Luis Garicano (Valladolid, 1967) es economista y profesor de la London School of Economics. Ha dado clase en la Universidad de Chicago, en el MIT y en Columbia, entre otras instituciones. Perteneció a Ciudadanos; entre 2019 y 2022 fue miembro del Parlamento Europeo. Además de trabajos académicos en los que ha estudiado desde la productividad y la innovación tecnológica a la desigualdad, el crecimiento económico y la organización del trabajo, ha escrito libros como El dilema de España y El contrataque liberal, ambos en Península. Escribe en el blog Silicon Continent.
Diría que el primer gran shock es la crisis de 2008.
Sin duda. En términos económicos, el siglo XX se acaba en 2008. Hay un antes y un después de la crisis financiera.
El gran éxito, el gran momento de éxito de los mercados, de las liberaciones económicas, de la apertura comercial, llega hasta 2008. Los gobiernos de Clinton y Blair en Estados Unidos y Reino Unido respectivamente, aunque Clinton acabara en 2000, son el apogeo. La izquierda y la derecha veían las cosas de una manera muy parecida: había que combinar un mercado potente con un Estado redistributivo que resolviera los problemas de desigualdades que podría haber creado el mercado.
Eso dura hasta 2008. Puedes decir: el siglo XX se acaba con el 11-S porque empiezan las guerras de Irak y Afganistán. En términos geopolíticos puede ser cierto. Pero en términos económicos tienes un momento realmente de muchísimo crecimiento económico que en gran parte tenía los pies de barro, como vimos luego. En España y en Estados Unidos tenía los pies de barro. Hubo una acumulación de burbujas financieras y de problemas en los mercados inmobiliarios. Hay un antes y un después. Lo que se dio en llamar el consenso de Washington, que consiste en mercados abiertos, instituciones potentes, independientes, políticas fiscales y monetarias basadas en la estabilización, bancos centrales independientes, llega hasta el 2008, y después del 2008 estamos en esa situación en la que lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de nacer, como decía Gramsci.
¿Cómo se resuelve la crisis?
En Estados Unidos básicamente se resuelve con una intervención muy grande del Estado, del Departamento del Tesoro y de la Reserva Federal. En Europa la crisis financiera de 2008 no nos afecta tanto, salvo Irlanda. Lo que nos afecta es la segunda, que es la crisis de deuda soberana de Irlanda, Portugal y Grecia, que se extiende a España y a Italia y que pone en cuestión hasta el euro y todos los cimientos de la construcción europea.
En Europa todavía dura un poquito más quizás. Se produce un cuestionamiento de todo lo que teníamos muy claro hasta ese momento. Ese es el primer gran hito, la crisis financiera.
¿Cuál es el segundo?
El shock chino. Se produce con la entrada en la Organización Mundial del Comercio, pero no se nota al principio. Empieza poco a poco y luego se convierte en una avalancha.
El problema realmente empieza a notarse con la desindustrialización y las dificultades en algunas regiones. En Estados Unidos hay un shock muy grande de desindustrialización que afecta a los barrios afroamericanos en los años noventa. Pero en los años 2000-2010 está afectando a las zonas blancas del Medio Oeste, en Michigan, etc. Y ahí lo que pasa es que tienes algo de lo que pocos se dieron cuenta y de lo que Obama ni se enteró: la epidemia de los opiáceos, las muertes por desesperación en Estados Unidos. Diría que en Estados Unidos esa es la gran consecuencia del shock chino. Entre las clases medias bajas blancas tienes opiáceos, homicidios, suicidios, alcoholismo, cientos de miles de muertes al año. De hecho, ahora mismo el fentanilo causa unas 100.000 muertes al año, solo los opiáceos. Este sería para mí el segundo gran shock que se produce: si la liberalización financiera te ha llevado a una crisis financiera que no esperabas, la liberalización comercial ha dejado detrás a una cantidad de gente muy importante. En Europa a la vez se está produciendo otra cosa que realmente tampoco la notamos de inmediato: que se estanca completamente el crecimiento en las economías de la zona euro. Italia no ha crecido desde el año 95 en términos de renta per cápita, España no ha crecido apenas desde el 2007 (un 3% o un 4% de renta per cápita desde entonces), Reino Unido no ha crecido desde el 2007, Alemania y Francia han crecido un poco más, pero vamos, tampoco mucho.
