Fuente: www.spectator.co.uk

¿Cómo cambiarán Gran Bretaña y el mundo a partir del Brexit?

Apenas empezamos a ver las consecuencias que tendrá el Brexit: la primacía del voto irracional en las democracias actuales. 
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Ayer, Inglaterra –porque el referéndum que decidiría si Gran Bretaña abandonaba la Unión Europea (UE) fue básicamente un asunto inglés- estableció un nuevo paradigma político: la primacía del voto irracional en las democracias postmodernas.

Más de la mitad de los ingleses, que son el 84% de la población británica, decidieron dar un salto al vacío y votaron a favor de Brexit. Adultos mayores, trabajadores de cuello azul, desempleados y pensionados que viven en las provincias, votaron en contra de los jóvenes,  de sectores de la población mucho mejor calificados y de Londres, la capital del país, su pujante sector financiero y la cultura multinacional vibrante que representa.

Entre los dos miedos que dominaron la agria campaña previa al referéndum –el temor a las consecuencias económicas y políticas de Brexit y el miedo a los inmigrantes- triunfó el rechazo al otro que es la bandera xenófoba y antieuropea del UKIP (Partido Independiente del Reino Unido) y su deplorable líder Nigel Farage.

Los votantes irracionales fueron también presa fácil del canto de las sirenas de los conservadores o Tories euroescépticos que establecieron una alianza anti natura con UKIP. Encabezados por el alcalde de Londres, Boris Johnson,  prometieron a los votantes, a espaldas de la realidad,  y aderezado con una buena dosis de nacionalismo, un futuro radiante y soberano fuera de Europa.

En cualquier latitud, el votante irracional abraza una causa como si fuera un dogma religioso. Dudar se convierte en un signo de perdición y la fe sustituye a la información. Quienes votaron a favor de Brexit se blindaron –o reforzaron la armadura euroescéptica que han arrastrado desde siempre- contra cualquier información que pudiera mellar su fe en que Brexit sería la solución a todos los males del país.

Pocas veces una mayoría del electorado- y en estos tiempos donde obtener cualquier información está a uno o dos clics de distancia- ha votado en contra del consenso unánime de economistas, analistas, funcionarios y políticos. Hasta Paul Krugman, el premio Nobel que tanto ha criticado la unión monetaria europea, se sumó al coro de los que pronosticaron una y otra vez los daños que ocasionaría Brexit a la economía británica y europea.

Los que estuvieron a favor del Brexit votaron también a espaldas de la posibilidad de que la salida de la UE –y la ríspida campaña- erosionara la democracia parlamentaria británica y pudiera fragmentar al país. Hicieron caso omiso de los llamados de los gobiernos de Francia y Alemania que subrayaron las ventajas y el poder acumulado que le daba a Gran Bretaña la pertenencia a la Europa unida.

La respuesta de Farage y Johnson no planteó un escenario alternativo y viable. Optaron por invalidar el conocimiento. Y sus seguidores desecharon una y otra vez advertencias y consejos con un muy británico “Rubbish!” Todo lo que escapaba al dogma Brexit era, por supuesto, basura desechable.

La “basura” encarnó en la realidad en menos de 24 horas. Apenas abrieron los mercados el viernes 24 la libra esterlina sufrió un desplome sin precedentes  (perdió un 9.5% de su valor), la bolsa cayó y la inestabilidad financiera empezó a afectar al mundo entero.

El gobierno irlandés propuso la anexión de las dos Irlandas que quedarán ahora escindidas por la frontera entre la UE y Gran Bretaña. Nicola Sturgeon, la líder del partido Nacionalista Escocés, que promovió y estuvo a punto de ganar un referéndum a favor de la independencia de Escocia, protestó y rechazó el resultado del referéndum. 62% del electorado escocés votó en contra de Brexit y ve la salida de la UE como un destino impuesto.

Sturgeon, una política muy hábil, no convocará a un referéndum hasta que tenga todas las posibilidades de ganarlo y hasta que Escocia pueda reducir su déficit –que se ha abultado desde la baja del precio del petróleo- hasta los niveles que manda Bruselas. Pero no dejó lugar a dudas. Apenas se supo que Brexit había ganado, declaró  que la convocatoria a un referéndum independentista en Escocia es “muy probable”. Los Brexitistas enfrentan ya la posibilidad de dos secesiones: la que promovieron de Europa y la de Escocia de Gran Bretaña.

El panorama político interno empaña también las celebraciones de los Brexitistas.  El primer ministro conservador David Cameron pagará con su carrera política el error de haber convocado a un referéndum innecesario y haber hecho una campaña ineficaz para defender la permanencia del país que gobierna en la UE. Renunció hoy en la mañana. Permanecerá en su cargo hasta octubre para supervisar los primeros pasos del complicado divorcio entre el Reino Unido y Europa y para tratar de imponer a su sucesor al frente del Partido Conservador.

Él y su lugarteniente, el Canciller del Exchequer George Osborne, enfrentan una tarea titánica. Les será muy difícil evitar que Boris Johnson, un bufón populista de la misma pasta que Donald Trump, pero más inteligente y validado por la victoria de Brexit, asuma el liderazgo Tory y cambie de domicilio al 10 de Downing Street.

Nigel Farage, que en una democracia madura como la británica debería estar en los extremos de la franja lunática, le pasará factura a los conservadores que se aliaron con él y promoverá la adopción de medidas xenófobas y aislacionistas.

Tories nacionalistas y xenófobos gobernarán, por lo demás, sin oposición alguna mientras Jeremy Corbyn encabece al Partido Laborista. Corbyn es un fósil marxista sin redención posible que en el pasado calificó a la Unión Europea como una conspiración capitalista. A sabiendas de que Gran Bretaña se jugaba su futuro el 23 de junio, porque Brexit es irreversible, hizo una campaña tibia y tardía a favor de Europa. El resultado fue una sangría de votos a favor de Brexit en las regiones del país que son el corazón del laborismo. Corbyn enfrentará una rebelión de los representantes laboristas en el Parlamento en la reunión del 27 de junio que erosionará la poca legitimidad que le queda.

Gracias a Brexit, en el futuro cercano, los británicos buscarán en vano reconstruir el equilibrio político y un territorio común en el centro para negociar.   

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Estudió Historia del Arte en la UIA y Relaciones Internacionales y Ciencia Política en El Colegio de México y la Universidad de Oxford, Inglaterra.


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