El 8 de febrero, la televisión pública vasca emitió un programa en el que, en clave de humor, se caracterizaba a los españoles como “fachas”, “paletos” y “atrasados”. La mofa era el estereotipo fácil: todos los pueblos se llaman Villafranca, en las fiestas hay un organillo. Uno de los personajes dice que “España escogió ese nombre porque el de Mongolia ya estaba cogido”. No parece nada que no haya podido pensar y decir cualquier español de su propio país. Aunque el vídeo desapareció de la web y no creó mucho debate en su momento, un mes después ha reaparecido y provocado una oleada de críticas. Hasta cierto punto, es comprensible cierta indignación: esos comentarios no se realizaron en un vacío, sino en una región donde una parte del nacionalismo no se quedó solo en palabras, sino que mató a más de 800 personas. Es también cuestionable que se pague con dinero público un contenido así.
Más allá de esto, calificar las bromas de un ultraje a España y una posible incitación al odio, y presentar una denuncia a la Fiscalía es exagerado. El PP navarro tiene una idea arcaica y autoritaria de la sátira: “Un programa que denigra a los navarros y a todos los españoles, que se burla de nuestras costumbres, que estereotipa nuestras tradiciones, no debe tener cabida en ningún sitio.” ¿Qué significa “en ningún sitio”? ¿Burlarse de costumbres y estereotipar tradiciones no debe tener cabida “en ningún sitio”? Normalmente un chiste depende de su contexto, pero se me ocurren pocos contextos en los que llamar “paleto” o “facha” a un español sea algo poco más que una gamberrada adolescente. “Facha”, de hecho, ha perdido seriedad y gravedad tras tanto uso. Hace décadas que un facha ya no es realmente un facha. A los fachas de verdad los llamamos fascistas.
En esa defensa a ultranza de los sentimientos nacionales, de los sentimientos religiosos y de la costumbre como algo incuestionable y siempre defendible hay una enorme pereza intelectual y casi una dejación de responsabilidades políticas. Indignarse es siempre fácil y rápido. Y más si está disponible un procedimiento exprés de acudir a la fiscalía ante cualquier mínima agresión simbólica. Estos actos transmiten la imagen de un gobierno o partido débil, acomplejado y susceptible, que persigue y penaliza actitudes menores, estúpidas e inanes como un tuit o una broma en un programa de sátira.
Difícilmente el programa de ETB ha arruinado la vida de alguien. Ha ofendido a unos cuantos pieles finas y ha permitido al PP explotar el victimismo nacionalista. Pero la campaña posterior sí ha podido estropear la carrera de una de las actrices que participa en la sátira, Miren Gaztañaga, que participa en la nueva película El guardián invisible. En Twitter se ha montado un boicot, no muy efectivo, en el que incluso se desvela el final de la película, basada en una novela de Dolores Redondo. Ante la amenaza de que le ocurra al filme lo que le ocurrió a La reina de España, de Fernando Trueba, boicoteada tras las declaraciones de Trueba en las que afirmaba no sentirse español, el equipo de El guardián invisible ha emitido un comunicado sorprendente:
El equipo de la película “EL GUARDIÁN INVISIBLE” se desvincula por completo de las declaraciones realizadas por Miren Gaztañaga en el programa de ETB “Euskalduna naiz, eta zu” y deploramos y rechazamos cualquier insulto y falta de respeto a los ciudadanos españoles […] Deseamos aclarar que la protagonista de “EL GUARDIÁN INVISIBLE” es Marta Etura y que la participación de Miren Gaztañaga en la película es en calidad de actriz secundaria y su presencia en el largometraje es mínima.
Es difícil que unas declaraciones así calmen a gente que es capaz de boicotear una película porque se han sentido ofendidos en su españolidad. Lo que sí consigue es estigmatizar a una actriz que, en un contexto de humor, ha dicho en público algo que podría comprenderse en un monólogo de humor cualquiera. O que incluso hemos pensado alguna vez, en un momento de calentón, muchos españoles. El boicot y la cobardía del equipo de la película demuestran que a veces sí que somos un poco paletos y atrasados.
Ricardo Dudda (Madrid, 1992) es periodista y miembro de la redacción de Letras Libres. Es autor de 'Mi padre alemán' (Libros del Asteroide, 2023).