Mariupol Oblast/Cover Images via ZUMA Press

La historia nos trajo aquĆ­

Los autoritarios nunca parecen entender que la polƭtica mundial no es solo un asunto de frƭo cƔlculo geoestratƩgico. Cuando la libertad de la gente estƔ en juego, la batalla se vuelve profundamente personal.
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A un mes de la invasiĆ³n a Ucrania, un desenlace sangriento en Kiev parece avecinarse. Incluso la guerra nuclear ha entrado al Ć”mbito de lo posible. Para ubicarnos, para descifrar quĆ© es lo que hay que hacer, necesitamos entender cĆ³mo llegamos a este punto. Como a Isaiah Berlin la gustaba decir, debemos ser capaces de ver el patrĆ³n en la alfombra.

Esta guerra no comenzĆ³ en 2022. ComenzĆ³ en 2007, cuando el presidente ruso Vladimir Putin dio un discurso a la Conferencia de Seguridad en MĆŗnich, en el que se negaba a aceptar el acuerdo posterior a 1989 en Europa. A esto le siguiĆ³ su invasiĆ³n de Georgia en 2008, y la ocupaciĆ³n de Crimea y el DonbĆ”s en 2014. No fuimos capaces de percibir el patrĆ³n entonces. Debemos lograr ver el patrĆ³n ahora.

Para entender por quĆ© Kiev estĆ” siendo atacada hoy, tenemos que remontarnos a Budapest en 1956, cuando un alzamiento nacional fue derrotado por tanques soviĆ©ticos. Luego en 1968, otro movimiento que buscaba la libertad nacional terminĆ³ con los tanques soviĆ©ticos entrando a Praga. DespuĆ©s de eso vino Varsovia en 1981, cuando un pueblo que habĆ­a sido pionero en crear el primer sindicato libre en Europa del Este fue sometidos a una ley marcial. Los tanques eran polacos, pero las Ć³rdenes de desplegarlos llegaron de MoscĆŗ.

Esta historia de cuatro capitales de Europa del Este, todas atacadas por Rusia, en los Ćŗltimos 70 aƱos echa por tierra la afirmaciĆ³n de que la expansiĆ³n de la OTAN hacia el Este fue la causa de esta crisis. DespuĆ©s de esta historia, los europeos del Este entendieron que si no tenĆ­an la garantĆ­a de seguridad de la OTAN, no podĆ­an mantener sus democracias. El Oeste no le impuso a la OTAN a los europeos del Este: ellos la exigieron y habrĆ­amos sido remisos de no proveĆ©rselas.

El objetivo de la guerra de Putin es la destrucciĆ³n de los ucranianos como naciĆ³n autodeterminada y su incorporaciĆ³n por la fuerza al territorio ruso. Si tiene Ć©xito, nadie en Europa estarĆ” seguro.

Los europeos del Este siempre han entendido que una Rusia autoritaria, quien sea que la gobierne, nunca ha tolerado que haya un estado libre en sus fronteras. La brutalidad de Putin tiene un pedigrĆ­. Es un reflejo de la brutalidad de los zares contra los polacos en el siglo XIX, y de la brutalidad de Josef Stalin contra las minorĆ­as de su imperio. Como sus antecesores, Putin aplasta a sus enemigos en casa y en el exterior. Echarle la culpa de todo a su personalidad demoniaca, incluso demente, deja de ver la profunda continuidad histĆ³rica en el uso del poder ruso dentro y fuera de sus fronteras. Del mismo modo han existido, desde la Revuelta Decembrista de 1825 en adelante, rusos valientes que se arriesgan a ser desaparecidos y encarcelados por denunciar la opresiĆ³n. Su valor nos recuerda que nuestro conflicto no es con el pueblo ruso, sino con su rĆ©gimen.

