Cómo pensar en la guerra en Ucrania

La visión de Putin sobre Ucrania no se ajusta a la realidad. Pero que entienda mal el mundo no significa, sin embargo, que no pueda cambiarlo.
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Me siguen preguntando si Rusia volverá a invadir Ucrania. No lo sé. La última vez que Rusia atacó Ucrania, en 2014, hice una predicción correcta en contra de la opinión generalizada. Esta vez todos somos conscientes de que Rusia podría invadir Ucrania: después de todo, ya ocurrió una vez, no hace mucho tiempo, y Rusia tiene más de cien mil soldados en la frontera, además de los estacionados en las partes de Ucrania que ya ocupa. Pero no estoy seguro de lo que ocurrirá a continuación. No estoy seguro de que el Kremlin sepa lo que va a pasar después. De hecho, no estoy seguro de que exista un acuerdo entre las élites rusas sobre lo que debería ocurrir a continuación. 

Una invasión de Ucrania sería un horror para los ucranianos, que no han hecho nada para provocarla. Ucrania tiene unos catorce mil muertos a causa de la guerra y unos dos millones de refugiados internos por culpa de la última invasión rusa, y el sufrimiento esta vez sería mucho peor. Las fuerzas que Rusia ha desplegado son capaces de un nivel de destrucción aterrador. Pero invadir Ucrania también sería un movimiento increíblemente estúpido por parte de Rusia, y más de un ruso es consciente de ello. Probablemente se parecería mucho a la invasión soviética de Afganistán en 1979: aparentemente exitosa al principio, y luego destructora del sistema al cabo de unos años.

¿Pero de qué se trata? ¿Por qué ahora, y por qué Ucrania? En 2014, la invasión rusa de Ucrania fue parte de una ofensiva más amplia contra la democracia en Europa y Estados Unidos. Rusia fue capaz de impulsar sus propios memes políticos a través de los medios de comunicación occidentales, e incluso crear dudas sobre sus operaciones ofensivas mientras estaban en marcha. La victoria propagandística de Rusia en Ucrania en 2014 la impulsó a la ciberguerra contra miembros de la Unión Europea y Estados Unidos. Esta vez, la propaganda rusa ha sido mucho menos eficaz. Parece torpe y aburrida.

La amenaza de Putin de invadir Ucrania está claramente vinculada a Europa y Estados Unidos, pero esta vez quizás de forma diferente. En lugar de invadir sin avisar, Rusia se ha preparado ostentosamente para una invasión, y luego ha advertido a Occidente de que cualquier cosa que ocurra será culpa suya. Rusia ha dado un codazo a los europeos, insistiendo en hablar directamente con los estadounidenses. Esto ha llevado a Ucrania (una vez más) a la política interna estadounidense, en una configuración incómoda para el presidente Biden. Tal vez esa sea la cuestión. Moscú prefiere una administración Trump a una administración Biden. Trump ha dicho que retiraría a Estados Unidos de la OTAN en un segundo mandato. Cualquier cosa que debilite a Biden podría considerarse entonces en el interés ruso, o más bien en el interés del régimen de Putin. 

¿Pero es todo estratégico? El pasado mes de julio, el presidente Putin publicó una extraña misiva sobre Ucrania y Rusia y su relación histórica. Presentaba el tipo de argumento que hace estremecer a los historiadores. La idea básica es que hace mil años había un país llamado Rus, la ciudad más importante de Rus era Kyiv, y ahora mil años después Kyiv es la capital de Ucrania, y por lo tanto Ucrania no puede ser un país real, y todos los involucrados y sus descendientes deben ser rusos o una nación hermana de los rusos. Un historiador que se enfrenta a este tipo de lío se encuentra en la misma desgraciada situación que un zoólogo en un matadero. Tienes experiencia, y sientes que tienes que decir algo, y así: ah, sí, eso es claramente un fémur, y ese cartílago era probablemente de un hocico, y hay un poco de hígado; pero este no es tu trabajo, y deseas profundamente estar en otro lugar. Así que podría decir: “Rus” fue fundada por los vikingos, Moscú no existía entonces, Kiev no fue gobernada desde Moscú hasta muy tarde en su historia, la historia de los pueblos hermanos es reciente, como lo es la identidad nacional en el sentido moderno. Pero en realidad no se puede entablar una discusión histórica con personas que se empeñan en creer un mito, y mucho menos con presidentes que creen que el pasado solo está ahí para confirmar sus prejuicios presentes.

Una crisis de identidad

Lo más sorprendente del ensayo de Putin es la incertidumbre subyacente sobre la identidad rusa. Cuando uno afirma que sus vecinos son sus hermanos tiene una crisis de identidad. Hay un bonito dicho alemán al respecto: “Und willst Du nicht mein Bruder sein, so schlag’ ich Dir den Schädel ein”: si no quieres ser mi hermano, te parto la cara. Esa es la postura de Putin. En su ensayo, lo que le falta a Rusia es un futuro, y la nación trata mucho más del futuro que del pasado.

