Zachary Taylor. Imagen: Library of Congress

La guerra injusta

En la guerra que librรณ Estados Unidos contra Mรฉxico abundaron las violaciones, saqueos y asesinatos de civiles. โ€œNo creo que haya habido una guerra mรกs perversaโ€, dijo Ulysses Grant.
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Amy S. Greenberg
A wicked war: Polk, Clay, Lincoln, and the 1846 U.S. Invasion of Mexico
Nueva York, Alfred A. Knopf, 2012, 368pp.

Todos los paรญses confrontan tarde o temprano las culpas de su pasado pero algunos se toman su tiempo. Es el caso de Estados Unidos. Ante sus tres pecados originales โ€“la esclavitud, el trato a los nativos americanos y las guerras imperialesโ€“, el verdadero revisionismo histรณrico comenzรณ hace apenas medio siglo. Todavรญa en los cincuenta, en la mente popular prevalecรญa la imagen idรญlica del Sur propuesta por Lo que el viento se llevรณ, y en Mรกs corazรณn que odio el valiente y probo Ethan Edwards (John Wayne) podรญa sacar tranquilamente su pistola para intentar matar a la pequeรฑa Debbie (Natalie Wood) secuestrada aรฑos atrรกs por los comanches y por ello irremisiblemente perdida para la cultura del hombre blanco y civilizado. La pasiรณn crรญtica de la generaciรณn de los sesenta, el movimiento por los derechos civiles y la guerra de Vietnam modificaron el pasado. De entonces para acรก la producciรณn acadรฉmica, editorial, museogrรกfica y cinematogrรกfica que corrige la รณptica racista de la esclavitud y las guerras indias ha sido cada vez mรกs valiosa y abundante.

Con la historia del militarismo imperial ocurre un fenรณmeno mรกs ambiguo. Parecerรญa que la literatura histรณrica y la cinematografรญa acompaรฑan los zigzags de la polรญtica exterior. Si bien Vietnam provocรณ un vasto autoexamen nacional, las guerras posteriores al 9/11 vieron aparecer libros que reivindicaban el espรญritu bรฉlico de Teddy Roosevelt y sus โ€œesplรฉndidas pequeรฑas guerrasโ€ en el Caribe. En los รบltimos aรฑos, tal vez debido al desastroso involucramiento en Iraq, el pรฉndulo ha oscilado de nuevo hacia la consideraciรณn de los errores y los crรญmenes. En este marco moral se inscribe el excelente libro de Amy S. Greenberg sobre la primera aventura imperial de Estados Unidos, la que por mรกs de un siglo se conociรณ como โ€œla guerra mexicanaโ€ (โ€œthe Mexican warโ€) y que Greenberg rebautiza como โ€œa wicked warโ€ (โ€œuna perversa guerraโ€), que es exactamente como Ulysses S. Grant (que participรณ en ella igual que Sherman, Jackson y Lee) se referรญa a ella en 1879:

No creo que haya habido una guerra mรกs perversa que la que emprendiรณ Estados Unidos contra Mรฉxico. Lo creรญa entonces, cuando era solo un joven, pero no tuve el suficiente valor moral para renunciar.

Esa no fue la opiniรณn de Justin H. Smith, cuyo libro The war with Mexico (Premio Pulitzer de 1920) sostenรญa que la guerra โ€œhabรญa sido deliberadamente provocada por acto y voluntad de Mรฉxicoโ€. La idea de un Mรฉxico โ€œbelicosoโ€ prevaleciรณ hasta principios de los setenta, incluso en autores sรณlidos como David Pletcher, que todavรญa en 1973 explicaba โ€œclรญnicamenteโ€ el conflicto: โ€œMรฉxico era un paรญs enfermo, aquejado por el equivalente nacional a la gota, la fiebre intermitente y la parรกlisis progresiva […] Su enfermedad inspirรณ en su ambicioso vecino mรกs avidez que compasiรณn.โ€ Por su parte, la historiografรญa mexicana ha refutado desde siempre esas supuestas causas documentando factores como la larga data del expansionismo estadounidense, el frenesรญ que provocรณ en los aรฑos cuarenta la idea casi religiosa del Destino Manifiesto y la incidencia de los intereses del Sur en atizar el conflicto para ensanchar el nรบmero de estados esclavistas.

