El acto fue emotivo y poderoso. En Oslo, Noruega, la hija de María Corina Machado leyó en su nombre su discurso de aceptación del Premo Nobel de la Paz. Es un mensaje de tal potencia narrativa y claridad moral que parece de otra época retórica. Estamos ante un discurso tan bien escrito que no requiere de la presencia física de la oradora para impactar y conmover.
Un buen discurso se define como aquel que combina argumentos racionales y emocionales poderosos en voz de un orador creíble. El discurso de Machado combina en la dosis justa esa triada clásica de la persuasión: razón, emoción y autoridad; logos, pathos y ethos. Veamos por qué.
En argumentos lógicos (logos), el texto combina narración literaria con lucidez analítica. Había una vez una sociedad muy próspera y democrática, pero también muy desigual y negligente que, queriendo mejorarse a sí misma, tomó un camino falso que la llevó al abismo populista. Machado expone la caída de su país en ese pozo y, con ello, describe el funcionamiento de los autoritarismos del siglo XXI: la captura criminal del Estado, la destrucción deliberada y sistemática de las instituciones, el sometimiento de los jueces, los “programas sociales” como herramienta para lograr obediencia ciudadana, la mentira impuesta como idioma oficial. Ofrece un diagnóstico estructural de un sistema cuya racionalidad es mafiosa, no política. Al hacerlo, desmonta a golpe de lógica el delirio de quienes insisten en ver en Venezuela un proyecto político defendible, cuando se trata de un régimen depredador sostenido por el miedo y la ruina de su propio pueblo.
Luego, el pathos. La dimensión emocional del discurso no es partidista, sino humana, y eso lo eleva por encima del alegato político de coyuntura. Habla del exilio interior, de las vidas interrumpidas, del éxodo de los jóvenes que sueñan con volver a ver a sus padres, de los abuelos que añoran a nietos que no han conocido, de la dignidad que aflora en circunstancias extremas. El discurso no busca compasión, sino algo más difícil: activar la virtud cívica de quien lo escucha a través de la emoción. El eje emocional de su relato es el amor. El amor al prójimo vence al miedo y a la opresión. El amor a la familia vuelve a unir a quienes la retórica populista, anclada en el resentimiento, había dividido “por nuestras ideas, por nuestra raza, por nuestra forma de vida”. El amor por el país permite a los ciudadanos recuperar la confianza en ellos mismos y en los demás: “confiamos en la gente, y la gente volvió a confiar en nosotros”.
Lo más notable del discurso es el ethos, es decir, la personalidad y autoridad retórica de quien lo pronuncia. A través de su hija, Machado nos habla desde la condición más vulnerable: la mujer perseguida, la candidata proscrita, la heroína que tiene que viajar escondida para recoger el máximo galardón de nuestra era. Su descripción de todo lo que ha tenido que hacer y padecer la sociedad venezolana para recuperar su destino de garras de la dictadura es abrumadora: violencia, represión, odio, terror. Por eso, aun leídas en ausencia, sus palabras proyectan una fuerza ética que nadie le puede regatear. La lección que ofrece al mundo es irrefutable: “si queremos tener democracia, debemos estar dispuestos a luchar por la libertad”. En un continente saturado de impostores que se dicen líderes históricos, ella porta calladamente las cicatrices para demostrar que sí lo es.
En el climax del discurso aparece una triada retórica: vida, verdad, bien. Machado define su misión como “una lucha ética, por la verdad; una lucha existencial, por la vida; y una lucha espiritual, por el bien”. No pude evitar evocar a otra triada retórica que surgió en México durante la contienda presidencial de 2024, la de “vida, verdad y libertad”. El discurso de Machado llega, no creo que por casualidad, a las mismas coordenadas morales. La elección de “bien” como clímax de su triada es ambiciosa, pues Machado enuncia así el propósito ético de su lucha: sin vida no hay pueblo, sin verdad no hay comunidad, sin bien, no hay esperanza.
En suma, este discurso es una elocuente pieza de pedagogía democrática contemporánea. Demuestra que, aun en contextos de adversidad extrema, la palabra puede recuperar el sentido más elevado de la política. Su ausencia de rencor nos hace sentir con más fuerza la injusticia de la opresión. Su apelación a la esperanza lo hace funcionar como un relato moral humano y universal. Su descripción de la tragedia venezolana nos pone enfrente un enorme espejo que, por más que desviemos la mirada, refleja verdades innegables. Y su llamado a la acción es poderoso: “Solo es posible alcanzar la libertad cuando decidimos no vivir de espaldas a nosotros mismos; cuando afrontamos la verdad, por dura que sea; cuando el amor a lo que realmente importa nos inspira el coraje necesario para perseverar y prevalecer”. Sin duda, un discurso para la historia. ~