El aรฑo 2020 serรก recordado como un aรฑo de sacrificios y dolor, pero tambiรฉn de aprendizaje. La pandemia del COVID-19 ha sacado a la luz muchas de nuestras debilidades como paรญs. Hemos aprendido que nuestro sistema sanitario no estaba tan preparado como creรญamos, que las administraciones pรบblicas recolectan y manejan datos de forma muy deficiente, que muchas regiones no estaban tan preparadas como habรญan asegurado para asumir el mando sanitario y que la coordinaciรณn institucional ente Comunidades Autรณnomas y el Estado es muy mejorable.
Hemos aprendido que la comunicaciรณn institucional no estรก adaptada al siglo XXI ni a situaciones de urgencia. Tambiรฉn que se necesita algo mรกs que una pandemia mundial para hacer que los lรญderes de diferentes partidos arrimen el hombro en un momento de necesidad. Y aรบn con todo, tambiรฉn hemos aprendido que los espaรฑoles tenemos una capacidad de resiliencia y responsabilidad formidable.
Sin embargo, aun con todos los esfuerzos individuales y colectivos, nos encontramos inmersos en la segunda ola de contagios y ya somos el paรญs europeo que mรกs contagios de toda Europa occidental. Debemos reconocer, por muy doloroso que sea, que algunas de las medidas propuestas no han funcionado. Ahora es necesario que nos preguntemos por quรฉ y asรญ aprender una lecciรณn mรกs.
Seguramente la repuesta sea extremadamente compleja y tenga muchas ramificaciones. Yo quiero ofrecer una idea que quizรกs explique una parte del problema. Se oyen a menudo argumentos culturalistas y extremadamente simplistas sobre la idiosincrasia del espaรฑol medio, tan influido por la picaresca que no puede evitar saltarse las reglas cuando tiene la oportunidad.
Sin embargo, no parece que en este haya sido el caso. Los datos que tenemos nos demuestran que los espaรฑoles hemos cumplido mรกs que satisfactoriamente con las exigencias que se han pedido. Ninguna otra poblaciรณn europea redujo tanto sus movimientos como lo hicimos nosotros durante el Estado de Alarma. Tambiรฉn hay datos que demuestran que fuimos los mรกs rรกpidos en adoptar las nuevas medidas, como el uso de mascarillas. Mi sensaciรณn es que la ciudadanรญa espaรฑola ha respondido de manera ejemplar. Ya va siendo hora de quitarnos el sambenito de juzgarnos con tanta dureza que nos impida hacer un diagnรณstico certero del problema. Los espaรฑoles no somos ni mejores ni peores que el resto de los europeos y solo hace falta ver cรณmo estaban de masificadas las playas en Inglaterra, los mercados en Francia o las manifestaciones en Alemania para hacerse una idea.
Una hipรณtesis alternativa es que los esfuerzos no han ido en la direcciรณn adecuada. Los polรญticos han puesto demasiado peso en el cambio de comportamiento de la poblaciรณn como eje central del control de los rebrotes. Y han usado las herramientas tradicionales a su mano, restringiendo y multando a aquellos que tenรญan comportamientos que podรญan contagiar el virus. Algunos dirรกn que las prohibiciones llegaron demasiado tarde o fueron demasiado laxas. Sin embargo, esto no explica por quรฉ otros paรญses con regulaciones mucho mรกs laxas que han capeado mejor el temporal de la segunda ola.
Probablemente, el primer confinamiento con el Estado de Alarma era inevitable. Nos encontrรกbamos en una situaciรณn desesperada donde los muertos se contaban por centenares cada dรญa y los hospitales se colapsaron rรกpidamente. Pero seguir la lรญnea de las restricciones no era el รบnico camino posible cuando volvimos a la situaciรณn temporal de estabilidad. En posiciones muy similares a la nuestra, otras ciudades y regiones decidieron dedicar ingentes cantidades de recursos a contratar rastreadores y hacer test masivos.
En cambio, nuestros polรญticos se centraron mรกs en escurrir el bulto, echรกndole la culpa entre diferentes Administraciones y olvidรกndose de alimentar con recursos el sistema de salud de forma urgente. En Madrid, segรบn algunos cรกlculos, se habrรญan necesitado mรกs de 2000 rastreadores para controlar la situaciรณn de los rebrotes. A principios de septiembre habรญa 560, es decir, menos de un 30% de lo conveniente.
Aunque haya otros elementos igualmente o mรกs importantes, los expertos mรฉdicos coinciden en que el cambio de comportamiento de la poblaciรณn es parte esencial para el frenar el virus. Para cumplir con ello, las Comunidades centraron su foco en forzar a la poblaciรณn a que se comportara como ciudadanos modรฉlicos y culpando a aquellos que se mostraban menos obedientes o que no podรญan defenderse por sรญ mismos (los jรณvenes, los inmigrantes, los jornalerosโฆ). En vez de reconocer que estaba en su mano contratar a miles de rastreadores, mejorar las capacidades de la atenciรณn primaria y dedicar enormes partidas para hacer test masivos a toda la poblaciรณn, muchos prefirieron ir por la vรญa de la estigmatizaciรณn. Y muchos de nosotros les compramos el discurso.
Otras ciudades con menos casos tambiรฉn usaron prohibiciones, pero de forma muy diferente. Por ejemplo, Nueva York prohibiรณ la apertura de espacios interiores, como restaurantes, bares o teatros, donde con una ventilaciรณn inadecuada el virus se mueve con mayor libertad que en espacios al aire libre, aun cumpliendo la distancia de seguridad. A dรญa de hoy, nosotros aรบn permitimos que la gente estรฉ dentro de un bar con mala ventilaciรณn y comiendo sin mascarilla.
