El voto útil en el 2021 está destinado al fracaso. Aunque tiene sentido que la oposición apueste por un frente común que plante cara a la maquinaria del nuevo partido hegemónico, la estrategia es incorrecta y puede costarle las elecciones.
No basta con que se unan y busquen que la ciudadanía ejerza un voto de castigo como respuesta a las innumerables pifias, actitudes autoritarias y errores que ha cometido el presente gobierno. Tampoco tiene mucho sentido buscar inflamar la vena de la defensa de la democracia desde los partidos que nunca se decidieron a impulsarla y consolidarla cuando fueron gobierno.
Las voces que se alzan desde las trincheras partidistas y las redes sociales no hacen mella en la popularidad presidencial, principal motor electoral de Morena, y en cambio pueden jugar en contra del propósito de devolver al país los tan necesarios contrapesos que permitan contener las ocurrencias y obsesiones del caudillo durante la segunda parte del sexenio.
Si estas voces no se dan cuenta de que le hacen el caldo gordo al gobierno y su partido, no solo caen en la trampa de la polarización que tan buenos resultados les ha dado a estos, sino que la fomentan. Lo mismo ocurrirá si la oposición insiste en confiar sus candidaturas en cartuchos quemados, viejas figuras que para una parte del imaginario colectivo son peor opción que el presente nefando.
La lucha de quienes piden un voto útil por controlar la narrativa es desafiante. Se enfrentan a un discurso construido y cohesionado por casi dos décadas de campaña, que ya ha sido interiorizado por un gran porcentaje del electorado mexicano.
Votar sigue siendo, quizá siempre lo sea, un acto emocional que genera grandes reacciones contrarias. Hasta ahora, el voto útil que genera esperanzas en los opositores no es más que la respuesta visceral ante las provocaciones provenientes del púlpito presidencial; ante el enojo por las acciones del presente gobierno y de los actores de ambas cámaras que lo apoyan. No hay, en cambio, un plan de trabajo, ni se construyen símbolos con los cuales combatir a la 4T. Todo se queda en la emoción entripada y visceral. Esto muestra que la oposición continúa encallada en la política previa al 2018.
Como se ha demostrado desde julio de 2018, Andrés Manuel López Obrador es un líder en campaña permanente. Lo suyo no es gobernar, ni solucionar los grandes rezagos del país, sino estar en los reflectores y crear imágenes que puedan echar raíz en la mente y corazón de todo aquellos grupos y sectores olvidados y traicionados por la revolución institucionalizada y la primera alternancia en el poder presidencial.
El frente opositor electoral está hecho a la medida de la narrativa oficialista, ya que, a ojos de los incondicionales de la llamada 4T, confirma la lucha entre el bien y el mal con que le gusta fantasear al presidente. Es un espacio para construir monstruos de humo y falacias.
Por si lo anterior no fuera suficiente, los partidos opositores y sus liderazgos se empeñan en cometer los mismos errores de siempre en materia de estrategia electoral.
En primer término, olvidan que un partido político no es un coto privado, sino una organización de la sociedad que busca conquistar el poder por medio del voto y que, como tal, debe ser renovada y estar unida a la base social. En esto fallan de forma espectacular. No se deslindan de personajes que buscan repetir su momento de gloria, utilizando las herramientas de aquel que los derroto en las urnas. Me refiero a Ricardo Anaya y su búsqueda de convertirse en AMLO redux. Sin un deslinde claro de parte de Acción Nacional, esta gira del ego se puede convertir en un factor de problemas que lleguen incluso a denuncias por campaña anticipada ante el INE y uso o compra ilegal de espacios en medios.
Anaya es un cartucho quemado, el más visible entre muchos que se encuentran ya en las listas plurinominales y en candidaturas únicas de los partidos que desean el voto útil en su favor.
El segundo gran error, hermano gemelo del primero, es la falta de acercamiento de estos institutos políticos con los liderazgos sociales reales, opuestos al actual gobierno federal. Es esta la que los obliga a buscar candidaturas llamativas y chambonas, echando mano de lo “más granado” de los deportistas retirados, los actores en paro y las figuras de todo tipo de vodevil.
De igual forma, al interior de los partidos no se da un recambio generacional, ni, por tanto, se da entrada a nuevas formas de ver la vida pública o de entender los tiempos que se viven.
En conclusión, en 2021 el voto útil es una quimera peligrosa, por decir lo menos. Si lo que se busca es restar fuerza al gobierno obradorista, arrebatándole a su partido posiciones en el congreso y algunas gubernaturas, sería mejor hacer trabajo de reclutamiento de liderazgos de a pie, y no recurrir al llamado emocional y radicalizador sustentado en figuras en decadencia. Tal vez de esta forma los partidos pueden acercarse a los mexicanos. El tiempo corre.