Se produce este estancamiento del crecimiento que genera un interregno en ese modelo de libre mercado y de liberalización comercial que, por otro lado, ha sacado a millones de personas de la pobreza en India, en China, en América Latina. Pero se produce ese momento de desconcierto. El crecimiento en Estados Unidos se recupera, en Europa no…
Y hay otro shock: la tecnología.
Mucha gente apela a las consecuencias del neoliberalismo cuando habla de la desigualdad. La realidad es que la desigualdad no se produce entre trabajo y capital, sino por niveles educativos.
A medida que avanzan los cambios tecnológicos, los trabajos rutinarios son sustituidos por máquinas: el que es un contable, el que hace papeleo en una empresa de seguros, donde hay que rellenar los impresos y copiarlos. Esos trabajos rutinarios desaparecen y lo que tienes es un shock más para la clase media que hace trabajos rutinarios bien pagados, desde robotización en las fábricas hasta robotización en las compañías de seguros o en los bancos. Esas tres cosas afectan de una manera desproporcionada y muy diferente a personas de diferentes estratos sociales y económicos.
Básicamente la clase más globalizada, más móvil y más internacional, evita todo eso, porque al final el sector financiero o los sectores tecnológicos siguen existiendo. Pero esas tres cosas afectan de una manera muy desproporcionada a muchas personas que no tienen esa formación. Eso lleva a una dislocación muy profunda de nuestras sociedades.
Parece que un efecto es que casi todo el mundo es más prorregulación que antes. Se ha puesto como ejemplo la reacción frente a la pandemia.
El caso de la pandemia yo no lo veo como un problema para el liberalismo económico. Cuando se produce una guerra, por supuesto que se produce una intervención enorme del Estado y eso ha pasado en la Primera Guerra Mundial o en la Segunda. Cuando se produce una emergencia como una pandemia durante la cual debes dejar que la gente se quede en su casa, y eso es el Estado el que lo tiene que hacer, te encuentras un fallo de mercado previsible y normal. Lo que pasa es que la huella de la pandemia, de esa intervención tan enorme del Estado, se ha extendido después de la pandemia y ha creado la percepción de que el Estado lo puede todo.
Hemos visto unos fallos del mercado importantes, tanto en el tema distributivo como en cuestiones tecnológicas y comerciales, como en la crisis financiera. Pero eso no significa que no haya simultáneamente unos fallos del Estado gigantes también. Si pienso en por qué el populismo está creciendo tanto, sin duda la gente ha tenido un shock y tiene miedo a la incertidumbre económica, pero también creo que es obvio que siente que el Estado no resuelve los problemas. La DANA en España es un caso, pero también el tiempo que se tarda en construir puentes o carreteras, y lo difícil que son los permisos. Hace treinta años nuestros empresarios dirían: “Hay un problema de vivienda, pues vamos a construir un millón de casas.”
Otra de las consecuencias es que vemos menor confianza en la apertura comercial. En el caso de Trump es una de las ideas centrales.
China ha invertido en una cantidad enorme de capacidad industrial que no puede de ninguna manera salir hacia dentro, o sea que es toda para exportar, y vamos a tener otro shock igual de grande o peor. No es lo mismo comerciar con un país pequeño, que te puede aportar y cuyos efectos puedes ajustar, que abrir las fronteras a un país que es el triple que Estados Unidos o el doble que Europa en términos de población, y que tiene una productividad muy alta. No creo que los economistas nos hayamos equivocado: esta apertura comercial ha creado prosperidad enorme y ha sacado a mucha gente de la pobreza, pero no hemos pensado correctamente en las dislocaciones que se producen y cómo resolverlas. No hay ninguna duda de que si tú estás en la industria del juguete en Alicante, el comercio con China de un día para otro se lo puede cargar todo. Ante las dislocaciones, la importancia del lugar, del sitio, fue minusvalorada, y esa es la gran lección para los economistas de estos años.
