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El juego de los encantados

En sectores como la cultura, la educación o el ecologismo, hubo un gradual y doloroso desencanto con Andrés Manuel López Obrador. Hoy, esos desencantados buscan con avidez la atención de Claudia Sheinbaum.
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–No puedes creer en algo sólo porque sea encantador.
–Pero yo lo hago. Es mi manera de creer.

Evelyn Waugh

Han vuelto a aparecer. Al principio, asomando tímidamente sus cabecitas, como hongos impacientes tras las primeras lluvias. Poco a poco, fueron recobrando el ánimo y tras sus manifestaciones titubeantes, han henchido el pecho y de nuevo lucen su antiguo aplomo, su arrogancia de ubicarse en la zona correcta de la historia.

Puede que Baudelaire haya hablado de la necesidad de la embriaguez para vivir y, adelantándose a las conclusiones de los estudios científicos del siglo XX, haya observado la afinidad entre la euforia báquica, la erótica y la estética. Para los seducidos por la política, en cambio, no hay mayor embriaguez que el sentirse pletóricos de vida, gracias a la fe en un movimiento social. Cuando finalmente Andrés Manuel López Obrador fue electo presidente en 2018, tras un par de tentativas fallidas, estos ciudadanos convertidos en apóstoles vivieron una euforia y un júbilo semejantes al que suscitaría el advenimiento de un mesías largamente esperado.

El redentor Andrés mostró, sin embargo, que la ciencia, el arte y la cultura no eran prioritarios para su proyecto de nación. En comparación con el Presupuesto de Egresos asignado para el 2018, último año del sexenio de Enrique Peña Nieto, el de 2019 planteaba una reducción de mil millones de pesos en el rubro de cultura. Esta mengua impuso la tónica para la cultura durante la administración obradorista.

Desde los primeros días de ese hoy lejanísimo 2019, AMLO emprendió su campaña para someter a los colectivos civiles: canceló el apoyo a las organizaciones no gubernamentales; retiró los subsidios a las instituciones que atendían niños con cáncer u ofrecían tratamientos para mujeres con cáncer cervicouterino; disminuyó el presupuesto para la educación; perturbó los institutos de investigación y convirtió a creadores, científicos y activistas en favor de los derechos humanos o la ecología en objetivos de sus diatribas y de los ataques azuzados desde el espectáculo monológico llamado “mañanera”. Eventualmente, a quienes protestaron por los excesos del régimen, intentó encarcelarlos, como el infame caso de la denuncia efectuada por María Elena Álvarez-Buylla ante la Fiscalía General de la República (FGR) en contra de 31 científicos, investigadores, académicos y empleados del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología que se opusieron a la designación de Alejandro Gertz Manero como investigador del nivel III, el más alto, por carecer de suficientes credenciales académicas.

Los decretos que formalizaron la extinción de fideicomisos y la supeditación del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes a la Secretaría de Cultura fueron movimientos coherentes dentro de la estrategia de destrucción de la sociedad civil para controlar el disentimiento, y no frutos de una iniciativa aislada y singular, como erróneamente juzgaron algunos críticos. Eventualmente, la crisis de la covid-19 aportó al presidente el pretexto para apropiarse del dinero de los fideicomisos –una maniobra ilegal–, y de paso subyugar a los creadores y académicos con el control de las becas y la aprobación de sus investigaciones. No en vano consideró que la pandemia “le vino como anillo al dedo a la transformación”.

Estas escaramuzas contra el sector cultural, a las que cabe añadir la desaparición del Conacyt (el 27 de abril de 2023, aunque la amenaza rondaba desde mucho antes), cuya función relevó el Consejo Nacional de Humanidades, Ciencias, Tecnologías e Innovación, motivaron un creciente rechazo hacia la autodenominada cuarta transformación entre los sectores que más estentóreamente la habían apoyado en público. Personajes reconocidos externaron su inconformidad y preocupación en las redes sociales. Una somera revisión de los perfiles de varios fervorosos partidarios de AMLO antes de la elección de junio de 2018 revelaría cómo variaron su percepción al sentirse afectados. Fue tal el desencanto que poco a poco surgieron críticas y rechazos al desmantelamiento institucional y a la desaparición de los fideicomisos en favor de las artes, entre otros, además de la eliminación del Fonca, el Fondo para la Producción Cinematográfica de Calidad (Foprocine) y el Fondo de Inversión y Estímulos al Cine (Fidecine). Otras medidas, como la gradual militarización del país o la construcción del Tren Maya, fortalecieron el rechazo entre artistas, cantantes y actores antaño incondicionales del presidente. Con su peculiar retórica sofística, Jorge Zepeda Patterson pergeñó una propuesta de categorías de “enemigos” del presidente, e incluyó una denominada “los desengañados”. Con el sarcasmo propio de quien se sabe indemne –un sarcasmo que nunca usaría contra ningún político de Morena– sentenció:

Algunos de estos conversos terminan siendo rivales vehementes; como todo divorciado sabe, en no pocos casos el desencanto suele provocar un agudo resentimiento.

