Me niego a continuar el lamento de quienes sufren el nuevo orden y de ninguna manera me sumaré a quienes rechazan la legitimidad del enorme poder obtenido por Morena, pero ni en sueños cuenten conmigo para aceptar con la cabeza baja la grosera soberbia de los actuales gobernantes.
¿No creen que vale la pena poner piezas nuevas en el tablero? Para todos. A todos desafía el nuevo contexto mexicano, incluidos por supuesto el partido que hoy es hegemónico y la presidenta que acaba de tomar la oficina. Estoy convencida de que pensar en nuevas piezas reconociendo los parámetros que hoy definen el tablero será útil para todos los actores políticos: tanto los que hoy sonríen y brindan, como los que hoy se duelen de sus heridas.
Todo cambió. Los que son gobierno tienen más cartas que antes (de hecho, se quedaron con toda la baraja) y quienes son oposición tienen menos voz, ya no digamos votos.
La sociedad civil (no se confunda esto con oposición) se ve en una nueva relación con la clase política perdedora y ganadora, mientras que los miembros de los poderes Legislativo y Judicial asumen papeles distintos a los que tuvieron en las tres últimas décadas. Los periodistas deben registrar el nuevo orden de cosas mientras construyen su propio rol en un régimen distinto.
Se me ocurren algunas ideas que, al mismo tiempo que aceptan el nuevo juego, ponen variables adicionales que a todos convienen en el largo plazo. Comenzaré con una que atañe a las ideologías políticas.
Los partidos políticos son vehículos para expresar visiones del mundo, para reunir a quienes comparten esas visiones y organizar estrategias para llevarlas a cabo desde el gobierno, y hoy viven momentos bajos. En México tenemos un partido hegemónico que refleja un potente liderazgo y una maquinaria exitosa pero que no expresa una visión coherente del mundo. La expresión 4T o cuarta transformación en Morena es apenas una vaguedad con impacto comercial, no un rumbo particular, mientras que el slogan “primero los pobres” necesita contenido inteligible para que sea una meta alcanzable. El resto de partidos no presenta una mejor faceta: no son un espacio de reunión para quienes abrazan el liberalismo o el feminismo o el socialismo como vías de organización social. Por ahora son solo vehículos para oponerse a un partido exitoso con visión borrosa.
¿Qué se puede hacer? Lo primero en lo que piensa la clase política con curul o sin ella es en formar militantes que den rostro, fuerza y sentido a los partidos, y me parece que se saltan un paso: el de aumentar la fuerza de una idea inteligible de nación entre ciudadanos que no serán militantes y quizá ni siquiera votantes, pero que podrán proteger esa idea desde distintas trincheras.
Esto no es el hilo negro ni el agua tibia del pensamiento político: hay varios modelos y experimentos previos. A mí me gusta el modelo alemán.
En México se conocen relativamente bien las fundaciones políticas alemanas, pero se sabe poco de su origen. Resumo: en 1932, con el 30 por ciento de los votos y en una elección democrática, Adolfo Hitler se hizo de una considerable fuerza legislativa que lo hizo primer ministro. Solo un año después, en una nueva elección, comenzó el Tercer Reich con el 44 por ciento de los votos, conseguidos legal y legítimamente. El voto popular puede legitimar muchas cosas: cambios democráticos, líderes transformadores, gobiernos autoritarios, opresión de minorías, giros fantásticos. En el caso de Alemania, legitimó a una fuerza criminal y autoritaria.
Los alemanes, después de la guerra, después de perder su país, se vieron obligados a revisar sus instituciones. ¿Debían hacer a un lado la idea de que el voto popular era positivo? No. No llegaron a la conclusión de que el voto o la democracia o la regla de la mayoría fuese una herramienta inadecuada para renovar autoridades, sino a preguntarse por qué una herramienta así había dado un resultado tan negativo para los propios votantes. La respuesta puede parecer obvia, pero por eso, difícil de ver: por falta de formación ciudadana. Esta carencia impidió que Hitler tuviera un partido con autocrítica y seguidores que pasaran las políticas públicas por el filtro de una deliberación en libertad.
Los alemanes de la posguerra discutieron mucho sobre esto y, entre otras medidas, se propusieron blindar a Alemania con ciudadanos capaces de defender la democracia y las libertades desde la izquierda, la derecha, el ecologismo o la cristiandad. Se les ocurrieron fundaciones de Estado. El Estado alemán incluyó en su sistema político instituciones adicionales a los partidos o al gobierno o a las escuelas que tuvieran como objetivo construir ciudadanos guardianes del Estado de Derecho.
Así nacieron el siglo pasado fundaciones como la Friedrich Naumann (liberal), la Rosa Luxemburgo (de izquierda), la Konrad Adenauer (demócrata cristiana), la Friedrich Ebert (socialdemócrata) o la Heinrich Böll (verde). Todas ellas comparten valores ideológicos con alguno de los partidos con representación en el Legislativo, pero no están afiliadas ni subordinadas a estos. Su financiamiento proviene del Estado alemán, no de los partidos, y tienen una bolsa común que se distribuye en función de los resultados que cada sector ideológico obtenga en las votaciones legislativas. No son como el Instituto de Capacitación y Desarrollo Político del PRI (o la Fundación Colosio) ni como el Instituto de Formación Política de Morena. No están ahí ni para formar cuadros ni para asesorar a líderes políticos ni para hacer campañas. La idea, que yo encuentro brillante, es que las fundaciones se dedicarían a salvaguardar la libertad y la democracia a través de la formación cívica con incentivos distintos a los partidos políticos: más que electores, buscarían promover su particular manera de defender lo que entienden por una Alemania próspera, segura y libre en un entorno global.
¿Ha funcionado? Más o menos, pero hasta ahora han tenido éxito en una cosa: aunque ha habido cambios profundos en el gobierno y la política alemana, no ha habido ninguna regresión autoritaria.
No podríamos copiar el modelo exacto. Nuestra historia es distinta, nuestros recursos son menos y nuestros desafíos no se parecen a los de la Alemania de la posguerra o a los actuales, pero me gusta la respuesta que encontraron para no confundir las visiones del mundo con el gobierno o los partidos políticos.
Dudo que el Estado mexicano ponga en su Constitución la obligatoriedad de financiar agrupaciones ideológicas que defiendan la idea de un México libre y próspero en democracia. Pero eso no quiere decir que no podamos tenerlas (hay algunas ya) y, sobre todo, adquirir conciencia de su importancia y de la necesidad de acercarnos a ellas, promoverlas, protegerlas y hacer país. ~
es politóloga y analista.