No puedes decir: si Detroit va mal, te vas a California. A los españoles no les puedes decir: si León o Valladolid van mal, pues te vas a Madrid. Los obreros tienen sus amigos y familia en Valladolid, la importancia del lugar y de las relaciones sociales y de esa red es una lección que quizás había que aprender.
En el caso de Europa se señalan los efectos negativos de los frenos regulatorios.
El mercado sigue siendo la mejor máquina de generación de riqueza que hemos encontrado los humanos. Hasta hace 250 años vivíamos básicamente igual que con los romanos. No había cambiado el PIB per cápita en 2000 años. La gente vivía día a día y si se ponía mala, se morían todos, y si había hambre y si no había comida, se morían. Hemos cambiado mucho en estos años gracias al comercio y al mercado. Lo que ha sucedido con todas estas crisis es que nos hemos liado a poner regulaciones, por el clima o por la crisis financiera, y nuestras economías están perdiendo, a pasos acelerados, dinamismo. Me preocupa muchísimo, me preocupan la ley de inteligencia artificial y la ley de protección de datos en Europa. Si eres un emprendedor pequeño no hay ninguna forma de que consigas estar dentro de la ley, con todas esas regulaciones, porque son verdaderamente muy costosas. Es algo que tratamos en Silicon Continent.
La transición ecológica también afecta a muchas empresas.
La transición ecológica es un imperativo. Lo que ha pasado es parecido a la reacción a la crisis financiera y a las demás crisis: hemos incrementado mucho la regulación y perdido mucho dinamismo. Señalaría dos problemas en toda esta legislación climática.
Primero, que había una puertecita para meter cosas que tuvieran que ver con luchar contra el calentamiento global, pero se ha metido una serie enorme de leyes que son básicamente anticrecimiento. Donde cabían, sin ninguna duda, medidas concretas contra el problema climático, se ha legislado de más.
El problema es que había una herramienta que era muy buena, que eran los impuestos al carbono y el sistema de comercio de emisiones, que permiten que el carbono tenga un precio y que ese precio pueda reflejar su coste y que la gente lo pueda internalizar y tomar decisiones correctas. Pero además de eso se han puesto reglas en todo. En cada proceso productivo hay que catalogar y explicar.
Por una parte ha pasado del clima a muchos otros temas que tienen más que ver con el decrecimiento que con el crecimiento, y por otra, que el proceso por el que se ha introducido no es una tasa de carbono o precios sino una acumulación de reglas, reglas y reglas.
Usted estaba en el Parlamento Europeo en la pandemia y lanzó propuestas que luego tuvieron resultados. Ahora se dice con frecuencia que a la crisis de deuda soberana se reaccionó con la austeridad y fue muy doloroso, y que la respuesta al covid fue muy distinta porque se había aprendido de esa experiencia.
Es una lectura absolutamente errónea. No hubo una decisión ideológica de austeridad. Eso no es así. Aquel era un problema que teníamos algunos países. Y otros países no querían pagar por ese problema. Punto y final.
No es que Alemania quisiera que Grecia tuviera austeridad. Es que Grecia en aquel momento no podía pagar sus deudas. Tuvo que ser rescatada y en el rescate puedes decir: “Pues no quiero austeridad.” Pero ¿quién le va a dar a usted el dinero? Si no te lo da nadie, no tienes nada que hacer. Fue un problema que tuvieron unos Estados y otros no.
Lo enfrentamos de una manera muy dividida. Pero no es una cuestión ideológica. No es que alguien dijera: “Que estos paguen caro su osadía.” No es que no hubiera nadie que les quisiera dar dinero. La diferencia es que cuando viene la pandemia, que es un shock que afecta a todos los países, los países sí que se enfrentan a la deuda de manera solidaria. En el primer shock, Holanda y Alemania no tenían ningún problema.
Aparte, hubo un problema, de nuevo tampoco ideológico, por parte de los bancos alemanes y franceses, que eran los que habían hecho todos los préstamos. En vez de permitir que Grecia a la primera de cambio hiciera un impago de su deuda y la reestructurara, exigieron que Grecia lo pagara todo. Entonces ahí Grecia tuvo que subir impuestos, la economía se paró y fue una catástrofe.
Pero no creo que sea una cuestión de ideología o de que hayamos aprendido la lección de austeridad. Si hubiera una crisis de deuda igual, se reaccionaría igual.