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La raĆ­z mĆ”s profunda de la catĆ”strofe ucraniana se halla en el fracaso trĆ”gico de Rusia para seguir la ruta democrĆ”tica. La primera oportunidad perdida llegĆ³ despuĆ©s de 1905, cuando lĆ­deres como Sergei Witte y Pyotr Stolypin intentaron salvar la autocracia zarista por medio de la reforma. Otras personas ā€“como el padre de Vladimir Nabokov y mi propio abuelo, Pavel Ignatieff, quienes formaron parte de los altos escaƱos del rĆ©gimen zaristaā€“ querĆ­an algo mĆ”s que una autocracia reformada. CreĆ­an apasionadamente que Rusia podĆ­a convertirse en una democracia parlamentaria al estilo britĆ”nico. Esa esperanza muriĆ³ con el fin de la Primera Guerra Mundial y la llegada al poder de Vladimir Lenin. Lo que siguiĆ³ fueron setenta aƱos de tiranĆ­a. La siguiente cita con la esperanza llegĆ³ despuĆ©s del colapso de la UniĆ³n SoviĆ©tica en 1991. Boris Yeltsin no logrĆ³ liderar una transiciĆ³n democrĆ”tica y le entregĆ³ el Estado a un funcionario de la KGB llamado Vladimir Putin. Si Ucrania estĆ” bajo amenaza de ser destruida en 2022, es por la oportunidad democrĆ”tica que Rusia dejĆ³ escapar entre 1991 y 1999.  

En cada uno de los casos en los que tanques y armamento ruso intervinieron para aplastar a gente libre, los hĆŗngaros, checos y polacos pidieron a Europa Occidental y a Estados Unidos que intervinieran. Sus peticiones no fueron atendidas. En cada uno de estos casos, los gobiernos occidentales decidieron no arriesgarse a una guerra nuclear. Su recato preservĆ³ la paz, pero traicionĆ³ a los pueblos de Europa del Este. Ahora la situaciĆ³n es diferente. El paquete de sanciones y el abastecimiento de armamento sugieren que Occidente ha decidido que en esta ocasiĆ³n no puede permitirse la traiciĆ³n.

La razĆ³n es simple. El objetivo de la guerra de Putin es destructivo para el orden internacional en su totalidad. Se trata de nada menos que la destrucciĆ³n de los ucranianos como naciĆ³n autodeterminada y su incorporaciĆ³n por la fuerza al territorio ruso. Si tiene Ć©xito en su conquista de Ucrania, nadie de nosotros en Europa estarĆ” seguro.

Es por eso que estamos dispuestos a tomar muchos mĆ”s riesgos para detenerlo que los que Occidente siquiera llegĆ³ a considerar en 1956, 1968 y 1981. Debemos ser claros acerca de estos riesgos. No estĆ” fuera de la discusiĆ³n que mientras que Europa y la OTAN sigan haciendo llegar armas a los combatientes ucranianos, Putin estarĆ” tentando a emprender acciones militares contra la OTAN misma, posiblemente Polonia. Putin ya amenazĆ³ con usar armas nucleares, y si su apuesta falla y se enfrenta a una derrota y la pĆ©rdida del poder, no podemos excluir la posibilidad de que use un ataque nuclear tĆ”ctico para aferrarse por medio del terror puro. Solo la serena determinaciĆ³n de apegarnos a las garantĆ­as para con los paĆ­ses en primera lĆ­nea de la OTAN, consagradas en nuestro ArtĆ­culo 5, alejarĆ” esa amenaza.

Putin ha apostado todo a la invasiĆ³n. La cuestiĆ³n no es si su apuesta puede fracasar, sino cuĆ”nto tiempo pasarĆ” antes de que lo haga. Cuando Nikita Jruschov ordenĆ³ que los tanques entraran a Budapest, le comprĆ³ otros 40 aƱos en el poder al sistema comunista, pero al final, HungrĆ­a consiguiĆ³ su independencia. Los tanques de Leonid BrĆ©zhnev en Praga le dieron 20 aƱos mĆ”s al rĆ©gimen comunista checo, pero la gente lo tirĆ³ en 1989. El respaldo ruso a Wojciech Jaruzelski en Polonia le dio a los comunistas apenas una dĆ©cada y el rĆ©gimen tĆ­tere fue desechado. Tarde o temprano, y quizĆ” solo despuĆ©s de la caĆ­da de Putin, algĆŗn lĆ­der ruso se darĆ” cuenta, como lo hizo Mikhail Gorbachov, que la fuerza bruta no puede extinguir el deseo de libertad de las personas. La memoria popular es una cosa obstinada y lo que Ucrania ha soportado durante el Ćŗltimo mes nunca se olvidarĆ” ni se perdonarĆ”.

