El fin del estabilizador
Por casi un siglo, Estados Unidos fue el ancla del orden liberal internacional. Actuó como estabilizador del sistema, invirtió miles de millones de dólares en la reconstrucción de Europa en la posguerra y absorbió costos para mantener mercados abiertos. También impulsó la creación de instituciones multilaterales para dirimir controversias y garantizó seguridad colectiva. Esa etapa quedó atrás. Hoy, Washington se asume abiertamente como una potencia dominante y transaccional, dispuesta a subordinar la apertura comercial, las alianzas internacionales y las normas multilaterales a un objetivo central: reconstruir su base industrial y competir estratégicamente con China.
Por fortuna o desgracia, México ocupa un lugar central en este giro histórico. Tiene la posibilidad de profundizar un motor de prosperidad compartida o, por el contrario, quedar atrapado en una jaula geoeconómica donde su autonomía dependa, más que nunca, de decisiones tomadas al norte del río Bravo.
La transición del libre comercio del TLCAN al comercio controlado impulsado por la primera administración de Trump redefinió la dinámica regional. Durante el gobierno del presidente Biden, paquetes legislativos insignia como la Inflation Reduction Act reconocieron la naturaleza integrada de las cadenas productivas norteamericanas y la lógica del friend-shoring convirtieron a México en el principal mercado de exportación y proveedor de Estados Unidos. La integración económica avanzó como nunca, pero también aumentó la dependencia mexicana al mercado estadounidense y la exposición a los vaivenes de su política interna.
De vuelta en la Casa Blanca, las políticas de blindaje de Norteamérica (Fortress North America) promovidas por el Presidente Trump abandonan la resiliencia basada en la integración regional y priorizan la extracción de concesiones mediante aranceles agresivos, subsidios selectivos y controles tecnológicos. En esta nueva etapa, el comercio ya no funciona como un mecanismo de apertura y estabilidad, sino como un instrumento de poder. Para México, esto implica mayor discrecionalidad de Washington, un uso politizado de su arsenal económico y un acceso más acotado al mercado estadounidense bajo cambiantes criterios de seguridad nacional.
México en la cuerda floja: entre integración y vulnerabilidad
La relación económica entre México y Estados Unidos es, a la vez, una historia de éxito y de dependencia. Ambos países mantienen la relación comercial más grande del mundo, y México se ha consolidado como el principal socio comercial de su vecino del norte por segundo año consecutivo. Esta posición refleja una integración profunda: cerca de 83 por ciento de las exportaciones mexicanas se dirigen a Estados Unidos y aproximadamente el 70 por ciento del gas natural consumido en México se importa desde ese país. La prosperidad que genera este vínculo es innegable, aunque también sus vulnerabilidades.
El T-MEC reforzó este patrón. Sectores como el automotriz, los semiconductores y el aeroespacial ya no operan únicamente dentro de fronteras nacionales, sino a través de cadenas productivas regionales. México aporta costos competitivos, mano de obra cualificada y una industria manufacturera capaz de adaptarse con rapidez a los ciclos de demanda de mercados globales. El tratado comercial ha permitido atraer inversiones y modernizar algunos segmentos de su economía. Sin embargo, el propio diseño del T-MEC también impone límites. Su cláusula de trinquete (ratchet clause) restringe la capacidad de revertir procesos de liberalización en industrias previamente abiertas a la inversión extranjera y el artículo 32.10 funciona como un veto indirecto a la capacidad de México para negociar un acuerdo comercial con China.
La interdependencia expone al país a riesgos inmediatos. Los aranceles al acero y al aluminio mexicano en 2018 y los aranceles de emergencia económica y de seguridad nacional aplicados en 2025 mostraron la rapidez con que Washington puede instrumentalizar su peso económico. La dependencia energética agrava estas asimetrías. La interrupción del suministro de gas natural desde Texas durante la tormenta invernal en 2021 dejó claro que México carece de mecanismos de defensa frente a choques externos, incluso cuando provienen de su principal socio comercial.
La suma de estos factores explica por qué cualquier reorientación estratégica en Washington tiene efectos inmediatos en México. También revela un cambio más profundo: para Estados Unidos la integración regional ya no es un espacio abierto de flujos libres de bienes y capital, sino un perímetro estratégico que debe blindarse y controlarse. De esa nueva visión surge la noción contemporánea de Fortress North America.
Fortress North America: del blindaje militar al cerco económico
El concepto de Fortress North America no nació en el terreno económico. Sus primeras formulaciones surgieron como una idea de defensa continental entre Estados Unidos y Canadá. Años después, tras los atentados del 11 de septiembre, reapareció vinculado a la seguridad interna y al control fronterizo. Era, sobre todo, una noción militar.