La solución fue distinta porque el problema era diferente.
Y afectaba a otros. Cuando hay un problema que solo afecta a unos se resuelve de forma asimétrica.
Según ha mostrado Jesús Fernández-Villaverde, la crisis de natalidad es más grave y profunda de lo que se esperaba. Esto también tiene consecuencias económicas.
Jesús ha sido, a nivel global, la primera persona que se ha dado cuenta de que las predicciones de Naciones Unidas estaban quedando completamente sobrepasadas. En países latinoamericanos, en Oriente Medio y en Asia, no solo en los países avanzados, ha habido un derrumbe de la natalidad.
Ahora mismo seguramente el planeta está ya reduciendo su población. La única zona donde hay crecimiento demográfico ahora mismo es África subsahariana. Va a ser un cambio enorme para el planeta porque hay sociedades como Corea del Sur o como España que no tienen suficientes niños para el futuro. España está en la cola en natalidad del mundo, y a la cabeza en la esperanza de vida al nacer: entre los países donde se vive más tiempo y donde se tienen menos niños. Desde el punto de vista de sostenibilidad del Estado de bienestar es preocupante.
También se ve en el problema de las pensiones.
Es brutal. Tienes tres cosas: la natalidad, la esperanza de vida y la tasa de reposición de las pensiones, que es una de las más altas de Europa y de la OCDE. La pensión media es del 80% del salario medio, con lo cual, si encima tienes poca gente que paga esas pensiones, probablemente la suma no te va a salir.
Se dice: la migración es la forma de abordar este problema. Pero, según Fernández-Villaverde, esto tampoco está claro: los inmigrantes también son usuarios del Estado de bienestar.
Los únicos datos que yo he visto sobre eso son de Dinamarca. Hay un estudio donde se ve por edad cuánto contribuyen los inmigrantes. Todos contribuimos en los años centrales de nuestra vida. No cuando somos niños o ancianos. Es una especie de U invertida. Para mi sorpresa, el estudio muestra que toda la U está por debajo de cero para los inmigrantes de algunas zonas. Es decir: a todas las edades hay poblaciones de inmigrantes que siempre reciben del erario público. El punto es que básicamente puede parecer que la inmigración te está resolviendo el problema demográfico, pero en realidad el problema social y del Estado de bienestar en muchos casos se agrava.
¿Es optimista o pesimista con respecto al futuro?
Depende del país. Tenemos un factor muy importante, positivo, que tenemos que explotar, y que en España y en Europa se está haciendo lo posible por no explotar: la inteligencia artificial.
Si realmente un abogado no necesita tres asociados, si tiene diez robots que le hacen el trabajo de tres asociados, el abogado va a ser mucho más productivo y va a pagar muchas más pensiones. La inteligencia artificial puede ser un factor que compense los problemas demográficos, pero tenemos que ser valientes y aceptarlo.
Sin embargo, tenemos dos factores que van a ser muy negativos. Uno es el demográfico: la productividad puede crecer por la inteligencia artificial, pero la demografía es negativa y tenemos a muy corto plazo el factor del segundo shock chino. Básicamente, la industria del automóvil en gran parte de los países de Europa Occidental es inviable. El “informe Draghi” dice que tenemos una desventaja de costes del 30% y que nuestros fabricantes están una generación por detrás de los fabricantes chinos.
Si la demografía es muy mala y si nuestra industria tradicional está diezmada por el tema de China y la transición ecológica, tenemos un problema muy serio. Estados Unidos, como siempre, tiene muchos factores que le ayudan: su capacidad energética es enorme, ahora es exportador neto de gas y petróleo. En 2008 o 2010 nos parecía absolutamente inconcebible. Esto es en gran parte lo que ha cambiado en Oriente Medio: que a Estados Unidos le da igual ahora mismo económicamente. Segundo, tiene un liderazgo tecnológico muy grande. En tercer lugar, está su sistema político, que siempre parece paralizado, pero cuando tiene un problema, reacciona. Tomemos la crisis financiera. Estados Unidos no hace nada, no hace nada, y pasaron un plan de rescate bancario gigante en dos semanas. El Congreso, el Senado, el presidente, y hala, ya está.
