El próximo censo en 2020 definirá si es cierto, pero además de verse una clara tendencia a la alta, la evidencia anecdótica ya comienza a acumularse: México se transforma en un receptor neto de migrantes. La diversidad de personas se nota a lo largo y ancho del país. Haitianos ponen negocios en Tijuana. Japoneses llegan a contribuir al boom automotriz del Bajío. Venezolanos como italianos deciden quedarse en Hidalgo tras una estancia de trabajo en la refinería de Tula. La Ciudad de México es un remolino de actividad cosmopolita.
La llegada de extranjeros es buena para México. Los argumentos morales, sociales y económicos a favor de los migrantes deberían ser a estas alturas mantras bien aprendidos por todos los mexicanos. Tanto nuestro gobierno como nuestra sociedad llevan décadas detallando las maneras en que los Estados Unidos se han beneficiado por la diáspora mexicana. La ecuación —por más pobres, violentos o malinchistas que seamos— no es diferente de este lado de la frontera. En términos burdamente económicos, los migrantes inyectan su talento y su capital al país. No son más proclives al crimen que los que nacieron aquí, ni es verdad que “nos roban nuestros empleos”. Y además, de manera mínimamente consoladora, su arribo indica que México, por mal que esté, está al menos mejor que otros lugares y tiene algunas oportunidades que ofrecer.
Simultáneamente, a sorpresa de absolutamente nadie, el INEGI publicó un estudio en el que se confirma empíricamente la correlación entre los tonos de piel más ligeros y el éxito educacional y profesional en México. Esto debería preocuparnos, no sólo por el evidente racismo que existe entre mexicanos, sino porque al fin se hace explícita esta forma de discriminación racial justo en el momento en que surge una inusitada diversificación demográfica en el país. Los números de migrantes no son exorbitantes. La constitución étnica del país no cambiará de noche a la mañana. Sin embargo, un análisis de The Economist encontró que las mayores instancias de discriminación racial y xenofóbica ocurren, no tanto cuando la cantidad de allegados alcanza una masa crítica, sino durante la transición de ser un lugar de pocos inmigrantes a una con cada vez más. Este panorama describe a México hoy.
Si muy bien nos va, cada vez llegarán más migrantes a nuestro país en busca de un mejor futuro. Por lo tanto, también tendremos que comenzar a considerar la mejor manera de integrar a las nuevas llegadas a nuestra sociedad. Tal vez tendremos que reevaluar lo que conforma nuestra propia identidad nacional. Desafortunadamente, hoy éste es un debate inexistente en nuestro país. No obstante el cambio no se hace esperar y en México comienzan a vislumbrarse los inicios de una (no tan nueva) discriminación.
Todos los días y de manera cada vez más frecuente, cerca del Monumento a la Revolución donde está el call-centre que los emplea, se reúne un nutrido grupo de jóvenes. Por lo normal, entre ellos hablan en inglés. Por esta razón sufren de abusos o burlas arrojadas por transeúntes sólo por emplear el idioma que les es más cómodo usar. El reclamo de que “están en México, hablen español” debería incomodarnos mucho. La frase hace eco al insulto preferido del acérrimo nacionalista estadounidense, utilizado de manera cotidiana contra nuestros paisanos del otro lado de la frontera norte. Irónicamente, los jóvenes empleados en los call-centres son en su mayoría repatriados mexicanos, muchos de ellos criados en Estados Unidos. Si ellos sufren de discriminación de manera cotidiana en el autoproclamado seno progresista del país, ¿qué esperanza tienen los migrantes de otros orígenes? ¿A qué se enfrentarán los hijos de esta diversa migración, nacidos aquí y, por lo mismo, a todas luces mexicanos conforme a la ley?
Las respuestas a estas preguntas siempre las hemos tenido frente a los ojos y tristemente no son fáciles de oír. La historia de la xenofobia, el racismo y el prejuicio contra los migrantes en México es tan amplia y brutal como lo es prácticamente desconocida. Desde los asiático-mexicanos de antaño asesinados a sangre fría en uno de los primeros genocidios del siglo XX para hoy ser humillados en las calles, hasta los mexicanos afro-descendientes quienes llegaron a costas mexicanas primero como conquistadores hace 500 años y luego como esclavos, y que ahora luchan para ser reconocidos como su propia etnia y hasta como mexicanos. Para que no se repita esta historia, habrá que comenzar a discutir el lugar de los migrantes y de la diversidad étnica y cultural en México desde ahora.
México debe recordar su mestizaje original para enfrentar esta nueva fase migratoria. Primero, se debe desechar el mito fundacional del mestizaje mexicano exclusivamente euro-indígena. El mestizaje mexicano se ha caracterizado por su gran diversidad desde sus inicios. La llegada de los prejuicios y la seudo-ciencia racista durante el apogeo imperialista europeo problematizaron este mestizaje y conspiraron en borrar el legado no-caucásico del país. El legado indígena de México fue simplemente innegable por la enormidad de su población (aunque en varias instancias se trató de ‘enmendar’). Sin embargo, otros pasados étnicos sí fueron exitosamente suprimidos.
La historia de la diversidad mexicana es rica y ha quedado tristemente en el olvido. Los tantos héroes mexicanos de ascendencia africana —como es el caso de, Vicente Guerreo, nuestro primer presidente afro-descendiente llegado al Poder ejecutivo 180 años antes que Barack Obama pisara la Casa Blanca— han sido deliberadamente blanqueados, volviendo irreconocibles sus orígenes. Presencias como la de los chinos en Torreón fueron literalmente eliminadas de la historia migratoria del país de la noche a la mañana. Hay tantas contribuciones al mestizaje cultural de México que se deben a personas que llegaron al país desde antes de que existiera como nación independiente. Tal es el caso de la célebre ‘china poblana’, una princesa de la India que trajo la típica vestimenta a Puebla de su natal Guyarat. Entre tanta diversidad también estuvieron los 1,033 trabajadores abonados coreanos que llegaron durante el porfiriato a las haciendas henequeneras de Yucatán y cuyos descendientes hoy presumen mestizajes mayas, europeos y asiáticos. Y tras ellos llegaron los tantos refugiados del Medio oriente, Europa, Latinoamérica y el Caribe. Muchos de ellos —con su gran diversidad de experiencias y bagaje cultural— fueron acogidos e incorporados a la sociedad, la cultura y al mestizaje de México. Tan bien incorporados como para eventualmente ser ignorados por completo de nuestro atlas étnico nacional.
José Vasconcelos habló de la superioridad de nuestra raza cósmica. A su juicio, el mestizaje —que era el pasado y el presente de México— sería el futuro del mundo. Con la globalización, parece que la visión vasconceliana ha llegado al mundo. Pero a su vez, el mundo está llegando a México como nunca antes. Si bien nos va, mucha gente querrá llegar a contribuir a la sociedad, a la economía y a la diversidad de este país. Si bien nos va, más nos vale recordar que el mestizaje que siempre nos ha caracterizado ha sido de una diversidad cósmica desde antes de la incepción de este país que llamamos México.
(ciudad de México, 1991) es escritor e historiador.