Ni mes y medio duré. Seis viernes. Me llamaron el pasado jueves 30 de octubre y al día siguiente ya estaba en antena. Rosa María Molló, la directora y presentadora de 24 horas en Radio Nacional de España, me explicó por teléfono que había quedado vacante una silla en su “Tertulia humanista” y que, después de intentarlo sin éxito con Diego S. Garrocho, había pensado en mí. Lo que más le había convencido era mi sentido del humor. Yo ya le advertí que no estaba alineado con algunos de los dogmas en boga y que mis opiniones a veces remaban a contracorriente. Buscaban animar un poco la tertulia con algo de discrepancia, ¡no había problema alguno! Lo único que a Rosa le chirriaba de mi biografía era el tema de las drogas. Como director de la revista Cáñamo, defiendo públicamente el fin de la prohibición y soy partidario de un uso razonable de las drogas, le dije. Aunque añadí, para su tranquilidad, que estaba harto de hablar de ese asunto. Quedamos entonces en que yo no sacaría el tema, pero que si salía podría dar mi opinión con total libertad.
Dedico mi jornada laboral a recordar que las drogas no están prohibidas porque sean malas, sino que son malas porque están prohibidas. Así que para mí era un descanso dedicarme a otras cosas. La posibilidad de participar en una lectura reflexiva de la realidad me parecía un buen plan para los viernes por la noche. La tertulia estaba formada por Noor Ammar Lamarty, presentada como “jurista, escritora y experta en derechos humanos y feminismo”, y por Germán Cano, profesor de Filosofía en la Complutense, un viejo conocido por el que siento gran afecto.
La tertulia humanista no era un debate al uso, según explicaba Rosa al comienzo. La misión de cada contertulio era resumir la semana en una palabra a partir de la cual derivar. Por turnos cada uno iba revelando su palabra y explicando por qué la había elegido, después de lo cual, el resto daba su opinión brevemente. Por la mañana le escribíamos un wasap a Rosa con la palabra elegida y una recomendación cultural para el final del programa. La primera vez yo elegí la palabra “monja”, pero como pisaba el mismo terreno místico que la elegida por Germán, Rosa me pidió que la cambiara, así que opté por la palabra “gracias”. “Hemos puesto tanto el acento en el agravio, en la condición de víctimas, como fórmula de la identidad contemporánea, que nos definimos antes por las carencias que por la abundancia que vivimos, así que creo que es un ejercicio interesante darle las gracias a todo: a Marconi y a Edison por inventar la radio…”, así expliqué mi palabra de la semana. Aunque, en contestación a Germán, y bajo el influjo manifiesto de la portada del disco de Rosalía, acabé hablando también del regreso estetizante de la figura de la monja como un reflejo de la falta de entendimiento sexual entre hombres y mujeres. Como ese día era 31 de octubre, víspera del día de los muertos, propuse a los oyentes la tarea de que cada uno confeccionara la lista con las canciones para su funeral.
Todo el mundo se quedó encantado con mi estreno. Rosa y una directiva de la radio que se acercó a felicitarnos estaban de acuerdo en que mi participación aportaba a la tertulia el ingrediente que faltaba.
Secreto, café y corrupción
La semana siguiente, en pleno juicio al fiscal general, mi palabra fue “secreto” y diserté acerca de su relación con el poder, sin olvidar que comparte etimología con “secreción”, lo que me permitió aludir a los líos de alcoba del rey emérito y las sobremesas del señor Mazón, para terminar defendiendo el derecho al secreto personal como garantía de respeto a uno mismo y al misterio del otro. Mi recomendación cultural esa noche fue no escuchar el último disco de Rosalía, que acababa de salir: “¡No se rindan a los mandatos de la novedad, seamos anacrónicos!”
Por esos días firmé el contrato para toda la temporada y en casa comenzaron a llamarme Tertulio. Me empezaba a gustar aquel compromiso semanal que me obligaba a leer con más atención la prensa, buscando el hueco noticioso por donde colar mis cavilaciones.