Estados Unidos tiene una capacidad de reaccionar a una situación en la que las economías europeas pueden quedar atrasadas.
¿Y América Latina?
Me preocupan dos cosas. Una, a corto plazo y que veremos el año que viene, es cómo gestionar su relación con Trump. Tenemos un gobierno muy de izquierdas en México, que además es el tipo de gobierno que le va a irritar mucho a Trump, y con una relación a priori muy contenciosa por los temas que han salido estas dos semanas. Hemos visto a la presidenta tratar de responder a las acusaciones de Trump en una rueda de prensa.
Hay un problema estructural: China ha invertido mucho en México y a Estados Unidos le preocupan mucho todos esos trabajos industriales y que se vayan a México. Y además está el problema de la migración y el del tráfico de drogas. Esos tres problemas estructurales crean una relación que a priori es contenciosa.
Si encima tienes dos gobiernos que parecen diseñados para no entenderse, es una relación que puede ser muy volátil. Si Europa mete la pata, como parece que va a pasar con Mercosur, porque los franceses probablemente bloquearán la ratificación, América Latina no tiene salida, Europa y Estados Unidos no se fían, puede que Brasil se eche en brazos de China.
Hay mucha complementariedad. A las industrias chinas y las exportaciones de Latinoamérica les puede venir muy bien. Además a estos países no les gusta que les demos la tabarra con que tienen que hacer cosas, y China no les pide nada. Les pide que exporten y punto. Europa ha sido muy desleal con la cuestión de Mercosur. A Brasil se le ha pedido varias veces: “Oye, si hacéis este esfuerzo, ya lo aprobamos.” Lo hacen, y no se aprueba.
La inteligencia artificial puede suponer una ganancia en productividad, pero también la desaparición de empleos.
Sí, lo que pasa es que no tenemos población que ocupe esos empleos. Nos va a venir muy bien que la inteligencia artificial incremente la productividad, porque realmente hablamos de poblaciones que van a envejecer mucho y que no van a tener muchas personas que incorporar al mercado de trabajo. Pienso que hay que utilizar las nuevas tecnologías. Y si nosotros no las utilizamos, las utilizan los demás y se nos llevan por delante. España tiene que ser optimista, tenemos que ser procrecimiento y proinnovación, y no podemos estar todo el día hablando de riesgos y de peligros cuando lo que tenemos delante es una oportunidad de crecer.
Por ejemplo, vamos a pensar que los coches se puedan conducir solos. Me imagino que Trump, con Musk detrás, presentará una regulación federal parecida a lo que está pasando en San Francisco hoy, donde puedes tomar un taxi sin conductor. Es una ganancia productiva enorme porque los coches son una cantidad de capital gigante que está todo el día paralizada, un trozo de hierro y de metal y de plástico metido en un garaje sin hacer nada, es como si todo fuera basura, menos diez o veinte minutos al día. Si lo puedes movilizar, con el mismo capital puedes hacer mucho más. El coche te puede estar esperando debajo de casa cuando sales, te puede llevar y luego puede ir a recoger a otra persona.
Son ganancias de productividad enormes que a una persona mayor le pueden permitir tener acceso al transporte o a las mercancías. Es un cambio tecnológico que tenemos que abrazar. En Europa lo más probable es que digamos que nos da miedo y no queremos hacerlo. Corremos el riesgo de convertirnos en un museo. Servimos tapas, servimos copas y la gente de Singapur y de Shanghái y de Chicago que venga aquí a tomarse nuestras tapas. Debemos creer en la innovación.
¿Cómo ve España?
España ha tenido un momento muy duro para mi generación. Había una España que estaba aislada, en desarrollo, en una dictadura, y esa generación la vio convertirse en un país democrático, europeo, avanzado, con buenas instituciones, en un país optimista que miraba al futuro. Creíamos que nos habíamos quitado de encima nuestra tara histórica de la división en bandos. La sensación que tengo desde fuera, y me parece que es la de mi generación, es de tristeza y decepción. En el veinticinco aniversario de Fedea estuve con Carlos Solchaga, que es una persona que admiro muchísimo y me parece uno de los mejores políticos que ha tenido España, y me dijo: “Yo pensaba que España la habíamos arreglado.” Eso era hace unos diez años. Ahora esa impresión es más grave. Nuestra tradicional desconfianza y tendencia a la división han interactuado con las redes sociales. Ha pasado en todo el mundo, pero aquí ha sido muy pronunciado.
