Entrevista a David Baddiel: “Antes, la izquierda tenía facciones, ahora tiene identidades”

En su nuevo libro, el escritor y cómico británico critica a la izquierda que protege a las minorías pero ha olvidado a la comunidad judía.
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En principio, el cómico y escritor de éxito británico David Baddiel (Nueva York, 1964) no quiere leerle la cartilla a esa nueva izquierda que de un tiempo a esta parte se dedica esencialmente a defender a las minorías del racismo, el sexismo, la homofobia y demás formas de intolerancia. Es esa izquierda que muchos identifican con la expresión woke.

Sin embargo, el último libro de Baddiel, convertido en un éxito editorial en el Reino Unido, Jews don’t count o “Los judíos no cuentan(TLS Books, 2021), funciona de manera reveladora contra esas nuevas expresiones del progresismo. Porque, aunque  Baddiel afirme que no quiere que identifiquen su libro con una “fácil condena de la ideología woke”, Jews don’t count pone de manifiesto que los nuevos defensores de las minorías, como mínimo, no son coherentes.

De lo contrario, también defenderían a la minoría que forma la comunidad judía. Este colectivo, sin embargo, no está protegido por ese activismo woke porque, entre otras cosas, asume a los judíos como blancos, privilegiados y opresores –en mayor o menor medida también por cómo Israel se defiende ante quienes no reconocen su existencia o buscan su destrucción.

“Si en la extrema derecha hay una agresión permanente contra los judíos, en la izquierda ha habido una negligencia a la hora de ocuparse de la minoría judía. Y esto es un problema”, resume Baddiel al hablar de su libro.

En ese volumen, Baddiel recoge, entre otras cosas, cómo el Partido Laborista británico, sumido en una profunda crisis tras los años de Jeremy Corbyn al frente, ha dejado de ser un “hogar político” para los judíos británicos. Frente a esto Baddiel, que dice no ser sionista, reivindica que los judíos tienen que defenderse a sí mismos.

En su libro, usted habla de que, en la izquierda, en general, se ha dedicado a crear espacios para proteger a las minorías, especialmente con lo que se ha venido a llamar movimiento woke o izquierda identitaria. Sin embargo, en esos espacios seguros no hay sitio para los judíos. ¿Cómo explica usted esto?

En el libro, empiezo hablando de cómo ocurren los ataques y ofensas contra los judíos. Pero no me centro tanto en los ataques en sí, sino en la falta de reacción pese a que, en principio, hay gente que está muy preocupada por la expresión de cualquier forma de discriminación. Y luego me pregunto por qué ha pasado esto. A saber, que el racismo contra los judíos tiene una doble vertiente. Normalmente, el racismo va de describir al discriminado como un ladrón, un mentiroso, alguien sucio o un alien para la sociedad. Los judíos, por supuesto, son insultados así.

Pero también se les suele describir como un colectivo que está dominando el mundo, con dinero, privilegios y demás. El problema llega cuando los progresistas asumen que los judíos son poderosos. Entonces, los judíos son rechazados por el espacio de seguridad que se supone que la izquierda ofrece a los que no tienen poder. Esto, llevado, al extremo, en la izquierda, se asocia a los judíos con el control del capitalismo, la banca, y esas cosas.

También habla de la ambivalencia de ser judío, pues a uno, como judío, se le puede considerar, o no, blanco y privilegiado.

Sí, se les puede considerar blancos o no blancos en función de cómo piense el observador. La extrema derecha, en Estados Unidos, por ejemplo, los rechaza y expulsa de la idea de nación aria. De hecho, los antisemitas de derechas siempre han visto a los judíos como impuros, como no blancos y demás. Pero, en la izquierda, te encuentras la percepción de que los judíos son una representación clara del ser blanco y privilegiado.

Por ejemplo, el artista callejero Mear One pintó un mural, con el apoyo de Jeremy Corbyn [líder del Partido Laborista entre 2015 y 2020, ndlr.] en el que se veía a hombres ricos con barba y narices largas jugando al Monopoly apoyándose sobre las espaldas de gente pobre. Luego el artista diría algo así como que siempre ve a viejos judíos en las imágenes que pinta sobre el orden mundial. Pero lo que estaba diciendo en realidad es que los judíos son parte del establishment y del control del mundo. Por eso a los judíos no se les pone con facilidad en el papel de víctima. Y luego está la cuestión de Israel, que incrementa la percepción de los judíos como opresores.

¿Quién defiende entonces a los judíos de los ataques de la extrema derecha a los que se suman ahora estos ataques de la izquierda?

Esta pregunta es la que me llevó a escribir el libro. Porque las condiciones de este problema estaban ahí desde hace tiempo. Pero con la llegada de las redes sociales, empecé a darme cuenta de que gente que no te imaginabas que fuera a decir cosas antisemitas lo hacía. En 2011, por ejemplo, el diseñador Galiano llegó a ser detenido en París por lanzar insultos antisemitas a una pareja. El mismo año, Charlie Sheen también dijo cosas antisemitas en su momento.