La tercera semana no encontré por donde colarme y elegí como palabra el “café”, siempre tan de actualidad que se nos olvida su presencia. Hablé de cómo la cafeína, la droga más consumida en el mundo, hizo posible la Revolución Industrial y el Siglo de las Luces, y de cómo, gracias a esa sustancia psicoactiva estimulante, funciona hoy el mundo, provocando en sus consumidores, eso sí, problemas de insomnio. “El café de hoy sirve para compensar el sueño que nos produce el café de ayer”, dije citando el ensayo de Michael Pollan incluido en su libro Tu mente bajo los efectos de las plantas. Mi recomendación cultural fue otro libro, el de Los ilusionistas, de Marcos Giralt Torrente, para el que pedí el Premio Nacional de Narrativa.
Al término del programa, en el taxi de vuelta, Rosa nos pidió a Noor y a mí que las palabras que eligiéramos tuvieran en adelante más relación con la actualidad noticiosa. Noor había elegido “vínculo” y se había extendido sobre la importancia de la amistad, y era verdad que, aunque yo había identificado la cafeína como la gasolina del sistema y esa misma semana, como las anteriores y las siguientes, el 90% de la población mundial la habría consumido, nada digno de ser noticia había pasado al respecto.
Si soy sincero, en parte elegí el café como una forma de burlar el acuerdo de no hablar de drogas ilegales. Cada uno tiene sus motivaciones a la hora de abrir la boca, a mí me gusta tratar de aquellos temas espinosos en los que se cruzan las tensiones propias del momento histórico. ¿Qué otra cosa mejor que hablar en la radio pública de aquello que nos inquieta? Y había otra razón añadida que tiene que ver con la obsolescencia en estos tiempos de cambios vertiginosos. Cuando llega la noche del viernes, ya se ha dicho todo sobre los grandes y pequeños eventos de la semana y hablar de algo que haya sucedido el martes o el miércoles es un viaje al pasado condenado a la repetición.
El viernes siguiente mi palabra fue “corrupción” y justifiqué mi elección haciendo un listado rápido que empezaba en Ábalos y Santos Cerdán, seguía con el rey emérito y el novio de Ayuso y concluía con el uso partidista de la Justicia, tanto referido al Tribunal Supremo, que había condenado por la filtración al fiscal general –en apresurado fallo sin sentencia, para evitar ¡filtraciones! de los jueces a la prensa–, como al mismo fiscal general, cuyo apego al Gobierno comprometió su independencia desde su nombramiento. Puede parecer una perogrullada, pero, dentro del espectro mediático progresista, pocas voces incluían al fiscal general como parte del uso partidista de las instituciones de Justicia. Con todo, esa lista de corrupciones sirvió de preámbulo a lo que me interesaba, que era reflexionar acerca de la corrupción no como casos aislados sino como un comportamiento habitual en nuestro país, bien por acción o por omisión. Y aquí me sirvió Alejandro Nieto, el catedrático de derecho administrativo que mejor estudió el fenómeno, y de quien cité el comienzo de su ensayo Corrupción en la España democrática (1997): “La corrupción acompaña al poder como la sombra al cuerpo”. Mi recomendación ese día fue otro libro, la excelente novela Cada día es del ladrón, de Teju Cole, donde se muestra Nigeria como un país hundido en la corrupción moral y política.
