“La relación más importante”: Henry Kissinger sobre China y Estados Unidos

En su libro sobre China, el exsecretario de Estado de EEUU narra la reconciliación chinoamericana y da consejos sobre cómo tratar a la superpotencia.
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El libro de Henry Kissinger China (Debate, 2012) es magistral. Aunque se centra casi exclusivamente en China, contiene muchas lecciones útiles sobre política internacional en general, y en concreto política exterior estadounidense. Volveré sobre eso en un momento.

El libro está dividido en tres partes. En la primera, Kissinger expone la historia de China a vista de pájaro, con un énfasis en el “siglo de las humillaciones”, un periodo de impotencia de China frente a Occidente, Japón y Rusia que todavía colorea hoy profundamente la actitud china hacia los poderes extranjeros. En la segunda parte, Kissinger describe la reconciliación chinoestadounidense en la que él, como se sabe, desempeñó un papel importante. No solo está la fascinante discusión de los detalles diplomáticos en los que entraron Estados Unidos y China antes de sus primeros contactos serios, también están las transcripciones de las conversaciones con Mao y Zhou Enlai, y la evaluación que hace Kissinger de ambos.

La tercera parte aborda los tratos con la China de Deng y post Deng, cuando Kissinger desempeñó un papel como estadista sénior y un intermediario fiable entre los dos gobiernos, pero ya no participó en la formulación activa de políticas. Es ahí donde Kissinger intenta extraer lecciones para la conducta de la política estadounidense hacia China, y donde proporciona un análisis, esperanzador pero al fin y al cabo sombrío y a veces incluso oscuro, del camino que tomarán las relaciones.

El libro es cauteloso de tres maneras. En primer lugar, lo es en la reticencia obvia de Kissinger a la hora de criticar explícitamente la política del gobierno estadounidense respecto a China. La primera mención ligeramente negativa de la política exterior estadounidense aparece en la página 131, en relación a Eisenhower. Incluso cuando la evaluación es fuertemente negativa (como en el caso de las administraciones de Reagan y Clinton) está formulada de una manera matizada y con un lenguaje diplomático; se muestra con indirectas casi chinas y un sarcasmo sutil.

El libro es cauteloso también en el detalle con el que Kissinger describe su participación. El lector tiene la impresión de que Kissinger podría fácilmente haber escrito cientos de palabras sobre sus reuniones con Mao y Zhou (usando no solo su memoria sino también los voluminosos documentos y transcripciones de las conversaciones), pero eligió ser conciso.

Finalmente, el libro es cauteloso porque trata solo de China. Otros “actores” como Vietnam, Camboya, la Unión Soviética o India solo se mencionan en relación a China. Europa, curiosamente, dado que no tuvo un rol político en la reconciliación con China, no aparece en ningún momento.

El libro está repleto de admiración por la manera china de hacer diplomacia y uno tiene a veces la sensación de que Kissinger habría preferido ser un negociador chino en vez de estadounidense. Como dice, Occidente quizá exageró la sofisticación y profundidad de sus interlocutores chinos; es consciente de esta posibilidad pero raramente afecta el contenido del libro. De manera no sorprendente Zhou Enlai es consecuentemente alabado:

En sesenta años de vida pública no me he encontrado con una figura más convincente que Zhou Enlai […] La pasión de Mao se esforzó por oprimir a la oposición. El intelecto de Zhou buscó persuadir o ganarle la partida a la oposición. Mao era sardónico, Zhou perspicaz.

El retrato de Mao, alguien que “se relacionaba con sus interlocutores desde las alturas del Olimpo, como si se tratara de universitarios ante un examen sobre la idoneidad de sus percepciones filosóficas”, es menos claro, a pesar de las abundantes citas extraídas directamente de las conversaciones. Aunque Kissinger nunca lo dice, Mao a menudo aparece no como un Dios que ha descendido a la tierra para pasar un tiempo con los humanos, sino quizá como alguien que sufre de un complejo de inferioridad cuando intenta demostrar su mente abierta ridiculizando sus propios eslóganes revolucionarios. No creo que un político serio deba hacer eso, a no ser que quiera arrastrarse frente a su interlocutor.