Sin embargo, los responsables pรบblicos espaรฑoles usaron las prohibiciones de otra manera โmuchas veces guiados por consejos cientificos que se resisten a admitir la transmisiรณn por aerosolesโ: prohibir reuniones de mรกs de 10 o incluso 5 personas; obligatoriedad del uso de mascarillas en todo momento, aunque estรฉn al aire libre y no haya nadie en metros a la redonda; restringir horarios en terrazas aunque se mantengan las distancias de seguridad, etc. Medidas que no necesariamente fueron adoptadas por otros paรญses para lograr el mismo objetivo.
La evidencia empรญrica ha demostrado el catastrรณfico efecto que tiene el confinamiento en la salud mental de la gente. Y eso sin contar el impacto emocional que tiene perder tu trabajo y lidiar con una situaciรณn de enorme incertidumbre econรณmica. En estas circunstancias y despuรฉs de pasar casi tres meses encerrados, es evidente que la gente necesitaba socializar. Por supuesto que los jรณvenes iban a salir con sus amigos, los mayores irรญan a dar paseos y las familias querrรญan ir a la playa. Negar esta realidad es hacerse trampas al solitario. Sin embargo, en algunas comunidades se han impuesto restricciones que rozan el absurdo y cuya eficacia es seriamente cuestionable, como la prohibiciรณn de ir a las playas por la noche o incluso toques de queda, como ocurre actualmente en algunas zonas de Baleares.
Este problema a la hora de enfocar los problemas pรบblicos no es nuevo. Podemos diseรฑar polรญticas pรบblicas en base a ideales poco realistas de comportamiento humano, o podemos diseรฑarlas asumiendo cรณmo se van a comportar los ciudadanos en la realidad. En el primer caso, creamos barreras psicolรณgicas enormemente difรญciles de superar para una gran mayorรญa de la poblaciรณn, dificultando su cumplimiento y haciendo fallar su implementaciรณn. En el segundo, asumimos que todos los seres humanos tenemos sesgos y limitaciones cognitivas y que no siempre nos comportamos de forma que maximizamos nuestro beneficio, algo ya de sobra demostrado por la psicologรญa. Por tanto, se intenta proponer soluciones que ayuden a superar esas limitaciones sin obligar, forzar ni premiar econรณmicamente, sino influenciando positivamente.
La segunda vรญa, basada en la conocida como โeconomรญa del comportamientoโ, ofrece soluciones aplicadas de la psicologรญa social adaptadas al diseรฑo de polรญticas pรบblicas. De esa forma, se incentiva a la gente a aceptar nuevos comportamientos, usando normas sociales o limitando sesgos cognitivos que todos tenemos. Como se ha demostrado en algunos contextos, usar estas estrategias puede ser mucho mรกs efectivo que sentir el riesgo de una multa o una prohibiciรณn.
Incluso aunque no supiรฉramos a ciencia cierta (y en muchos casos no lo sabemos) las acciones mรกs efectivas para frenar el virus y cuรกl es su impacto real en la reducciรณn de contagios, es aรบn menos razonable basarse en medidas punitivas para conseguirlo. Guiarnos por estrategias mรกs flexibles, innovadoras y empรกticas con una poblaciรณn que ha sufrido un shock colectivo parece mรกs sensato que seรฑalar a aquellos cuyo comportamiento no es negativo per se.
Lamentablemente, en Espaรฑa el sector pรบblico carece de una mentalidad innovadora. Desde nuestro ineficaz proceso de oposiciones hasta la selecciรณn de talento dentro de los partidos, se premian otro tipo de habilidades que poco tienen que ver con la innovaciรณn.
Otros paรญses estรกn utilizando el enfoque basado en la economรญa del comportamiento y estรกn midiendo su impacto de forma rigurosa, usando experimentos aleatorios y otras herramientas de evaluaciรณn. Se han propuesto soluciones para incentivar a que la gente use la mascarilla, a lavarse las manos de forma correcta o a quedarse en casa si se tiene sรญntomas. Y estรกn dando resultados muy prometedores. Sin embargo, en Espaรฑa no hay sensaciรณn de un cambio de rumbo. Puede ser que algunas restricciones incluso estรฉn teniendo efectos adversos a la hora de reducir los contagios, pero sin evaluaciรณn sistemรกtica esto es casi imposible de comprobar. La falta de mentalidad innovadora en los decisores pรบblicos nos puede estar costando muy caro.
Tanto las comunidades autรณnomas como el gobierno central han aumentado sus partidas en comunicaciรณn institucional para la prevenciรณn del virus. El Ministerio de Sanidad ha dedicado casi 10 millones de euros a este asunto. Pero mรกs allรก de un par de anuncios, estรก por ver si sus estrategias de comunicaciรณn han surtido algรบn efecto en la ciudadanรญa. Es decir, ya estamos gastando recursos econรณmicos en comunicaciรณn que podrรญan ser diseรฑados de forma mucho mรกs efectiva, utilizando mensajes segmentados dirigidos a diferentes grupos de poblaciรณn y adaptados al formato. Sin embargo, una vez la atenciรณn primaria y los hospitales empiecen a desbordarse, estas estrategias ya no servirรกn de nada y habrรก que volver a las medidas restrictivas.
El COVID nos estรก mostrando muchas debilidades de nuestro sistema. Si queremos hacer un aprendizaje sistemรกtico de los errores cometidos como paรญs para evitar cometerlos de nuevo, tenemos que dejar de lado argumentos simplistas e intentar hacer un diagnรณstico basado en datos. Y mientras, busquemos fรณrmulas nuevas para enfrenar los problemas pรบblicos de este siglo y abrรกmonos a reconocer que no lo sabemos todo; y que por tanto necesitamos evaluar para medir su efectividad real.
Hugo Cuello es politรณlogo y experto en polรญticas pรบblicas.