Discordia
La mañana del 28 de noviembre le envié varios wasaps a Rosa, el más importante para esta historia decía así: “La palabra que he seleccionado para resumir esta semana es ‘discordia’. Hablaré de la dificultad entre hombres y mujeres de entendernos, comentando la reciente publicación del libro Esto no existe de Juan Soto Ivars, sobre las denuncias falsas en violencia de género. Aludiré también al 25N, a la nueva fiscal general del Estado y otras cuestiones que vayan saliendo al paso”. Rosa me responde sobre la marcha a los wasaps alabando el libro elegido –Pensamientos salvajes, de Augusta Amiel-Lapeyre–, y la canción –“Desfado” de Ana Moura–. No me contesta al wasap de la discordia, pero es imposible que no lo haya leído. Una aclaración: salvo un día que me lo dijo ella minutos antes de empezar, nunca supe de antemano las palabras que elegía Noor. Germán y yo, si nos veíamos antes, nos contábamos, pero la idea era opinar sobre la palabra de los otros sin llevar nada preparado.
Los programas están disponibles en la web de Radio Nacional. Con todo, para entender bien el origen de mi despido, déjenme citar por extenso mi intervención en el programa:
La palabra que me ha estado dando vueltas en la cabeza esta semana ha sido “discordia”, o, si quieren su contrario, “concordia”.
Es como si fuéramos incapaces de entender el mundo más allá de la metáfora del fútbol. Todo lo pensamos como un enfrentamiento entre dos equipos. Como una guerra entre dos enemigos. Los buenos, que son los nuestros, y los malos, que son los otros.
Esto se puede aplicar, por supuesto, al ámbito político, pero la discordia también ha polarizado la sociedad, incluso las relaciones íntimas. Las relaciones entre hombres y mujeres. Y cuesta mucho trabajo hablar de determinados temas, cuesta mucho pensar fuera de las trincheras, pero si queremos la paz y la concordia, hay que intentarlo.
Todo esto viene a cuento porque he seguido con mucho interés la publicación y el debate que está generando el libro Esto no existe, de Juan Soto Ivars. Un libro que trata sobre las denuncias falsas en violencia de género. Es una investigación muy bien documentada que se ocupa de esta manzana de la discordia que son las denuncias falsas, sin negar, en ningún momento, la gravedad de la violencia machista.
Frente a los que dicen que las denuncias falsas no existen, Soto Ivars presenta una cantidad abrumadora de evidencias.
Si quieren después nos centramos en los datos, pero lo importante para entender esta cuestión de las denuncias falsas es saber que el 77% de las denuncias por violencia de género terminan archivadas o con la absolución del denunciado.
¿Quiere eso decir que el 77% de agresores queda impune?
Muchos habrán quedado impunes porque la naturaleza del delito hace que sea difícil de demostrar (en muchos casos no hay testigos, etc.).
Pero otros muchos miles habrán sido denunciados en falso por mujeres que hacen un uso espurio o instrumental de la ley de violencia de género. Estamos hablando de mujeres que por venganza o por conveniencia denuncian a su pareja. Por ejemplo, en un proceso de divorcio o cuando el ex reclama la custodia compartida de los hijos.
Soto Ivars proporciona un arco de estimaciones muy variables, según quien lo diga. Los más conservadores hablan de un 10% del total de denuncias falsas y los más exagerados hablan de un 75%. Dice también que la mayoría de abogados, jueces, instructores y policías con los que habla las sitúan entre el 20% y el 40% del total.
Un abogado que defiende que las denuncias falsas son un 33 % del total da la cifra de 750.000 inocentes denunciados en falso en estos 20 años de aplicación de la ley de violencia de género.
Si nos quedamos con que solo son el 10% estaríamos hablando de más de 200.000 inocentes.
Esto significa muchos hombres a los que una denuncia falsa les ha arruinado la vida, muchos niños que se han visto privados de sus padres por una denuncia falsa, y muchas mujeres realmente maltratadas que se han visto privadas de recursos por esta utilización espuria.
En un proceso de divorcio a una mujer le basta con presentar una denuncia por violencia de género para que al hombre se le expulse inmediatamente del domicilio familiar con una orden de alejamiento, y el hombre pierde la posibilidad de la custodia compartida de los hijos. Incluso, por esta orden de alejamiento, el trato con los hijos queda relegado, con suerte, a visitas supervisadas en puntos de encuentro. Al perder la custodia de los hijos queda obligado a contribuir con una pensión de alimentos. A esa injusticia súmale el reproche social. La denuncia probablemente se archive con el tiempo y el hombre quede absuelto, pero el calvario judicial y el maltrato que sufre el padre y los hijos en este proceso es muy doloroso.