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En cuanto a ā€œOccidenteā€, ahora nos volvemos a dar cuenta que el poder suave no es sustituto del poder duro. Las sanciones, como nos lo recordĆ³ el comentarista polĆ­tico bĆŗlgaro Ivan Krastev, no detienen a los tanques. El paraguas nuclear nos dio la excusa de recortar el gasto militar en armas convencionales. Las democracias occidentales se desarmaron, con la creencia de que el conflicto era impensable, o la convicciĆ³n de que, si llegaba, las armas nucleares ā€“y el ArtĆ­culo 5ā€“ salvarĆ­an a los paĆ­ses miembros de la OTAN que estĆ”n en la lĆ­nea de frente. Putin no cometiĆ³ ese error.

Cada paĆ­s miembro de la OTAN deberĆ” seguir el ejemplo de Alemania y volver a invertir en sus fuerzas armadas. CanadĆ” tendrĆ” que rearmarse, para tener activos creĆ­bles que puedan ser enviados a los paĆ­ses miembros de la OTAN en la primera lĆ­nea y a sus propias fronteras al norte con Rusia. Los rusos deben entender que si quieren emprender una incursiĆ³n militar cruzando una frontera de la OTAN ā€“los tanteos con bayoneta de Leninā€“ serĆ”n recibidos con la fuerza, y si eso no logra detenerlos, enfrentarĆ”n armas nucleares, al principio tĆ”cticas y despuĆ©s, si son necesarias, estratĆ©gicas tambiĆ©n.

A lo largo y ancho del mundo hay personas lejos de Ucrania, que ven al barbarismo descender sobre su tierra y sienten una implacable determinaciĆ³n para asegurarse de que no prevalezca.

Eso es lo que garantiza el ArtĆ­culo 5, y debemos ser absolutamente honestos. Estamos de vuelta en un mundo previo a 1989, y las negociaciones sobre un nuevo orden de seguridad en Europa terminaron. Vladimir Putin querĆ­a decidir sobre el futuro de Ucrania y Europa del Este al negociar el acuerdo de 1989 que terminĆ³ con el imperio soviĆ©tico. Pero ĀæquiĆ©n va a negociar con Vladimir Putin ahora? El tiempo de hablar terminĆ³. El ostracismo es el orden del dĆ­a.

DespuĆ©s de repensar el poder duro, hay que repensar las polĆ­ticas energĆ©ticas. Se abriĆ³ una oportunidad para alejar a Europa de la dependencia que tiene del petrĆ³leo y el gas ruso, y entre mĆ”s rĆ”pido el continente pueda abastecerse con gas natural licuado que provenga de fuentes no rusas, mejor. Acelerar la transiciĆ³n energĆ©tica europea, echar a andar la nueva generaciĆ³n de reactores nucleares mĆ”s pequeƱos y mĆ”s seguros para ofrecer una carga base, junto con energĆ­a eĆ³lica y solar para la carga variable, romperĆ” el ciclo infernal en el que la agresiĆ³n rusa eleva el precio del petrĆ³leo y llena las arcas de Putin.

TambiĆ©n se abre otra oportunidad, la de separar la alianza entre Rusia y China. Nuestra respuesta enfĆ”tica a Putin ya advierte al liderazgo chino que se arriesga a lo mismo si ataca a TaiwĆ”n. Los taiwaneses, como los ucranianos, no representan una amenaza a su vecino, pero como Putin, el presidente Xi les niega su derecho a coexistir como personas libres. El presidente Xi se enfrenta a una elecciĆ³n trascendental. Puede decirle al presidente Putin que se detenga o puede permanecer callado para poder avanzar contra TaiwĆ”n. Si ataca TaiwĆ”n, necesita saber que se enfrentarĆ” a las mismas consecuencias que Putin: una feroz resistencia, el ostracismo y la expulsiĆ³n de la comunidad de estados.