Confío en que bastarán estos ejemplos para sustentar que en los sectores asociados a la cultura, el arte, la educación, la ciencia, el entretenimiento, el deporte, los movimientos sociales y el ecologismo, el desencanto con Andrés Manuel López Obrador fue gradual y finalmente doloroso. Aunque amerita recordar el juicio de Edgar Alejandro Hernández, quien escribió un ensayo sobre la relación de AMLO y la cultura:

La amnesia colectiva es lo único que justificaría pensar que ha sido una sorpresa el inmediato desencanto que ha generado dentro del sector cultural la nueva administración del presidente Andrés Manuel López Obrador durante sus primeros 100 días trabajo.

Pese a tal desencanto, con el cambio de estación hemos vuelto a escuchar en las últimas semanas las melodías conocidas de “la utopía”, “el sueño”, “la esperanza”, entonadas por muchos de quienes apenas meses atrás criticaban abiertamente al mandatario, pero hoy dirigen sus cánticos, como ávidas avecillas de la atención de quien otorga las dádivas alimenticias, hacia Claudia Sheinbaum.

II

Para Max Weber, el avance de la racionalización, la confianza en la técnica y el cálculo como valores de la inteligencia humana provocaron en el ámbito occidental un desencantamiento del mundo, que perdió su cualidad mágica. En un afán de sustitución surgió una creencia opuesta: que la vida no puede constreñirse únicamente a la razón, ni el horizonte ético enfocarse en la resolución de problemas materiales. En consecuencia, la necesidad de una dimensión trascendente para darle “sentido” a la existencia sería intrínseca a la naturaleza humana. Será en el concepto de comunidad, que en la axiología del sociólogo austriaco es un ámbito opuesto al de“sociedad, donde principalmente se dé este reencantamiento. Su principal estudioso y editor, Wolfgang Schluchter,  dice que para Weber ambos estadios, desencantamiento y reencantamiento, se estimulan mutuamente, en una suerte de contradanza.

No sorprende que sean las visiones historicistas, revolucionarias, emancipadoras y anárquicas, cuyo fundamento es la búsqueda de una forma de organización política contraria a la democracia –aunque arguyan que luchan por la “verdadera democracia”: la de elección directa, sin mediación de instituciones políticas–, donde encontramos mayormente la dialéctica de desencantados-reencantados. No importa que una revolución decepcione, de inmediato, quienes comparten la necesidad –o necedad– de transformar el mundo encontrarán un nuevo sujeto o movimiento en el cual depositar su fe, esa continua demanda de encantamiento que les permite a satisfacer su demanda de ilusiones. No casualmente, este ciclo ha sido el distintivo de la izquierda, negando siempre que el fracaso de las encarnaciones históricas de la ideología comunista arraiguen en esa forma de gobierno, y privilegiando la “esencia”, la “nobleza de ideales”, pese a la catástrofe económica y social de las diversas sociedades que eligieron ese régimen: del estalinismo soviético a la Camboya de los jémeres rojos, de la Cuba castrista a Corea del Norte, de la Rumania de Ceaușescu a la Venezuela de Chávez y Maduro.

En vísperas de las elecciones en México, pululan sujetos desencantados con AMLO pero reencantados ante la posibilidad de continuar con el proyecto de la cuarta transformación a través de Claudia Sheinbaum. Aquello que para los profanos, o para los nihilistas, cuya cosmovisión surge de la racionalidad, parecería un disparate, se sustenta en una inextricable lógica. Solo quien es capaz del desencanto puede volver a encantarse. No otra es la tesis de esa abogada del populismo, Chantal Mouffe, quien ha argüido que la pasión y el idealismo son esenciales para la política, pues el reencantamiento permite “reavivar la esperanza y el compromiso”. Solo aquellos que desdeñan la racionalidad como la única construcción para comprender la realidad continuarían confiando en que un gobierno que ha fracasado fehacientemente sea la solución, y que una candidata que ha exhibido en los debates públicos y en las entrevistas televisivas su talante autoritario resulta una elección idónea para gobernarnos.

Por ello, pese a las estadísticas institucionales respecto a la gestión de este sexenio pobre en resultados económicos y alto en índices de violencia, continuaremos escuchando el reciclamiento de las viejas melodías del “derecho a la ilusión”, la “sed de justicia”, la “necesidad de transformar el mundo”, tan viejas como la historia de la izquierda con sus decepciones y su negativa a reconocer sus errores.

Aunque la ilusión semeje una cualidad positiva, las étimos no ocultan la cola: “ilusión” es consustancial a “iluso”: persona que se deja engañar sea por otros o por sí mismo. Más aún, en la raíz de palabras como “ilusión”, “iluso” y “juego” hay una comunidad: mientras aquellas derivan del verbo “illudere” (engañar o burlar), este a su vez proviene de la raíz “ludere” (jugar), que es precisamente de donde surgió nuestro vocablo “juego”. El juego de los encantados se revela así como las ganas de autoengañarse propias de los ilusos. Por eso, no hay que prestar oídos a las melodías de estas avecillas monstruosas, más arpías que sirenas, quienes en días recientes han comenzado a trinar un cántico ya muy trillado: la anulación del voto, como una manera elegante de favorecer a Morena, conservando la soberbia intelectual de no equivocarse jamás. ~

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(Minatitlán, Veracruz, 1965) es poeta, narrador, ensayista, editor, traductor, crítico literario y periodista cultural.


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