De entonces para acรก han aparecido varias obras estimables sobre diversos aspectos de la guerra. Quizรก la mรกs completa por su cobertura detallada del aspecto militar y su atenciรณn a las fuentes mexicanas sea Eagles and empire, de David A. Clary (2009). Con todo, por su extensiรณn y prolijidad, no deja de ser una historia especializada. Habรญa espacio para una historia narrativa que con sensibilidad y equilibrio introdujera al lector general en aquel remoto y casi olvidado drama entre las dos jรณvenes repรบblicas americanas. En A wicked war, Amy S. Greenberg logra ese propรณsito mediante un eficaz artificio biogrรกfico: contar la guerra a travรฉs de la vida de cinco personajes estadounidenses marcados por ella.

El primero es el presidente James K. Polk, el metรณdico y obsesivo polรญtico de Tennessee, antiguo presidente de la Cรกmara de Representantes y protegido de Andrew Jackson que, acompaรฑado por Sarah, su imperiosa mujer, manejรณ milimรฉtricamente la guerra de principio a fin y con tal obsesivo tesรณn que muriรณ a las pocas semanas de dejar el poder. Frente a รฉl, como en un drama griego, se alzรณ el cรฉlebre tribuno Henry Clay, a quien Polk venciรณ sorpresivamente en las elecciones de 1844. Clay, cabeza del partido Whig, se opuso a la inminente anexiรณn de Texas (pactada con los texanos por el presidente saliente John Tyler) porque sabรญa que conducirรญa a una guerra que consideraba innecesaria e injusta pero nunca imaginรณ que su propio hijo, Henry Clay, Jr., morirรญa en ella. Tambiรฉn en la guerra morirรญa un personaje menos notorio, John J. Hardin, exsenador por el distrito de Springfield, Illinois, que quiso emular en Mรฉxico las hazaรฑas de su padre y abuelo en las guerras de Independencia de 1812 y las guerras indias. Su contrincante de partido era el joven abogado Abraham Lincoln, cuarta figura del elenco. La guerra, a la que se opuso, lo tocรณ muy tangencialmente pero contribuyรณ a perfilar su ideario polรญtico. El personaje final es Nicholas Trist, secretario sucesivo de Thomas Jefferson (casรณ con su nieta) y de Jackson, que Greenberg rescata del olvido pero que merecerรญa una estatua en ambos paรญses por su contribuciรณn a la paz.

Greenberg no teoriza sobre las causas de la guerra, prefiere narrar vรญvidamente la concatenaciรณn de hechos que la precipitaron. En 1844, la victoria presidencial de Clay (despuรฉs de dos intentos infructuosos) parecรญa asegurada. Pero su archirrival demรณcrata Jackson indujo entre los suyos la improbable candidatura de Polk, que resultรณ popular por su apoyo a la anexiรณn de Texas y su abierto mensaje expansionista. Las elecciones de fines de 1844 fueron cerradรญsimas. Si el abolicionista Partido de la Libertad no hubiera restado votos a Clay en Nueva York, la historia habrรญa sido distinta. Clay representaba la posibilidad de una relaciรณn polรญtica y diplomรกtica paciente y respetuosa (no bรฉlica y menos imperial) con las frรกgiles repรบblicas hispanas de Amรฉrica. La guerra con Mรฉxico fue el presagio de la actitud que terminรณ por consolidarse en 1898, con la guerra en Cuba y Filipinas. No es casual que el biรณgrafo de Clay haya sido uno de los mรกs lรบcidos crรญticos del imperialismo a principios del siglo xx: Carl Schurz.

La psicologรญa polรญtica de Polk โ€“profeta armado del Destino Manifiestoโ€“ fue un factor decisivo. Estaba convencido de que โ€œera la voluntad de Dios que las tierras mรกs ricas de Mรฉxico, en especial la franja fรฉrtil a lo largo del Pacรญfico, pasaran de manos de sus residentes inquietos a los blancos laboriosos que saben custodiar mejor sus recursosโ€. Quizรก no querรญa la guerra en sรญ misma pero, teniendo varias opciones para negociar los temas contenciosos con Mรฉxico (pago de reclamaciones, frontera de Texas), escalรณ el conflicto hasta provocar la chispa que precipitรณ la violencia. Se trataba, segรบn Polk, de una guerra justa, provocada por los mexicanos incapaces de cumplir sus deudas y absurdamente reacios a vender (como Francia y Espaรฑa habรญan vendido Louisiana y la Florida) un territorio que comprendรญa Nuevo Mรฉxico y California y que evidentemente no podรญan poblar, aprovechar ni gobernar.