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Por Ćŗltimo ā€“y los autoritarios nunca parecen entender estoā€“ la polĆ­tica mundial nunca es solo un asunto de frĆ­o cĆ”lculo geoestratĆ©gico. Cuando la libertad de la gente estĆ” en juego, la batalla se vuelve profundamente personal. Siempre sorprende a los tiranos descubrir que a las personas les preocupa la libertad de otras personas tanto como la propia. En 1992, cuando viajĆ© por primera vez a Ucrania, conocĆ­ a muchos jĆ³venes canadiense-ucranianos que llegaron a Kiev para ayudar a un estado joven a salir de las ruinas que dejaron 70 aƱos de tiranĆ­a soviĆ©tica. Una de ellas era una valiente veinteaƱera llamada Chrystia Freeland, hoy vice primera ministra de CanadĆ”.

MĆ”s adelante, en esa misma visita, manejĆ© hacia el sur a un pueblo chico a dos horas de Kiev, en los campos de betabel. Estaba buscando una pequeƱa iglesia ortodoxa rusa. Cuando la encontrĆ©, descubrĆ­ los nombres de mi familia en las tumbas. Mi bisabuelo y bisabuela tuvieron tierras cerca del pueblo y vivieron y murieron ahĆ­. Era su hogar. Al hincarme junto a sus tumbas en la cripta de la iglesia, sentĆ­ que Ucrania era el lugar donde comenzaba mi propia historia, asĆ­ como muchos de los descendientes de los ucranianos que sienten que sus historias de origen comienzan ahĆ­ tambiĆ©n. SĆ­, mis raĆ­ces son rusas, pero mi gente entendĆ­a que habĆ­a un sitio llamado Ucrania, con un idioma y una cultura y una tradiciĆ³n propia. AsĆ­ que como su descendiente, cuando pienso en los soldados rusos enviados a ocupar ese pequeƱo pueblo, sĆ© dĆ³nde estĆ”n parados.

En el cementerio, platiquĆ© con los pobladores que me contaron su historia: la hambruna forzada del Holodomor, cuando comieron pasto para sobrevivir; los dĆ­as en 1941 cuando los alemanes asesinaron a sus vecinos judĆ­os y los tiraron a fosas comunes; los aƱos en los que su iglesia fue cerrada por las autoridades comunistas y la cripta transformada en una carnicerĆ­a. Mientras continuaba esta letanĆ­a, una mujer mayor con un paƱuelo, sentada a mi lado, comenzĆ³ a llorar. Nunca habĆ­a escuchado algo parecido, un aullido gutural incesante que provenĆ­a de la profundidad de su cuerpo. Era como si una mujer expresara toda la pena histĆ³rica de su pueblo. Es el sonido que escucho mientras escribo esto, el sonido que me une a la pena de los ucranianos hoy.

Esta lealtad a lugares y personas allĆ” lejos, este compromiso con su libertad, es un hecho que los tiranos siempre ignoran. A lo largo y ancho del mundo hay personas, lejos de Ucrania, que sienten que sus historias comenzaron ahĆ­, y que ahora ven al barbarismo descender sobre su tierra, y sienten una implacable determinaciĆ³n para asegurarse de que ese barbarismo no prevalezca. Esta determinaciĆ³n, esa convicciĆ³n que sale de la tierra, de las historias de origen, es una de las realidades que los tiranos nunca entenderĆ”n, y crea una solidaridad a travĆ©s del planeta que asegurarĆ” que un dĆ­a los ucranianos vuelvan a vivir libres.

Una versiĆ³n de este artĆ­culo fue publicada en The Globe and Mail el 5 de marzo de 2022. Se reproduce con autorizaciĆ³n.

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es rector emƩrito de la Central European University en Viena. Su libro mƔs reciente es On Consolation: Finding Solace in Hard Times.


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