Fotos: Alexandra Délano

El memorial del 9/11: presencias ausentes

¿Hay un espacio aquí para recordar a los no identificados? ¿Aquellos cuyos familiares no pudieron comprobar su presencia en el edificio o en la zona por falta de evidencia, como lo documentó el periodista Wilbert Torre a lo largo de varios años? 
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La primera vez que visité el memorial del once de septiembre, llovía. Caminé un largo rato buscando los nombres de los cinco mexicanos que están ahí, en el estanque norte. Escurrían las gotas de lluvia entre los nombres, caía el agua de las enormes cascadas hacia el vacío y por momentos se apagaban los sonidos de la ciudad y de la construcción que rodea este espacio.

El memorial es imponente, es simple dentro de su complejidad, y es profundamente conmovedor. El agua, los nombres grabados en placas de bronce, el vacío en el centro del perímetro de lo que fueron las torres gemelas, todo lleva  a una reflexión sobre lo que ya no está. Según su título, el diseño busca “reflejar las ausencias”, hacerlas visibles.

 

Desde que escribí sobre este tema el año pasado en este espacio, sigo pensando en las ausencias que no están presentes en el monumento. ¿Hay un espacio aquí para recordar a los no identificados? ¿Aquellos cuyos familiares no pudieron comprobar su presencia en el edificio o en la zona por falta de evidencia, como lo documentó el periodista Wilbert Torre a lo largo de varios años? ¿Y en el caso de los migrantes indocumentados que desaparecieron ese día, aquellos cuyos familiares no quisieron reportarlos por miedo a dar a conocer su propio estatus irregular?

Hay una placa incompleta en el estanque sur de la torre en donde termina la lista de nombres. En una entrevista con uno de los arquitectos, Michael Arad, me explicó que  en ese espacio han agregado algunos nombres recientemente y, aunque el espacio es limitado, que podrían agregar más en determinado momento. Sin embargo, desde su punto de vista, la lista actual es la definitiva. Pareciera que hablar del once de septiembre como algo inconcluso es incómodo, aunque es claro que por la naturaleza del evento, que hizo imposible identificar los restos de cerca de la mitad de las víctimas con pruebas de ADN, nunca habrá una certeza total sobre el número exacto de personas que fallecieron.

En el Centro de Visitantes que se encuentra temporalmente fuera de la plaza del 9-11 mientras se espera la apertura del museo, hay una bandera conmemorativa del décimo aniversario del once de septiembre. Esta “bandera del honor” está compuesta por la lista de nombres de las víctimas pero, a diferencia del memorial, al final de la lista incluye la palabra “Otros”. Así, abre un espacio para pensar en los que quedan fuera de registros y listas, los que están en las sombras, los indocumentados que quizás trabajaban con números de seguridad social y nombres falsos, los “delivery boys” que estarían repartiendo desayunos a esa hora y que quizás nadie reportó, los trabajadores que terminaban el turno de la madrugada (“graveyard shift” lo llamó uno de los empleados de Windows on the World a quien entrevisté) y que pocos de sus compañeros de trabajo conocían, los sin techo, y los que simplemente no tenían contacto con familiares y amigos que pudieran reportarlos o buscarlos.

Hace unas semanas visité el memorial de los Veteranos de la Guerra de Vietnam en Washington D.C., cuyo diseño minimalista tiene un eco claro en el memorial del 9-11. Mientras caminaba observando los páneles y las presencias que se reflejan en ellos conforme cambia la luz del día, escuché a un niño preguntarle a su madre si en esos páneles estaban incluidos todos los nombres de quienes fallecieron en la Guerra. Ella le contestó que seguramente hay muchos que no lo están porque nadie supo de ellos. Pero ni en ese memorial, ni en el del once de septiembre hay un espacio para reflexionar sobre estas ausencias que es imposible documentar.

Desde la perspectiva mexicana, el tema de los desaparecidos y los migrantes fallecidos en tránsito o en la frontera y las dificultades para identificarlos es cada vez más visible. La necesidad de crear espacios para reflexionar sobre ello, dar un cierre de alguna manera a sus familiares, pensar en cómo reconstruir después de un evento trágico, y evitar que vuelva a suceder es parte del proceso no sólo de mejorar tecnologías para identificar restos sino de crear espacios para la memoria. Desde las cruces de no identificados a lo largo de partes de la reja que divide a México y Estados Unidos, hasta el controvertido memorial para las víctimas de la violencia por la guerra contra el narco, son espacios para reflexionar sobre la sociedad que fuimos y la que somos, reconocer las presencias y ausencias de los migrantes que pasan por territorio mexicano, los que se van, y los que se quedan en el camino, y pensar en lo que tenemos que construir para evitar que se repitan las injusticias.

En la “nación de inmigrantes” reflejada en la diversidad de los nombres en el memorial del 9/11, de quienes lo visitan, de quienes habitan la ciudad de Nueva York, hay “presencias ausentes” (tomando la frase de Susan Coutin) que existen pero no son reconocidos oficialmente dentro de una comunidad. Al no ser reconocidas en el memorial, estas ausencias reflejan las brechas que hay entre los migrantes y la sociedad en la que residen. Como explican Glynn y Kleist, la manera en que los Estados promueven la conmemoración de la migración influye en las relaciones sociales, las dinámicas sociales y la capacidad de los migrantes para participar en esa comunidad. En este caso, un reconocimiento de los no identificados con una inscripción en el espacio que queda en esa placa incompleta del memorial –sugeriría el término “Unknown” (que incluye tanto a los no identificados como a los no reportados y los no confirmados) en lugar de “Otros” como los señala la Bandera del Honor–, podría abrir un espacio para la reflexión sobre este pasado y presente en el que algunos quedan excluídos, en muchos casos, por falta de un documento.

Dibujo de Camilo Godoy para el Movimiento Inmigrante Internacional usando las letras de los nombres grabados del Memorial de 9/11.

Susan B. Coutin, Nations of Emigrants: Shifting Boundaries of Citizenship in El Salvador and The United States, Ithaca: Cornell University Press, 2007.

Irial Glynn y J. Olaf Kleist, History, Memory and Migration: Perceptions of the Past and the Politics of Incorporation”, London: Palgrave Macmillan.

 

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es profesora de estudios globales en The New School en Nueva York. Su trabajo se enfoca en las políticas migratorias de México y Estados Unidos.


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