Estados Unidos, una repรบblica joven que, como la mexicana, acababa de conquistar con una guerra su independencia, ยฟhabrรญa accedido a vender territorio? Polk no se hacรญa esas preguntas porque veรญa a los mexicanos como seres inferiores racial e intelectualmente, a los que habรญa que enseรฑar a โ€œrespetarโ€. โ€œEl concepto de justicia que tenรญa Polk โ€“aduce Greenbergโ€“ fue moldeado indudablemente por su experiencia como dueรฑo de esclavos […] Como sucediรณ con los dueรฑos de esclavos mรกs conservadores en la dรฉcada de 1840, Sarah y James Polk creรญan que el dominio de los blancos sobre los negros era parte del plan divino. El dominio de los fuertes sobre los dรฉbiles, y de los blancos sobre los negros o los mestizos, no solo era una realidad de la esclavitud, sino, a sus ojos, era lo correcto.โ€

Lo significativo es que esta idea de supremacรญa racial fue compartida por una vasta mayorรญa del electorado americano que apoyรณ con entusiasmo la guerra con Mรฉxico. No faltaron desde el principio voces disidentes, aun de personajes tan contrarios entre sรญ como el esclavista John C. Calhoun (que acuรฑรณ la frase โ€œla guerra del seรฑor Polkโ€) y el expresidente John Quincy Adams (que veรญa esa escandalosa guerra como un complot de los esclavistas para dominar el Congreso). Y aรบn en el teatro mismo de la guerra, Zachary Taylor, el viejo comandante de la fuerzas americanas que iniciarรญa las hostilidades en la frontera, pensaba que โ€œla anexiรณn es insidiosa como polรญtica y perversa como hechoโ€. Su amigo el teniente coronel Ethan Allen Hitchcock reconociรณ: โ€œNo tenemos una sola partรญcula de derecho para estar aquรญ […] Da la impresiรณn de que el gobierno enviรณ un pequeรฑo contingente con el propรณsito de desatar una guerra, para entonces tener el pretexto para tomar California y tanto territorio como desee de este paรญs.โ€ Pero la explosiรณn paralela de la poblaciรณn (alrededor de veinte millones en 1845) y la imprenta en Estados Unidos (en la prensa, folletines, novelas, historias) convergieron en la gran causa nacional de la guerra hasta hacerla un fenรณmeno cultural sin precedente. Walt Whitman, editor de un diario demรณcrata en Brooklyn, expresรณ aquel fervor con aliento profรฉtico: โ€œยกMรฉxico debe ser cabalmente castigado! […] Avancen nuestras armas con un espรญritu que enseรฑarรก al mundo que, si bien no buscamos pendencias, los Estados Unidos sabemos aplastar y desplegarnos.โ€

El autoengaรฑo colectivo era evidente. A despecho de algunas bravatas en la prensa y el Congreso, lo รบltimo que Mรฉxico querรญa era la guerra, que asumiรณ finalmente como una fatalidad y como la รบnica respuesta honrosa posible. Pero Whitman โ€“con toda su autocomplacencia moralโ€“ reflejaba el รกnimo del pรบblico y anticipaba la historia: aplastar y desplegarse.