En definitiva, bohemios empezaron a decir cosas antisemitas y ahí empezó a haber una confusión sobre quién decía qué. El Partido Laborista ha catalizado mucho de esto. Y por eso, muchos judíos, políticamente, se han quedado sin hogar. Sé que hay judíos que son conservadores. Pero muchos judíos de mi generación eran de izquierdas. De hecho, en mi infancia, Israel era “la niña bonita” de la izquierda por los kibutz [comunas israelíes de ideología socialista, ndlr.], entre otras cosas. Además, también hay una larga tradición de judíos importantes para la izquierda.

¿Qué pasó entonces para que esa identificación se rompiera?

Si en la extrema derecha había una agresión permanente contra los judíos, en la izquierda no había tanta actividad agresiva pero sí una negligencia a la hora de ocuparse de la minoría judía. Y esto es un problema. Porque los judíos tienen una inmensa historia de persecución. Y para gente como yo, de segunda generación de inmigrantes, pues mi madre huyó de la Alemania nazi, uno se pregunta: ¿Dónde voy?¿Quién me va a proteger si la situación se pone crítica? Por eso, respecto a su pregunta anterior :¿Quien debe defender a los judíos? La respuesta ha de ser los propios judíos. Y esto es lo que se ha visto en el Reino Unido.

Los judíos han levantado su voz políticamente de un tiempo a esta parte. En el Reino Unido, los judíos no son como en Estados Unidos. Aquí la idea de la comunidad ha consistido siempre en no atraer la atención de la sociedad. Por eso, los judíos no han acostumbrado a hablar. Ya sea por miedo, vergüenza, o por esa idea de tratar de ser ante todo británicos y asimilarnos. Pero, de repente, en los últimos años, tras ver que los diarios hablaban de antisemitismo en el Partido Laborista, los judíos empezaron a salir a la calle a protestar y hablando muy claramente al respecto.

En nueva izquierda, esa que tanta atención presta a las identidades, religiosas, de género, raciales, etcétera, no hay sitio para los judíos. ¿Hasta qué punto prueba su inconsistencia?

Esta pregunta me recuerda a otra que recibo mucho: ¿Es el libro una crítica a las políticas de identidad y cómo están fallando esas políticas a los judíos? En mi libro yo no quería decir exactamente que las políticas de identidad son inservibles. Las políticas de identidad son algo que existe, algo muy poderoso, algo que sigue mucha gente y que reemplaza la moralidad de muchas personas. Por eso, yo no quiero decir si es algo bueno o malo. Me limito a aplicar esas políticas de identidad por todas partes, a todas las minorías, y ver si de verdad tienen un uso y sirven para algo. Para mí, como judío, no sirven en algunos casos.

Pero ¿cuál es su opinión al respecto?

Lo que no quiero es que me lleven a una fácil condena de la ideología woke, en parte porque hay cosas con las que podría estar de acuerdo. Y porque la realidad siempre es algo complejo. Las políticas de identidad están consiguiendo algo, y es dar una plataforma o una voz a minorías que antes no tenían esos medios para ser escuchados. Porque es innegable que durante años, en Europa y el Reino Unido, hemos vivido en una cultura en la que los blancos y cristianos controlaban todo, ya fuera la radio, la televisión o la industria del cine. Había una exclusión de las otras minorías raciales y no raciales. Yo creo que es importante prestar atención a todo esto.

Pero creo que si se hace eso, hay que considerar cómo van a afectar esas políticas de identidad a todas las minorías, y si hay una que queda excluida, entonces, hay que preguntarse por qué ocurre y qué dice sobre las políticas de identidad. A mí, muchas mujeres me han hablado de que son objeto de discriminación. Pero si eres una mujer blanca de clase media y eres discriminada por ser mujer, tienes muy poco recurso en las políticas de identidad porque estas tienen poco que ofrecerte. Porque esa no es una categoría de la que se ocupen realmente las políticas de identidad.

¿Cuál es el problema entonces con las políticas de identidad?

Que hablan mucho de interseccionalidad. Porque la izquierda, en un momento dado, era un espacio cerrado, que consistía en luchar por trabajos para la clase trabajadora o lo que fuera. Pero luego surgió otra gente en la izquierda diciendo, nuestra lucha es otra. Porque si eres de color, o gay o lo que sea, el objetivo es otro. Pero si la interseccionalidad se constituye como el proyecto central de las políticas de identidad, entonces acabas representando fragmentos de la sociedad.

En Alemania y en Francia hay voces, también de la izquierda, que están alertando sobre el hecho de que las políticas de identidad están diluyendo el sentimiento de pertenencia a una sociedad que es mucho mayor que un determinado grupo social. ¿Ha percibido usted esto en el Reino Unido?