La nacionalidad tiene que ver con la forma en que la gente del presente piensa en lo que está por venir. Si los ucranianos se consideran a sí mismos una comunidad nacional con un futuro en un Estado, entonces la cuestión está resuelta. Históricamente, la idea de que un dictador en otro país decida qué es una nación y qué no se conoce como imperialismo. 

El hecho de que Putin entienda mal el mundo no significa, sin embargo, que no pueda cambiarlo. Parece posible que realmente crea lo que ha escrito. Hay personas en el Kremlin y en las fuerzas armadas rusas que saben perfectamente que la visión de Putin sobre Ucrania no se ajusta a la realidad. Si así fuera, los ucranianos habrían dado la bienvenida a la última invasión de Rusia. La opinión oficial es que lo hicieron, pero hay muchos rusos que saben que no fue así. Y hay aún más rusos a los que no les importa ni lo uno ni lo otro, pero no comparten la visión extrema del asunto expresada por su presidente.

El hecho de que todos los representantes rusos tengan que actuar como si el ensayo de Putin fuera cierto crea un problema para los negociadores estadounidenses y europeos. Putin atribuye a Occidente la responsabilidad de algo que hizo Rusia, que es empujar a la opinión pública ucraniana hacia la OTAN. En el ensayo de Putin se afirma que los ucranianos pertenecen a una comunidad mayor con Rusia, pero que han sido engañados por la perfidia occidental. Ahora bien, siempre hay mucha perfidia, y las personas razonables pueden discrepar sobre si Ucrania debería ser invitada a entrar en la OTAN. Pero el simple hecho es que la actual orientación occidental de Ucrania es el resultado de la última invasión rusa. Así que los estadounidenses se encuentran en una situación imposible. Es culpa de Estados Unidos, supuestamente, que los ucranianos se hayan apartado de su destino natural ruso. Si los estadounidenses señalan que Rusia invadió Ucrania en 2014, y que esto está detrás de la impopularidad de Rusia en Ucrania y de los deseos ucranianos de garantías de seguridad, se encuentran con una negación obstinada y una hostilidad bruta. La ideología oficial de Putin se enfurece ante los hechos básicos.

Cuando Rusia invadió Ucrania la última vez, demostró una asombrosa capacidad para ganar en los titulares. Las fuerzas rusas fueron menos capaces de mover las líneas del frente. La península de Crimea, donde Rusia ya tenía bases navales, fue rápidamente ocupada por fuerzas rusas regulares sin insignias. En otros lugares, dependiendo de irregulares locales y rusos y de unidades del ejército ruso enviadas desde muy lejos, Moscú consiguió controlar mucho menos territorio del que esperaba. La guerra fue cruel, con amplios bombardeos desde el lado ruso de la frontera, y el uso de antiaéreos rusos para derribar aviones de transporte ucranianos (por no hablar de un avión de pasajeros civil, el MH17). Pero la estrategia básica rusa de simular rebeliones contra el gobierno ucraniano fracasó en la mayoría de los lugares donde se intentó. Rusia ocupa ahora partes de dos distritos del sureste de Ucrania, Luhans’k y Donets’k, bajo la cobertura de falsas “repúblicas”. 

Esta vez las fuerzas comprometidas serían más numerosas y estarían mejor entrenadas. El ejército ruso está en mejor forma ahora que en 2014. Por otro lado, también lo está el ejército ucraniano. En 2014 Ucrania estaba en plena revolución y era singularmente incapaz de defenderse. Ahora no está en condiciones de igualar a Rusia, pero sería capaz de infligir un daño mucho mayor que hace ocho años. En estos momentos no hay una euforia patriótica en Rusia por invadir de nuevo Ucrania. Aunque a los líderes rusos les gusta alardear de su dureza, son casi tan sensibles a las bajas como podrían serlo los líderes estadounidenses. En 2014, los valientes reporteros rusos que escribieron sobre rusos muertos en acción fueron todos silenciados. La sociedad civil rusa está bajo un control más estricto ahora que en 2014, y sería un reportero ruso valiente y hábil el que consiguiera informar sobre esta guerra. Pero es probable que siga siendo difícil suprimir las noticias sobre las bajas rusas.

Propaganda y distracción

La propaganda rusa que funcionó la última vez se dirigió contra Ucrania, que fue retratada como reaccionaria u homosexual, nacionalista o cosmopolita, dependiendo del público objetivo. Esta vez, es más bien como si se pretendiera que no pensáramos en Ucrania en absoluto, y permaneciéramos fijos en la geopolítica. La línea rusa de que la culpa es de Estados Unidos sugiere que Ucrania no es realmente soberana y que las experiencias de guerra de su pueblo no importan realmente. También nos distrae de lo que ha sido realmente la política ucraniana. 