*

Esta guerra injustificada durรณ propiamente del 24 de abril de 1846 (dรญa que en se abrieron hostilidades en Matamoros) hasta el 16 de septiembre de 1847 (dรญa de la independencia en el que los mexicanos vieron ondear en el Palacio Nacional โ€“en palabras de un eminente historiadorโ€“ โ€œel odiado pabellรณn de las barras y las estrellasโ€). Dos contingentes americanos cerraron pinzas, por mar y tierra, en el segundo semestre de 1846 para capturar los puertos de la Alta California y el territorio de Nuevo Mรฉxico. En 1847, el escenario principal fue el norte y centro del paรญs. La fuerza comandada por Taylor avanzรณ desde la frontera barriendo Monterrey de manera sangrienta (20-24 de septiembre de 1846) hasta batirse con el ejรฉrcito mexicano comandado por Santa Anna en la primera batalla mayor (La Angostura, 22-23 de febrero de 1847). Aunque no hubo un triunfador claro, el pรบblico americano exaltรณ hasta niveles mรญticos la figura de Taylor. Polk, que recelaba de รฉl (con razรณn: lo sucederรญa en la presidencia), dispuso transferir parte de sus fuerzas al Golfo de Mรฉxico, donde el general Winfield Scott acometerรญa el cerco al puerto de Veracruz (9-29 de marzo de 1847) y a partir de ahรญ recorrerรญa por cinco meses la ruta de Hernรกn Cortรฉs hasta la ciudad de Mรฉxico. (De hecho, muchos soldados se veรญan a sรญ mismos รฉmulos de los conquistadores espaรฑoles y traรญan consigo el reciente libro de Prescott sobre la Conquista.) Luego de librar la decisiva batalla de Cerro Gordo (18 de abril de 1847), a mediados de agosto los estadounidenses llegaron al Valle de Mรฉxico donde se librarรญan cuatro batallas histรณricas y sangrientas: Padierna, Churubusco, Molino del Rey y Chapultepec, antes de apoderarse de la ciudad de Mรฉxico. Despuรฉs de meses de tensa ocupaciรณn, el 2 de febrero de 1848 se firmaron los Tratados de Guadalupe Hidalgo en los cuales Mรฉxico aceptaba que su frontera con Texas era el Rรญo Grande y cedรญa por quince millones de dรณlares (tres al contado, el resto a plazos) los territorios de Nuevo Mรฉxico y California. Polk habrรญa querido aรฑadir al paquete Baja California. Y habรญa voces que pedรญan la anexiรณn total del paรญs. Pero gracias a Trist, que terminรณ por actuar asรญ por su cuenta, el arreglo fue menos brutal. โ€œPara Trist โ€“dice Greenbergโ€“ la invasiรณn norteamericana de Mรฉxico y su ocupaciรณn de la capital fue โ€˜algo de lo que todo americano sensato debe sentirse avergonzadoโ€™.โ€ Y no era el รบnico en sentir vergรผenza: โ€œSiento pena por el pobre Mรฉxicoโ€, escribiรณ Grant a su novia. Las รบltimas tropas estadounidenses salieron de Veracruz el 2 de agosto de 1848.

El libro de Greenberg tiene dos mรฉritos mayores: su empleo de testimonios personales de la guerra y su registro de las atrocidades cometidas por los norteamericanos (en particular los voluntarios) a su paso por el paรญs. Se trata de una historia que no ha sido contada en detalle, ni siquiera por autores mexicanos. En el norte de Mรฉxico ocurriรณ esta escena, perpetrada por voluntarios de Arkansas:

La cueva estaba llena de voluntarios, que gritaban como locos, mientras que en el suelo pedregoso yacรญan mรกs de veinte mexicanos, moribundos y muertos en charcos de sangre, mientras que las mujeres y los niรฑos se abrazaban a las rodillas de los asesinos e imploraban piedad […] Casi treinta mexicanos yacรญan masacrados en el piso, casi todos con la cabellera arrancada. Las grietas de las piedras se llenaban de sangre que se iba coagulando.

Refiriรฉndose precisamente a esos actos, Scott escribiรณ al secretario de Estado en enero de 1847: โ€œNuestros militares y voluntarios, si solo una dรฉcima parte de lo que se dice es cierto, han cometido atrocidades โ€“horroresโ€“ en Mรฉxico, suficientes como para hacer que el cielo rompa en llanto, y todo americano, de moral cristiana, se sonroje al pensar en su paรญs. Asesinatos, robos y violaciones de madres e hijas en presencia de los hombres atados se han vuelto un suceso comรบn a lo largo del Rรญo Grande.โ€ Sin embargo, un mes despuรฉs de escribir su carta (contra todas las reglas internacionales de la guerra) Scott mismo negรณ a los cรณnsules europeos que se lo solicitaban la evacuaciรณn de niรฑos, mujeres, ancianos y enfermos en Veracruz y bombardeรณ sin misericordia el puerto, destruyendo casas, iglesias, hospitales. Un testigo escribiรณ el dรญa siguiente al Dรญa de San Valentรญn de 1847: โ€œNo nos volvamos a quejar de la barbarie mexicana โ€“pobre, degradada, โ€˜arrasada por el cleroโ€™ como esโ€“. Ningรบn acto de crueldad inhumana perpetrado por sus mรกs desesperados bandidos puede superar los actos de ayer, cometidos por nuestra soldadesca.โ€