Soto Ivars opina que las denuncias falsas deberían considerarse maltrato de la mujer hacia el hombre y hacia sus hijos e hijas. Y yo estoy de acuerdo con él.
¿Cuál sería la solución? Si somos feministas en el sentido de buscar la igualdad entre hombres y mujeres, habrá que plantearse cambiar la ley o pedirle a la fiscalía que haga su trabajo y persiga de oficio el delito de las denuncias falsas, y condene a las mujeres que hacen un uso espurio o instrumental de la ley. Esperemos que la nueva fiscal general, que tanto sabe sobre el asunto, ponga remedio a esto de las denuncias falsas y podamos solucionarlo.
Cuando terminé, Rosa María Molló dijo sentirse helada: “Como yo estoy helada, no he visto el libro, no conozco los datos, imagino que Noor está tan congelada como yo, ¿cómo podemos hacer para…?”. Noor contestó que ella no estaba congelada, dejó un silencio dramático y respondió “¿Y? ¿Y qué?”. Rosa tradujo acertadamente: “Quieres decir que esto no inhabilita nada de lo demás”. “No –contestó Noor–. ¡Esto es un debate tan falso!”, y siguió entonces hablando acerca del statu quo y la sociedad patriarcal en la que vivimos, para desautorizar el debate, que según ella era falso por carecer de la necesaria perspectiva feminista y de género. No me siento capaz de discernir su discurso, ni describir sus teatrales gestos de indignación, pero tendía a generalizar hablando a bulto de hombres y mujeres, y tuve que corregirla cuando me achacó haber puesto en duda la intención de todas las mujeres que denuncian. Yo no cuestioné, faltaría más, a las mujeres que denuncian, dejé muy claro que me refería solo a aquellas que hacían un uso espurio o instrumental de la ley. En fin, hubo una discusión más acalorada de lo habitual en la tertulia, pero creo que fue un buen programa donde quedaron confrontadas, y sin posibilidad de acuerdo, las posiciones de ambos. También tengo que decir que se me cortó con una canción, impidiéndome terminar. Pese a mi invitación a pensar fuera de las trincheras, la discordia se impuso.
Acabado el programa, en el taxi de vuelta, me cayó una bronca monumental. Como se me afeaba que les había hecho una encerrona, tuve que leer el wasap que le había enviado a Rosa esa misma mañana. Sobre todo, era Noor la que me regañaba, aunque Rosa mantenía que yo había traspasado unos límites, recordando la necesidad de que la tertulia humanista no fuera como la del resto de los días, tan polarizada. En un momento de la discusión, les pregunté a las dos si no conocían a ningún hombre que hubiera sido acusado falsamente por violencia de género. Noor no contestó o contestó que no. Rosa dijo que sí, que a uno. Yo conté que cuatro amigos, tres de ellos padres igualitarios y ejemplares, habían sido acusados en falso.
Todavía en la calle hablamos un poco más. Noor, pese a sus quejas, manifestó que el programa había salido muy bien, y yo pedí que cada uno lo escuchara en su casa con calma y, si había algo que comentar, que lo habláramos tranquilamente. Nos despedimos con dos besos y ellas se fueron juntas.
Ya en la cama vi que Noor había subido a Instagram un selfi frente al espejo, con el pulgar levantado como signo de victoria. El programa aparecía vinculado bajo el reclamo “No tiene pérdida”, y al pie se describía a sí misma en términos épicos: “Solo soy una persona agotada que ha hablado de violencia machista respondiendo a la temática ‘denuncias falsas’ en la radio pública ¿okay?”.
