Hay una famosa foto de las Cortes Valencianas en la que aparecen rodeados con un círculo todos los políticos del PP encausados o condenados por la trama de corrupción Gürtel. Si pudieran reunirse en una misma foto a los principales líderes políticos de Junts per Catalunya (JxCAT), ERC y la CUP podría hacerse un ejercicio similar. En algunos casos, incluso, la corrupción sería la misma (sin la rebelión o desobediencia): malversación de caudales públicos y prevaricación. Pero el independentismo ya hizo la foto en el Parlament, al colocar lazos amarillos en los escaños vacíos de diputados encarcelados o autoexiliados. Son los mismos que votaron una ley de referéndum ilegal con la mitad del Parlamento vacío el pasado septiembre.
El independentismo está descabezado. Como explica Álex Tort en La Vanguardia, “la estructura montada en la Casa de la República de Waterloo [donde se alojaba Puigdemont] no sirve para nada cuando Puigdemont está en una cárcel alemana y Jordi Turull y Josep Rull, que dirigían las negociaciones, en Estremera”. En ERC están igual: Oriol Junqueras, Raül Romeva y Carme Forcadell están en la cárcel, Marta Rovira está en Suiza y Toni Comín en Bruselas. Mientras, la CUP, que pasó en las últimas elecciones de 10 a 4 diputados, se abstiene, exige materializar ya la República y solo apoyará la investidura de Puigdemont.
JxCAT insiste en su defensa a Puigdemont, al que considera presidente legítimo. Pero no hay un relato homogéneo y Puigdemont ya no puede liderar el partido como pretendía desde Bélgica, a base de Skypes, WhatsApps y haciendo grandes escenificaciones en Bruselas para demostrar que él es quien manda. Y, sin embargo, la Mesa del Parlament ha votado para permitir al expresidente, encarcelado en Alemania, delegar su voto en la diputada de JxCAT Elsa Artadi. Asume que como no está huido sino encarcelado se le debería permitir esta opción, que ya tienen otros independentistas en la cárcel. El partido es un cortijo de Puigdemont, y cuando no es un bufete de defensa del expresidente es simplemente una nave a la deriva liderada por políticos de tercera fila que ahora están bajo el foco porque los demás están en la cárcel o huidos. El independentismo tiene una capacidad de reciclaje a nivel de liderazgo enorme: siempre hay alguien nuevo dispuesto a comerse los marrones.
ERC vive algo parecido, pero busca formar gobierno ya, y coquetea con el PSC y los comunes. La nueva estrella de Esquerra es Pere Aragonès, un tecnócrata que negoció el FLA con el Estado y que ahora habla de llegar a acuerdos con el gobierno. Es la esperanza del sector pragmático del independentismo. Su estilo conciliador se agradece, generalmente porque no hace llamadas a la soberanía del pueblo ni a la rebelión. Aragonès hace llamadas a la calma necesarias, pero también usa el argumentario clásico independentista del “tacticismo”: no hay que dar golpes de Estado no porque sean antidemocráticos sino porque no funcionan para la estrategia de conseguir la independencia.
Por otra parte, PSC y los comunes buscar llegar a acuerdos y negociaciones. Xavier Doménech propuso recientemente un gobierno de unidad, un ejecutivo de independientes “que agrupe a las diferentes sensibilidades del catalanismo, del catalanismo progresista y de los demócratas en general.” A menudo son preferibles el olvido y la paz que el señalamiento y los rencores para poder avanzar. Y, sin embargo, hay actitudes, que solo pueden definirse como equidistantes, que provocan sonrojo. En un artículo en El Periódico, la secretaria general del PSE Idoia Mendia escribe que “los problemas sociales, los retos de futuro, no los arreglan la independencia ni la indisoluble unidad de la nación española”. Es cierto: quedarse parado defendiendo la unidad de España no sirve para solucionar el problema catalán. Pero Mendia parece que piensa que la unidad de España es un concepto abstracto, un capricho o una manía, una cosa de centralistas y miembros de la caverna, y no una manera de defender los derechos y libertades de la ciudadanía cuando una minoría los intentó anular.
La aprobación de la ley de referéndum en Cataluña en septiembre de 2017 supuso básicamente la anulación de la Constitución Española en Cataluña. Durante meses, los derechos y libertades contemplados en la Constitución estuvieron en suspenso, sujetos a la arbitrariedad de las instituciones catalanes. El 155 se aprobó para restaurar la legalidad. Pero hay un discurso que plantea el problema del independentismo como si fuera entre dos bandos iguales, con sus manías y rencores, enfrentados por sus tonterías abstractas y capaces de llevarlas hasta las últimas consecuencias. Es esencial la negociación, pero no puede hacerse sobre relatos falsos.
Ricardo Dudda (Madrid, 1992) es periodista y miembro de la redacción de Letras Libres. Es autor de 'Mi padre alemán' (Libros del Asteroide, 2023).