La lectura paralela de los testimonios que recoge Clary da una idea aproximada de aquella perversa guerra tal como la viviรณ la poblaciรณn civil. Abundaron escenas de violaciones, saqueos, robos, asesinatos en los que las โ€œvรญctimas […] comรบnmente eran indios pobres o castasโ€. Desde Veracruz, el capitรกn Sydenham Moore le escribiรณ a su esposa que creรญa que habรญa mรกs de seiscientos civiles muertos, โ€œentre ellos, lamento decir, hay muchas mujeres y niรฑosโ€. A su vez, el capitรกn Robert E. Lee le dijo a su esposa: โ€œMi corazรณn sangra por los habitantes.โ€

Conforme los reporteros daban cuenta de las atrocidades, en muchas ciudades americanas el fervor guerrero fue atenuรกndose hasta convertirse en vergรผenza y repugnancia. El propio Hardin, antes de morir en La Angostura, describรญa a su familia la pobreza del paรญs invadido y confesaba sus dudas sobre la justificaciรณn de la guerra. โ€œLos civiles mexicanos […] siempre nos trataron con amabilidadโ€, escribiรณ un oficial con remordimiento. Para apreciar directamente esa amabilidad basta mirar con atenciรณn los daguerrotipos que reproduce Greenberg, tomados en Saltillo, a principio de 1847. Gente pobre viendo pasar las caravanas norteamericanas como si fueran seres de otro planeta, gente pobre posando con ellos, risueรฑa, temerosa. Gente pobre. ยฟEstos eran los feroces enemigos, los representantes de la โ€œraza deslealโ€, a quienes habรญa que someter?

Greenberg conjetura que las atrocidades eran un eco del pasado reciente: las guerras indias habรญan dejado su marca sobre las tropas americanas: โ€œcuando se enfrentaban con una โ€˜raza deslealโ€™, las reglas de la guerra no se aplicaban. La venganza, a sus ojos, era justiciaโ€. El propio Scott habรญa participado en las masacres de indios cherokees en 1838. Sea como fuera, las batallas cruciales de la ciudad de Mรฉxico dejaron un saldo aรบn mayor de vรญctimas. Tras la batallas de Padierna โ€“recuerda Claryโ€“ โ€œlo mรกs perturbador de todo fue ver a las cientos de soldaderas muertas esparcidas entre los cadรกveres de sus hombresโ€. El Diario del Gobierno declarรณ: โ€œMexicanos, estos son los hombres que nos llaman bรกrbaros y nos dicen que vienen a civilizarnos […] Que los maldigan todos los cristianos, como ya lo hace Dios.โ€ Mientras tanto, The New York Herald pontificaba: โ€œComo a las vรญrgenes de las sabinas, ella [Mรฉxico] pronto aprenderรก a amar a su violador.โ€ Pero ese amor nunca se dio. Las รบltimas batallas fueron una carnicerรญa, porque las tropas mexicanas (y muchos ciudadanos de a pie, armados con piedras y ladrillos) cobraban cara la invasiรณn. Meses despuรฉs del cese al fuego, la ciudad viviรณ aterrorizada por las imรกgenes y testimonios de saqueos, asesinatos a mansalva y ejecuciones. El coronel George Moore de Illinois adelantaba el veredicto histรณrico que otros muchos americanos (Thoreau, Emerson, John Quincy Adams, Grant y aun โ€“atenuadamenteโ€“ el propio Whitman) tendrรญan finalmente de la guerra: โ€œLa guerra dejรณ un reproche sobre nosotrosโ€, Estados Unidos, โ€œque aรฑos y aรฑos no podrรกn removerโ€.

Entre todos los testimonios de reprobaciรณn, Greenberg destaca el discurso de Clay en Lexington, Kentucky, a fines de 1847, en el que seรฑalรณ la responsabilidad de Polk en provocar una guerra โ€œinnecesariaโ€ de โ€œagresiรณn ofensivaโ€ y hablรณ del โ€œespรญritu indรณmito de aventuraโ€ que habรญa derivado en un loco โ€œsacrificio de vidas humanas… un desperdicio de tesoros humanos… cuerpos retorcidos… muerte y… desolaciรณnโ€. Clay justifica la postura de Mรฉxico. Mรฉxico, no Estados Unidos, estaba โ€œdefendiendo sus hogares, sus castillos y sus altaresโ€.

Su voz grave retumbaba โ€“escribe Greenbergโ€“, Clay se inclinaba sobre el podio, y advertรญa a su audiencia sobre los peligros de anexar a Mรฉxico, y citaba ejemplos histรณricos para probar que el imperialismo inevitablemente llevaba a la ruina de la naciรณn conquistadora. Se detuvo un largo tiempo en las โ€œfunestas y fatalesโ€ consecuencias de emular al Imperio romano, los efectos nocivos que tenรญa sobre el carรกcter el convertirse en un โ€œpoder conquistador y belicosoโ€.

