Sabía que Donald Trump no lee libros. “Leo pasajes, áreas, capítulos pero no tengo tiempo para leer”, le contestó a la periodista Megyn Kelly cuando le preguntó cuál era su libro favorito. Y viendo su casa tan llena de dorados, me imagino que el arte y los museos tampoco son lo suyo. Sin embargo, al enterarme del ataque frontal que el primer presupuesto de Trump plantea contra los reducidos espacios culturales estadounidenses que reciben pequeñas ayudas del gobierno federal, recordé la escalofriante y profética línea escrita por Hanns Johst en Schlageter, una mediocre obra de teatro escrita para celebrar un cumpleaños de Hitler: “Cuando oigo la palabra cultura, le quito el seguro a mi pistola Browning”.
Reconozco que enfrentada a su decisión de recortar el gasto a programas vitales de defensa del medio ambiente, salud, asistencia a los pobres, ayudas al extranjero (salvo a Israel) y financiamiento de las escuelas públicas, la eliminación del presupuesto al National Endowment for Artes (NEA) y al National Endowment for the Humanities, que ayudan con pequeños subsidios a artistas, educadores, investigadores y pequeños programas de exposiciones de artes comunitarias; al Institute of Museum and Library Services, que subsidia en parte a los museos y al magnífico servicio de bibliotecas públicas en la nación y; a la Corporation for Public Broadcasting (CPB), que ayuda parcialmente al sostenimiento de la televisión y la radio públicas, puede parecer menor. Pero para mi es una aberración total.
El presupuesto federal estadounidense para 2018 es de 4 trillones de dólares, lo que en español equivale a 4 billones. El subsidio a la NEA es de 150 millones de dólares y el de la CPB de 445 millones, y lo comparo con lo que cuesta proteger a la esposa de Trump en su mansión de Nueva York porque no quiere vivir en la Casa Blanca: 700 millones de dólares según el Center for Economic Research en Washington D. C.
El propuesto recorte a la cultura es obsceno y no tendría ningún efecto en la reducción del déficit federal. También reafirmo mi convicción de que detrás del asalto de Trump y los republicanos a la cultura hay un ánimo doloso revanchista.
En 1934, cuando el desempleo en EUA rondaba el 25%, una de las preguntas más urgentes que se planteó la administración del presidente Franklin Delano Roosevelt era si la ley conocida como Federal Relief Act, cuyo propósito era ayudar económicamente a los trabajadores desempleados debería incluir también a los artistas desempleados. La respuesta de Harry Hopkins, nombrado por el presidente Roosevelt para administrar el proyecto fue simple y directa: “’¡Diablos!, como el resto de la gente, los artistas también tienen que comer”. Y en tan solo cuatro meses, el Public Works of Art Project contrató a 3,749 artistas que produjeron 15,663 pinturas, murales, impresos, artesanías y esculturas. Obras de arte que fueron a parar a edificios gubernamentales de todo el país hechas por artistas de la talla de Jacson Pollock, Mark Rothko, Jacob Lawrence y muchos más.
También hubo un programa que ayudó a más de 16,000 músicos a componer y ejecutar su música, y a enseñar a más de 132 mil niños. El Programa Federal de Teatro dio empleo a actores como Burt Lancaster, John Houseman o Joseph Cotten, a directores como Orson Welles, Joseph Losey y Nicholas Ray. Por su parte, el programa para escritores benefició a Ralph Ellison, Saul Bellow, Margaret Walker y Zora Neale Hurston y muchos más.
Uno de los enormes legados de Roosevelt fue responsabilizarse por el bienestar cultural de la nación hasta que el Comité de Actividades No Americanas de la Cámara de Representantes, el mismo que después dirigiría la cacería de brujas que culminó en el macarthismo logró “sacar al gobierno del negocio del teatro’, matando así este renacimiento en las artes y las humanidades.
Desde los años cuarenta a la fecha, los programas federales de asistencia a las artes han venido disminuyendo y ahora que están a punto de desaparecer es necesario cuestionarle a Trump y a los republicanos que controlan el Congreso la validez de sus prioridades.
¿Es verdaderamente necesario aumentar el presupuesto del Departamento de Defensa para construir más barcos de guerra y comprar más aviones de combate? ¿Se justifica la asignación de más recursos económicos para contratar más agentes fronterizos para interceptar, detener y deportar a los indocumentados, y para ampliar la extensión y la altura del muro en la frontera con México? ¿Es racional recortar el dinero para proteger el medio ambiente? ¿Es sano para la sociedad desproteger el cuidado de la salud de quienes atienden al público y no tienen dinero para comprar un seguro de salud? ¿Es justo y moral eliminar la asistencia económica a los más pobres y a programas de ayuda internacional? ¿Es razonable despojar de recursos a la educación pública para favorecer la privada?
Por último, insisto en la que para mí sigue siendo una pregunta fundamental: ¿Qué valor histórico puede tener que un individuo tan ignorante como Trump dicte la eliminación de pequeños programas culturales que benefician a todas las comunidades? Ninguno. La incultura de Trump pasará a la historia del país como un extravío.
Escribe sobre temas políticos en varios periódicos en las Américas.