He visto situaciones en las que me parece que lo que se quiere lograr en la izquierda o por parte de quienes quieren corregir los errores de la sociedad se ve obstaculizado por demasiada preocupación por la interseccionalidad. Porque con esta idea parece que se quiere cambiar algo pero no se puede porque hay tantas secciones diferentes que no se puede avanzar. Llegas a eso que Freud llamaba el narcisismo de las pequeñas diferencias, algo que siempre ha acusado la izquierda, en particular. La izquierda siempre tuvo un problema con sus facciones. Antes tenía facciones, ahora tiene identidades.

¿Hay un problema para la democracia en esta tendencia de la izquierda? Usted habla de que el Partido Laborista tenía un punto ciego con el antisemitismo.

Bueno, antes de esta conversación empezamos hablando de partidos como Vox en España, en cómo se están constituyendo como quienes quieren construir un “nosotros” en mayúsculas sin ocuparse de las pequeñas diferencias que existen en la sociedad, creando un “nosotros” nacional y mítico. Esto es algo muy poderoso para mucha gente, especialmente si la izquierda está hablando de minorías. Yo ahí veo un problema. Mucho del éxito de Boris Johnson, que lo ha hecho bien con las vacunas contra la COVID-19 pero en muchos sentidos su gobierno es un desastre, se debe a que habla de esa idea del “nosotros, los británicos”. Ese fue también el éxito del brexit. El brexit fue el rechazo de un Reino Unido multicultural y una adhesión al mito de la Gran Bretaña.

Hay quien dice que el desafío para la izquierda es hablar de un “nosotros” que incluya las particularidades de las sociedades como la británica. El Partido Laborista, por lo menos, no parece en su mejor momento.

Va haber un largo periodo de tiempo de reajuste tras los años de Jeremy Corbin en el poder. Yo no estoy muy cómodo haciendo de comentarista político, porque soy un escritor que escribe sobre lo que le llega. Pero creo que Keir Starmer [actual líder del Partido Laborista, ndlr.] está tratando de hacer malabares con estas tendencias de la izquierda identitaria y con el votante tradicional del partido laborista, que es blanco, de clase trabajadora y que, probablemente, haya votado por el brexit. En el contexto actual de las batallas culturales, según lo que dicen los diarios, mezclar ambas cosas es incompatible. Pero tal vez sea una percepción equivocada.

Y, entre tanto, vuelve a ser difícil ser judío en Europa.

Mucha gente, al leer mi libro, queda sorprendida al reconocer en él el nivel de antisemitismo actual. Mucha gente cree que el antisemitismo ha desaparecido. Pero lo cierto es que está de vuelta. Porque los crímenes de odio contra los judíos, como recuerdo en el libro, son los más numerosos que se producen. En Francia, por ejemplo, los judíos no se atreven a llevar públicamente señales de su identidad judía. Ha habido atentados recientes contra judíos en Estados Unidos. Y cuando esto ocurre, hay menos indignación que cuando otra minoría es atacada. O, al menos, para alguna parte de la izquierda, siempre se puede explicar esa violencia contra los judíos.

No hay indignación, sino una explicación que apunta hacia Oriente Próximo. Esto es un problema, porque cuando se asesina a miembros de una minoría, a manos de un racista, no hay que buscar razones por las que la víctima es responsable de su situación. Un ejemplo, cuando murieron 45 judíos a finales de abril en una fiesta religiosa en Israel, en las redes sociales se escribía: “eso es el karma por como tratan a la gente en la Franja de Gaza”. Yo no voy a entrar en la situación en Israel porque no soy un sionista. Pero esa idea de que los judíos son responsables de sus males es una idea antisemita muy antigua.

El historiador David Nirenberg escribía en su libro Anti-Judaism o “Antijudaísmo” (Ed Norton, 2014) que el antijudaísmo era una tradición occidental. ¿Qué piensa usted?

Creo que puedo estar de acuerdo. En inglés, la palabra judío, jew, es la única referida a una minoría que es, a la vez, un insulto además de un nombre que se dirige a una minoría. Todas las otras minorías disponen de palabras para mostrar odio que le son específicas. Pero no son las palabras que el diccionario utiliza para designar a una minoría. Por eso es tan diferente cómo suena jew boy y jewish boy [ambas expresiones, “chico judío”, ndlr.]. Le cuento esto para dar cuenta de la gran toxicidad que existe en la palabra jew en sí, en la cultura judeocristiana. La palabra jew, por sí sola, crea toxicidad y genera incomodidad. Por eso se prefiere jewish. Históricamente hay en Europa occidental un antisemitismo por defecto. Ese antisemitismo se puede ver en la incomodidad que genera oír a alguien decir la palabra jew.

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Salvador Martínez Mas vive en Berlín y es periodista especializado en información internacional.


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