Las dos Españas no se entienden. Es muy triste porque parecía claro que Televisión Española iba a ser neutral, que el cis tenía que ser neutral, las comisiones de competencia tenían que ser neutrales… Podía fallar en la realidad, pero teníamos esa idea.
En mi libro El dilema de España lo planteaba como Dinamarca o Venezuela: vamos hacia un país nórdico con instituciones fuertes, con un Estado de bienestar fuerte y un mercado flexible, o vamos hacia una república bananera. Ahora da la impresión de que vamos hacia una república bananera. El discurso político en España gira en torno a distribución y división, no trata de cómo miramos al futuro, cómo crecemos, cómo creamos riqueza. Estamos todo el día con el cupo, con la corrupción, con cosas que al final no crean una ilusión y una confianza y un interés en el futuro por parte de los españoles
¿Y en economía?
Nos estancamos con la salida de la crisis financiera y no hemos crecido prácticamente desde entonces. Hay un discurso económico muy triunfalista por parte del gobierno, que creo que es erróneo, porque el crecimiento que estamos teniendo tiene mucho de consumo público, más de la mitad, y tiene mucho de empleo público y tiene mucho del acceso a los fondos exteriores.
Cuando los fondos Next Generation acaben, no hay prácticamente espacio para inversión pública. En segundo lugar, tenemos un problema demográfico que es más grave que en otros sitios. La mezcla del debate político, la situación demográfica y la falta de reformas y de esfuerzo por crear un marco de crecimiento plantean un problema complicado para España.
Yo lo igualaría a Alemania hace tres años. Decían: vamos a hacer la transformación verde y digital, a cerrar las nucleares. España es un país donde la energía es cara, donde todavía estamos teniendo una transición ecológica, no es el momento de prescindir de esta energía. Quizá en diez o quince años.
Creo que estamos viviendo del cuento, y que este relato triunfalista no está basado en la realidad. Estamos incrementando regulaciones e impuestos, eliminando energía barata, y dentro de muy poco nos vamos a encontrar en el mismo sitio que Alemania, cuando se acaben los fondos europeos.
Hablaba mucho de la importancia de la educación.
Y eso se acabó. Ya no se discute. Es curioso. Ha muerto el debate reformista. Eso es verdaderamente triste. O sea, había un núcleo reformista en la sociedad que representaron en un momento dado UPyD, Ciudadanos, incluso Podemos. Ahora hay menos creencia en que se pueden cambiar las cosas.
¿Qué aprendió en política que le sirve como economista?
Sobre la economía política y cambios y las reformas, en primer lugar creo que no entendía lo suficientemente bien los problemas de implementación. Por ejemplo, el pp, cuando desde Ciudadanos lo exigimos, estuvo a favor de hacer los cambios en formación que nosotros queríamos, que hubiera un cheque de formación, etc. Pero dependía mucho de las autonomías. Al final, a pesar del acuerdo con el gobierno central, no conseguimos que se pusiera en marcha la implementación. Aprendí la importancia del detalle de qué funcionario tiene que cambiar algo, o qué norma concreta, más allá de las ideas generales.
En segundo lugar, aprendí la importancia de la economía política de los grupos de presión. Si estás fuera, piensas que las cosas no pasan porque a lo mejor los políticos no se han dado cuenta u otros no la entienden. No: la gente entiende bastante bien. Cuando bloquea una reforma, en muchos casos es porque no le interesa y no porque no la entienda. Y a menudo lo que se defiende no es el interés del trabajador, sino el interés del sindicato; no el interés del votante, sino el interés del partido y de una persona en ese partido. Cuando hablas o escuchas a los políticos, debes entender muy bien qué intereses tienen en concreto antes de tratar de convencerles. La mayoría de las veces uno no los convence no porque no sepan, sino porque no les interesa. ~
Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) es escritor y editor de Letras Libres. Su libro más reciente es 'El padre de tus hijos' (Literatura Random House, 2023).