El domingo por la mañana volví a ver el programa (aunque es de radio se emite también en vídeo) y le escribí seguido a Rosa reafirmándome en que no me parecía mal y que tampoco veía yo que llegáramos a perder el tono conciliador. Justifiqué los datos que había dado y la importancia del fenómeno editorial que se estaba creando en torno al libro. Y, como Noor había descalificado al autor de una manera tan grosera, también le dije lo que opinaba al respecto: “Juan Soto Ivars ha hecho una gran investigación periodística y me niego a caer en el sectarismo de cancelarlo. Yo acostumbro a leer y escuchar a aquellos que no piensan como yo, y a veces hasta me doy cuenta de mis equivocaciones.” Para mí el problema era haber hablado de un tema espinoso: “Está claro que hablar de un tema tabú produce tensiones, pero ¿debemos por eso dejar de hablar con cordialidad de temas controvertidos? ¿Debe el humanismo renunciar a la polémica? ¿Debe la radio pública renunciar a un debate que afecta a tantísima gente como es el de las denuncias falsas?”. Como en el taxi de vuelta se me había afeado tanto mi comportamiento, salí en mi defensa: “Creo que mi tono en todo momento fue educado, que lo que dije es relevante y que la reacción viene a demostrar el clima de discordia en el que estamos sumergidos. Nuestro papel en la radio yo creo que es salir de las trincheras, no mediante la evasión de la realidad, si no hablando de todo con argumentos y, a ser posible, sin perder el sentido del humor.” Y terminé mi mensaje de wasap con mi disponibilidad a seguir, si ella estaba de acuerdo: “Desde ese buen humor pienso seguir participando en la tertulia, pero si tú ves que, por lo que sea, no encajo, no tengo mayor problema en dejarlo.”
Rosa me contestó que le había pillado “desprevenida” y que eso era todo. “No me importan las polémicas, por supuesto que no, ni tenemos que estar siempre todos de acuerdo, pero polémicas tengo toda la semana, y a la gente no le gustan. La gente está saturada de discordia. Por eso busco reflexiones más tranquilas, igual de profundas, pero menos o nada polarizadas.” Su mensaje concluía contando conmigo: “Fidel, tú aportas ángulos, una manera de ver, y puntos de vista distintos a German y Noor. Y estoy contenta con tu presencia. Si en algún momento uno de los dos dejamos de estarlo lo hablamos, por supuesto.”
Ahí se tendría que haber cerrado el asunto. Yo no era ingenuo y sabía que sacar un tema como ese resultaría incómodo. Entendía la tranquilidad que me pedía Rosa, y, en el mismo sentido, la bronca que me había caído me alejaría durante un tiempo, quizás hasta final de la temporada, de querer polemizar.
Linchamiento
Pero no quedó ahí la disputa, y ese domingo, al caer la noche, Noor en su cuenta de Instagram colgó dos publicaciones injuriosas en las que se presentaba como víctima de mi violencia machista en la tertulia. ¿Qué ironía del destino era aquello? No me podía creer que por hablar de denuncias falsas Noor me estuviera denunciando falsamente en sus redes. ¿Cómo ella, jurista experta en derechos humanos y en feminismo, no se daba cuenta de que estaba banalizando la verdadera violencia de género al presentarse como víctima violentada simplemente porque un hombre le había llevado la contraria? ¿Cómo era capaz de tergiversar el hecho de un simple intercambio de opiniones y elevarlo a la categoría de agresión?
