El procés ha recurrido a menudo a las analogías. A lo largo de estos años, se han utilizado y reciclado numerosas comparaciones: Quebec y Escocia fueron los modelos preferidos durante un tiempo. Más tarde, se habló de la independencia de Eslovenia y de la vía Kosovo. Pero lo más llamativo ha sido el uso del prestigio de la condición de víctima: la supuesta represión estatal del independentismo, que también se podría describir como la aplicación del Estado de derecho, se presentaba como una afrenta similar a los grandes casos de opresión del pasado y el presente.
Comparar España con un régimen como Turquía o presentarlo como una dictadura es una sandez que no sirve ni para engañar al tipo de corresponsal que el New York Times manda a países pintorescos donde cree que nunca va a pasar nada grave. Los datos sobre la calidad de la democracia española -imperfecta, mejorable, que siempre hay que vigilar y corregir- son abundantes y accesibles. Cuando alguien habla de España como régimen franquista no es necesario rebatirle: no tiene sentido discutir con quien dice que el hombre no llegó nunca a la luna y que todo se rodó una noche de verano en las Bardenas. La vida es corta para debatir con terraplanistas.
Las acusaciones insultan a la inteligencia. Pero, aunque parte de la misma superioridad moral, la identificación con las víctimas resulta más ofensiva. Hasta cierto punto, es un elemento frecuente del nacionalismo: una derrota suscita un recuerdo más fértil que una victoria, como han mostrado los serbios con Kosovo, los franceses con Alesia, los sudistas de Estados Unidos con Gettysburg. Es un agravio histórico, y los nacionalistas creen que eso se puede corregir en el futuro. Otros, más cínicos, saben que no, pero saben también que la promesa de la reparación puede ser rentable.
Y, por otro lado, en nuestro tiempo las víctimas tienen un estatus moral superior. Como decía Todorov, “nadie quiere ser víctima, pero todo el mundo quiere haberlo sido”. Que la condición de víctima sea cierta o falsa es lo de menos: lo que importan son las percepciones y los sentimientos.
Todo es cuestión de grado y, en este caso, lo más llamativo es la distancia entre los dos términos de la comparación. Nunca fue más fácil ser un héroe. Nunca salió más barato ser una víctima. El único momento desagradable es si hay una víctima de verdad que puede responderte: hay que tener cuajo para mirarla a los ojos. Pero muchas veces las víctimas de verdad murieron, los supervivientes tienen otras cosas en las que pensar y el mejor embustero es quien cree su propia mentira.
Aun así, no era del todo edificante ver a la ANC utilizando el Maidán ucraniano como analogía de su rebelión contra una democracia liberal. Asombraba oír al diputado Tardà comparando a los líderes independentistas en prisión preventiva con Mandela y Ghandi. Y resultaba incómodo ver a los independentistas que insultaban a viejos republicanos españoles llamándolos fascistas, en un homenaje al poeta Antonio Machado. La diplomacia israelí criticó que Elsa Artadi, en ese momento portavoz del Govern, utilizase una frase del diario de Anne Frank para comentar la situación de los políticos presos. El instituto Luther King pidió que el presidente de la Generalitat, Quim Torra, dejase de utilizar la figura del defensor de los derechos civiles. El sector pirotécnico del secesionismo es como uno de esos tipos que saltan desnudos al césped antes de las finales de fútbol, pero en vez de interrumpir el Campeonato del Mundo ellos intentan arrogarse el dolor y el heroísmo de los demás.
Es fácil indignarse con el uso propagandístico, por parte del Govern, de un homenaje a las víctimas del nazismo en el campo de Mauthausen. Puede sorprender por la falta de pudor. Y puede desconcertar el aparente error táctico: como ha escrito Manuel Jabois, frente al Holocausto cualquier denuncia queda pequeña, hasta la de la prisión preventiva de Raül Romeva. Incluso desde un punto de vista estrictamente nacionalista es injusto: al reducir la memoria del sufrimiento de las víctimas del nazismo a una excusa propagandística, se desprecian la vida, el esfuerzo y el sufrimiento de muchos catalanes que, ellos sí, lucharon contra opresiones verdaderas y no imaginadas. La prudencia desaconseja valorar lo que implica el espectáculo sobre la consideración de la dignidad del ser humano.
Sin embargo, esta ocasión nos da también una clave valiosa. Hace unos años, cuando la memoria histórica estaba de moda, se produjo el escándalo de Enric Marco. Marco, presidente de la Amical de Mauthausen, contó durante años que había sido prisionero en un campo de concentración. Había explicado sus padecimientos en las escuelas y en el parlamento español: su tragedia había arrancado las lágrimas de representantes electos. Marco fue convocado para hablar ante el presidente del gobierno de España y el canciller austriaco, así como de decenas de antiguos deportados, en un acto de conmemoración de la liberación Mauthausen.
El historiador Benito Bermejo Sánchez advirtió las inconsistencias del relato de Marco, investigó y demostró que el cautiverio era una invención. Nunca había sido prisionero en un campo de concentración nazi. La biografía de Marco, narrada después por Javier Cercas en El impostor, es una serie de embustes que modificaba conforme pasaba el tiempo: era un falsificador de su biografía, un narcisista que creía sus propias mentiras y se aprovechaba de la industria de la memoria histórica, un pícaro y “una mentira ambulante”.
Enric Marco es el modelo a escala del independentismo. Es alguien que se presentaba como víctima sin serlo y que se apropiaba de la experiencia de las verdaderas víctimas. El ejemplo que debe adoptar el secesionismo para las conmemoraciones no es un caudillo medieval como Wilfredo el Velloso, que el expresident Artur Mas llamó “padre simbólico de la patria catalana”, ni líderes de la lucha por los derechos civiles cuyo ejemplo resulta incongruente en una rebelión de los ricos contra los pobres de sesgo etnolingüístico, sino el impostor kitsch Enric Marco. La República catalana debería entregar una insignia con su nombre: la República no existe y Marco no estuvo en los campos, pero a estas alturas no vamos a entretenernos en los detalles.
Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) es escritor y editor de Letras Libres. Su libro más reciente es 'El padre de tus hijos' (Literatura Random House, 2023).