Y recordรณ un ejemplo mรกs cercano: โ€œTodo irlandรฉs odia, con odio mortal, a su opresor sajรณnโ€, y trazรณ un paralelo entre Irlanda y Mรฉxico. ยฟSabรญa entonces que un grupo de irlandeses se habรญa pasado a luchar al bando mexicano? ยฟSe enterรณ del modo en que fueron colgados como desertores en la ciudad de Mรฉxico? Su recuerdo ha permanecido en nuestra memoria: โ€œel batallรณn de San Patricioโ€.

El discurso de Clay (que exigรญa al Congreso terminar la guerra sin anexar un acre de Mรฉxico mรกs allรก de la frontera original con Texas) conmoviรณ a su partidario, el senador de Illinois Abraham Lincoln, que en su intervenciรณn exigiรณ seรฑalar el โ€œpunto en particularโ€ (โ€œthe particular spotโ€) en el que, segรบn la versiรณn de Polk, los mexicanos habรญan provocado al ejรฉrcito de Taylor para desatar la guerra. Su insistencia le valiรณ por aรฑos el mote de โ€œSpottyโ€ Lincoln.

*

Greenberg advierte en su introducciรณn que no abordarรญa la historia militar. Quizรก su libro se habrรญa beneficiado de disminuir un poco el detalle biogrรกfico de sus protagonistas (que a veces distrae de la trama central) a favor de un registro sobre las condiciones materiales y sociales de ambos ejรฉrcitos. Las diferencias eran abismales, no solo en la alta formaciรณn de los oficiales (el papel de Lee como ingeniero inspeccionando la topografรญa del terreno, al menos en tres momentos, fue decisivo) sino en el armamento. La movilidad de la caballerรญa ligera (Flying Artillery[*]) era cinco veces mayor que la de las viejas, pesadas y mal provistas piezas mexicanas. Y frente a los rifles y pistolas de repeticiรณn americanos poco podรญan los lentรญsimos, anticuados y a menudo inservibles fusiles mexicanos, reliquias de las guerras napoleรณnicas compradas en los mercados de Europa. Santa Anna, vilipendiado en la historia mexicana como un traidor, hizo la hazaรฑa de levantar tres ejรฉrcitos sucesivos de casi veinte mil hombres para las batallas de La Angostura, Cerro Gordo y la ciudad de Mรฉxico. Pero se trataba de tropas populares, que en el primer caso recorrieron por dรญas, casi sin vรญveres ni agua, el helado desierto de San Luis Potosรญ y en esas condiciones libraron una batalla digna.

ยฟCuรกntos militares estadounidenses participaron en la guerra? Aunque las cifras difieren, Greenberg habla de 59,000 voluntarios y 27,000 regulares. En lo que sรญ hay consenso es en el nรบmero de muertos: 13,768. Teniendo en cuenta que la poblaciรณn total era de cerca de veinte millones, se trata de la tasa de mortandad mรกs alta de Estados Unidos en una guerra exterior en su historia. Las cifras de muertos mexicanos, tanto civiles como militares, nunca han sido computadas con precisiรณn, pero es claro que excedieron ampliamente a las de sus rivales. La poblaciรณn mexicana era entonces de ocho millones de habitantes. Quizรก muriรณ uno de cada doscientos mexicanos.

*

En Mรฉxico, la reacciรณn inmediata fue una hondรญsima lamentaciรณn. Guillermo Prieto, que participรณ como voluntario en la batalla de Padierna, en 1848 publicรณ pasajes estremecedores, como este: โ€œAl amanecer el 20 de agosto, los americanos, volteando nuestra posiciรณn por movimientos efectuados con la velocidad del relรกmpago, inclinaron su artillerรญa y la nuestra sobre las fuerzas dispersas que huรญan por el descenso de las lomas y quedaron regueros de cadรกveres; heridos que se arrastraban moribundos; carros hechos pedazos y mujeres enloquecidas de aullar, con los brazos levantados y los ojos de lobas perseguidas […] Aquella avalancha rodaba, se escurrรญa loca, espantosa, en direcciรณn de Churubusco.โ€