Estuve a punto de escribirle, pero me contuve. Preguntarle las razones de aquel comportamiento injurioso o pedirle que despublicara aquellos reels, ¿sería interpretado como una forma de amenaza? Mi única esperanza era que pocos dieran crédito a una interpretación tan sobreactuada. Incluso en el escogido fragmento de vídeo que había compartido para ilustrar el “mansplaining” y la “luz de gas” que me achacaba, podía oírse como no paró de torpedearme con interrupciones e interjecciones de sospecha (“Mmm”). Ante la imposibilidad del diálogo con alguien que se dedica a lanzar balones fuera, cuando desautorizó a Soto Ivars por no ser técnico en violencia de género, le dije que se leyera el libro y que luego habláramos. Este era el culmen de mi violencia, que yo le hubiera recomendado leer un libro antes de descalificarlo. Confiaba en que la ridiculez de presentar ese rifirrafe como una agresión no tendría el menor eco. Me equivocaba, claro. Y el contador de visualizaciones se fue incrementando exponencialmente, con algunas de sus más de 66.000 followers que se sumaban al linchamiento con encendidos comentarios, que la anfitriona alentaba con likes en forma de corazón.
Rápidamente escribí a Rosa un mensaje enviándole las dos publicaciones y quejándome de aquella injuria. Ella me contestó que ya estaba desconectada y que al día siguiente lo miraría. Pedía que nos tranquilizáramos los dos y que el próximo viernes volviera el espíritu original de la tertulia. A mí me pareció muy injusto que equiparase mi comportamiento con el de Noor, pero pensé que al día siguiente lo vería y me llamaría. No me llamó.
Desde producción me preguntaron como todas las semanas si acudiría al siguiente programa y yo confirmé que sí, aunque me inquietaba el encuentro con mi linchadora. La noche del jueves un amigo me llamó para preguntarme cómo estaba y para alertarme de que UTBH, “Un Tío Blanco Hetero”, con más de medio millón de seguidores en Youtube, había dedicado un vídeo a la discusión en la radio. Y Soto Ivars, cuyo canal tiene 124.000 seguidores, también había hablado de ello en otro vídeo en el que contaba el intento de boicot a la presentación de su libro en Sevilla. Yo no soy aficionado a ver vídeos en Youtube, y estos dos son los primeros que veo completos de ambos. A excepción de un debate que tuvo con Clara Serra y con Nuria Alabao, no estaba al tanto del fenómeno que encarna UTBH. Sin saber mucho más del personaje debo decir que, superado el pasmo inicial ante las maneras y el tono de enfado que gasta, me pareció más razonable que la sobreactuada tergiversación que llevó a cabo Noor contra mí en su escaparate. Y lo mismo diría del vídeo de Soto Ivars. ¿Significa eso que estoy de acuerdo con lo que haya dicho UTBH sobre Milei o sobre otros temas, o que pienso exactamente lo mismo que Soto Ivars sobre Pedro Sánchez o Israel? No, me refiero solo a esos dos vídeos (aclaro este punto de forma tan divulgativa para el público de Barrio Sésamo que tanto se preocupa de mis posibles desviaciones ideológicas).
El viernes 5 de diciembre, sin saber que iba a ser mi último viernes, llegué y estuve charlando en la sala de espera con Germán sobre lo que había ocurrido. Noor pasó de largo y, para no coincidir conmigo, se fue a otro lado. Ya en antena, Germán habló de “reconciliación” y Noor de la “complicidad criminal de los hombres en la violencia de género”. Había sido una semana negra con tres asesinadas y el ministerio de Igualdad había publicado los resultados de una macroencuesta en la que se afirmaba que una de cada tres mujeres había sufrido la violencia machista. Para Noor, el silencio de los hombres nos hace cómplices de los asesinatos. En otras circunstancias yo habría intervenido, pero permanecí en silencio, no fuera a ser que me volviera después a difamar en redes. Cuando llegó mi turno hablé del “arcoíris”. Como era el arranque del puente de la Constitución, me descolgué con una colorida reflexión sobre el final del diluvio universal y de esta inundación bélica que nos ahoga. Cité a Erich Fromm y su lectura del episodio bíblico, donde Dios pasa de ser un monarca absoluto arbitrario y cruel a ser un monarca constitucional. El pacto eterno, sellado con el arcoíris, establecía por encima del mismo Dios el respeto a la vida.
