoriosa sin que se cuestione esta idea; también sobre la complicidad de algunos grupos feministas con el régimen socialista y la relativización del tema de los derechos humanos cuando se trata de denunciar las desapariciones forzadas, las detenciones arbitrarias, el acoso y la persecución que viven tantos cubanos y cubanas.
Después de las manifestaciones del 11 de julio de 2021, Cuba debió terminar de desmoronarse en el imaginario socialista de la izquierda latinoamericana, aferrada al Fidel Castro que vibraba en las montañas militarizando la región, pero no pasó. Si bien la ola represiva propició el acercamiento de algunos grupos sindicalistas y feministas a la sociedad civil independiente cubana para interesarse, no entendieron lo que había ocurrido. Les resultó más cómodo seguir pensando desde conceptos viejos como los de la “burguesía” de derecha que vive y manipula desde Miami. La realidad es que los cubanos no solo emigramos a Estados Unidos; tampoco salimos de la isla a hacer turismo, huimos de la miseria. Pareciera que acceder a servicios básicos –la salud, la vivienda, la electricidad, el agua potable u otros beneficios de la vida contemporánea– no forma parte de nuestros destinos y cualquier reclamación significa ser de derechas.
La solidaridad de estos grupos estuvo condicionada a la aceptación del mismo fantasma que recorrió Europa del Este el siglo pasado, el que dejamos entrar en la isla y nos ha llevado a vivir un infierno: el comunismo. Las más de 1,600 personas detenidas, torturadas y golpeadas a raíz de las protestas del 2021 parecían una invención nuestra. Nos preguntaron acerca del carácter pacífico o la filiación política de los manifestantes, como si hubiera una forma “adecuada” de protestar, parafraseando a la agitadora y trans-activista Mikaelah Drullard.
En el encuentro de Costa Rica tuvimos que vadear los mismos escollos con los mismos argumentos: “eso no es socialismo”, “eso no es izquierda”, “ el socialismo aún no se ha materializado”. Ahora bien, si Cuba no es todo “eso”, ¿entonces qué es? No solo las cubanas sino también las venezolanas chocamos contra un muro de contención ante las vivencias que contamos. Hacerse la pregunta de qué hacemos las feministas a las que el socialismo nos ha arruinado la vida nunca dejará de ser crucial para quienes lo hemos vivido. Deslegitimar nuestras vivencias preguntando por el papel que juega los Estados Unidos, restándole responsabilidad a dictadores de izquierda, es confirmar que la sororidad tiene color político, no importa que quienes tengan la inquietud vengan de grupos racializados y oprimidos, con ascendencia conga, carabalí, miskita, tawahka o nahua.
Con el documento final de Costa Rica se reafirma lo que vivimos:
Gobiernos de diferentes signos ideológicos como el ultraderechista en Argentina y los llamados gobiernos de izquierda como Cuba, Venezuela y Nicaragua, se han atrincherado en un falso discurso de soberanía nacional para evadir su responsabilidad de rendir cuentas ante la ciudadanía, los organismos regionales e internacionales de derechos humanos y la comunidad internacional que, cada vez tienen menos margen de maniobra para contribuir a los esfuerzos que realizan diversos actores, incluyendo los movimientos de mujeres y feministas para contener y revertir el peligro de perpetuación de regímenes claramente antidemocráticos.
¿Por qué poner en una misma línea a dictaduras como la venezolana, la nicaragüense y la cubana, con 65 años en el poder, y a esa avanzada de la derecha que es Javier Milei en Argentina? ¿Por qué duele más Milei que nuestras dictaduras? Milei llegó al poder tras elecciones democráticas y como consecuencia de una larga lista de decepciones y políticos corruptos que no hicieron lo que se supone que debe hacer la izquierda para y con los pueblos.
Cada vez que surge un dictador o un gobierno autoritario en la región (Nayib Bukele incluido), tiene como referente a Fidel Castro o a la Revolución cubana. Por eso cuando se contrastan los métodos represivos que se están aplicando contra los activistas en Venezuela y Nicaragua, hay un rastro que llega de Cuba. En la isla se ha ido perfeccionando durante décadas una maquinaria de deshumanización, reforzada con códigos penales, resoluciones y una Constitución que perpetúa el carácter socialista del país y criminaliza todo tipo de activismo.
Hablar del fracaso y de la miseria que genera la izquierda aferrada al poder es tema tabú, en especial si se menciona a Cuba. Se trata de un asunto incómodo porque saca de la zona de confort a muchas feministas al deconstruir el paraíso socialista, ese cuya expresión es La Habana, ciudad que se derrumba ¿Cómo no se puede entender que el socialismo tiene en su cuenta millones de muertes? La solidaridad, ya no la sororidad, no alcanza si quienes contamos nuestras historias somos cubanas o si incluimos en nuestros feminismos las prácticas espirituales de origen africano que nos han sido negadas durante años, primero por el amo esclavista y después por el esclavismo del siglo XXI que es el socialismo.
El muro que nos encontramos en Costa Rica está hecho del material de la corrección política, de un feminismo que se comporta del modo que se le atribuye al feminismo blanco, cargado además de racismo internalizado y que se traduce siempre en violencia. El encuentro fue fructífero, pero pensé encontrar más empatía y menos condescendencia. No debe haber una “manera adecuada” de ser feminista ni una “manera adecuada” de ser de izquierdas. Con Audre Lorde aprendí a identificar al enemigo: “no he visitado un solo país socialista libre de racismo y sexismo, por lo que la erradicación de ambos males parece requerir algo más que la abolición del capitalismo como institución”.1 La lucha es contra la hipocresía. Cualquiera que sea el camino que tomen las izquierdas y los feminismos, si no quieren ser arrasados tendrá que estar empedrado de sinceridad. ~
- Audre Lorde, Hermana otra. Sister Outsider, traducción de Gloria Fortún, Horas y Horas 2022. ↩︎
(La Habana, 1979) es novelista, periodista y activista. Su última novela es Elizabeth todavía juega con muñecas (Hurón Azul, 2020).