En la última década, la lógica de la fortaleza se desplazó al ámbito económico. La idea dejó de referirse a fronteras físicas y pasó a significar autosuficiencia productiva, reducción de dependencias estratégicas y protección frente a prácticas desleales de China. El blindaje ya no se construye con infraestructura militar, sino con barreras regulatorias, comerciales y tecnológicas: subsidios, requisitos estrictos de contenido nacional, filtros para inversiones extranjeras y controles a la exportación de tecnologías sensibles.
En 2025, asesores cercanos al presidente Trump retomaron explícitamente esta narrativa para justificar una reindustrialización más agresiva. “Necesitamos una fortaleza norteamericana frente a la avalancha de importaciones chinas”, afirmó Scott Bessent, Secretario del Tesoro de Trump. En su versión contemporánea, la fortaleza no solamente protege fronteras físicas, sino cadenas productivas y tecnologías estratégicas.
La Fortaleza vista desde México: oportunidad y advertencia
Desde México, la idea de una fortaleza continental genera una sensación tanto de optimismo, como de preocupación. El país está dentro del perímetro estratégico que Washington busca proteger, aunque sin tener influencia o participar activamente en el diseño de sus nuevas reglas.
En su versión más ambiciosa, se convierte en un espacio de mayor confianza con reglas compartidas para gestionar mejor riesgos económicos y mantener liderazgo tecnológico. La convergencia en filtros de inversión, mecanismos de control de exportaciones, estándares de ciberseguridad y mapeo conjunto de cadenas de suministro permitiría atraer inversiones, fortalecer la manufactura avanzada y reducir la dependencia de proveedores asiáticos como la presidenta plantea en el Plan México. Un marco de seguridad económica compartido ofrecería certidumbre en sectores estratégicos y consolidaría a México como un socio indispensable dentro de la región. Para un país tan expuesto a los ciclos estadounidenses como México, participar en un proyecto así ofrecería estabilidad y oportunidades de crecimiento económico.
Sin embargo, la fortaleza también puede volverse una cárcel geoeconómica si se construye de manera unilateral desde Washington. El riesgo más evidente es la creación de un trilateralismo jerárquico, donde Estados Unidos defina los roles productivos de la región: manufactura de bajo valor para México, extracción de recursos naturales para Canadá y captura de valor agregado y tecnología para la industria estadounidense. En ese escenario, la fortaleza no generaría prosperidad compartida, sino disparidades más profundas en un sistema donde Washington absorbe beneficios y traslada costos a sus socios.
Canadá teme por su soberanía territorial y en sectores estratégicos; México por su autonomía industrial, comercial y de inversiones. El dilema no es si habrá o no una fortaleza, porque el giro estadounidense hacia la seguridad económica ya es un hecho. La verdadera pregunta es qué tipo de fortaleza prevalecerá: una abierta e inclusiva que agrande las capacidades regionales o una cerrada y jerárquica que reproduzca asimetrías.
Para México, la diferencia entre ambas versiones dependerá de su capacidad para desarrollar instituciones propias de seguridad económica y participar desde un lugar de fuerza, no de dependencia.
Convertir la Fortaleza en una plataforma, no en una cárcel extractiva
Si la idea de una región blindada va a marcar el compás de la política económica en los siguientes años, México no puede limitarse a reaccionar. El país necesita construir su propia agenda de seguridad económica para fortalecer su posición frente a Estados Unidos. Esto implica desarrollar filtros modernos para monitorear la inversión extranjera, en particular la de origen chino, así como mecanismos de control de exportaciones, sistemas de alerta temprana para detectar riesgos y dependencias en cadenas de suministro y una política industrial que identifique sectores donde México pueda elevar su valor agregado mientras reduce el potencial de coerción económica de Washington y Pekín. Hoy no existe un marco legal ni instituciones capaces de cumplir estas funciones y esa ausencia amplifica la vulnerabilidad nacional.
México debe impulsar activamente una región abierta que proteja sin aislar e integre sin subordinar. Esto exige alinear estándares con Ottawa y Washington, donde sea pertinente, pero evitar que la región se convierta en una estructura rígida que limite la diversificación económica o la autonomía regulatoria del país. La coordinación con Canadá será crucial para equilibrar las asimetrías con Washington y construir posiciones comunes en temas como inversión, comercio, tecnología y regulación industrial.
El momento no admite improvisación, exige claridad, recursos y diplomacia firme. La verdadera fortaleza de Norteamérica no se medirá por la altura de sus muros externos, sino por la capacidad de sus miembros para construir un proyecto común sin renunciar a su soberanía. México puede influir en ese diseño, pero solo si entra a la mesa de negociación desde la solidez institucional, no desde la vulnerabilidad.