Nos volvimos a casa los cuatro en el taxi. Me senté, como la vez anterior, en el asiento delantero y Noor continuó sin cruzar palabra conmigo, lo cual agradecí. Si alguien tenía derecho a estar enfadado era yo, pero era ella la que afectaba indignación, como si hubiera sido ella la víctima del linchamiento y la difamación. Yo esperaba alguna palabra por parte de Rosa, y es verdad que en el programa tuvo algunos gestos hacia mí, pero no hubo más.
Despido
Al día siguiente Rosa nos mandó un largo mensaje a los tres apelando a recuperar la concordia, y pidiéndonos en particular a Noor y a mí que acabáramos con la tensión. Yo le contesté lo siguiente:
Querida Rosa, sé que estás hasta arriba de trabajo y entiendo que un follón como este te agote. Sin embargo, para mí es un poco desconcertante cómo se está tratando esta situación. Si todo se hubiera quedado en lo que pasó el viernes 28 de noviembre, no tendría mayor inconveniente, pero el problema es que, dos días después del programa Noor me difamó en sus redes poniendo en marcha un linchamiento.
En las dos publicaciones que te mandé de su Instagram se me acusa públicamente de machista, mentiroso, de que la he “violentado” haciéndole “mansplaining” y “una luz de gas (machista y política)”, de que, aunque no le he “metido una paliza”, “realmente” la he “violentado”. También dice que me dirijo hacia ella como a una mujer florero porque soy incapaz ante su “carita mona” de tomármela en serio intelectualmente.
Me dice que hago “apología de que las mujeres somos malas y nos vengamos a través de las denuncias”, me pone en el lugar de los hombres que son violentos, que “destrozan la verdad” y “destrozan a las mujeres”.
Y en comentarios se dedica a darle likes a las injurias que me dedican sus seguidoras, en algunos casos alentándolas con palabras de reconocimiento. No llega a decir mi nombre, es verdad, porque, según responde a una que pregunta por él: “No, por aquí no paso porque ya tenemos a incels, señores de pelo sucio escribiendo libros, fascistas, no vamos ha hacer más famosos a más hombres.” No pone mi nombre, pero pone un fragmento del vídeo del debate (fuera de contexto, por cierto) y da los suficientes datos para que la gente me encuentre en un par de clics.
Son terribles las barbaridades que dice. Es inadmisible cómo me difama. Que ella no quiera hacerse responsable del despliegue de violencia injusta e injustificada que pone en marcha no significa que desde la dirección del programa no se le señale el disparate. Pero en el mensaje que nos mandas a los tres no veo nada de esto, lo tratas como si fuera una discusión de patio de instituto.
Y, la verdad, es que me estoy sintiendo muy solo en esta situación. Que no se le diga nada a Noor es como si se validara su comportamiento. ¿Qué va a pasar en adelante cuando se manifieste otro desacuerdo en la tertulia? ¿Volverá a las redes a difamarme tergiversando mis palabras?
Yo no tengo problema, como te señalé en mi mensaje del domingo 30 por la mañana, de seguir participando con humor y concordia en el programa, pero me gustaría que pudiéramos hablar todos, como personas mayores que somos, para tratar este asunto y ponerle solución de manera presencial, no a través de wasap. Después de la próxima tertulia, sería un buen momento.
Si no se pudiera dar el caso de que lo hablemos todos, te pediría que le digas a Noor que retire las dos publicaciones de su Instagram en las que me difama. Son dos publicaciones injuriosas derivadas de la tertulia, en las que hace constante referencia a la radio; creo que desde la dirección del programa se le debería pedir. Es mucho el daño que me ha hecho y mientras siga publicado seguirá lastimando mi reputación.
Espero que todo se pueda arreglar.
Un abrazo grande.
Fue en contestación a este mensaje que Rosa me llamó por teléfono y, después de casi una hora de conversación, me despidió. Me dijo que ella no le podía pedir a Noor que eliminara las dos publicaciones en las que me difamaba, y que, si se había sentido agredida por mí durante el programa, tenía derecho a contestarme en el “espacio privado de su Instagram”.
