Foto: government.ru, CC BY 4.0, via Wikimedia Commons

China: ¿el fiel de la balanza?

No sería sorpresa que Xi Jinping y Putin volvieran a acercarse para proteger intereses comunes, y en contra de Estados Unidos. Trump perdería de un solo golpe a un socio.
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En tiempos de cambios paradigmáticos las predicciones son casi imposibles. La aceleración de la historia en la última década –10 años que parecen un siglo– ha multiplicado la dificultad de entender el hoy a la luz del pasado reciente y, más aún, la de intentar vislumbrar el futuro.

La bola de cristal del Financial Times es un ejemplo inmejorable. Como otros medios, el FT acostumbraba cerrar el año lanzando preguntas al aire sobre posibles escenarios futuros que sus analistas intentaban contestar. Este año optó sabiamente por dejarle la tarea a uno solo: Gideon Rachman, su analista internacional. Ni él pudo construir escenarios lógicos y convincentes. Después de trazar cinco, aceptó con toda honestidad que lo que sucederá en los próximos años será probablemente una extraña amalgama de esos mismos escenarios. Más todos los eventos imprevisibles que se den en el camino.

De lo que nadie tiene duda es quiénes serán los principales protagonistas de esa historia: Donald Trump, el presidente ruso Vladimir Putin, y Xi Jinping, el líder vitalicio de China. Tres políticos revisionistas, que pretenden destruir el orden económico global, las democracias liberales y establecer una nueva geopolítica que no respete fronteras, valide el expansionismo y destruya los puntales que sostienen la seguridad global y regional.

Los tres se mueven como peces en el agua en la atmósfera de turbulencia, nihilismo y destrucción institucional de hoy y creen que pueden construir un nuevo orden mundial a la medida de sus anhelos mesiánicos. Sin embargo, cada uno enfrenta un problema que puede convertirse en un obstáculo insalvable: los otros dos.

Después de años dentro y fuera del poder, Trump entiende la importancia de la geopolítica, pero sigue escogiendo a sus aliados más en función de sus fobias y filias, que de sus intereses. Sabe que Putin está entrampado en Ucrania, frente a un rival inteligente y hábil, que la economía rusa está plagada de problemas y que Europa seguirá apoyando a Zelensky. Trump y, ciertamente Elon Musk, su estratega de cabecera, parecen creer que el talón de Aquiles de Rusia –la economía– les permitirá usar al dictador ruso sin mayores consecuencias. Putin puede proclamar que está en guerra con Occidente y advertir entre líneas que no quiere ser un aliado servil de Trump, sino un socio con un poderío paralelo. Trump y Musk parecen tener la certeza de que si Putin no se somete al proyecto de Trump, bastará amenazarlo con nuevas sanciones económicas, para que vuelva al redil.

Pero Putin estará en el redil mientras sus intereses coincidan con los de Trump: a cambio de engullir a Ucrania, cooperará gustoso en la campaña de Musk para llevar al poder a la ultraderecha en Alemania, Francia y Gran Bretaña y, con mayor entusiasmo aún, para destruir a la OTAN. A partir de ahí, emprenderá de nuevo, y contra viento y marea, su proyecto de restablecer el dominio ruso sobre los territorios de la vieja Unión Soviética.

Tal vez entonces, Donald Trump se arrepienta de haber tirado a la basura el legado de Richard Nixon: la “carta China”. Nunca, desde 1970, la relación entre China y los E.U. se había deteriorado tanto. Desde la elección de noviembre, el embajador chino en Washington, Xie Feng –hábil y experimentado como todos los diplomáticos chinos, que abrevan de una tradición milenaria de lidiar con “bárbaros” de toda índole– ha movido, sin éxito, sus contactos para dialogar con los trumpistas. Podría recurrir a la paciencia confuciana, pero a pesar de su poderío, esta vez China no puede esperar: la amenaza de Trump de elevar en 60% los aranceles a las importaciones chinas daría al traste con el proyecto de Xi Jinping de elevar la inversión pública para reactivar la economía, y de paso, con el cimiento de la legitimidad del Partido Comunista que depende del crecimiento económico: la paz social.

El líder chino tiene pocas cartas en la mano: en el pasado intentó contrarrestar a Trump limitando sus exportaciones a EU de metales escasos, como el galio crudo, y fracasó. La expansión de la influencia china en el hemisferio sur tampoco ha disuadido a Trump. No sería ninguna sorpresa que, muy pronto, Xi y Putin volvieran a acercarse para proteger sus intereses comunes –y en contra de E.U.– como la defensa de las rutas marítimas y las riquezas del Ártico. Trump perdería de un solo golpe a un socio, sobre el cual suponía tener un control absoluto, y a un poderoso aliado potencial. ~


Publicado en Reforma el 12/I/25.

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Estudió Historia del Arte en la UIA y Relaciones Internacionales y Ciencia Política en El Colegio de México y la Universidad de Oxford, Inglaterra.


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