La mitad de la humanidad verá, en algún momento, uno de los juegos del mundial de futbol. Millones de mexicanos siguieron el viernes las vicisitudes del partido de México contra Camerún y saturaron las redes sociales con sus comentarios. En apariencia, lo importante había sido el partido mismo: todos tenían algo qué decir sobre los goles anulados, el desempeño de la selección y de cada uno de sus jugadores.
Sin embargo, quienes se han dedicado a estudiar lo que busca (y han buscado siempre la afición aún antes del auge de las redes sociales), han encontrado que esa búsqueda va más allá del resultado de un partido. Simon Kuper, uno de los autores de un libro titulado Soccernomics, afirmaba hace días en el suplemento de fin de semana del Financial Times dedicado al futbol, que lo que el hincha persigue –en la victoria o en la derrota– es la pertenencia a una comunidad. Efímera durante el mundial, pues cada selección se dispersa al terminar el torneo, o permanente cuando se trata de un equipo (con tradición y larga vida, como debe de ser). Una comunidad igualitaria donde el único requisito de ingreso es ser seguidor de una selección o equipo. En ella, las victorias son mejores, porque son compartidas, y las derrotas también: no es lo mismo llorar solo que acompañado. La afición por el futbol es una actividad social. Es tan importante ver un partido como recordar cada jugada, después, con los miembros de la comunidad de aficionados.
La sensación de pertenencia a la fandom es tan fuerte que, según Kuper, la tasa de suicidios en los países europeos desciende cuando el equipo nacional participa en un torneo importante. Si la afición al futbol es literalmente un asunto de vida o muerte( al menos para los deprimidos), la conclusión de Kuper, que repetimos los aficionados sobre todo frente a la derrota –es sólo un juego– no parece tener cimientos muy firmes.
El futbol, como todos los “deportes” que mueven a masas de seguidores –tal vez desde los tiempos del juego de pelota maya y azteca– son no sólo un juego, sino un ritual adictivo que permite escapar de la rutina de la vida cotidiana. Un ritual comunitario que no convoca ahora a ninguna divinidad –aunque los aficionados nos encomendamos a todos los santos– pero que cada cuatro años se satura con el mito moderno del nacionalismo. Los equipos nacionales tienen memoria. Un encuentro entre México y Estados Unidos, o entre Argentina e Inglaterra, es mucho más que un juego: es la guerra por otros medios más lúdicos y aceptables. Y la victoria, es la mejor de las revanchas.
Quienes tuvimos la suerte de estar en el estadio Azteca en esos cuartos de final entre ingleses y argentinos en 1986 fuimos testigos de un despliegue inmejorable del ritual futbolístico memorioso. Maradona cobró venganza de la guerra de las Malvinas con dos de los goles más famosos en la historia de los mundiales: uno de fantasía, donde burló a la mitad del equipo inglés, y otro, con la mano. César Luis Menotti diría después que para los argentinos había sido mejor que Maradona hubiera anotado ese gol con el puño.”Mucho mejor que ese gol haya sido tan injusto, tan cruel, porque les dolió mucho más a esos ingleses h… de p….”*¿Sólo un juego?
Es casi imposible que nos toque jugar contra Estados Unidos en este mundial. Pero habrá muchas oportunidades de revancha en el futuro. Los argentinos tienen más posibilidades de enfrentar a los ingleses. Una victoria –con goles de mano o pie–consolaría a Argentina si es eliminada en el camino. A mí me gustaría verla en la final (si deciden empezar a jugar), en gran parte porque el futbol es mucho más que un juego. Para los argentinos, se ha convertido en el espejo del desastre político y económico del peronismo que siguen arrastrando en distintas versiones populistas. “Para un argentino”–confesó hace poco Diego Simeone– “el futbol es la única manera de mostrarle al mundo que seguimos vivos”.
*John Carlin, ”Will Messi be the messiah?”, Financial Times, junio 7/8, 2014
Estudió Historia del Arte en la UIA y Relaciones Internacionales y Ciencia Política en El Colegio de México y la Universidad de Oxford, Inglaterra.