En vez de AMLO, podríamos tener a un presidente empático, capaz de expresarse con inteligencia emocional, elocuencia y respeto a favor de la causa feminista y las víctimas. Pero sin jueces honestos e instituciones de justicia que funcionen, los feminicidas seguirían impunes y los crímenes continuarían a diario.
O podríamos tener a una presidenta feminista, portadora de un pañuelo verde, digna representante de ideales progresistas de equidad de género. Pero sin ministerios públicos profesionales y confiables, los asesinos y violadores seguirían saliendo libres.
Tal vez podríamos tener a un presidente de mentalidad moderna y abierta, que anuncie la creación de la Secretaría de Prevención de la Violencia Contra la Mujer. Pero si la sociedad no cree que la equidad de género es un valor esencial, no habrá secretaría que pueda frenar el abuso contra las mujeres
Podríamos tener a una presidenta que convoque a las feministas más destacadas a que redacten una nueva Ley General de Prevención y Erradicación del Abuso Contra las Mujeres. Pero sin cuadros de servidores públicos profesionales y capacitados que brinden atención humana y cercana a mujeres victimizadas, esa nueva ley quedaría, como la actual, en letra muerta.
A lo que voy es a que el problema no es la insensibilidad, la falta de perspectiva de género, o la mentalidad anticuada de AMLO. Ese es un problema, sí, y hay que exigirle sensatez y que no diga ni haga más barbaridades, como su “decálogo” o acusar a las feministas de ser parte de “complots opositores de la derecha”.
El principal problema es que no tenemos un Estado con políticas eficaces e instituciones fuertes que protejan a todos los ciudadanos, especialmente a las y los más vulnerables. No tenemos Estado fuerte, independientemente de quién sea presidente.
No es AMLO. No es el neoliberalismo. Son las instituciones. Es el Estado. Es la sociedad. Somos nosotros. Y la demagogia no nos deja verlo.
La demagogia significa discutir en términos de culpables y castigos, de “ellos” contra “nosotros”, el “quítate tú, maldito, para ponerme yo, bendito”.
Si seguimos sumidos en la demagogia, AMLO se irá cuando termine su mandato, pero los problemas seguirán, porque esto ya no depende de “poner a alguien honesto” o “que ahora gobierne una mujer”.
El feminicidio es una crisis nacional que puede empeorar todavía más, tal como ha empeorado la crisis delincuencial año con año, a pesar de que el discurso demagógico decía que bastaba que se declarara terminada “la estúpida guerra contra las drogas”. Eso ya pasó, y la situación está peor que nunca.
La empatía no vendrá del presidente, porque en el corazón de la demagogia están el conflicto y la división. Detrás de cada crítica, él ve a sus enemigos frotándose las manos, atizando el descontento contra él. Por eso ahora arremete contra las mujeres que protestan, acusándolas de ser “oportunistas”.
Él no ve ni verá más allá. La empatía tendrá que venir de nosotros, porque el “padre severo” se está transformando a pasos agigantados en un “padrastro cruel”.
Pero mal haríamos en quedarnos con la idea enana de que esta sólo es una crisis del presidente o del gobierno. Esta es una crisis de México. Es una espiral de autodestrucción que tiene que parar.
El primer paso es recuperar nuestra humanidad, recuperar nuestra capacidad de dolernos sinceramente por Fátima, por Ingrid, por todas las mujeres que a diario son víctimas de la violencia.
Los hombres no podemos dejar a las mujeres solas poniendo la sangre, las lágrimas y el coraje. Ellas no sólo están protestando contra un gobierno incompetente e indolente. Su grito es también contra una sociedad cruel que ya no quiere o no puede autorregular su propia violencia.
Que la demagogia no nos haga perder de vista el verdadero problema: no hemos construido Estado.
Que la demagogia no nos nuble el juicio para pensar, entre todas y todos, en las posibles soluciones.
Especialista en discurso político y manejo de crisis.