Otro testigo de primera mano fue Josรฉ Fernando Ramรญrez, nada menos que el ministro de Asuntos Interiores y Exteriores. Dejรณ un conjunto de cartas que constituyen un invaluable diario del conflicto. Leerlo es una tortura. El duelo se transforma en furia e impotencia. Ramรญrez repudia la invasiรณn pero deja clara la responsabilidad de las elites rectoras mexicanas en la derrota: el poderoso y rico clero (que negรณ el crucial apoyo financiero); las clases altas (indiferentes y aรบn condescendientes con el invasor); el Congreso, dividido en partidos irreconciliables que se empeรฑaban en discutir la forma conveniente de gobierno o en discursos incendiarios en vez de procurar medidas prรกcticas (como la no imposible mediaciรณn inglesa) que habrรญan podido modificar el curso de la guerra; y, finalmente, la oficialidad del ejรฉrcito, muchas veces cobarde y apocada, dividida por vanidades absurdas, y sobre todo impreparada. Ante tal falta de liderazgo, era natural que la tropa (โ€œmasas de hombres sin instrucciรณn y desarmadosโ€) imaginara invencibles a los โ€œgringosโ€. โ€œNo pienso en una victoria โ€“escribiรณ Ramรญrezโ€“, deseo รบnicamente que salvemos el honor.โ€ En sus dramรกticas pรกginas, se avergรผenza de que los mexicanos no defendieran su territorio como los rusos o espaรฑoles ante Napoleรณn, pero al final se sorprende al advertir en la tropa y en la gente comรบn โ€œel despertar de un grandรญsimo entusiasmo. Dios quiera que dureโ€. Durรณ, pero fue reprimido: โ€œAvisรฉ a las personas de mi familia que estoy sano y salvo de cuerpo. Mi alma estรก destrozada.โ€

Desde la azotea de su casa en el barrio de San Cosme, Lucas Alamรกn vio con su catalejo las batallas finales. Escribรญa entonces los capรญtulos finales de su magna historia de la independencia de Mรฉxico. Y no se le escapรณ la cruel paradoja de concluir esa obra al tiempo en que el paรญs sufrรญa una nueva conquista, infligida a Mรฉxico por un paรญs que ni siquiera existรญa en los tiempos en que Hernรกn Cortรฉs vencรญa a los valientes mexicas. Por eso su visiรณn fue apocalรญptica: โ€œMรฉxico parece destinado a que los pueblos que se han establecido en รฉl en diversas รฉpocas desaparezcan de su superficie dejando apenas memoria de su existencia.โ€ Habรญa ocurrido con los mayas, los toltecas y los mexicas. Y ante sus ojos estaba ocurriendo nuevamente:

[…] asรญ tambiรฉn los actuales habitantes quedarรกn arruinados y sin obtener siquiera la compasiรณn que aquellos merecieron, y se podrรก aplicar a la naciรณn mexicana de nuestros dรญas lo que un cรฉlebre poeta latino dijo de uno de los mรกs famosos personajes de la historia romana: Stat magni nominis umbra: no ha quedado mรกs sombra de otro tiempo ilustre.

Han transcurrido 166 aรฑos desde aquellos hechos. Mรกs allรก de la producciรณn historiogrรกfica y las leyendas heroicas, mรกs allรก de las conmemoraciones oficiales, de los monumentos que recuerdan los hechos y el registro en los libros de texto, aquella guerra adopta, en el universo mitolรณgico de Mรฉxico, la forma de una cicatriz. Pero una cicatriz que vuelve a doler en los momentos serios y los momentos triviales: una decisiรณn sobre la apertura comercial o un partido de futbol. El tenaz nacionalismo mexicano โ€“defensivo, receloso, incandescenteโ€“ es inexplicable sin ese agravio.

En Estados Unidos la guerra es parte de la prehistoria, y no parece inminente que, a pesar de la apariciรณn de libros tan meritorios como el de Amy Greenberg, su memoria llegue a las pantallas de cine, ni siquiera como un espejo remoto de las mismas actitudes, errores, prejuicios y atrocidades que Estados Unidos ha cometido hasta tiempos recientes.

Pero el siglo XXI nos regala una oportunidad inesperada para que ambos paรญses confronten y superen su pasado. Estados Unidos puede tomar la iniciativa. En 1847 habรญa cien mil habitantes en Nuevo Mรฉxico y la Alta California. Ahora son varios millones en todo el paรญs. Estados Unidos, esa es la verdad, tiene a Mรฉxico dentro de sรญ, y no puede darse el lujo de negarlo. La Ley de Amnistรญa a los migrantes, descendientes remotos de aquellos que padecieron la invasiรณn, serรญa una buena manera de confrontar las culpas del pasado y reconciliarnos con รฉl. ~

Una versiรณn en inglรฉs de este texto se publica en el nรบmero de noviembre / diciembre de Foreign Affairs.