Una de las primeras acciones de la Ucrania independiente fue el desarme nuclear. Ucrania fue en su día la tercera potencia nuclear del mundo, al menos según el número de armas en su territorio. Renunció a sus armas nucleares en 1994 a cambio de garantías de seguridad por parte del Reino Unido, Estados Unidos y Rusia. Las pasadas y amenazantes invasiones de Rusia a Ucrania perjudican la causa mundial de la no proliferación nuclear, porque parecen indicar que los países que renuncian a las armas nucleares son atacados por sus vecinos. Bajo la actual administración presidencial, Ucrania se ha mostrado conciliadora con Rusia. El presidente de Ucrania, Volodymyr Zelens’kyi, fue elegido en 2019 por una sociedad cansada y con la promesa de poner fin a la guerra. Sus gestos de reconciliación con Putin se han encontrado ahora con la amenaza rusa de una escalada bélica. Esta es quizás una de las razones por las que la propaganda rusa se centra en Occidente y en Estados Unidos. Si nos detenemos a pensar en Ucrania como país, nos preguntamos inmediatamente: ¿por qué hay que invadir a ese pueblo? ¿Otra vez?

A diferencia de Rusia, Ucrania es una democracia. A diferencia de Putin, Zelens’kyi llegó al cargo en unas elecciones creíbles en las que los candidatos opuestos (uno de ellos era el presidente en ejercicio) tuvieron acceso a los medios de comunicación y pudieron competir. (Esta es una diferencia fundamental entre Ucrania y Rusia: en Ucrania, los presidentes han perdido las elecciones y han dejado el cargo. Eso aún no ha ocurrido en Rusia). Uno de los elementos centrales de los ataques tradicionales de Rusia contra Ucrania ha sido que los “rusoparlantes” de Ucrania son objeto de opresión. Esto es conceptualmente engañoso, en el sentido de que la mayoría de los ucranianos son bilingües en ucraniano y ruso en un grado u otro, y en que el idioma no determina la identidad (si lo hiciera, sería inglés). Pero en la medida en que es razonable hablar de “rusoparlantes” en Ucrania, el propio presidente ucraniano es sin duda uno de ellos. Zelens’kyi es del este de Ucrania, y su lengua dominante es el ruso. Por tanto, un “rusoparlante” en Ucrania puede ser elegido presidente. De hecho, los “rusoparlantes” de Ucrania son mucho más libres en este sentido que los “rusoparlantes” de Rusia. En Rusia, no hay democracia para nadie. 

Otra línea de propaganda rusa ha sido que Ucrania es inhabitable para los judíos. Zelens’kyi es judío. Por cierto, el primer ministro cuando Zelens’kyi asumió el cargo también era judío. Durante varios meses de 2019, Ucrania fue el único país (además de Israel) que tenía un jefe de Estado y un jefe de Gobierno judíos. En el ensayo de Putin, y más directamente en un artículo más reciente de su otrora socio político Dmitri Medvedev, este estado de cosas se presenta como prueba de la falta de soberanía de Ucrania y de su dependencia de Occidente. El lenguaje de Medvedev se adentra en el territorio antisemita.

¿Qué hacer entonces? Las negociaciones parecen tan necesarias como difíciles. Evidentemente, hay que incluir a los ucranianos. La práctica de excluir al país en cuestión de las discusiones sobre su futuro tiene un triste pedigrí. Estados Unidos no es en realidad responsable de todo, así que no puede ofrecer lo que los rusos parecen querer, que es una realidad alternativa en la que Rusia no hubiera alienado a su vecino invadiéndolo; o quizá una realidad alternativa en la que la Unión Soviética nunca se hubiera desmoronado, o una en la que el antiguo imperio soviético se mantuviera unido por la admiración hacia Rusia. Son sueños que nadie puede hacer realidad. En una clara señal de la torpeza de la posición rusa, Moscú presentó dos proyectos de tratado y pidió que se firmaran tal como están; en ellos, se pide a los estadounidenses que acepten disposiciones que el Kremlin debe saber que son inaceptables y que entregue la soberanía de otros países, especialmente Ucrania. 

Lo que parece que merece la pena intentar son negociaciones sobre una base más amplia, no limitadas a las reivindicaciones o ambiciones específicas de Rusia, sino aceptando la premisa básica de que algo va mal en el sistema de seguridad europeo. Por supuesto, lo que se pueda hacer será diferente en las distintas capitales, desde Kiev por ejemplo, pero en eso consiste la negociación. Una cosa que tienen en común Estados Unidos y Rusia es que sus diplomáticos han sido degradados en los últimos años. Tal vez haya que darles algo serio en lo que trabajar, algo que pueda hacer historia de verdad.

Traducción del inglés de Daniel Gascón, no revisada por el autor.

Publicado originalmente en el Substack del autor.

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Timothy Snyder (1969) es un historiador estadounidense, profesor en la Universidad de Yale, especializado en la historia de Europa Central y del Este y en el Holocausto. Su libro más reciente en español es 'Nuestra enfermedad. Lecciones de libertad en un diario de hospital' (Galaxia Gutenberg, 2020).


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