Puntualicé que las redes sociales no son privadas, y que tanto los sentimientos como los pensamientos son responsabilidad de cada uno, y que, si Noor se había sentido agredida, eso no me convertía a mí en agresor, que a lo mejor el problema era su susceptibilidad. En ningún momento reconoció que yo hubiera sufrido un linchamiento o que se me difamase, y adujo, como si eso equilibrase la balanza de agravios, que de la otra parte también le habían contestado a Noor, refiriéndose a los vídeos de Soto Ivars y de UTBH, a lo que le respondí que yo no tenía nada que ver con eso, que ni siquiera los había compartido en redes porque a mí no me interesa participar en una lucha como esa. A Noor un enfrentamiento con Soto Ivars y con UTBH le sale a cuenta, le brinda la simpatía de la nutrida legión que ve en ellos a dos hombres odiosos y la convierte en contendiente de una lucha donde los papeles y el público están repartidos de antemano. Pero a mí me perjudica estar ahí en medio, aumenta la onda expansiva de la difamación.
“¿Me habrías llamado para colaborar en tu programa de haber encontrado un vídeo en el que se me tacha de violento, machista y viejo verde?”, le pregunté a Rosa. Le repetí que me parecía tremendo todo lo que se había armado por sacar el tema de las denuncias falsas y proponer un debate desde la izquierda y el feminismo. Rosa volvió a insistir en que yo en esa tertulia solo hablé del libro. Insistió mucho con lo del libro, hasta que se dio cuenta de que podía interpretarse que me estaba echando del programa por eso, por haber hablado de un libro, y entonces me aclaró que prescindía de mi colaboración en el programa porque “no encajaba con el espíritu de la tertulia”.
Y eso fue todo. La misma tarde del martes en el que me despidieron de la radio presenté mi libro de poemas, oportunamente titulado –pueden reírse– El hombre equivocado en el momento oportuno. Un día después Noor despublicó el vídeo donde confesaba haberse sentido violentada, pero dejó el otro en el que se me reconoce y se me difama igualmente. Yo no pensaba darle más bombo, lo mejor con un linchamiento es no contestar, dejar que la multitud berree y se olvide pronto del asunto. Pero entre medias la gente se ha ido enterando de mi despedida forzosa y otros más despistados me afean haber dado publicidad a un libro del malvado Soto Ivars.
Entre unos y otros me han convencido para contar mi breve aventura en las ondas nacionales, una historia ridícula en la que, por hablar de denuncias falsas, fui acusado en falso y finalmente despedido. La impunidad victoriosa de la linchadora y mi caída en desgracia harán sin duda las delicias del público adulto, que encontrará en este esperpento un cómico y doloroso reflejo de la locura contemporánea.
No sé si seremos algún día capaces de recuperar la concordia, de restaurar la confianza en la palabra, de poder hablar de lo que nos pasa sin tener que adscribirnos a un bando o a otro. No sé si tiene sentido plantear la necesidad de una radio y una televisión públicas independientes del gobierno de turno, en las que no se vulnere el derecho a la información ni a la libertad de expresión. No sé por qué resulta tan polémico defender que la lucha por la igualdad nos exige atender a todas las víctimas, incluso cuando son hombres y las maltratadoras son mujeres. ¿Hace falta recordar a estas alturas del siglo XXI que los linchamientos, las calumnias y las difamaciones son impropios de una sociedad civilizada?
Carmen Martín Gaite terminaba su ensayo Usos amorosos de la postguerra española lamentando que en su generación no hubiera sido posible que hombres y mujeres fuesen amigos. Muchos años después, y por otros motivos, la dificultad a esa amistad sigue entorpeciendo nuestras vidas.
¡Hombres!, ¡mujeres!: ¡luchemos juntos contra la maldad de este mundo!