[*] Tรฉrmino usado en la Guerra Civil y popularizado durante la guerra mexicana refiriรฉndose a la rapidez de la artillerรญa montada (n. de los e.).


Para la elaboraciรณn de este ensayo, ademรกs del libro de Amy S. Greenberg, A wicked war (New York, Alfred A. Konopf, 2012), se consultaron los siguientes tรญtulos: Vรญctor Adolfo Arriaga Weiss et. al. (comps.), Estados Unidos visto por sus historiadores, tomo I (Mรฉxico, Instituto Mora/uam, 1991); K. Jack Bauer, The Mexican war, 1846-1848 (New York-London, Macmillan/Collier, 1974); David A. Clary,Eagles and empire: The United States, Mexico, and the struggle for a continent (New York, Bantam Books, 2009); Donald S. Frazier (ed.), The United States and Mexico at war. Nineteenth-century expansionism and conflict (New York, Macmillan, 1998); William H. Goetzmann, Sam Chamberlainโ€™s Mexican war (Austin, Texas State Historical Association, 1993); Michael Hogan, Los soldados irlandeses de Mรฉxico (Guadalajara, Universidad de Guadalajara/Asociaciรณn del H. Colegio Militar de Guadalajara, 2da. ed., 1999); Robert W. Johannsen, To the halls of the Montezumas. The Mexican war in the american imagination (New York-Oxford, Oxford University Press, 1985); Josรฉ Emilio Pacheco y Andrรฉs Resรฉndez, Crรณnica del 47 (Mรฉxico, Clรญo, 1997); Guillermo Prieto, Memorias de mis tiempos (Mรฉxico, Editorial Patria, 6ta. ed., 1976); Vicente Quirarte, Vergรผenza de los hรฉroes. Armas y letras de la guerra entre Mรฉxico y Estados Unidos (Mรฉxico, Libros del Umbral, 1999); Josรฉ Fernando Ramรญrez, Mรฉxico durante su guerra con los Estados Unidos, Obras Histรณricas iii (Mรฉxico, unam, 2001); Andrรฉs Resรฉndez, Changing national identities at the frontier. Texas and New Mexico, 1800-1850 (Cambridge, Cambridge University Press, 2004); Josรฉ Marรญa Roa Bรกrcena, Recuerdos de la invasiรณn norteamericana (1846-1848), tomos I-III (Mรฉxico, Editorial Porrรบa, 1971); Pedro Santoni, Mexicans at arms. Puro federalists and the politics of war, 1845-1848 (Fort Worth, Texas Christian University Press, 1996); Otis A. Singletary, The Mexican war (Chicago-London, The University of Chicago Press, 1960); Alejandro Sobarzo, Deber y conciencia. Nicolas Trist, el negociador norteamericano en la guerra del 47 (Mรฉxico, Diana, 1991); Jesรบs Velasco Mรกrquez, La guerra del 47 y la opiniรณn pรบblica (1845-1848) (Mรฉxico, SepSetentas-sep, 1975); Josefina Zoraida Vรกzquez (coord.), De la rebeliรณn de Texas a la guerra del 47 (Mรฉxico, Nueva Imagen, 1994); Vรกzquez, op. cit., โ€œEl origen de la guerra con Estados Unidosโ€ en Historia mexicana vol. xlviii, nรบm. 186 (Mรฉxico, octubre-diciembre de 1997, pp. 285-309); Vรกzquez, op. cit., La Gran Bretaรฑa frente al Mรฉxico amenazado 1835-1848 (Mรฉxico, Secretarรญa de Relaciones Exteriores, 2002); Josefina Vรกzquez de Knauth, Mexicanos y norteamericanos ante la guerra del 47 (Mรฉxico, SepSetentas-sep, 1972); Josefina Zoraida Vรกzquez (coord.), Mรฉxico al tiempo de su guerra con Estados Unidos (1846-1848) (Mรฉxico, Secretarรญa de Relaciones Exteriores/El Colegio de Mรฉxico/Fondo de Cultura Econรณmica, 1997).

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Historiador, ensayista y editor mexicano, director de Letras Libres y de Editorial Clรญo.


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