Deng fue, por supuesto, muy diferente tanto de Mao como de Zhou. Su “estilo áspero, sin palabrería” lo distinguía. Se mantuvo ocupado mirando cuántas comidas debería tener un conductor de trenes, no pensando en cuestiones más elevadas. Gobernó completamente tras bambalinas: “Deng no tenía una gran oficina; rechazó todos los títulos honoríficos; casi nunca aparecía en televisión, y practicó la política casi completamente tras las bambalinas. Gobernó no como un emperador sino como el mandarín jefe.” Y en un interesante detalle, Kissinger menciona que el último visitante extranjero que visitó a Deng fue Brent Scowcroft en 1989 (después de Tiananmen). Deng vivió sus últimos años (murió en 1997) como un recluso, una imagen difícil de evocar para quienes lo habían visto en los setenta en las pantallas de televisión dando saltos con energía. Después de su muerte, Deng fue cremado y sus cenizas se lanzaron al mar, lo que contrasta radicalmente con Mao.

Los últimos capítulos del libro, que cubren el periodo de la crisis de las relaciones chinoestadounidenses después de la masacre de Tiananmen, se centran en la política exterior estadounidense hacia China, pero más generalmente hacia regímenes no democráticos: Kissinger es educado pero no menos crítico con la opinión del establishment estadounidense de que las relaciones pacíficas solo son posibles con gobiernos democráticos:

los estadounidenses insistían en que las instituciones democráticas eran necesarias para que hubiera una compatibilidad de intereses nacionales. Esa proposición -que surge de un artículo de fe de muchos analistas estadounidenses- era difícil de demostrar a partir de la experiencia histórica. Cuando la Primera Guerra Mundial comenzó, la mayoría de gobiernos en Europa (incluido Reino Unido, Francia, y Alemania) estaban gobernados por instituciones esencialmente democráticas. Sin embargo, [la guerra] fue aprobada de manera entusiasta por todos los parlamentos electos.

Además, “si adoptar los principios estadounidenses de gobierno es la condición central del progreso en todas las áreas de la relación, la negociación alcanzará inevitablemente un punto muerto”.

El mesianismo estadounidense se basa en unos valores universales y significa en un lenguaje práctico que todos los países tienen que adoptar la vía estadounidense y tienen que estar incluidos en un sistema internacional liderado por Estados Unidos. Kissinger critica esta idea repetidamente. Es poco probable que China, “un país que durante la mayor parte de su periodo moderno -que comenzó hace dos mil años- se consideró a sí mismo la cúspide de la civilización, y que durante aproximadamente dos siglos ha considerado que su posición singular como líder moral del mundo fue usurpada por la actitud rapaz de las potencias coloniales occidentales y Japón”, acepte nunca tal rol secundario en la jerarquía internacional.

Prácticamente en la última página del libro Kissinger avisa a los políticos y burócratas estadounidenses de que “los estadounidense no tienen que estar de acuerdo con el análisis chino para comprender que darle lecciones a un país con una historia de milenios sobre su necesidad de ‘madurar’ puede resultar innecesariamente molesto”.

Con una administración de Trump rompiendo conscientemente con el mesianismo de los valores universales en favor de una política del interés nacional más realista (pero mal ejecutada), las advertencias de Kissinger tienen menos relevancia que nunca. Pero, como es probable que Estados Unidos vuelva, después de la próxima elección o en la siguiente, a su tradicional mesianismo, estos apuntes y advertencias pueden resultar pertinentes.

Traducción de Ricardo Dudda. 

Publicado originalmente en el blog del autor: http://glineq.blogspot.com.es

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Branko Milanovic es economista. Su libro más reciente en español es "Miradas sobre la desigualdad. De la Revolución francesa al final de la guerra fría" (Taurus, 2024).


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